Galileo, su caso y la Leyenda Negra. Capítulo 1/4
Galileo, su caso y la Leyenda Negra. Capítulo 1/4
P. Javier Olivera Ravasi, SE
”Mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros;
no pretendo grandezas que superan mi capacidad”
Salmo 130
Texto: En la universidad, en un profesorado cualquiera e incluso en un colegio católico es difícil no haber oído jamás el nombre de Galileo Galilei, sin asociarlo a las palabras “intolerancia”, “persecución” o “caza de brujas”.
Según
narra el famoso periodista italiano Vittorio Messori, a mediados de la
década del ‘90, una encuesta realizada entre los estudiantes de ciencias
de todos los países de la Comunidad Europea, marcaba que casi el 30 % de
ellos tenía el convencimiento de que Galileo había sido quemado vivo en
la hoguera por la Iglesia mientras que casi todos (el 97 %) estaban
convencidos de que había sido sometido a torturas por sostener que la
tierra se movía sobre su eje[1].
Símbolo
de la “lucha incansable contra la intolerancia religiosa”, Galileo
habría sido, en boca de muchos, un hombre que no se doblegó contra la
“cerrazón y el absolutismo de la Iglesia, que dominaba las esferas del
poder renacentista…”.
¿Es esto lo que ud. piensa? Vayamos por parte.
Para
hablar de Galileo es necesario que nos remontemos al siglo XVI, pleno
renacimiento italiano donde la ciencia y las artes se encontraban en
ebullición; todo era nuevo y todo era un “renacer” desde las “tinieblas
del Medioevo”, dando paso a “lo nuevo”; el mundo giraba y parecía
avanzar en todos los ámbitos: el descubrimiento de América, la imprenta y
los nuevos grandes inventos, sumados a una concepción “antropocéntrica”
de la historia, hacían de Europa (y especialmente de Italia) un
hervidero intelectual y artístico; el hombre había progresado y parecía
haber llegado a la remota “edad dorada” de los antiguos (baste para ello
ver la pintura y esculturas renacentistas para darse una idea).
El
campo de la astronomía no se quedaba atrás: la evolución de las teorías
astronómicas había proporcionado una nueva mirada del mundo. Como
sabemos, desde antiguo al hombre le interesó escudriñar las estrellas;
veían nuestros ancestros –como ahora nosotros– el movimiento de los
astros a través del firmamento y gracias a esa mirada atenta, todo
parecía indicar que la Tierra estaba absolutamente quieta y que los
planetas giraban en derredor suyo (geocentrismo). Sin embargo, ya en el siglo III A.C., Aristarcos de Samos, último alumno de Pitágoras, había propuesto, a grandes rasgos, el sistema heliocéntrico,
es decir, que la tierra, girando alrededor de su eje, lo hacía a su vez
alrededor del sol, dando origen al cambio de tiempos y estaciones. No
obstante el planteo del pitagórico, su concepción no lograba imponerse
por falta de pruebas contundentes; las sensaciones hacían (y hacen) que
uno “viese” al sol moverse (y no a la tierra).
Como si fuera poco, en el siglo II de nuestra era, el gran Ptolomeo de Alejandría había
establecido firmemente la teoría geocéntrica con toda su autoridad;
teoría que habría de permanecer casi sin variaciones hasta el siglo
XVII.
La revolución copernicana
Pero
la ciencia no parecía estar conforme y seguía buscando una explicación,
fue así que, más de mil años después de Ptolomeo, Nicolás Copérnico,
sacerdote y científico polaco (1473-1543) fue requerido en 1514 por el
concilio de Letrán para que aconsejara sobre la posibilidad de una
reforma en el calendario. A raíz de sus investigaciones, el científico
polaco declaró que la duración del año y los meses y el movimiento del
sol y la luna, aun no eran suficientemente conocidos para intentar una
reforma del estilo. El incidente, sin embargo, lo impulsó a hacer
observaciones más exactas que, finalmente, sirvieron de base para
completar el calendario gregoriano.
