sábado, 4 de abril de 2020

CAPITULO 4-ESCALAR EL INFINITO

CAPITULO 4-
ESCALAR EL INFINITO

La primera misión espiritual que Victoria encomendó a López fue una escalada a Los Tres Cerros. La zona estaba envuelta en el misterio. Nadie entendía cómo, a 75 metros sobre el nivel del mar, en una planicie de pajonales y malezas donde pastaban vacas y se cultivaba arroz, de golpe habían emergido tres elevaciones dispuestas en forma de arco. Los tres únicos cerros de la provincia de Corrientes. A esta rareza todos le asignaban un significado enigmático. Existían distintas teorías para explicarlo. En la casa de Victoria se comentaba que Los Tres Cerros eran el vértice de un triángulo magnético conformado entre los morros que salían desde la boca del mar en el balneario de Torres, al sur del Brasil, y las montañas que rodeaban la ciudad de Salta. Victoria envió a los hermanos a que subieran hasta la punta del cerro en búsqueda de energía. López encabezó la expedición. Era un grupo bastante numeroso. Estaban Dalton Rosa y su secretario Milton; Claudio Ferreira; Collman, un colectivero que cuidaba el jardín de la casa de Victoria; Cabrini, un suboficial retirado que integraba la Orquesta del Ejército; Juan y Bartolomé Montero, esposos de Victoria y doña Teresita, y también se sumó un grupo porteño sobre el que López comenzaba a ejercer cierto influjo: Carlos Alejandro Gustavo Villone, primo de José María y empleado público; Héctor Prieto Roca, artista bohemio, que solía decorar las velas antes de las ceremonias; Héctor Paramidani, cuñado de este último y capitán de ultramar de la Marina Mercante, y José Rómulo Famá, un policía que en la década de los setenta integraría un grupo de represión contra la guerrilla, a las órdenes del comisario Alberto Villar.

Dalton Rosa trajo su camioneta desde Uruguayana, pero además hizo falta un colectivo para movilizarlos a todos. El viaje tenía una impronta que los sumía en un extraño clima, mezcla de mística, optimismo y expectativa. Salieron a la ruta hasta el pueblo ganadero La Cruz, donde estacionaron los vehículos. Luego atravesaron los esteros del río Miriñay y quedaron abstraídos ante la visión del cerro Nazareno, el más alto de los tres, que se elevaba hasta una altura de 179 metros.Y empezaron la escalada.
Al llegar a la cima, algunos se sentaron a orar por la salud de algún familiar y otros se quedaron quietos, con la esperanza de recibir las vibraciones de la Fuerza Superior que les permitiera alcanzar una visión paranormal o un sueño trascendente. Permanecieron varias horas y luego empezaron a descender en silencio por la ladera, con la vista perdida en las vacas. Como siempre ocurría en las ceremonias, el que no había tenido visiones definidas ni había sentido nada en particular atribuía esa carencia a un crecimiento espiritual deficiente y se comprometía a ser más constante en sus ejercicios y a mejorar sus acciones en la vida cotidiana. Esta vez la sorpresa llegó con los gritos de Collman, que se había desviado del grupo y estaba recorriendo solo el primer cerro. Todos corrieron a su llamado: había encontrado una piedra grande como un avión de pequeño porte, pero fracturada en partes; incluso se veía la forma de las alas. Collman tocó una de las piedras e hizo notar al grupo que tenía vetas amarillas y de un verde muy claro. Dijo que se trataba de una piedra preciosa, y todos empezaron a cargar fragmentos y bajaron el cerro para llevarlos a la casa de Victoria y relatar la experiencia. Después, en un clima de alegría y bondad, los repartieron entre hermanos y vecinos. 
