domingo, 1 de marzo de 2015

Familias numerosas


Familias numerosas


Familia Duggar.
Sabido es que la Iglesia elogia y tiene en alta estima a la familia numerosa. Pero la procreación es una actividad humana, no mera reproducción animal, que se ha de regular por la prudencia cristiana. En los casos concretos, la decisión de tener una familia numerosa, supone la previa decisión prudencial de los cónyuges. Como toda obra cristiana, la descendencia es un don de Dios, que se recibe. El generoso con los padres es Dios, que les concede el regalo de los hijos y lo necesario para educarlos cristianamente. No es que los esposos deban «ser generosos» con Dios proponiéndose el bien de una familia numerosa —con criterio cuantitativo: cuantos más hijos, mayor virtud—, porque como es algo tan bueno, Dios los ayudará con toda seguridad. No es verdad que lo que más cuesta sea lo más meritorio y santificante para los padres. Es la intensidad de la caridad lo que da el mérito al obrar.
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Desde una perspectiva meramente cuantitativa, pareciera que la Iglesia estima por igual a cualquier familia numerosa. Sin embargo, la realidad de las familias numerosas es variable y puede ser el resultado de distintos comportamientos morales, como lo expresan estos párrafos que transcribimos a continuación: 
«Hay dos clases de familias numerosas. Primero, la familia numerosa salvaje, aquella que todavía hallamos en las carretas y en los tugurios, la familia que se abandona a los instintos, que no prevé nada, que da numerosos hijos no porque los desee, sino porque vienen sin pensarlo, y que los deja crecer en el abandono. Esas familias no denotan virtud alguna en los padres, los cuales a veces ni siquiera están casados y educan mal o no educan en absoluto a sus hijos. En los barrios populares de las grandes ciudades se encuentran mujeres cargadas de hijos, nacidos de padres diferentes, que ni ellas mismas son siempre capaces de determinar.
En el extremo opuesto hallamos la familia numerosa civilizada, la de los esposos reflexivos y previsores que se dan cuenta de las cargas que asumen y de los sacrificios que se imponen al poner muchos hijos en el mundo y aceptan cargas y sacrificios porque saben que, en el orden natural, no hay nobleza más alta que educar una numerosa familia y hacer de sus hijos los continuadores de la tradición familiar. Esas familias están en la cumbre de la moralidad familiar; dan el ejemplo del sacrificio de los goces inferiores en aras de las virtudes ideales. Constituyen una minoría selecta y dan ejemplo de valor, a veces de heroísmo. Pero la virtud que ellas practican exige tal fuerza moral, que no debe sorprendernos que su número sea reducido.» (LECLERCQ, J. LA FAMILIA SEGÚN EL DERECHO NATURAL. 4ª ed. francesa, 1958; trad. esp. Ventosa, Herder, 1961, pp. 215-216).