JUDAS SE CONDENO, PORQUE LO DICE JESUS
“Lo
más grande en el asunto de Judas no es su traición, sino la respuesta
que Jesús da. (…) El mayor pecado de Judas no fue haber traicionado a
Jesús, sino haber dudado de su misericordia” (Sermones de la Casa Pontificia – Cuaresma – 18 de abril 2014).
El
P. Cantalamessa no comprende el pecado de Judas. La traición de Judas
es su pecado contra el Espíritu Santo, del cual ya no hay perdón.
Judas
sintió que había hecho mal, pero no se arrepintió de ello. No podía,
por su pecado. Su pecado va contra la Misma Misericordia y no puede
hallar nunca confianza en Dios cuando ha pecado.
El mayor pecado de Judas fue su traición a Jesús. En esa traición está la duda contra la Misericordia Divina.
Este
es el punto. Sólo de ese pecado, que es la blasfemia contra el Espíritu
Santo se puede salir de forma extraordinaria, que sólo Dios conoce.
Sólo Dios puede dar la Gracia del arrepentimiento. Y Dios no se la dio a
Judas. Su forma de morir es clara: no es una muerte arrepentida. No es
una muerte penitente. No es una muerte en la que el alma confíe en el
perdón de Dios.
“Jesús
nunca abandonó a Judas y nadie sabe dónde cayó en el momento en que se
lanzó desde el árbol con la soga al cuello: si en las manos de Satanás o
en las de Dios. ¿Quién puede decir lo que pasó en su alma en esos
últimos instantes? «Amigo», fue la última palabra que le dirigió Jesús y
él no podía haberla olvidado, como no podía haber olvidado su mirada”
(Ibidem): grave error en el predicador, que no sabe discernir por las
obras exteriores la voluntad del hombre. Quien se suicida es clara que
está pecando. La obra exterior del que se suicida es una obra de pecado.
Luego, el alma del que se suicida está en las manos de Satanás. Dios
puede arrebatarle ese alma a Satanás. La pregunta es si Dios lo hizo. Y
la respuesta la da el mismo Dios:
«Ninguno de ellos se ha perdido, excepto el hijo de la perdición»
(Jn 17,12). La Palabra de Dios nunca miente y hay que interpretarla en
Dios, no en el hombre. El P. Cantalamessa la interpreta con su razón
humana: “pero aquí, como en tantos otros casos, él habla en la
perspectiva del tiempo no de la eternidad; la envergadura del hecho
basta por sí sola, sin pensar en un fracaso eterno” (Ibidem).
Dios
nunca habla en perspectiva del tiempo ni de la eternidad. Dios habla Su
Mente. Y en la Mente Divina hay tres ciencias: lo que nunca se va a
dar; lo que puede darse, pero no se da (porque existe una condición); lo
que se va a dar de forma absoluta.
Jesús, cuando da Su Palabra, no pone una condición, sino que la dice de forma absoluta: «Ninguno de ellos se ha perdido, excepto el hijo de la perdición».
Se ha perdido el hijo de la perdición. No dice: si se arrepiente, si
cambia, si obra esto u lo otro, entonces se va a perder. Jesús no pone
una condición cuando habla. Luego, Jesús está dando el conocimiento
absoluto de la condenación de Judas. Judas se condenó porque lo dice
Jesús.
El P. Cantalamessa hace lo imposible para negar este hecho, esta Verdad: “El
destino eterno de la criatura es un secreto inviolable de Dios. La
Iglesia nos asegura que un hombre o una mujer proclamados santos están
en la bienaventuranza eterna; pero de nadie sabe ella misma que esté en
el infierno”. Esto es otro grave error doctrinal en el predicador.
La
Iglesia tiene toda la Verdad, porque la Iglesia es guiada por el
Espíritu de la Verdad, que lleva a todas las almas, que pertenecen a la
Iglesia, hacia la plenitud de la Verdad. La Iglesia, al igual que sabe
quién es santo, también sabe quién se condena. Quien niegue este
conocimiento, niega la Verdad, niega la Iglesia.