Todos estaban convencidos de que la Madre Victoria no sólo tenía el poder de despertar los centros internos de sus discípulos sino que también percibía el nivel de espiritualidad por el que estaban atravesando. No era necesario mirar a sus ojos para saber qué sucedía en su interior. Su percepción no tenía fronteras. Una tarde llamó a López y le encomendó emprender, junto a otros seis hermanos de la casa, una misión para transmitir un mensaje a un iniciado que estaba muy mal de salud y sumergido en un profundo drama interno. El mensaje debería ser transmitido en forma natural, soltado como al pasar en medio de una conversación, y sería rápidamente comprendido. Los Siete Emisarios partieron hacia el Brasil. El siete es un número cabalístico para las ciencias ocultas. Está asociado a los siete planetas, a los siete chakras, a las Siete Lámparas Divinas del Ser interior .Cuando llegaron a destino, López le hizo notar a la esposa del dueño de casa, que los recibió, el hecho de que estaba vestida con los colores de la bandera argentina. El hombre en cuestión estaba senta do en el comedor. Tenía una preocupación indisimulable. Luego de transmitirle los saludos de la Madre y cambiar impresiones de lo más mundanas, uno de los emisarios encontró el ambiente propicio para soltar la frase: 
-El mayor de los Siete es el mejor servidor. Lo dicho produjo un efecto inmediato. El hombre se quedó sin palabras y su cuerpo empezó a temblar. Parecía a punto de sufrir un ataque epiléptico. La esposa se asustó. Los Siete Emisarios lo rodearon y lo sujetaron hasta que el anfitrión se tranquilizó. 
Luego, de regreso a Paso de los Libres, Victoria les explicó el enigma. Ante la Ley Divina, el más sapiente de determinado grupo humano es el que debe demostrar la mayor capacidad de servicio hacia los demás. Es el que asume el rol del séptimo chakra. En el camino espiritual, el crecimiento se advierte cuando los chakras se iluminan uno tras otro hasta llegar al último, el chakra del alumbramiento, ubicado en la coronilla. Con las Siete Lámpa-ras encendidas del Ser Interior se alcanza la evidencia de la Verdad, la Beatitud y la Belleza Absoluta. Con la llegada de los Siete Emisarios, el adepto interpretó que había alcanzado un nuevo nivel de conciencia, y se conmovió. El mensaje de Victoria también entusiasmó a López: era el mayor de los Siete Hermanos del grupo. El sur del Brasil era territorio frecuente de las misiones. Pero no siempre Victoria dejaba entrever un mensaje específico antes de cada partida. Cuando no se limitaba a permanecer en silencio, apelaba a la descripción de ciertos simbolismos que servirían como guía. La posibilidad de captarlos dependía del desarrollo espiritual de cada misionero. Cada viaje de esos les tomaba varios días. 
Abordaban el tren en Uruguayana con destino a Porto Alegre y, si no realizaban alguna parada en la casa de Claudio Ferreira y lo sumaban al viaje con alguno de sus amigos umbandas, se trasladaban doscientos kilómetros al norte hasta la zona de Torres. En la parte sur del balneario, sobre el mismo mar, sobresalían algunos promontorios rocosos a los que asignaban un significado especial. Las aguas, el cielo y las playas desiertas tenían reminiscencias del Antiguo Egipto. López decía que las pequeñas montañas reproducían el misterio de las pirámides. A cada mínimo evento que se sucedía a lo largo de esas caminatas le otorgaban un significado. En una oportunidad, un nativo que cortaba cañas de azúcar les ofreció agua, y cuando los despidió con el habitual "vayan ustedes con Dios", todos se convencieron de que estaban en el sendero correcto. Luego, rotando la noria a la que estaba sujeto, encontraron un buey de pelaje marrón: en su cabeza sobresalía un solitario pelo blanco que se enrulaba dibujando un ocho; era un aviso, la presencia del número de la eterna espiral, evolución-involución. Una piedra circular era la puerta de entrada a los tres mundos: el material, el astral y el espiritual. A cada paso que daban sentían sobre sí mismos el peso 
del sacrificio de los infatigables iniciados de la Antigüedad, que debieron superar numerosas pruebas en su afán de alcanzar la cumbre de los Misterios Mayores. Así pasaban el día entero, caminando bajo un calor agobiante en busca de los significados más ocultos de la Naturaleza, siguiendo itinerarios inciertos, tomándose de la mano, eligiendo senderos por obra de la intuición, y siempre con la esperanza de ser guiados y protegidos por una mente superior, la de la Madre Victoria. 
