Por Agustín De Beitia
La pretensión de forzar a las instituciones educativas a comunicar contenidos aberrantes es la embestida de un Estado cada vez más despótico. Se nota una diferencia de grado respecto de anteriores ofensivas del laicismo.
Hace pocos días, fray Santiago Cantera, prior del Valle de los Caídos, exaltaba en una preciosa homilía la historia cristiana de España que «brilla por todas partes» en su pasado, y se lamentaba por el actual regreso de proyectos laicistas decimonónicos que intentan borrar toda huella del cristianismo. Quieren «hacer una España que ya no sería España, sin raíces, sin historia, sin tradición, sin alma», constataba. Aquel lamento de Unamuno, «me duele España», que traía Cantera a la memoria, podríamos repetirlo sobre nuestra amada patria, que fue forjada también en la fe de Cristo y sufre el mismo proceso de erosión. La fe, en nuestro caso, precedió a la propia organización como país y -al igual que sucedió con España- le imprimió un proyecto vital que hoy intenta ser reemplazado.
La pretensión de forzar a las instituciones educativas a comunicar contenidos aberrantes es la embestida de un Estado cada vez más despótico. Se nota una diferencia de grado respecto de anteriores ofensivas del laicismo.
Hace pocos días, fray Santiago Cantera, prior del Valle de los Caídos, exaltaba en una preciosa homilía la historia cristiana de España que «brilla por todas partes» en su pasado, y se lamentaba por el actual regreso de proyectos laicistas decimonónicos que intentan borrar toda huella del cristianismo. Quieren «hacer una España que ya no sería España, sin raíces, sin historia, sin tradición, sin alma», constataba. Aquel lamento de Unamuno, «me duele España», que traía Cantera a la memoria, podríamos repetirlo sobre nuestra amada patria, que fue forjada también en la fe de Cristo y sufre el mismo proceso de erosión. La fe, en nuestro caso, precedió a la propia organización como país y -al igual que sucedió con España- le imprimió un proyecto vital que hoy intenta ser reemplazado.
Argentina funciona hoy, a todos los efectos, como un país ocupado, invadido. Ajenos al sentir de la población, sus dirigentes están decididos a demoler su fe y sus tradiciones, a quebrar el alma de nuestra nación. En el viciado ambiente secular que hoy se respira, era solo cuestión de tiempo para que los colegios católicos fueran puestos en entredicho por ser tales.
Es lo que acaba de suceder con una denuncia periodística contra los colegios de la Fraternidad de Asociaciones Santo Tomás de Aquino (Fasta) de la que rápidamente se hizo eco el Estado. El caso es el preludio de una embestida más amplia contra otras instituciones.
La módica artimaña con Fasta consistió en denunciar supuestos abusos de autoridad y castigos físicos para rápidamente pasar al tema que interesaba. Esto es, cuestionar los contenidos educativos que allí se imparten -que no son otros que los de la doctrina cristiana- por presunto «discurso de odio». Y todo porque ofrecen una visión negativa sobre el feminismo, el lesbianismo, el aborto, el divorcio y el matrimonio igualitario, entre otros asuntos, a contramano de lo que ya acepta el Estado.
La serie de artículos periodísticos constituyen un verdadero caso de odium fidei. Pero como existe en los factores de poder una intención de desencadenar un proceso a partir de esto, el modesto artilugio alcanza.
El primero en sumarse a la campaña fue el Inadi, que presentó en la Justicia una denuncia contra los colegios de Fasta -no contra los denunciantes- por posible discriminación, con el argumento de que promueven en sus aulas adoctrinamiento homo y lesbofóbico y discursos de odio hacia el movimiento feminista con manuales de uso obligatorio.
De inmediato, un grupo de once diputados nacionales redactó también un proyecto de resolución ante la Cámara Baja con un juicio negativo sobre esos colegios, en el que aluden al incumplimiento de leyes. Y luego se sumaron a los pedidos de investigación los Ministerios de Educación provinciales, uno de los cuales, el de Córdoba, ya anticipó que intervendrá para exigir que los planes de estudio de Fasta se adecuen a los lineamientos de la ley de Educación Sexual Integral.
