“ID A TOMÁS”
El Vetus Ordo, anterior a la reforma litúrgica que siguió al Concilio Vaticano
II, dedicaba a la celebración de la memoria de Santo Tomás de Aquino, Doctor
Angélico y Doctor Común de la Iglesia, el día de la fecha, 7 de marzo. Pese a
que actualmente dicha celebración se trasladó, conforme al Novus Ordo, al día 28 de enero, nos parece apropiado rendir tributo,
al cumplirse un nuevo aniversario de su santa muerte, al genio intelectual más brillante que ha
conocido la historia de la Iglesia, y que permanece aún hoy como antorcha
luminosa y referencia segura para el pensamiento católico en la búsqueda de armonía
entre razón y fe, tal como lo reconociera San Juan Pablo II en su encíclica “Fides et Ratio”. A continuación
transcribimos unas sencillas líneas, hace largo tiempo concebidas, en torno a
la enseñanza de la gran encíclica Aeterni
Patris, que el Sumo Pontífice León XIII publicara en 1879, impulsando el
acrecentamiento de los estudios tomistas.
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"Id a Tomás". Frase ésta (“ite ad Thomam”, en el original) que se ha popularizado en los
medios católicos intelectuales, ha sido extraída de la encíclica Studiorum Ducem, que el papa Pío XI
publicó para la conmemoración del 6° centenario de la canonización del Doctor
Angélico, Santo Tomás de Aquino, en 1923. A través de ella se invita a todos
los católicos ansiosos de profundizar en el contenido de su fe, pero sobre todo
a aquellos dedicados de cualquier modo al quehacer intelectual, a recurrir sin
cesar a la perenne fuente de los escritos del Aquinate, a fin de interiorizarse
en el conocimiento de la verdad en todas sus dimensiones.
La encíclica del papa Pío, por otra
parte, se sitúa en la línea iniciada años atrás por su predecesor León XIII,
conocido como el “Papa del Rosario y de Santo Tomás”, por su incansable labor a
favor de la promoción tanto del rezo de la venerable oración mariana cuanto del
estudio del Angélico Doctor. Fue él, en efecto, quien publicó el primero en
1879 la encíclica Aeterni Patris, en
la que trata sobre la urgencia de una pronta restauración de la filosofía
cristiana. Ciertamente, no es solo a Santo Tomás y su pensamiento que corresponde
el título de “filósofo cristiano” o “filosofía cristiana”, pero sí podemos afirmar,
en sintonía con el Sumo Pontífice, que a ellos pertenecen por excelencia.
Resulta altamente simbólico un
homenaje de este calibre al Doctor Común, así como la viva recomendación del
estudio de sus obras, habiendo transcurrido tantos siglos desde la Escolástica,
de la cual Tomás representa la culminación, hasta nuestros días. Con todo, el
motivo de esta reivindicación nos lo da el mismo Santo Padre, cuando señala
cómo “consiguió él [Santo
Tomás] no sólo haber vencido por sí solo
todos los errores de los tiempos pasados, sino también haber suministrado armas
invencibles para refutar los errores que se habían de suceder en los siglos
venideros”. Por lo demás, “distinguiendo
muy bien la razón de la fe, como es justo, pero asociándolas amigablemente,
conservó los derechos de una y otra, proveyó a su dignidad de tal suerte que la
razón, elevada a la mayor altura en alas de Tomás, ya casi no puede levantarse
a regiones más sublimes, ni la fe puede casi esperar de la razón más y más
poderosos auxilios que los ya logrados por medio de Tomás” (n. 12).
Muchos y
valiosos han sido a lo largo de la historia los testimonios en favor de la
autoridad singular de que goza Santo Tomás entre todos los doctores de la
Iglesia, y que León XIII no se cansa de enumerar en su célebre encíclica (cfr. nn.
13-15), la cual significó un impulso decisivo para el tomismo, que
experimentaría un gran florecimiento en el siglo XX: nos basta a nosotros
constatar que sólo el Angélico es llamado a su vez con el título de Doctor Communis, y que ha sido nombrado
Patrono de todas las Universidades y centros de estudio católicos, como para
dar a entender que tanto su ejemplo como su intercesión constituyen para los
hijos de la Iglesia abocados al trabajo intelectual un camino seguro para
alcanzar por este medio su santificación y promover el apostolado.
Por lo
demás, el cultivo de la doctrina tomista entraña un potencial de fecundidad
capaz de renovar no sólo la teología y la metafísica, sino también, y por la
misma razón, todas las ciencias humanas, y aún las estructuras sociales, tal
como lo enseña el papa León: “La sociedad
doméstica y aun la misma sociedad civil, que en peligros tan graves se
encuentran, como todos vemos, a causa de la peste de tan perversas opiniones,
vivirían ciertamente más tranquilas y más seguras, si en las Universidades y
Escuelas se enseñase doctrina más sana y más conforme al magisterio de la
enseñanza de la Iglesia, tal como la contienen los volúmenes de Tomás”
(n.19). En efecto, la extraordinaria fecundidad del pensamiento tomista no proviene
sino de la fidelidad al contenido de la Revelación, a la autoridad del
Magisterio, y al recto uso de la razón natural.
También
en nuestros días el Magisterio de la Iglesia ha querido indicar la obra tomista
como sendero seguro para el cultivo de la ciencia, como lo demuestran los
textos del Concilio Vaticano II, que
remiten tanto a los sacerdotes (Optatam
totius, n. 16) cuanto a los educadores cristianos en general (Gravissimum educationis, n. 10) al
pensamiento de Santo Tomás, y el nuevo Código
de Derecho Canónico, que hace lo mismo por su parte (Canon 252, 3); sin
contar las numerosas intervenciones de los Papas en el mismo sentido.
Estas y
muchas más, constituyen otras tantas razones para tomar hoy nuevamente sobre
nosotros el compromiso de trabajar por la renovación del pensamiento y la
cultura católicos en todos los ambientes, bajo la guía señera de este ilustre
pensador que Dios ha dado a la Iglesia de su Hijo y a toda la humanidad.