Cierta vez, hacia el atardecer, encontraron una casilla desocupada sobre la playa y se echaron a descansar. Alguien comentó que habían superado los estados de los cuatro elementos (el fuego, el aire, el cielo y la tierra) y la frase funcionó como una revelación. Como siempre, los regresos de esos viajes espirituales estaban teñidos por la emoción y la ansiedad de conocer la opinión de Victoria sobre los resultados. En esa ocasión, ella se mostró demasiado parca: 
-A ver, no se murió ninguno. Han estado bien, dijo. Eso creó cierta incertidumbre en el grupo, y no satisfizo en modo alguno la sed mística que los aquejaba. Algunos retomaron la lectura de un libro en el pasillo del comedor y otros se sentaron a meditar en los bancos del jardín de la casa de la Madre Espiritual. Pero luego, cuando empezaron a comentar las alternativas del viaje, Victoria les preguntó si no habían visto esto o si no les había sucedido aquello, y luego ofreció una explicación esotérica para cada objeto encontrado y cada situación vivida. Entonces, todos sintieron que volvía a sus cuerpos una enorme sensación de paz: la Madre Espiritual los había acompañado durante toda la misión. Por las noches, cuando no se entretenía en partidas de truco o ajedrez, Victoria permanecía sentada en su sillón, escuchando las experiencias interiores de sus discípulos y entregando su palabra clarificadora. Los temas eran tan variados como el mismo Universo y solamente el alba ponía fin a las conversaciones. Mientras Victoria realizaba su guardia espiritual, atendiendo durante la madrugada a las posibilidades que ofrecía la rotación cósmica, Élida, la cocinera, proveía a los hermanos de café o té con pasteles y bizcochos, o preparaba alguna torta. Por momentos eran tan intensas, tan sublimes las sensaciones que despertaban los diálogos, que algunos se sentían transportados a otro mundo y con infinita dicha se preguntaban si todavía seguían siendo ellos mismos o si ya eran parte de la otra realidad. La Madre solía transmitir sus enseñanzas con dulzura, pero si la ocasión lo requería no se privaba de expresar sus ideas con firmeza. 
Una noche, en la mesa del comedor, estuvo un buen rato tratando de explicarle el sentido de la evolución a un profesor universitario que a cada argumento ofrecía un reparo. Harta de esa obstinación necia, Victoria tomó su vaso y lo hizo estallar en el suelo. Todos se quedaron sorprendidos de su violenta actitud. 
-Dígame, profesor, este vaso... ¿se transformó o evolucionó? El profesor miró los vidrios y dictaminó: Se transformó. -No es cierto, dijo Victoria con énfasis. Evolucionó. Así como lo ve ahora, ese vaso se liberó de su forma. Pero el material subsiste. Seguirá sus procesos naturales. Los átomos de sus moléculas cambiarán otra vez de ubicación, o sea que, de modo paulatino, evolucio-nará. 
El profesor trató de interrumpirla. Victoria continuó. -Todo lo creado evoluciona. Y la verdadera evolución es la del plano astral, que es la que permite a una inteligencia ir subiendo en la escala de su destino. Hay etapas, esplendores, miserias, glorias, oprobios, tiempos de luces y sombras, pero todo es una espiral evolutiva que nos conduce al viaje de la Eternidad. Lo mismo sucede dentro de nuestros cuerpos, con los átomos y las células que trabajan en determinado órgano. En un futuro, a fuerza de prestar su servicio, van a trabajar en glándulas relacionadas íntimamente con los procesos espirituales-astrales-físicos del ser humano. Serán parte del pensamiento, de la expresión de un ser humano. Y así hasta llegar a ser una vibración, una pura energía, una luz. Todo eso dentro de nosotros, y nosotros dentro del Gran Cuerpo Cósmico. 
