domingo, 30 de agosto de 2020

LA EPIDEMIA DE EGOÍSMO EN EL NUEVO ORDEN VIRTUAL




La epidemia de egoísmo en el nuevo orden virtual – Augusto TorchSon






El escenario que se nos presenta en los próximos meses, puede considerarse humanamente desolador. La crisis económica con miles de millones de empresas fundidas, con cantidades nunca vistas en la historia de personas desempleadas, con gente aterrorizada y capaz de todo con el ánimo de salvarse a cualquier costa; no pueden sino avizorar un panorama verdaderamente apocalíptico de caos y descontrol nunca antes vivido en el globo.

Si creyéramos que se puede sostener un mundo con teletrabajo, sin oficios verdaderamente productivos que suelen ser los manuales y que requieren indispensablemente de contacto y cercanía con otros, de “exposición al aire libre”, si pensáramos que hay que adaptarse a esta nueva normalidad con relaciones virtuales y sin projimidad; no podríamos asimismo dejar de considerar que el panorama sería igualmente desolador, ya que se busca destruir lo creado por Dios, la naturaleza social del hombre, la necesaria manifestación de aprecio y cariño entre los seres humanos, la necesidad de demostrar empatía en una forma real y no a través de dispositivos electrónicos, y, llegando al extremo, hasta la consideración de que la actividad más peligrosa es "respirar". Dios no puede haberse equivocado tanto.

Pensar que los pedófilos y abortistas que hoy lideran la dictadura global son más atendibles en sus compulsivas propuestas y argumentos que Dios y su providencia, va a hacer de este mundo no solamente sería un lugar terriblemente maligno y caprichoso, sino que, además, tendríamos que repensar la forma de existir y relacionarnos, considerando a la supervivencia personal como el valor supremo. Atrás quedarían definitivamente, el ya muy vapuleado sentido patriótico, el rebajado sentido religioso, incluso el amical y hasta el familiar. Lo importante es ahora que no me muera, aún a costa de quedarme sin Dios, sin Patria, sin amigos y hasta sin familia.

Y en estas desnaturalizaciones, los sacerdotes requieren para asistir a Misa el uso obligatorio de bozal (mascarilla o barbijo para los gustosos de lenguaje moderado), además de la sacrílega práctica de la comunión en la mano; por lo que lógico resulta considerar que el próximo paso va a ser para poder asistir a las misma, el tener puesta la terrible vacuna con la que pretenden cambiar nuestro ADN y como dijo el Vil Gato (“creador” de Microsoft), hasta reducir la población. En definitiva, se termina trocando completamente el sentido profundo del culto a Dios, para terminar, siendo un culto de vasallaje al Anticristo.

El hedonista hombre moderno, se jacta de denostar las posturas paranoicas, anacrónicas, oscurantistas y medievales (las que no conoce y sin poder argumentar su rechazo) de los escépticos respecto a la “Plandemia”. Cuando se le habla importancia de no perder su libertad con estas ridículas medidas aislacionistas globales, responden diciéndonos sin empacho que lo importante es mantenerse a salvo, cuidarse y “cuidarnos”, aunque poco les interesen los que se quedan sin trabajo, los que no pueden asistir a un hospital con graves patologías por no corresponderse las mismas con la “emergencia Covid-19”, los viejos solitarios abandonados por sus hijos “por su propia seguridad”, los niños y jóvenes traumatizados por la falta de aire libre y necesario contacto con sus amigos y compañeros. Ya vendrán tiempos para ser libres de nuevo, dirán. Y es así como se cambia la libertad por seguridad, que como ya dijimos en otros artículos, es el presupuesto necesario para el reinado del Hombre de la Iniquidad.
Si los perversos pudieron avanzar hasta el punto en que lo hicieron, esto se debe a que contaban con dos importantes e indispensables presupuestos para su accionar. En primer lugar, con la increíble estupidez del hombre moderno; ese hombre que sabe opinar, le gusta discutir de lo que no estudió, no le gusta leer, pero se siente increíblemente calificado, y los conocimientos implantados en su open-minded cabeza por la caja boba, lo autorizan para asentir en los criterios pseudocientíficos transmitidos en los Mass Media, considerando a los mismos como verdaderos dogmas.

