El Papa Francisco y la FSSPX: una oportunidad
Un colaborador del National Catholic Register (EWTN), una web emblemática del neoconservadurismo
eclesial norteamericano, opinó a favor de regularizar la situación canónica de
la FSSPX. A los pocos minutos el artículo desapareció de la página. Ofrecemos hoy nuestra revisión de la traducción
del artículo desaparecido.
El Papa Francisco y la FSSPX: una
oportunidad.
Por PATRICK ARCHBOLD
A estas alturas, muchos de ustedes
probablemente han visto el video de Tony Palmer, la semana pasada, que fue muy
emocionante para muchos.
En una conferencia de
protestantes, Tony Palmer, un sacerdote anglicano, trajo consigo un video de iPhone con el saludo del Papa Francisco.
El tema de la conferencia y de la grabación del Papa era la unidad de los
cristianos.
En su discurso, el Papa Francisco
hizo las siguientes declaraciones a los hermanos separados, con respecto a la
separación misma: "Separados porque, es el pecado el que nos ha separado,
todos nuestros pecados. Los malentendidos a lo largo de la historia. Ha sido un
largo camino de pecados que todos compartimos.
¿Quién tiene la culpa? Todos compartimos la culpa. Todos hemos pecado.
Sólo hay uno sin culpa, el Señor".
Sin duda, es así.
Independientemente de la verdad de la doctrina católica, la Iglesia ha aceptado
su parte de culpa en los malos entendidos, que se han ido profundizando y
endureciendo, lo que lleva a siglos de separación.
Cuando me enteré de esto, algo más,
escrito por el predecesor del Papa Francisco, vino inmediatamente a mi mente.
En 2007, junto con la emisión del Motu proprio Summorum Pontificum, el Papa Benedicto XVI envió una carta dando
sus razones. En esa carta, hizo la siguiente declaración:
«…Mirando al pasado, a las divisiones que a lo largo de los siglos han
desgarrado el Cuerpo de Cristo, se tiene continuamente la impresión de que en
momentos críticos en los que la división estaba naciendo, no se ha hecho lo
suficiente por parte de los responsables de la Iglesia para conservar o
conquistar la reconciliación y la unidad; se tiene la impresión de que las
omisiones de la Iglesia han tenido su parte de culpa en el hecho de que estas
divisiones hayan podido consolidarse. Esta mirada al pasado nos impone hoy una
obligación: hacer todos los esfuerzos para que a todos aquellos que tienen
verdaderamente el deseo de la unidad se les haga posible permanecer en esta
unidad o reencontrarla de nuevo. Me viene a la mente una frase de la segunda
carta a los Corintios donde Pablo escribe: “Corintios, os hemos hablado con
toda franqueza; nuestro corazón se ha abierto de par en par. No está cerrado
nuestro corazón para vosotros; los vuestros sí que lo están para nosotros. Correspondednos;...
abríos también vosotros” (2 Cor 6,11-13). Pablo lo dice ciertamente en otro
contexto, pero su invitación puede y debe tocarnos a nosotros, justamente en
este tema. Abramos generosamente nuestro corazón y dejemos entrar todo a lo que
la fe misma ofrece espacio.”»
Se me ocurre que esto puede ser
uno de esos momentos críticos de la historia a los que Su Santidad se refiere.
Con la ruptura de las
conversaciones entre la Santa Sede y la Fraternidad San Pío X, al final del
pontificado anterior, el ánimo del público durante este primer año del actual
pontificado, y otros acontecimientos internos, los católicos tradicionales,
tanto dentro como fuera de la Iglesia, se han sentido cada vez más marginados. Sea
verdadero o falso, lo digo sin temor a la contradicción, se trata de un
sentimiento predominante.
Esta percepción de la marginación
se ha manifestado en la retórica cada vez más estridente y en una franca falta
de respeto por parte de algunos tradicionalistas y sus líderes.
Tengo la gran preocupación que,
sin toda la generosidad que permite la fe a los líderes de la Iglesia, esta
separación, esta herida en la Iglesia, se convierta en permanente. De hecho,
sin tal generosidad, es lo que cabe esperar. Con tal separación permanente, y
con tal sentimiento de marginación, probablemente se separarán más almas que
las que hoy están asociadas a la FSSPX.
También he llegado a creer que el
Papa Francisco es exactamente el Papa
que puede hacerlo. En su discurso a los evangélicos, deja en claro una preocupación
real por la unión.
Por esto, he aquí lo que estoy
pidiendo. Pido al Papa que aplique esa gran generosidad hacia la Fraternidad
San Pío X, y que normalice las relaciones y su posición dentro de la Iglesia.
Le pido al Papa que haga esto incluso sin el acuerdo total sobre el Concilio
Vaticano II. Cualesquiera que sean sus desacuerdos, sin duda esto se puede
resolver en el tiempo con una FSSPX firmemente implantada en la Iglesia. Creo
que la Iglesia tiene que ser más generosa respecto de la unión, [y no] insistir
en una adhesión dogmática a la interpretación de un Concilio no-dogmático. Los
problemas son reales, pero tienen que ser resueltos con nuestros hermanos en
casa y no con la puerta cerrada.
Además, el compromiso del Papa
Francisco para con los objetivos del Concilio Vaticano II es incuestionable. De
manera tal que nadie podría interpretar su generosidad como un rechazo del
Concilio. ¿Cómo podría ser? Porque quizás podría no haberse percibido así en el
anterior pontificado; pero hoy el Papa Francisco es justamente el adecuado para
este momento magnánimo.
Yo creo que esta generosidad está
justificada, y es la práctica habitual en la Iglesia. No insistimos a las
órdenes religiosas que puedan haberse desviado aún más lejos, en otra
dirección, para que firmen una copia de la Pascendi
Dominici Gregis antes de que puedan ser llamadas católicas de nuevo. Así
que, por favor, no nos hagan insistir más en un corolario aplicable a la FSSPX.
¿Debemos insistir más con un grupo que ha permanecido impasible desde hace
cincuenta años? Ruego que no.
Denles status canónico y una estructura organizativa que los proteja. Tráiganlos
a casa, por su bien y el de innumerables almas. Sinceramente, creo que tal
generosidad será pagada siete veces. El Papa Benedicto XVI ha hecho mucho del
trabajo pesado ya, todo lo que se requiere es un poco más.
Por favor, Santo Padre, no dejemos
pasar este momento y que esta brecha se convierta en un abismo. Haga esta
oferta generosa y salve a la Iglesia de una nueva división. Haga esto para que
ninguno de sus sucesores pueda alguna vez decir: "¡Ojalá hubiéramos hecho
más."