sábado, 22 de agosto de 2020

HEREJÍA SIMPLIFICADORA PARTE 3º

LA GRAN Y PERSISTENTE HEREJÍA DE MAHOMA (Hilaire Belloc) - Parte 3

HEREJÍA SIMPLIFICADORA

Hay así una buena cantidad de cosas en común entre el entusiasmo con el cual las enseñanzas de Mahoma atacaron al clero, la Misa y los sacramentos, y el entusiasmo con el cual el calvinismo – la fuerza motriz central de la Reforma – hizo lo mismo. Como todos sabemos, Mahoma con su nueva enseñanza relajó las leyes del matrimonio – pero en la práctica esto no afectó a la masa de sus seguidores que permaneció siendo monógama. Hizo el divorcio lo más fácil posible, ya que la idea sacramental del matrimonio desapareció. Insistió en la igualdad de los hombres y, necesariamente, incluyó también ese otro factor que lo hace similar al calvinismo: el sentido de la predestinación, el sentido de la fatalidad; el sentido de eso que los seguidores de John Knox siempre llamaron “los inmutables decretos de Dios”. En la masa de sus seguidores la enseñanza de Mahoma nunca desarrolló una teología detallada.

Tampoco se desarrolló en la propia mente de su creador. Mahoma se contentó con aceptar del esquema católico todo aquello que le gustó y con rechazar todo aquello que le pareció – a él y a tantos otros de su época – demasiado complicado o demasiado misterioso como para ser cierto. La nota distintiva de todo el asunto fue la simplicidad y, desde el momento en que todas las herejías toman su fuerza de alguna doctrina verdadera, el mahometanismo adquirió su fuerza de las doctrinas católicas verdaderas que retuvo: la igualdad de todos los hombres ante Dios; “todos los verdaderos creyentes son hermanos”. Predicó con celo e impulsó al máximo las reivindicaciones de justicia, tanto en lo social como en lo económico. Ahora bien, ¿por qué esta nueva, simple y enérgica herejía tuvo ese apabullante y súbito éxito? Una de las respuestas es que ganó batallas. Las ganó inmediatamente, como veremos cuando lleguemos a la Historia del fenómeno. Pero el ganar batallas no podría haber hecho al Islam permanente, ni siquiera fuerte, si no hubiera existido un estado de cosas que hacía esperar un mensaje semejante facilitando su aceptación. Tanto en el mundo del Asia Anterior como en el mundo grecorromano del Mediterráneo, pero especialmente en este último, la sociedad había caído – en forma bastante similar a nuestra sociedad actual – en un caos dónde el grueso de las personas se hallaban decepcionadas y furiosas buscando una solución a toda una serie de tensiones sociales. Por todas partes imperaba el endeudamiento, el poder del dinero y de la consiguiente usura. Había esclavitud por todas partes. La sociedad se basaba sobre ella al igual que la nuestra se basa sobre la esclavitud asalariada actual. Había cansancio y disconformidad con el debate teológico que, aún a pesar de toda su intensidad, había perdido el contacto con las masas. Sobre los hombres libres, ya torturados por el endeudamiento, presionaba una pesada carga de impuestos imperiales, a lo cual se sumaba la irritación por la existencia de un gobierno central que interfería con la vida de las personas y, además, también estaba la tiranía de los jurisconsultos y sus honorarios. Frente a todo ello, el Islam representó un amplio alivio y una solución a las tensiones. El esclavo que admitía que Mahoma era el profeta de Dios y que la nueva enseñanza tenía, por ende, autoridad divina, cesaba de ser esclavo. El esclavo que adoptaba el Islam era libre de allí en más. El deudor que “aceptaba”, se libraba de sus deudas. La usura quedaba prohibida. El pequeño campesino no sólo se libraba de sus deudas sino también de la aplastantes carga de impuestos. Y por sobre todo, se podía acceder a la justicia sin tener que comprarla a los jurisconsultos. . . En teoría al menos. En la práctica las cosas no eran ni cercanamente tan absolutas. Más de un converso siguió siendo deudor, muchos continuaron siendo esclavos. Pero allí en donde el Islam conquistó, apareció un nuevo espíritu de libertad y de alivio. Lo que formó la fuerza impulsora de la sorprendente victoria social mahometana fue la combinación de todos estos factores: la atractiva simplicidad de la doctrina, la eliminación de la disciplina clerical e imperial, la enorme y práctica ventaja de la libertad para el esclavo y la eliminación de la ansiedad para el deudor, la ventaja suprema de una justicia gratuita operando bajo algunas pocas y simples leyes nuevas fáciles de comprender. En todas partes las cortes fueron accesibles para cualquiera, sin pago alguno y producían veredictos que todos podían entender. El movimiento mahometano fue esencialmente una “Reforma” y podemos descubrir numerosas afinidades entre el Islam y los reformadores protestantes en cuanto a las imágenes, la Misa, el celibato, etc. Lo maravilloso parece ser no tanto que la nueva emancipación se expandiese entre los hombres en forma muy similar a como imaginamos que el comunismo se puede extender a través de nuestro actual mundo industrial. Lo maravilloso es que aún así persistió – y persistió por generaciones – una prolongada y terca resistencia al mahometanismo. Creo que tenemos delineada así la naturaleza del Islam y de su primera llamarada victoriosa original. Por lo que acabamos de ver, la principal causa de la extraordinariamente rápida expansión del Islam fue una sociedad complicada y fatigada, cargada con la institución de la esclavitud; una sociedad en la cual millones de campesinos en Egipto, Siria y el Este, aplastados por la usura y pesados impuestos, recibieron un alivio por parte del nuevo credo o más bien de la nueva herejía. Su nota distintiva fue la simplicidad y, por lo tanto, se adecuaba a la mente popular en una sociedad en la cual hasta ese momento una clase restringida se había dedicado a sus peleas teológicas y políticas. Ése es el principal factor que explica la súbita expansión del Islam después de su primer victoria armada sobre los ejércitos y no tanto sobre los pueblos del Imperio Oriental de habla griega. Pero esto solo no explicaría otros dos triunfos igualmente sorprendentes. El primero de ellos fue la capacidad demostrada por la nueva herejía para absorber los pueblos asiáticos del Cercano Oriente, la Mesopotamia y las tierras montañosas entre ésta y la India. El segundo fue la riqueza y el esplendor del Califato (esto es: de la monarquía mahometana central) durante las generaciones inmediatamente posteriores a la primera oleada victoriosa. El primero de estos puntos – la expansión por Mesopotamia, Persia y la zona montañosa hasta la India – no se debió, como en el caso de los súbitos éxitos en Siria y Egipto, a la apelación a la simplicidad, a la liberación de la esclavitud y a la cancelación de deudas. Obedeció a cierto caracter histórico, subyacente en el Cercano Oriente, que siempre ha influenciado a su sociedad y continúa influenciándola hasta el día de hoy. Ese caracter es una suerte de natural uniformidad. Desde tiempos anteriores a todo registro histórico conocido, a ese caracter le es inherente una general similitud sociocultural y una especie de instinto de obediencia a una única autoridad religiosa que al mismo tiempo es también la autoridad civil. Cuando hablamos del secular conflicto entre el Asia y Occidente, por la palabra “Asia” nos referimos a toda esa población dispersa por la tierra montañosa que se extiende más allá de la Mesopotamia hacia la India; a su permanente influencia sobre las llanuras mesopotámicas mismas y a su potencial influencia incluso sobre las tierras altas y la costa marítima de Siria y Palestina