¿Qué hay detrás de la bandera feminista: “Separación del Estado y la Iglesia”?
¿Qué es lo primero sobre el tema?
ENTREVISTA DE LEANDRO HILARIÓN FURQUE
RESPONDE JUAN CARLOS MONEDERO (H)
Primero y ante todo, ¿es una bandera “feminista”? Vamos a dejar
en suspenso este punto para abordar lo primero que tenemos que saber
sobre el tema: ¿Qué entendemos cuando decimos “Separación entre Iglesia y
Estado”? ¿Qué entiende la doctrina católica cuando enseña que “deben
estar unidos”? ¿Están, hoy, el Estado y la Iglesia unidos, y los
feministas intentan separarlos?
¿Qué dice la doctrina católica sobre el tema?
Según la doctrina católica, hay unidad entre la Iglesia y el Estado
cuando las leyes, normativas y reglamentos de una nación tienen por
parámetro el Evangelio de Cristo, con todas las verdades que este
Evangelio supone en el orden religioso, moral, político, económico,
social y cultural, materializadas en el pensamiento católico.
Entonces, ¿qué entiende la doctrina católica cuando dice “la Iglesia” debe estar unida al Estado?
“La Iglesia” no se refiere a las personas determinadas, a tal o cual
Cardenal o Papa; se refiere a los principios católicos, a los principios
intelectuales y morales del pensamiento cristiano. La unidad entre
Iglesia y Estado –a la que aspira la doctrina católica– no constituye
una subordinación de los mandatarios políticos a los deseos de tal o
cual jerarquía, por buena o mala que sea. Que la Iglesia esté unida al
Estado no significa que Alberto Fernández le haga caso a todo lo que
diga el Cardenal Poli o el Papa Francisco. Es algo mucho más profundo.
Los papas han comparado esta unidad entre la Iglesia y el Estado como la
unidad entre el alma y el cuerpo: cuando el alma abandona el cuerpo, se
produce la muerte; cuando los principios religiosos dejan de influir en
la sociedad, la nación comienza a parecerse a un cadáver. Por eso, es bueno que la Iglesia esté unida al Estado.
¿Qué significa, por contraste, esta separación?
Cuando los mandatarios de la cosa pública rechazan al Evangelio –de
palabra, a través de reglamentos, leyes, normativas, actos de gobierno,
etc.– como norma y punto de referencia de la sociedad, entonces tiene lugar la separación de la Iglesia y el Estado. El
Estado ya no reconoce una ley superior a sí misma. Antes bien, se
autoproclama Origen y Referencia de todas las demás leyes. Dios ya no es
considerado como la Fuente del Poder: ahora es el Pueblo (así, con mayúscula, deificado) el origen y la fuente de la legitimidad política.
Los gobernantes pretenden fundar una legitimidad política al margen y
aún en contra de Jesucristo; al margen de los principios católicos.
Históricamente, ¿quiénes han venido impulsando esta separación o, si se quiere, divorcio?
Según los historiadores, este divorcio entre Estado e Iglesia fue
impulsado (tanto en Europa como en América) por los integrantes de la
Masonería, la cual –a pesar de las recientes y confusas declaraciones de
Emanuel Danann, quien pretende defenderla– es una institución
absolutamente anticristiana, demoníaca y con pretensiones de dominio
internacional, contrarias a toda ética y justicia natural. Así, los
masones impulsaron esta separación entre Iglesia y Estado, no sólo en
Europa sino en toda América. Convergente con esta separación, no podemos
desconocer el papel del liberalismo filosófico, que es la filosofía
oficial de la Masonería. En territorio argentino, el primer gran avance
de esta idea de separación lo constituye –como explica el Historiador
Antonio Caponnetto– la llamada reforma eclesiástica de Bernardino
Rivadavia (año 1822 en adelante). Aunque liberales y masones venían
impulsando hace tiempo estas ideas, con Rivadavia se realiza el primer
gran quiebre.
¿Qué consecuencias produjo en la sociedad y en la cultura el liberalismo filosófico?
Entre las consecuencias, la separación de la fe y la razón, y la
separación de la naturaleza y la gracia, por ejemplo. En definitiva, el
liberalismo filosófico propició el completo divorcio entre el orden
natural y el orden sobrenatural. Cuando este divorcio se lleva al plano
de las facultades intelectuales, se llama “racionalismo”. Cuando este
divorcio se lleva a la cosa pública, se llama “liberalismo” o
“laicismo”. Así, proyectado sobre el orden social, surge la idea separar
el Estado de la Iglesia.
Para el liberal, el ser humano no tiene deberes públicos para con
Dios. A lo sumo (dirá el católico liberal), tendrá deberes en el orden
privado. A lo sumo, algunos liberales podrán llegar a tolerar o admitir
una suerte de esfera privada y particular (la conciencia religiosa) en
la que el Estado Liberal tolere que la persona, privadamente, rinda
culto a lo que subjetivamente considere su divinidad, y siempre a la par
de otras divinidades. Pero de ninguna manera ese culto debe ni
puede traspasar la esfera privada; si el culto católico se proclama
públicamente, se violentaría la ley.