La persecución, ahora desde el Estado, debería ser un escándalo en una nación católica como la nuestra. El equivalente a perseguir a un colegio en Israel porque enseña la ley de Moisés. Pero aquí, lejos de escandalizar, es motivo de una investigación contra el agredido.
Se trata de un caso testigo. Si prospera, es evidente que otros colegios podrían ser cuestionados por el mismo motivo. Así, el objetivo que se dibuja en el horizonte es ambicioso: cortar la transmisión de la fe.
La república ocupada (Vórtice, 1985) fue precisamente el título de un libro del doctor Fray Anibal Fosbery, el fundador de la Fraternidad de Asociaciones Santo Tomás de Aquino (Fasta).
Fosbery, un sacerdote dominico, hoy de 87 años, es doctor en Teología por la Universidad Santo Tomás de Aquino de Roma. Fue prior provincial de su orden y rector de la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino. Es, además, autor de numerosas publicaciones sobre temáticas teológicas, filosóficas, culturales, políticas e históricas.
Su labor educativa fue creciendo con los años. La fraternidad fue abriendo colegios en diferentes provincias, incluso en el exterior, y también una universidad. Pero aquella república ocupada que denunciara en su libro es la que acaba de emprender la demolición de su obra.
ATAQUE MALVADO
El doctor Gerardo Palacios Hardy, presidente de la Academia del Plata, lamentó en un diálogo con La Prensa que «en los últimos años de su vida Fosbery tenga que ver este ataque malvado contra una obra magnífica que ha hecho».
En su opinión, esta agresión «solo encuentra antecedentes en la historia en los Estados más totalitarios».
«Es increíble que esto no cause una reacción furibunda en las calles, con semejante atropello», se sorprende.
Unas pocas reacciones hubo. Pero lo que puede perderse de vista es que, con este caso, no está en cuestión solo el derecho de una institución a educar según su ideario. Es mucho más que eso: son todos los colegios católicos los que podrían verse afectados y, en el fondo, es el derecho de los argentinos a ser educados en la fe, lo que está en juego.
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Rafael Breide Obeid, doctor en Filosofía, abogado y profesor en Letras, opina en una diálogo con este diario que Fasta es apenas una excusa. «Al mismo tiempo que se agrede a esta institución, se intenta tranquilizar a la población respecto de que no es algo contra el resto de los colegios. Que es nada más que contra ellos», dice. Pero advierte que luego seguirán con el Opus Dei y otras instituciones.
«Lo que quieren es que se perviertan los colegios católicos. No que se supriman. Quieren que sea el maestro católico el que pervierta a los chicos», aclara. Breide Obeid, que fue rector de la Universidad Católica de La Plata, recuerda que la Educación Sexual Integral fue aprobada en el 2005 y no la aplicaron porque se la consideró aberrante, pero ahora quieren forzar a aceptarla.
Los programas de educación sexual no son el único instrumento de perversión. Como bien señaló monseñor Héctor Aguer, obispo emérito de La Plata, al opinar en su programa televisivo sobre los ataques a Fasta, «ocurre en otras áreas también, como por ejemplo en Historia, donde hay inclinaciones a imponer juicios históricos que no son aceptables».
Breide Obeid cree que la ofensiva contra los católicos, en definitiva, «viene a destruir la última resistencia que hay para lograr los objetivos del enemigo en el campo de la educación».
Para Antonio Caponnetto, doctor en Filosofía y profesor de Historia, «es la embestida de un Estado despótico, de un Estado tiránico, convertido en un monstruo. Un Estado que lo abarca todo y se inmiscuye en todo. Los colegios tampoco son el último objeto con el que se van a conformar. Van por todo, como ya lo han dicho. Van por nuestros hogares. Van por la familia».
Caponnetto se indigna. «Hemos nacido en la Argentina. No queremos vivir ni morir en Babilonia», dice.