Con el paso de los años, López fue ganándose el aprecio de los miembros de la casa. Sus esfuerzos por progresar en las lecturas, su serenidad para transmitir los conocimientos adquiridos y la calidez con la que trataba a los otros hermanos lo fueron distinguiendo del resto. Se reconocían su trabajo y sus acciones en bien delos otros, y su virtud para abrir nuevas perspectivas de comprensión en aquellos que lo consultaban. En la práctica, López, junto con Carlos Silber, era considerado una suerte de guía espiritual. A la par de los hermanos, Victoria también fue ganando cierto afecto por López, aunque era difícil sorprenderla en algún elogio. Ella jamás ponderaba la espiritualidad de nadie. Sin embargo, una tarde de 1956 hubo un hecho que marcó el lugar de preponderancia de López en la casa. Fue cuando la Madre Espiritual le delegó su autoridad ante un problema que se suscitó en forma imprevista. Una vecina había dejado a su hijo Osvaldito recién bañado en un sillón de la punta de la galería, y el chico se paró y se cayó de cabeza contra el cordón de cemento del patio. El ruido del golpe llegó hasta el comedor. Osvaldito quedó inerte en el suelo, como muerto y, en medio de la desesperación de la mamá, que cacheteaba a su hijo para que reaccionara, Victoria le pidió a su discípulo que se ocupara del asunto. López se llevó al bebé a un costado del jardín, junto al gallinero. Alguien lo vio de espaldas, haciendo unos pases mágicos con las manos, a la vez que volvía su cara hacia el cielo invocando a las Fuerzas Superiores. Al rato regresó con el chico en brazos. Osvaldito reía y jugaba con una ramita que había arrancado del árbol. 
López también gozaba de cierta estima en el vecindario de Villa Urquiza. Y, así como daba consejos de vida, se lo podía consultar en cuestiones de salud: creía en las facultades curativas de las plantas y por eso las cuidaba y cortaba en una hora precisa del día, y de una manera determinada. Era muy cuidadoso en la búsqueda de las coincidencias entre el signo zodiacal que regía las plantas con el de cada uno de sus pacientes. Las recetaba en forma de yerbas o infusiones, y también como cataplasma. Eso sucedía cuando alguna vecina lo consultaba por algún problema de várices. Entonces remojaba la planta apropiada en agua tibia, la dejaba enfriar, la envolvía en un trapo y luego la ataba alrededor de la pierna afectada, para que las sustancias químicas fueran absorbidas a través de la piel, provo-cando la mejoría. Se convirtió en el brujo del barrio. Ya fuese por sus métodos de curación, por las cartas astrales que confeccionaba y autografiaba, o por sus consejos para alcanzar la iluminación espiritual, tenía mucha audiencia femenina en el vecindario. 
Su esposa Josefa se disgustaba porque su marido tenía tiempo para todos, menos para ella. La casa de Villa Urquiza bien hubiera podido convertirse en un centro de terapias alternativas si años más tarde López no hubiera decidido viajar a Madrid junto a Isabel Perón. Esa preocupación permanente por la salud del prójimo fue lo que cimentó su amistad con Carlos Alejandro Gustavo Villone. Cuando el padre de Villone padecía un cáncer muy avanzado y estaba postrado sin esperanzas en su casa de Buenos Aires, López lo llevó a Paso de los Libres, donde fue atendido por un médico botánico que consiguió prolongarle la vida unos meses. 
Victoria no realizaba curaciones. Todas las consultas las derivaba a José El Árabe, de quien se decía que era hijo de un emir, médico graduado en Europa, y que había abandonado todo por su misión espiritual. José El Árabe había hecho su hogar en un baldío de Uruguayana, acompañado de su perro Puchero, y vivía de lo que le daban. No atendía a nadie si no había un sol radiante. Cuando llegaba su paciente, tomaba una hoja de afeitar, le hacía un pequeño corte en el cuerpo, extraía una gota de sangre, la ponía sobre un trozo de vidrio, y la dejaba un día bajo las radiaciones espirituales de los rayos lumínicos. A la mañana siguiente ya tenía el diagnóstico. 