Volvamos a la pregunta inicial. ¿Es o no es una bandera ‘feminista’?
A la luz de estos conceptos y en estricta verdad, nos vemos obligados
a decir que la separación entre la Iglesia y el Estado no es sólo una
“bandera feminista”. Es una bandera liberal, masónica, que ahora es levantada tácticamente por los feministas.
¿Qué sentido tiene, en la actualidad, la consigna “Separación entre Iglesia y el Estado”?
Para los agentes feministas –mimetizados con la izquierda y los
aborteros, y al servicio de la Masonería– esto significa sólo una cosa:
que el Estado deje de financiar los colegios católicos, que deje de
asignar un dinero a los obispos diocesanos, obispos auxiliares, obispos
eméritos, administradores apostólicos y administradores diocesanos,
sacerdotes, parroquias de frontera, ciertos institutos de vida
consagrada, etc. Asimismo, la Iglesia está exenta del pago de ciertos
impuestos. Todo esto, en virtud del art. 2 de la Constitución Nacional,
que es otro tema muy complejo en el que nos tendremos que meter. A todo
esto se refieren con esa consigna. Pero en realidad, y en un sentido
mucho más profundo, la Iglesia ya está separada del Estado. Y esto hace
rato.
Por señalar un hito histórico, ¿cuándo comienza a separarse la Iglesia del Estado?
Habíamos hablado de Rivadavia, pero luego del largo gobierno rosista
este daño que le hizo el liberalismo a la unidad entre Iglesia y Estado
fue notoriamente reparado. El hito es Caseros, 1852. Sin lugar a dudas, a
partir de la derrota de Juan Manuel de Rosas, los mandatarios
triunfantes en esa guerra se hicieron de todos los resortes políticos de
lo que hasta el momento se llamaba “La Confederación Argentina”. Y
comenzaron a imponer una Nueva Legitimidad Política, distinta y
aún contraria a todo lo anterior, a través de la ejecución,
elaboración y dictado de una gran cantidad de leyes, códigos, normas y
reglamentos contrarios al Evangelio y al pensamiento cristiano,
alterando de ese modo la fisonomía de la población argentina en general
con las consecuencias que todos tenemos a la vista. Los mandatarios
vencedores en Caseros, liberales y masones, dieron inicio así a un
proceso de secularización de la sociedad.
Esta secularización o, mejor aún, DESCRISTIANIZACIÓN de la sociedad
viene ganando terreno, con sus más y con sus menos, con avances y
retrocesos, desde 1852.
¿Tenemos un estado laicista desde 1852? ¿Es un estado semi confesional?
Hay que distinguir los elementos que configuran al Estado: las
personas y los instrumentos (constituciones, leyes, reglamentos,
protocolos, etc.).
A nivel de personas, no hay ninguna duda de que los vencedores de
Caseros tenían una cabeza laicista, eran liberales, masones,
antirosistas y, por tanto, derrocaron a Rosas para instalar otro tipo de
gobierno. Ahora bien, entre la coalición victoriosa habían también
católicos no rosistas o antirosistas. Había también algunos federales
traidores a Rosas, como Urquiza. Todos tenían el mismo enemigo pero no
pensaban todos igual, y esas diferencias salieron a la luz tan pronto
fue derrotado Rosas.
Así, estas diferencias de concepción brotaron en la famosa discusión en torno al art. 2 de la Constitución Nacional.
Entonces, a nivel de personas, no hay ninguna duda de que
históricamente prevaleció el sector liberal masónico por sobre el sector
católico.
Y a nivel de instrumentos, terminó siendo aprobada la Constitución
Nacional; un verdadero punto de equilibrio entre la posición extrema
(Separación Completa y Total entre Iglesia y Estado) y la posición
católica (Unidad entre Iglesia y Estado). El instrumento por supuesto
perduró y ahí está, las personas cambian, pasan, mueren.
Ahora bien, existen muchos elementos de confesionalidad del estado
que, sin embargo, los enemigos de la fe todavía no han podido remover:
uno de ellos es el art. 2 de la Constitución. Asimismo, subsisten
numerosos vestigios cristianos en nuestra fisonomía política y social,
desde los nombres de algunas provincias (Santa Fe, Santa Cruz, San Juan,
San Luis) a los nombres de calles, avenidas, algunos colegios públicos.
A modo de resumen, hoy en día tenemos un estado anticatólico –tanto a
nivel de personas como de instrumentos– en COEXISTENCIA con vestigios
de la Argentina como Nación Católica: la cizaña y el trigo. La
substancia política del Estado no es confesional, está intoxicada por
elementos ideológicos, artificiales y foráneos que son anti católicos y
por tanto anti argentinos. Sin embargo, esos rastros de Nación Católica
están ahí. A los masones, liberales, ateos, izquierdistas y feministas
le molestan estos rastros, y operan para eliminarlos del mapa. En este
contexto se entiende la consigna del pañuelo naranja.