En
la Iglesia nos regimos por la Palabra de la Verdad, no por las palabras
de los hombres, no por las filosofías de los hombres, no por sus
teologías, ni por sus opiniones humanas. La Iglesia sabe quién está en
el Infierno, porque el Infierno no está vacío. La Iglesia enseña a no
pecar y, por tanto, enseña a apartarse de aquellos pecados que conducen
al infierno. La Iglesia conoce cuándo un alma está en pecado. Y la
Iglesia enseña que si ese alma, muere en ese pecado, se va al infierno.
Esto es una verdad que no se puede negar.
En
el último segundo de la vida de un alma, Dios puede obrar y sacar el
arrepentimiento al alma para que se salve. En ese misterio nadie se
puede meter. Pero cuando las cosas son claras con un alma, como en la
vida de Judas, hay que ser sencillos cuando se explica esa vida a la
Iglesia. Es lo que no hace el P. Cantalamessa. Da una mentira para decir
que Judas se arrepintió.
¡Cuánto
cuesta a los sacerdotes predicar las cosas como son! ¡Cómo les gusta
poner de su cosecha para meter más confusión en la Iglesia! Y terminan
negando una Verdad: la traición de Judas, que es lo que marca la Pasión.
Sin traición, no hay Pasión. Esto es lo que el P. Cantalamessa no sabe
explicar, porque niega lo fundamental:
“¿Quién
es, objetivamente, si no subjetivamente (es decir en los hechos, no en
las intenciones), el verdadero enemigo, el competidor de Dios, en este
mundo? ¿Satanás? Pero ningún hombre decide servir, sin motivo, a
Satanás. Quién lo hace, lo hace porque cree obtener de él algún poder o
algún beneficio temporal. Jesús nos dice claramente quién es, en los
hechos, el otro amo, al anti-Dios: «Nadie puede servir a dos amos: no
podéis servir a Dios y a Mammona» (Mt 6,24). El dinero es el «Dios
visible», a diferencia del Dios verdadero que es invisible” (Ibidem).
El
P. Cantalamessa no ha comprendido el misterio de iniquidad en los
hombres. Y, entonces, se dedica -en su homilía- a hablar sobre el
dinero. Y no ve que el dinero es el invento de Satanás. No lo capta. Y
no lo puede captar.
Todos
los ídolos que tiene el hombre: el dinero, el sexo, la razón, el poder,
etc…, son el fruto de la obra del demonio en la mente de los hombres.
El
demonio trabaja en la mente de cada hombre, y le lleva a su ídolo. El
ídolo de Judas: el dinero. ¿Quien maneja a Judas?: Satanás. El enemigo
de Dios en Judas: Satanás.
El
alma es amiga de Dios porque sigue al Espíritu Divino; el alma es
enemiga de Dios porque sigue al espíritu del demonio. Esta es la única
Verdad. El alma hace una obra de pecado o hace una obra divina porque
sigue a un espíritu. Nunca el alma obra sola. Nunca. Siempre hay un
ángel o un demonio a su lado para salvarla o perderla.
Satanás
es el Enemigo de Dios. Y eso es claro por la Sagrada Escritura. ¿Quién
se rebeló en los Cielos? Lucifer. ¿Quién tentó al hombre en el Paraíso?
Satanás. ¿Qué es lo que sale de la boca del Falso Profeta? El espíritu
del demonio.
No
hay mayor ciego que el que no quiere ver. No hay mayores ciegos que
esta Jerarquía que se empeña en negar el pecado, en negar el infierno,
en negar la Justicia de Dios, y que todo está en transmitir una doctrina
totalmente contraria a la verdad, donde Dios perdona todo pecado, donde
todo el mundo se salva, donde el infierno está vacío.