Julio Villone, el pianista, murió en manos de José El Árabe cuando intentó tratarse un enfisema pulmonar, producto del cigarrillo y el alcohol. Tuvieron que cruzar la frontera con su cuerpo muerto sentado en la parte trasera de un taxi, con sus dos brazos apoyados sobre las dos mujeres que lo habían acompañado. A partir de 1957 López empezó a viajar al Brasil con mayor frecuencia. Allí se había instalado el matrimonio de José María Villone y Buba. 
Villone habíaconservado la dirección de Mundo Radial, hasta que la editorial Haynes, que editaba la revista, fue intervenida por el Estado. Su nuevo jefe, el escritor Ernesto Sabato, lo despidió por un artículo crítico hacia el gobierno de la Revolución Libertadora. Pronto, el mismo Sabato renunciaría a su cargo, en desacuerdo con los fusilamientos de la revolución que lo había convocado. Villone estuvo un tiempo sin trabajo y emigró a Porto Alegre. Allí se asoció con Claudio Ferreira y su hermano y crearon la agencia Noel Publicidad. De este modo López encontró en el Brasil un lugar de sosiego. Incluso Buba, que impartía cursos de higiene en empresas brasileñas, le enseñó el arte de servir la mesa y otras tareas de protocolo. 
Por entonces, López decía que no tenía otra aspiración en la vida que servir a la humanidad y andar descalzo. Y también escribir. Con ese propósito, en el verano de 1957 se refugió en una playa de Pinhal, un balneario agreste de Osorio, ubicado a noventa kilómetros al norte de Porto Alegre. El matrimonio alemán Ralph, que compartía sus inquie-tudes esotéricas, le cedió su casa. López cargó algunos libros de Teosofía: Adonay, de Jorge Adoum; El doble etérico, El cuerpo astral, El cuerpo mental y El cuerpo causal, de A. Powell; Nuestras fuerzas mentales, de P.Mulford; Logos, mantram y magia, de Krum Heller, y varias obras de Max Heindel. 
Su intención original era escribir un libro en el que pudiera volcar los conocimientos que había atesorado en los últimos años. Un libro destinado al lector común, que sirviera de base y guía para nuevos iniciados, que fuera útil para comprender que existe una realidad oculta que tiene sus reglas, sus leyes, sus interpretaciones, muy diferentes de las de la ilusión terrenal. López se propuso realizar, y lo declara al comienzo de sus páginas, "una pequeña limpieza de las asperezas que se presentan en el camino de aquel que busca la Verdad". Y el primer interrogante que plantea es el que siempre lo inquietó: para qué vivimos en el mundo y cuál es nuestra meta. 
Para López, la explicación de ese enigma comienza con el Génesis. Pero en Conocimien- tos espirituales, la resolución ofrecida difiere del relato bíblico. López toma el origen de la vida desde la perspectiva oriental y explica cómo fue materializándose el espíritu humano a lo largo de millones de años: cuando la Tierra no se había enfriado aún y los vapores fluían, el ser humano se movía en planos etéreos, hasta que comenzó a desarrollar el oído, el gusto y el tacto. Luego esos sentidos se densificaron y formaron el cuerpo físico. López asegura que el hombre tiene siete cuerpos: físico, etérico, astral, mental, causal, divino y virginal, y destaca la función de cada uno. No hay duda de que el que más prevenciones le despierta es el físico. "Sí, nuestro feroz enemigo no es otra cosa que un pedazo de nuestro mismo cuerpo", escribe, y explica que, para hacer más sutil la espiritualidad de su cuerpo, el hombre debe controlar el chakra inferior, el que despierta el deseo sexual, evitando desperdiciar lo mejor de su fuerza vital creadora a la manera de un animal. Además, se preocupa especialmente por señalar los aspectos negativos que el exceso sexual puede desencadenar en una pareja. 
Su narración se ve interrumpida por ruegos de tipo general ("¡Humanidad, cuándo despertarás de este letargo!"), y por una sucesión de imploraciones al lector para que no abandone la lectura. "Si no entiende algo o no le agrada lo expuesto, no se detenga, llegue hasta el final". Luego, en su afán de ser creído, reclama un compromiso mayor:¡Hermanos que peregrinan buscando la verdad, bajad de una vez por todas y para siempre de las montañas falsas del orgullo, tratad de cerrar los ojos sólo abiertos al mundo irreal de las formas y tratad de abrir el ojo interno hacia Dios! 