En el ataque brutal que impulsa hoy el Estado contra las escuelas católicas, queriendo forzarlas a comunicar contenidos aberrantes, pueden rastrearse semejanzas y diferencias con otros episodios del pasado, como las embestidas laicistas de los años «80 del siglo XIX o el conflicto «laica vs libre» de fines de la década del «50 del siglo pasado. Al respecto, Caponnetto responde: «La naturaleza de este mal es la misma. Lo que hay es una diferencia de grado».
«La naturaleza es el Movimiento de la Revolución Mundial Anticristiana, un concepto que en el Magisterio Tradicional de la Iglesia se reiteraba con cierta frecuencia. Su denominación es muy precisa: alude un curso de acción, un plan, un desarrollo en el tiempo y aún en el espacio», señala el profesor.
En cuanto al origen del ataque, queda claro que no siempre fue el progresismo, como parecería en este caso. La procedencia cambia con el paso del tiempo, lo que dificulta la definición del agresor. «No me niego a llamarlo progresismo, aunque entiendo que es reducirlo a uno de sus muchos tentáculos», dice Caponnetto, quien explica que «la Iglesia supo también hablar claro» sobre quiénes son los que ejecutan esa Revolución anticristiana.
«Los llamó con propiedad teológica hijos de las tinieblas; y con propiedad histórico-política marcó a fuego la responsabilidad de ideologías convergentes, con su común denominador de naturalismo, liberalismo, laicismo, inmanentismo, cabalismo gnóstico y materialismo. Un brebaje explosivo que sabe preparar y servir muy bien la Masonería», añade.
«Los agresores son los mismos, en el espíritu y en el móvil que los anima», explica. «De aquellos polvos vinieron estos lodos; y un error pequeño al principio es grande al final. Sentencias ambas de raigambre escolástica que se aplican al caso. Pero el «grado» de ese mal es el que distingue a una etapa de la otra, a un momento histórico del que le sucede», advierte.
«En la persecución o en el hostigamiento del Estado hacia la Iglesia de los siglos pasados, bajo la bandera del laicismo integral, había -por decirlo con un tecnicismo jurídico- un núcleo de cláusulas pétreas que no se osaba tocar; una especie de código o de protocolo intangible. Era el respeto hacia el Orden Natural; o al menos, su no cuestionamiento explícito. Hoy no. La embestida atroz es contra la naturaleza, contra el Orden Natural y el Orden Moral Objetivo. Hay una guerra a muerte a todas las manifestaciones del Orden Natural; y no se permite que nadie escape a esta homogeneización compulsiva», asegura.
Breide Obeid coincide en que, «al negar esta ofensiva la misma idea de naturaleza, entonces todo pasa a ser manipulable y todo es pasto de la ideología».
«El Estado ha dejado de ser neutral y las conductas religiosamente inspiradas van a ser perseguidas. No va a haber lugar para la objeción de conciencia, ni nada», señala Breide Obeid.
Caponnetto advierte que «mientras no nos atrevamos a arrancarles las máscaras a estos malvados unidos en nefasto consorcio -la metáfora es de León XIII- seguirán cometiendo sus tropelías».
Pero también señala que, «para que esto sucediera, sería necesario que la Iglesia tuviera hoy la lucidez y el coraje de otrora. Y esta es la otra y dolorosa diferencia entre las agresiones laicistas del pasado y las del presente. Aquellas se topaban con un Magisterio sólido, respaldado por la Cátedra de Pedro y una Jerarquía vigorosa. Las de hogaño se topan con ese catolicismo amerengado, aflanado y mistongo, que zahería el cura Castellani».
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Breide Obeid lamenta la débil respuesta de la jerarquía católica local. «El Episcopado dijo: nosotros estamos realizando una investigación interna, lo que frenó la jurisdicción externa. Pero esto no es muy claro. Porque el comunicado del Episcopado no dice que están acompañando a Fasta en el cumplimiento de los mandamientos de la ley de Dios, de los principios constitucionales argentinos de libertad de enseñanza, y de los derechos de los padres y de las comunidades. Entonces resulta una declaración difusa», señaló.
¿INTEGRISMO?
