La epidemia de egoísmo en el nuevo orden virtual – Augusto TorchSon
El
escenario que se nos presenta en los próximos meses, puede considerarse
humanamente desolador. La crisis económica con miles de millones de empresas
fundidas, con cantidades nunca vistas en la historia de personas desempleadas,
con gente aterrorizada y capaz de todo con el ánimo de salvarse a cualquier
costa; no pueden sino avizorar un panorama verdaderamente apocalíptico de caos
y descontrol nunca antes vivido en el globo.
Si creyéramos
que se puede sostener un mundo con teletrabajo, sin oficios verdaderamente
productivos que suelen ser los manuales y que requieren indispensablemente de
contacto y cercanía con otros, de “exposición al aire libre”, si pensáramos que
hay que adaptarse a esta nueva normalidad con relaciones virtuales y sin
projimidad; no podríamos asimismo dejar de considerar que el panorama sería
igualmente desolador, ya que se busca destruir lo creado por Dios, la
naturaleza social del hombre, la necesaria manifestación de aprecio y cariño
entre los seres humanos, la necesidad de demostrar empatía en una forma real y
no a través de dispositivos electrónicos, y, llegando al extremo, hasta la
consideración de que la actividad más peligrosa es "respirar". Dios
no puede haberse equivocado tanto.
Pensar
que los pedófilos y abortistas que hoy lideran la dictadura global son más
atendibles en sus compulsivas propuestas y argumentos que Dios y su
providencia, va a hacer de este mundo no solamente sería un lugar terriblemente
maligno y caprichoso, sino que, además, tendríamos que repensar la forma de
existir y relacionarnos, considerando a la supervivencia personal como el
valor supremo. Atrás quedarían definitivamente, el ya muy vapuleado sentido
patriótico, el rebajado sentido religioso, incluso el amical y hasta el familiar.
Lo importante es ahora que no me muera, aún a costa de quedarme sin Dios, sin
Patria, sin amigos y hasta sin familia.
Y en
estas desnaturalizaciones, los sacerdotes requieren para asistir a Misa el uso
obligatorio de bozal (mascarilla o barbijo para los gustosos de lenguaje
moderado), además de la sacrílega práctica de la comunión en la mano; por lo
que lógico resulta considerar que el próximo paso va a ser para poder asistir a
las misma, el tener puesta la terrible vacuna con la que pretenden cambiar
nuestro ADN y como dijo el Vil Gato (“creador” de Microsoft), hasta reducir la
población. En definitiva, se termina trocando completamente el sentido profundo
del culto a Dios, para terminar, siendo un culto de vasallaje al Anticristo.
El
hedonista hombre moderno, se jacta de denostar las posturas paranoicas, anacrónicas,
oscurantistas y medievales (las que no conoce y sin poder argumentar su
rechazo) de los escépticos respecto a la “Plandemia”. Cuando se le habla importancia
de no perder su libertad con estas ridículas medidas aislacionistas globales, responden
diciéndonos sin empacho que lo importante es mantenerse a salvo, cuidarse y “cuidarnos”,
aunque poco les interesen los que se quedan sin trabajo, los que no pueden asistir
a un hospital con graves patologías por no corresponderse las mismas con la “emergencia
Covid-19”, los viejos solitarios abandonados por sus hijos “por su propia
seguridad”, los niños y jóvenes traumatizados por la falta de aire libre y necesario
contacto con sus amigos y compañeros. Ya vendrán tiempos para ser libres de
nuevo, dirán. Y es así como se cambia la libertad por seguridad, que como ya
dijimos en otros artículos, es el presupuesto necesario para el reinado del
Hombre de la Iniquidad.
Si
los perversos pudieron avanzar hasta el punto en que lo hicieron, esto se debe
a que contaban con dos importantes e indispensables presupuestos para su
accionar. En primer lugar, con la increíble estupidez del hombre moderno;
ese hombre que sabe opinar, le gusta discutir de lo que no estudió, no le gusta
leer, pero se siente increíblemente calificado, y los conocimientos implantados
en su open-minded cabeza por la caja boba, lo autorizan para asentir en los
criterios pseudocientíficos transmitidos en los Mass Media, considerando a los
mismos como verdaderos dogmas.
