LA GRAN Y PERSISTENTE HEREJÍA DE MAHOMA (Hilaire Belloc) - Parte 3
HEREJÍA SIMPLIFICADORA
Hay
así una buena cantidad de cosas en común entre el entusiasmo con el
cual las enseñanzas de Mahoma atacaron al clero, la Misa y los
sacramentos, y el entusiasmo con el cual el calvinismo – la fuerza
motriz central de la Reforma – hizo lo mismo. Como todos sabemos, Mahoma
con su nueva enseñanza relajó las leyes del matrimonio – pero en la
práctica esto no afectó a la masa de sus seguidores que permaneció
siendo monógama. Hizo el divorcio lo más fácil posible, ya que la idea
sacramental del matrimonio desapareció. Insistió en la igualdad de los
hombres y, necesariamente, incluyó también ese otro factor que lo hace
similar al calvinismo: el sentido de la predestinación, el sentido de la
fatalidad; el sentido de eso que los seguidores de John Knox siempre
llamaron “los inmutables decretos de Dios”. En la masa de sus seguidores
la enseñanza de Mahoma nunca desarrolló una teología detallada.
Tampoco
se desarrolló en la propia mente de su creador. Mahoma se contentó con
aceptar del esquema católico todo aquello que le gustó y con rechazar
todo aquello que le pareció – a él y a tantos otros de su época –
demasiado complicado o demasiado misterioso como para ser cierto. La
nota distintiva de todo el asunto fue la simplicidad y, desde el momento
en que todas las herejías toman su fuerza de alguna doctrina verdadera,
el mahometanismo adquirió su fuerza de las doctrinas católicas
verdaderas que retuvo: la igualdad de todos los hombres ante Dios;
“todos los verdaderos creyentes son hermanos”. Predicó con celo e
impulsó al máximo las reivindicaciones de justicia, tanto en lo social
como en lo económico. Ahora bien, ¿por qué esta nueva, simple y enérgica
herejía tuvo ese apabullante y súbito éxito? Una de las respuestas es
que ganó batallas. Las ganó inmediatamente, como veremos cuando
lleguemos a la Historia del fenómeno. Pero el ganar batallas no podría
haber hecho al Islam permanente, ni siquiera fuerte, si no hubiera
existido un estado de cosas que hacía esperar un mensaje semejante
facilitando su aceptación. Tanto
en el mundo del Asia Anterior como en el mundo grecorromano del
Mediterráneo, pero especialmente en este último, la sociedad había caído
– en forma bastante similar a nuestra sociedad actual – en un caos
dónde el grueso de las personas se hallaban decepcionadas y furiosas
buscando una solución a toda una serie de tensiones sociales. Por todas
partes imperaba el endeudamiento, el poder del dinero y de la
consiguiente usura. Había esclavitud por todas partes. La sociedad se
basaba sobre ella al igual que la nuestra se basa sobre la esclavitud
asalariada actual. Había cansancio y disconformidad con el debate
teológico que, aún a pesar de toda su intensidad, había perdido el
contacto con las masas. Sobre los hombres libres, ya torturados por el
endeudamiento, presionaba una pesada carga de impuestos imperiales, a lo
cual se sumaba la irritación por la existencia de un gobierno central
que interfería con la vida de las personas y, además, también estaba la
tiranía de los jurisconsultos y sus honorarios. Frente
a todo ello, el Islam representó un amplio alivio y una solución a las
tensiones. El esclavo que admitía que Mahoma era el profeta de Dios y
que la nueva enseñanza tenía, por ende, autoridad divina, cesaba de ser
esclavo. El esclavo que adoptaba el Islam era libre de allí en más. El
deudor que “aceptaba”, se libraba de sus deudas. La usura quedaba
prohibida. El pequeño campesino no sólo se libraba de sus deudas sino
también de la aplastantes carga de impuestos. Y por sobre todo, se podía
acceder a la justicia sin tener que comprarla a los jurisconsultos. . .