Fasta es el primer blanco. Es una institución que viene siendo cuestionada desde hace años por el mismo periódico, que parece tenerle una tirria especial. Es posible que la gestualidad miliciana de la fraternidad excite la imaginación de la izquierda, que cree enfrentar a «un grupo integrista», como ha dicho, cuando lo que tiene delante es una expresión conservadora.
Pero más allá de Fasta, quienes se dedican a la docencia saben que la enseñanza católica en general marcha en dirección opuesta al integrismo, y que sufre la misma decadencia que el resto de la educación en nuestro país, lo que la hace más vulnerable a este tipo de ataques.
Salvo excepciones, dice Breide Obeid, se nota desde hace años un repliegue discursivo en la educación católica, tomada en su conjunto, que deja expuestos a los alumnos a cualquier influencia. «La educación católica está en una situación muy grave. La catequesis pasó a un sentimentalismo, a una emoción, y no a una formación de la razón y la fe. En muchos casos ya no se predica toda la doctrina, sino una benevolencia falsa».
«La semilla de la derrota de los colegios católicos ya está en los propios alumnos. Y se ve en aquellos que andan por los colegios católicos con pañuelos verdes», apunta.
Lo que parece evidente es que, si no se fortalece esa educación católica, el objetivo de una Argentina sin raíces, sin tradición y sin alma, se completará antes de lo que podía suponerse.
Les dan el lazo para que ellos mismos se ahorquen
Rafael Breide Obeid, que fue rector de la Universidad Católica de La Plata, asegura que, lo que estamos viendo hoy, es que pretenden darles a los colegios católicos «el lazo para que ellos mismos se ahorquen».
«Esa idea la explica muy bien Rafael Gambra en un extraordinario libro, El lenguaje y los mitos, en el que narra la destrucción de la ciudad de Megara, en la periferia de Atica, Grecia», asegura Breide Obeid, doctor en Filosofía y profesor en Letras.
«Cuenta Gambra que el general Demetrio Policertes había tomado por asalto la ciudad de Megara, y entre sus moradores está el filósofo estoico Stilipon, al que él admiraba mucho y del cual se consideraba el discípulo. Pero no tiene más remedio que ordenar el ataque de la ciudad. Y en pleno incendio y derrumbe de la ciudad, y en medio de la matanza y la muerte, llega a la casa de este hombre al que quería salvar», recuerda.
«Policertes también quería ver cuál era la actitud del estoico en medio de la desgracia. Y comentó: ni la ruina de la casa, ni la muerte de su familia, ni la caída de su patria, ni el derrumbe del templo sobre sus dioses lo habían podido sacar de la impasibilidad».
«Ahí lo que interesa -dice Breide Obeid- es la gradación de los bienes. En el punto supremo está la caída de la religión, después la pérdida de la patria, después la pérdida de su familia que había sido masacrada y por último la ruina económica de su casa».
«Dice Gambra: si Policertes, en lugar de haber tomado la ciudad por asalto la hubiera tomado por una estratagema, y un día se hubieran levantado los meganeses y hubieran encontrado que en la acrópolis de Megara estaba instalado el Ejercito dominando la ciudad, habrían perdido la religión y habrían perdido la patria. Y lo que mantenían, que eran su familia y los bienes particulares, era cuestión de tiempo que se los quitaran», continúa el profesor.
«Mientras esto no ocurría aún, se aferraban a esos bienes pese a la pérdida de los bienes mayores. Es decir: el precio para mantener a su familia y a los bienes particulares era su consentimiento de la desgracia de la patria y del templo», explica.
«Lo que quiere hacerse hoy es desatar un proceso interno en cada institución para ir llevándola gradualmente a su autodestrucción, mientras las ilusionan con la conservación de los bienes inferiores. Pero lo principal ya se ha perdido. El enemigo está actuando en el templo y en la fortaleza. Se ha perdido el alma», advierte.
«Lo mismo que sucedió en el siglo XIX y XVIII, cuando los reyes masones fueron caminando solos al cadalzo. Dejaron avanzar las ideas y fueron obligados a estrangularse con sus propias manos», recuerda Breide Obeid. «Eso buscan».
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