El
fruto de dichas investigaciones fue publicado bajo el título de “Sobre
los Giros de los Cuerpos Celestes”, testimonio de sus incansables
observaciones de los astros, donde postulaba la hipótesis[2] de que era el sol el que estaba quieto y de que todos los planetas, inclusive la tierra giraban en torno a él.
La ciencia frente al protestantismo
Pero
eran tiempos difíciles para Europa y Copérnico, a pesar de haber
trabajado en ello durante décadas, no se animaba a publicar el reciente
descubrimiento por temor a ser ridiculizado y perseguido por los
protestantes, quienes tomaban dichas posturas como contrarias a la
Biblia. ¿Por qué contra la Biblia? Sucede que un pasaje del Antiguo
Testamento parecía ir en contra de dicha hipótesis.
Se
trata del libro de Josué donde se lee que “el sol se detuvo” para poder
dar la victoria al pueblo escogido; este es el pasaje:
“Entonces
habló Josué al Señor, el día que el Señor entregó al amorreo en manos
de los israelitas, a los ojos de Israel y dijo: ‘Deténte, sol, en
Gabaón, y tú, luna, en el valle de Ayyalón’. Y el sol se detuvo y la
luna se paró hasta que el pueblo se vengó de sus enemigos. ¿No está esto
escrito en el libro del Justo? El sol se paró en medio del cielo y no
tuvo prisa en ponerse como un día entero”[3].
Como
decíamos, eran épocas difíciles para contradecir a la Biblia,
especialmente en un ambiente protestante. Los protestantes, con su “sola Scriptura”
(única fuente de la revelación para los protestantes) y habiendo
eliminado la Tradición de la Iglesia, decían que no podía “razonarse”
sobre el tema (la “prostituta” llamaba Lutero a la inteligencia humana).
Es decir, de la famosa “libre interpretación” solo quedaban las
palabras.
Copérnico
era científico pero no era idiota y temía a la inquisición protestante
que ya varios se había llevado por “contradecir” el pensamiento único de
los “reformados”. Además, ya habían llovido condenas sobre sus
trabajos; en un texto luterano de la época se lee: “la gente le presta
oídos a un astrónomo improvisado que trata de demostrar de cualquier
modo que no gira el cielo sino la Tierra. Para ostentar inteligencia,
basta con inventar algo y darlo por cierto. Este Copérnico en su locura,
quiere desmontar principios nuevos y antiguos de la astronomía”. Y el
mismo Lutero decía que “se colocaría fuera del cristianismo quien
afirmara que la tierra tiene más de seis mil años”; Mélaton, su seguidor
en la “nueva iglesia” agregaba: “no toleraremos semejante fantasía”.
Tenía
razón Copérnico para callar… sin embargo, como la verdad es amarga y
hay que echarla de la boca, en vez de entregarla a la imprenta comenzó a
transmitirla humildemente de boca en boca entre sus alumnos más
cercanos; entre ellos, Alberto Widmanstadt, la usaría frente al Papa
Clemente VII para explicar la nueva hipótesis; al oír el Papa el planteo
Copérnico, recompensó a su portavoz con un códice griego que se
encuentra en la biblioteca estatal de Münich, Alemania.
Finalmente las ideas de Copérnico verían totalmente la luz y a expensas de la Iglesia, luego de su muerte.
continuará…
Que no te la cuenten…
P. Javier Olivera Ravasi, SE
[1] Cfr. Vittorio Messori, Las leyendas negras de la Iglesia, Emecé, Buenos Aires; Víctor Chéquer, Galileo el “perseguido”, o la Iglesia contra el conocimiento científico, publicado en Panorama Católico Internacional, 10 de noviembre de 2006, Volumen 2, Nº 7.
[2] En el ámbito científico, la hipótesis se distingue de la tesis; mientras que la primera es algo que desea comprobarse, la segunda es algo ya comprobado.
[3]Jos 10,12