Hoy
no se enseña la Verdad en la Iglesia. Esta predicación de este Padre es
el ejemplo de esto. No se llaman a las cosas por su nombre. No se dice
sí, sí; y no, no. Es todo una confusión, una amalgama de cosas, un no
querer transmitir la Verdad de la Palabra de Dios, sino dar las palabras
humanas a los hombres para tenerlos cegados, ensimismados en sus
pecados. Y así nadie lucha por quitar el pecado, sino que todos tienen
la idea de que están salvados.
Y,
claro, se dedican a hacer predicaciones en lo que se habla de la
justicia social, de los derechos de los hombres, de las crisis
económicas, de que el dinero es muy malo; y se termina haciendo política
para negar la Palabra de Dios. Es lo que hace este predicador. Su
visión del problema del hombre:
“¿Qué
hay detrás del comercio de la droga que destruye tantas vidas humanas,
detrás del fenómeno de la mafia y de la camorra, la corrupción política,
la fabricación y el comercio de armas, e incluso -cosa que resulta
horrible decir- a la venta de órganos humanos extirpados a niños? Y la
crisis financiera que el mundo ha atravesado y este país aún está
atravesando, ¿no es debida en buena parte a la «detestable codicia de
dinero», la auri sagrada fames, por parte de algunos pocos? Judas empezó
sustrayendo algún dinero de la caja común. ¿No dice esto nada a algunos
administradores del dinero público?” (Ibidem).
¿Qué
hay detrás? Satanás está detrás. Entonces, ¿qué hay que predicar?
Predica cómo combatir al demonio. Predica cómo combatir el pecado de
usura. Predica cómo combatir el pecado de avaricia. Predica qué
penitencia hay que hacer para no caer más en el pecado de avaricia y de
usura. Predica qué significa la ley de Dios y cómo seguirla en los
negocios, en las empresas económicas. Predica eso y enseña la Verdad,
pero no hagas política. No te quejes, como un político, de que existen
malos administradores, de que hay hombres que dañan a otros porque
emplean las drogas, el sexo, etc. No hagas una compaña política. No
subleves a la gente con mitines políticos.
Los
sacerdotes no cuidan las almas en la Iglesia. No les enseñan la Verdad,
sino que les hablan de los que ellas quieren escuchar. Y, por eso,
todos contentísimos con Francisco. Francisco es del pueblo, es de la
masa vulgar, ignorante de la verdad, plebeya, que sólo quiere oír sobre
justicias sociales y derechos humanos, pero que no quieren escuchar la
Verdad.
El
P. Cantalamessa no predica la Verdad. Entonces, ¿para qué se pone a
predicar? ¿Qué objeto tiene esa predicación en la Iglesia? ¿Por qué
enseña la mentira? Es un sacerdote ciego, guía de ciegos.
La
traición de Judas es la cima del pecado. Y esa cima sólo se puede obrar
siguiendo a Satanás en su interior. Porque para matar al Hijo de Dios,
hecho carne, es necesario un plan del demonio, una mente demoníaca; no
es suficiente una mente humana. La avaricia del dinero no mata al Hijo
de Dios. Lo que hay detrás de esa avaricia; la intención de conseguir un
dinero para hacer una obra del demonio, ése es el pecado de Judas. El
demonio enseñó a Judas cómo obrar ese pecado. Y, por eso, haciéndolo,
automáticamente se condenó. Judas comete el mismo pecado de Lucifer, del
cual no hay perdón, no hay misericordia, no es posible confiar en la
Misericordia, porque el alma se pone en la Justicia Divina. Y sólo en
esa Justicia, donde ya no hay Misericordia. Es un pecado perfecto. Y,
por eso, se llama pecado contra el Espíritu Santo. Se impide al Espíritu
de la verdad guiar al alma hacia la verdad del arrepentimiento. Se
cierran todos los caminos para ese alma. Y, por eso, es el trabajo del
demonio en la mente del hombre. Si el demonio no trabaja para llevar al
hombre a la perfección de ese pecado, entonces el hombre no comete el
pecado contra el Espíritu y puede salvarse.