Cuando uno trata de establecer algún silogismo básico y hacerlo entender que no se puede confiar en un test que está comprobado que da falsos positivos, que si los infectados fueran reales tienen un ridículo porcentaje de mortalidad en relación a la gripe común y a otras enfermedades por la que no se esclavizó a la humanidad anteriormente, que según se reconoce, muchísimos casos ante la duda se tratan como “infectados” aunque no exista comprobación, y lo que es peor, que muchos de los tratamientos son más peligrosos y mortales que el dejar que evolucione “la infección”; se nos responderá inmediatamente que algún doctor, científico, o “autorizado” personaje de traje o delantal en la pantalla sostuvo que dudar del dogma plandémico implica desconocer criterios epidemiológicos, los cuales no se nos explican, no se nos refuta nuestro razonamiento, más se nos ridiculiza por no creer, a esta altura de la civilización en el axioma del nuevo milenio de “confíe en nosotros, somos especialistas”. Entonces, si no podemos establecer razonamientos lógicos, si no podemos negar lo invisible e incomprobable y argumentar desde los hechos y la realidad, ¿cuánto menos podremos hacerle entender a la humanidad lobotomizada por el cientificismo del siglo XXI que tienen que confiar en la Providencia Divina?

Y este globalismo judeo-masónico que considera “neo-nazi” oponerse a la encerrona (aquí) se aprovecha no solo de la estupidez humana. 

Y aquí llegamos al segundo y más importante presupuesto en el que se apoyan los perversos para subyugarnos: la maldad misma de las masas; maldad que proviene del rechazo de esa humanidad autosuficiente que ya no necesita confiar en Dios sino en sus propias fuerzas y su limitada ciencia para mantenerse viva y a flote, sin importar que pase alrededor. El virus narcisista le dirá el israelita escritor Sam Vaknin, considerando que el castigo de la falsa pandemia, es auto-infligida por las sociedades carentes de empatía en los que la armonía y los lazos familiares son relegados por el excesivo y psicótico sentido de autopreservación.

No importa cuan aterrorizado se viva, cuan aislado, cuan aburrido y hasta infeliz; lo importante es “no morir”, y más específicamente, no morir a causa del virus narcisista. Es así que se pueden padecer y aguantar los más terribles dolores y enfermedades a fin no concurrir a un hospital donde puedo contraer el virus cuyo contagio informan los medios como el peor de los males actuales, a pesar de la ínfima tasa de mortalidad del mismo y hasta de los generalmente comunes y poco dolorosos síntomas.

Ciertamente la frase atribuida a Mark Twain, de que es más fácil engañar a la gente que convencerlos que ha sido engañada, es más actual que nunca. Pero la raíz del engaño tiene que ver antes que con la ignorancia, con el oscurecimiento de la inteligencia producida por haberse alejado la creatura de su Creador, como ya dijeramos, por buscar la seguridad mundana antes que la Providencia, por preferir vivir aun perdiendo las razones para vivir, por invertir las prioridades hasta el grado de rechazar el sentido último de nuestra existencia, mismo que consiste como bien enseñaba San Luis Rey de Francia a su hijo en su hora postrera y consiste en cumplir la voluntad de Nuestro Señor para que reciba de nuestra parte servicio y honor, y después de esta vida llegar a verlo, amarlo y alabarlo sin fin.

Pero se nos imponen incluso entre los católicos los “criterios prudenciales”, término bastante utilizado para justificar la tibieza, y la estulticia del que prefiere no razonar y comprometerse.

¿Es nuestra propuesta pesimista? Por supuesto. Como bien decía el Padre Castellani que debíamos serlo humanamente ya que la historia de Cristo y de la Iglesia está signada por derrotas terrenas. Pero sobrenaturalmente nos anima la esperanza, esa virtud teologal que nos hace levantar nuestra vista al Alto, la que nos hace apoyarnos no en nuestras fuerzas sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo, confiando en el autor de la promesa que es fiel, como bien enseña el Catecismo (CIC 1818). Y si hablamos de la gran esperanza, la que subyace cuando todo parece perdido, esperamos con ansias y alegría la que va a implicar la liberación definitiva, la del regreso con todo honor y majestad de Nuestro Señor Jesucristo. Pero antes sabemos que tenemos que transitar por la Pasión de la Iglesia. Pidamos entonces a la Santísima Madre de Dios que nos cubra con su manto y nos asista en estos tiempos para dar el testimonio para el cual fuimos creados.

¡Ven Señor Jesús!


Augusto Espíndola



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