En teoría al menos. En la práctica las cosas no eran ni cercanamente
tan absolutas. Más de un converso siguió siendo deudor, muchos
continuaron siendo esclavos. Pero allí en donde el Islam conquistó,
apareció un nuevo espíritu de libertad y de alivio. Lo que formó la
fuerza impulsora de la sorprendente victoria social mahometana fue la
combinación de todos estos factores: la atractiva simplicidad de la
doctrina, la eliminación de la disciplina clerical e imperial, la enorme
y práctica ventaja de la libertad para el esclavo y la eliminación de
la ansiedad para el deudor, la ventaja suprema de una justicia gratuita
operando bajo algunas pocas y simples leyes nuevas fáciles de
comprender. En todas partes las cortes fueron accesibles para
cualquiera, sin pago alguno y producían veredictos que todos podían
entender. El movimiento mahometano fue esencialmente una “Reforma” y
podemos descubrir numerosas afinidades entre el Islam y los reformadores
protestantes en cuanto a las imágenes, la Misa, el celibato, etc. Lo
maravilloso parece ser no tanto que la nueva emancipación se expandiese
entre los hombres en forma muy similar a como imaginamos que el
comunismo se puede extender a través de nuestro actual mundo industrial.
Lo maravilloso es que aún así persistió – y persistió por generaciones –
una prolongada y terca resistencia al mahometanismo. Creo que tenemos
delineada así la naturaleza del Islam y de su primera llamarada
victoriosa original. Por lo que acabamos de ver, la principal causa de
la extraordinariamente rápida expansión del Islam fue una sociedad
complicada y fatigada, cargada con la institución de la esclavitud; una
sociedad en la cual millones de campesinos en Egipto, Siria y el Este,
aplastados por la usura y pesados impuestos, recibieron un alivio por
parte del nuevo credo o más bien de la nueva herejía. Su nota distintiva
fue la simplicidad y, por lo tanto, se adecuaba a la mente popular en
una sociedad en la cual hasta ese momento una clase restringida se había
dedicado a sus peleas teológicas y políticas. Ése es el principal
factor que explica la súbita expansión del Islam después de su primer
victoria armada sobre los ejércitos y no tanto sobre los pueblos del
Imperio Oriental de habla griega. Pero esto solo no explicaría otros dos
triunfos igualmente sorprendentes. El primero de ellos fue la capacidad
demostrada por la nueva herejía para absorber los pueblos asiáticos del
Cercano Oriente, la Mesopotamia y las tierras montañosas entre ésta y
la India. El segundo fue la riqueza y el esplendor del Califato (esto
es: de la monarquía mahometana central) durante las generaciones
inmediatamente posteriores a la primera oleada victoriosa. El primero de
estos puntos – la expansión por Mesopotamia, Persia y la zona montañosa
hasta la India – no se debió, como en el caso de los súbitos éxitos en
Siria y Egipto, a la apelación a la simplicidad, a la liberación de la
esclavitud y a la cancelación de deudas. Obedeció a cierto caracter
histórico, subyacente en el Cercano Oriente, que siempre ha influenciado
a su sociedad y continúa influenciándola hasta el día de hoy. Ese
caracter es una suerte de natural uniformidad. Desde tiempos anteriores a
todo registro histórico conocido, a ese caracter le es inherente una
general similitud sociocultural y una especie de instinto de obediencia a
una única autoridad religiosa que al mismo tiempo es también la
autoridad civil. Cuando hablamos del secular conflicto entre el Asia y
Occidente, por la palabra “Asia” nos referimos a toda esa población
dispersa por la tierra montañosa que se extiende más allá de la
Mesopotamia hacia la India; a su permanente influencia sobre las
llanuras mesopotámicas mismas y a su potencial influencia incluso sobre
las tierras altas y la costa marítima de Siria y Palestina.