Este proceso de secularización, o mejor dicho
descristianización al que hoy asistimos, ¿cómo se dio? ¿Qué eslabones lo
configuran?
Mencionemos algunos principales. Vayamos de 2020 para atrás: los
protocolos ILE desvalorizan la vida humana del no nacido, otorgando un
marco de legitimidad al horrendo crimen del aborto, que sólo en CABA se
llevó el año pasado 8388 vidas. La sola propuesta parlamentaria de una
ley de “interrupción” del embarazo, impulsada por el entonces Presidente
Mauricio Macri en el 2018, también desvaloriza la vida. El Nuevo Código
Civil y Comercial –que vio la luz durante el segundo gobierno de
Cristina Kirchner– está plagado de ideas y conceptos contrarios no sólo a
la fe sino también a la razón natural; como botón de muestra, se ha
normalizado la práctica de la fecundación in vitro (personas concebidas
fuera del vientre materno), que se venía realizando ya desde antes.
Vayamos más atrás: la ley de Identidad de Género, sancionada hace
varios años, distorsiona la identidad de las personas. La ley del
llamado Matrimonio Igualitario, año 2010, desfigura la
institución matrimonial, creada por Dios. Las llamadas leyes
“antidiscriminatorias” (año 1988) desalientan que las personas
comuniquen públicamente la verdad. La Ley de Divorcio, durante el
Alfonsinato, en 1987, fue otra estocada al bien del matrimonio. Hay
muchas más leyes, normativas, reglamentos y códigos oficiales que se
podrían citar, pero como botón de muestra es suficiente. En definitiva,
cuando los agentes feministas piden por la “separación entre Iglesia y
Estado” piden por algo que, de hecho, ya viene ocurriendo hace décadas. Lo
que falta, afortunadamente, es que esta separación tenga lugar de forma
completa y total dado que hay muchos elementos cristianos que subsisten
en el cuerpo de la Nación.
Recién hablabas del art. 2 de la Constitución Nacional. Contanos un poco, decías que era un tema muy complejo.
El art. 2 de la Constitución Nacional dice así: ‘El gobierno federal sostiene el culto católico apostólico romano’.
Este artículo, que parece excelente a muchos católicos hoy día y que
parece abominable a la izquierda, la masonería, el liberalismo, los
anticlericales, los evangelistas, los laicistas, etc., se juzga de
manera muy diferente según el tipo de análisis que hagamos. Pues cabe
aquí una dimensión del análisis a) histórica-doctrinaria; b) una
dimensión actual. En resumen, diríamos que el art. 2 es insuficiente a
los ojos de la recta doctrina católica.
Explicanos por favor el primer enfoque, el histórico-doctrinario del art. 2 de la CN
El art. 2 de la CN fue escrito en 1853, un año después de la derrota
de Rosas en Caseros. Esta derrota militar tuvo enormes consecuencias
políticas, sociales, económicas y culturales. Como vimos antes, la idea
era formar una nueva fisonomía de la Nación, y para ello todos querían
que el Acta de Nacimiento de ese nuevo país fuese la Constitución
Nacional.
Los elegidos para opinar, intervenir, redactar el texto de la
Constitución fueron llamados “constituyentes”. Ahora bien, no todos
pensaban igual. Para empezar, como dijimos, estaba la Masonería. Dentro
de ella, había masones “ultra” y había masones moderados. Entre los
constituyentes no masones pero que habían colaborado con la Masonería en
la derrota de Rosas, había –como dijimos– un sector católico conformado
por dos alas: el ala dura y el ala liberal.
Si bien el ala dura era antirrosista, procuraban la sanción de una
Constitución en donde la religión católica fuese presentada como
religión del estado. Hubo discusiones, y terminó ganando una fórmula que
constituyó una suerte de “punto de equilibrio” entre las dos posturas
más extremas: la masónica liberal (completa separación) y la católica
(confesionalidad).
La fórmula es la que ya conocemos: “el Estado sostiene el culto católico”. Esta fórmula (el famoso sostiene)
significó en los hechos un sostenimiento económico y, según la opinión
de una escuela de juristas posteriores, alguna fórmula velada de
confesionalidad.
Vayamos al segund enfoque, el actual, sobre el art. 2
Hoy, el feminismo marxista abortero va incluso por este último
vestigio católico de la Constitución, y exige que el Estado Argentino
–que en los hechos, y desde hace rato, viene descristianizando
oficialmente la sociedad– avance un paso más, y retire la financiación
estatal al culto católico, así como la exención del pago de ciertos
tributos.
En síntesis, los grupos feministas –que también son aborteros,
financiados y apoyados por magnates como George Soros, completamente
alineados a la mentalidad de la OMS-ONU– pretenden acabar con uno de los
últimos vestigios de la Argentina como Nación Católica: la financiación
estatal