A lo largo de las páginas de su libro, López explica secretos para dominar lamente, invita a seguir el camino espiritual para conocer a Cristo personalmente y promete que, a medida que profundice en la investigación y la meditación, el lector irá consiguiendo por fin que quede al alcance de su mano "el tenue hilo de Adriadna [sic] que lo sacará de las sombras del laberinto de la Ignorancia". López apuró el final de su obra Conocimientos espirituales encerrado en las habitaciones del fondo de la casa de Victoria, en Paso de los Libres, soñando con esas promesas y conocimientos que narraba, deseando que crecieran en su interior, lo sacaran del plano intelectual y lo elevaran a un plano astral, donde él mismo podría ver al menos 
vislumbrar la tan prometida luz. Se había prometido terminar el manuscrito para las fiestas de Pascua de 1957, a fin de entregárselo a Victoria durante las celebraciones. 
El Jueves Santo todos los hermanos salieron con sus linternas al jardín en busca de canastas con regalos y huevos pintados con los nombres de cada uno. El viernes fue día de recogimiento interior. Hicieron una plegaria por el sacrificio del Calvario. El Sábado de Gloria la casa estaba inundada de optimismo. El Domingo de Pascua, día de la resurrección, López escribió las páginas finales: un relato autobiográfico donde narra los tormentos que atravesó en sus primeros años de búsqueda espiritual y relata las enseñanzas que recibió en la casa bajo al aura de su Maestra. ¡Quiero al finalizar esta tarea rendir mi público homenaje a esa madre espiritual; a esa gran familia de verdaderos apóstoles del amor, a esa semilla que yo fructifico y que hoy reina en todo el mundo; y rogarle en forma muy especial que interceda ante los grandes seres de la jerarquía creadora, para que la paz, la frater-nidad y el amor reinen entre todos los seres del mundo! 
Madre universal y cósmica: atiende este humilde pedido, de este tu pequeño servidor y bendice y cobija bajo tu manto de luz este humilde trabajo, impregnándole con tu potente irradiación a fin de que doquier que él llegue y se halle, cumpla nuestro deseo de bienestar, felicidad y de amor. ¡Y que todo el mérito que pueda tener este trabajo sirva de depósito, para facilitar la tarea de esa familia M... verdadera familia escenia, a quienes tengo el honor de pertenecer! 
Sentada en su sillón, Victoria recorrió el texto con sus ojos. López estaba abstraído, en silencio, con la mente perdida. De golpe, exclamó: 
-¡Madre, vi el mundo de los mundos! No sé qué me pasó. Vi continentes, naciones, razas, pueblos, astros y planetas... no sé si fue un segundo o un siglo. ¡He visto la Verdad, Madre! 
-¿Y entonces para qué escribe?, le preguntó Victoria. López enmudeció. -Ya es hora de que empiece a ser usted mismo. No entiendo para qué escribe. repitió. Yo siempre le he dicho que no lo haga. Yo no escribo nunca. Ni Jesús ni Buda ni Sócrates escribieron. ¿Y usted quiere escribir? Está bien, hágalo. Pero debe ser usted mismo el que debe empezar a escribir, y no copiar lo que ya hicieron otros. ¿Para qué sirve esto? 
López había puesto tanta expectativa en su texto que ni siquiera se le había pasado por la cabeza la posibilidad de que Victoria pudiera rechazarlo. 
-¿Está de acuerdo con lo que le digo?. le preguntó su Maestra. -Sí, respondió López. Entonces Victoria apretó las hojas que tenía entre manos y las rompió en dos. Los pocos hermanos que se enteraron del percance lo comentaron en voz baja durante varias semanas, pero, al contrario de lo que pudiera creerse, la reacción de Victoria ante sus escritos no disuadió a López de continuar en la senda de la escritura. Si no debía difundir los secretos del ocultismo, entonces sería él mismo quien habría de relatar sus propias experiencias esotéricas. Decidió encarar esa tarea a través de un trabajo que tuviera la capacidad de transmitir reminiscencias filosóficas, científicas e iniciáticas. Lo tituló El hombre, un mundo desconocido. 