Cuando
uno trata de establecer algún silogismo básico y hacerlo entender que no se puede
confiar en un test que está comprobado que da falsos positivos, que si los
infectados fueran reales tienen un ridículo porcentaje de mortalidad en
relación a la gripe común y a otras enfermedades por la que no se esclavizó a
la humanidad anteriormente, que según se reconoce, muchísimos casos ante la
duda se tratan como “infectados” aunque no exista comprobación, y lo que es
peor, que muchos de los tratamientos son más peligrosos y mortales que el dejar
que evolucione “la infección”; se nos responderá inmediatamente que algún
doctor, científico, o “autorizado” personaje de traje o delantal en la pantalla
sostuvo que dudar del dogma plandémico implica desconocer criterios
epidemiológicos, los cuales no se nos explican, no se nos refuta nuestro razonamiento,
más se nos ridiculiza por no creer, a esta altura de la civilización en el axioma
del nuevo milenio de “confíe en nosotros, somos especialistas”. Entonces, si no
podemos establecer razonamientos lógicos, si no podemos negar lo invisible e
incomprobable y argumentar desde los hechos y la realidad, ¿cuánto menos podremos
hacerle entender a la humanidad lobotomizada por el cientificismo del siglo XXI
que tienen que confiar en la Providencia Divina?
Y
este globalismo judeo-masónico que considera “neo-nazi” oponerse a la encerrona
(aquí)
se aprovecha no solo de la estupidez humana.
Y
aquí llegamos al segundo y más importante presupuesto en el que se apoyan
los perversos para subyugarnos: la maldad misma de las masas; maldad que
proviene del rechazo de esa humanidad autosuficiente que ya no necesita confiar
en Dios sino en sus propias fuerzas y su limitada ciencia para mantenerse viva
y a flote, sin importar que pase alrededor. El virus narcisista le dirá el
israelita escritor Sam Vaknin, considerando que el castigo de la falsa
pandemia, es auto-infligida por las sociedades carentes de empatía en los que
la armonía y los lazos familiares son relegados por el excesivo y psicótico sentido
de autopreservación.
No
importa cuan aterrorizado se viva, cuan aislado, cuan aburrido y hasta infeliz;
lo importante es “no morir”, y más específicamente, no morir a causa del virus
narcisista. Es así que se pueden padecer y aguantar los más terribles dolores y
enfermedades a fin no concurrir a un hospital donde puedo contraer el virus cuyo
contagio informan los medios como el peor de los males actuales, a pesar de la ínfima
tasa de mortalidad del mismo y hasta de los generalmente comunes y poco
dolorosos síntomas.
Ciertamente
la frase atribuida a Mark Twain, de que es más fácil engañar a la gente que
convencerlos que ha sido engañada, es más actual que nunca. Pero la raíz del
engaño tiene que ver antes que con la ignorancia, con el oscurecimiento de la
inteligencia producida por haberse alejado la creatura de su Creador, como ya
dijeramos, por buscar la seguridad mundana antes que la Providencia, por
preferir vivir aun perdiendo las razones para vivir, por invertir las
prioridades hasta el grado de rechazar el sentido último de nuestra existencia,
mismo que consiste como bien enseñaba San Luis Rey de Francia a su hijo en su hora
postrera y consiste en cumplir la voluntad de Nuestro Señor para que reciba de
nuestra parte servicio y honor, y después de esta vida llegar a verlo, amarlo y
alabarlo sin fin.
Pero
se nos imponen incluso entre los católicos los “criterios prudenciales”,
término bastante utilizado para justificar la tibieza, y la estulticia del que
prefiere no razonar y comprometerse.
¿Es
nuestra propuesta pesimista? Por supuesto. Como bien decía el Padre Castellani
que debíamos serlo humanamente ya que la historia de Cristo y de la Iglesia
está signada por derrotas terrenas. Pero sobrenaturalmente nos anima la esperanza,
esa virtud teologal que nos hace levantar nuestra vista al Alto, la que nos hace
apoyarnos no en nuestras fuerzas sino en los auxilios de la gracia del Espíritu
Santo, confiando en el autor de la promesa que es fiel, como bien enseña el Catecismo
(CIC 1818). Y si hablamos de la gran esperanza, la que subyace cuando todo
parece perdido, esperamos con ansias y alegría la que va a implicar la
liberación definitiva, la del regreso con todo honor y majestad de Nuestro
Señor Jesucristo. Pero antes sabemos que tenemos que transitar por la Pasión de
la Iglesia. Pidamos entonces a la Santísima Madre de Dios que nos cubra con su
manto y nos asista en estos tiempos para dar el testimonio para el cual fuimos
creados.
¡Ven
Señor Jesús!
Augusto
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Católico San Juan Bautista