El primer capítulo se llamó "Buscando la verdad". Allí López retoma su experiencia en la casa de Victoria, y, sin resentimientos, revela que fue ésta quien, como Madre y Divina Sacerdotisa, le alzó el velo de Isis. Pero tal experiencia es sólo el preámbulo, la iniciación primera en el camino del conocimiento definitivo. Luego de deslizarse por estados de sopor, sentirse leve y fluir en el ambiente, deslizándose como si se tratase una representación etérea de su cuerpo material, al cual había dejado sobre la cama, su ser interno espiritual (cuenta en el segundo capítulo) encontró una puerta de salida. Traspasada esa puerta, ya en el capítulo tercero ("Encuentro y unión"), López ingresa a un raro jardín, aumentan su lucidez y su inteligencia, mientras que todo él emite un resplandor de tonalidades preciosas que lo envuelve con un aroma embriagador. En ese momento, por los senderos de los jardines se aproxima un ser irreal, lleno de luz y belleza, vestido con una larga túnica blanca. Era el maestro de los maestros. Era Su Maestro. Dios. 
No podría definir con exactitud su edad. Aparentaba ser una persona de edad avanzada, su energía y vitalidad lo mostraban dueño de una juventud colocada en un cuerpo maduro. Dios me dijo: "Ven, hijo mío". Había llegado su tiempo de iluminación. "No sufras por tu falta de sabiduría, eso es lógico y comprensible, a todos nos ocurre lo mismo. En la lucha constante se va recibiendo el aprendizaje verdadero. Ahora toma mi mano y confía en el Señor. Ven. 
"Lo que vino después fue (para López) increíble, después de que Dios le tocara la mano, todo su ser se diluyó lo largo de la inmensidad. Llegó a perder la visión de Dios, hasta que en un relámpago de intuición alcanzó la Verdad. "Él estaba en mí. Comprendí por fin que me había unificado. Mi ser estaba unido en la inmortal vida del Maestro. Éramos uno solo." 
A partir de esto, López vive un desfile cósmico de planetas y estrellas. Cada tanto, Dios le pregunta si está realmente dispuesto a seguir en busca del conocimiento de la Verdad, y López le responde que quiere conocer Su Amor, aun a riesgo de llegar al extremo de sus límites. Entonces Dios lo lleva hacia la oscuridad total. López se encuentra frente a una caverna (su estómago) de la que emerge un enorme reptil (su lengua). 
Has comenzado a entrar en tu propio cuerpo, le dice Dios. No temas, estoy a tu lado aunque no me veas. Aquí verás seres que trabajan, sufren, sirven, mueren y renacen en forma rítmica. 
López asume entonces la misión divina de ir alumbrando y liberando seres de aquel martirio constante (provocado por la gula), y se convierte en el guía de sus propias células en el camino hacia la perfección. "Esa es mi misión. Yo soy para esos mundos desconocidos la partícula, la célula divina de aquel gran ser que se llamó el Hijo del Padre Todo Poderoso. Y así como Él veló para redimir a infinidad de mundos, mi misión es imitarlo", escribe López, elevándose ya por sobre Victoria Montero, de la mano de su nuevo Maestro. "Mi tarea, define, es de amor y de luz. 
 "FUENTES DE ESTE CAPÍTULO 

 Sobre las misiones espirituales encomendadas por la Madre Victoria se entrevistó en Paso de los Libres a Collman y se utilizó material inédito de Carlos Villone ya citado; sobre la escritura y la ruptura del manuscrito de Conocimientos espirituales, se realizaron entrevistas a Ema Villone, María Rotundo y Nilda Silber; el libro sería editado por Claudio Ferreira cuatro años más tarde. La anécdota sobre la caída del bebé y la curación de López fue narrada por Marta Silber. Para la lectura de fragmentos de El hombre, un ser desconocido, véase el Jornal do Brasil del 19 de febrero de 1984.