jueves, 22 de febrero de 2018

AÑO 10- CAPITULO 15º- LA PAGINA NEGRA DE LA HISTORIA MILITAR ARGENTINA


AÑO 10

CAPITULO XV

LA PAGINA NEGRA DE LA HISTORIA MILITAR ARGENTINA
 Cronistas de aquellos tiempos,     testigos de los sucesos,     nos pintan a Vieytes como a un personaje contagiado del terrorismo de Moreno.          A pesar de eso encontró tan monstruosa la orden de "arcabucear" a Liniérs y sus ilustres compañeros, que vaciló en cumplirla, y eso le perdió.
"Los señores Moreno, Castelli y Vieytes —dice un autor de aquella época, en un libro impreso mucho después—, .  en el seno de la Junta Gubernativa eran los representantes de la doctrina de esta secta política que pretendía, a ejemplo de la que le servía de modelo, . regenerar el orden político y social de estos países por medio de la sangre y del crimen..." . . . .URIBURU, DÁMASO, Memorias  (Buenos Aires, 1934), página 31.

Vieytes, representante civil de la Junta y Ocampo, . jefe militar de la expedición, fueron destituidos y reemplazados por otros considerados más capaces de cumplir las tremendas instrucciones de Moreno,        que aprovechó ese fugaz momento de influencia política.


En lugar de Ocampo se puso al frente del ejército a Antonio González Balcarce;      y en vez de Vieytes,     a Castelli, con el cargo de Diputado o Comisario del Gobierno en Campaña. Las tropas marcharon hacia el Alto Perú.

Omnímodas, . como las de un rey absoluto fueron las facultades con que partió Castelli, . y muy por encima de las del propio jefe militar de la expedición.      Milicianismo avant la lettre.

"La Junta de Comisión de la expedición —reza textualmente el decreto en que se lo nombró—, . reconocerá a dicho Doctor Castelli por representante de la Junta, . obedecerá ciegamente sus órdenes, y no ejecutará plano, . medida ni providencia alguna sino con su aprobación. . . Y los pueblos interiores recibirán al Dr. Juan José Castelli como un órgano legítimo de la voluntad y sentimientos de esta Junta. . ." . . . Decreto del 6 de noviembre de 1810. Registro Oficial de la República Argentina, tomo1, página 74.

Como ésta se había arrogado todas las atribuciones del Rey,        y no reconocía cortapisas de ninguna especie, y decretaba ejecuciones sin formas de proceso,     su representante, investido de todas sus facultades, se vio poderoso como un procónsul.

Vamos a ver la manera en que usó de su desmesurada autoridad.

López nos describe el temperamento de Castelli.        "No hay duda —dice—,  que Castelli había  entrado en la Revolución animado de un espíritu inclemente e imbuida toda su alma en esa doctrina ya expuesta. . Pero no era tanto por su propia índole, . cuanto por la convicción de que su país y sus compatriotas habían abierto una lucha tremenda,    en la que el terror debía imponerse como el arma   más   formidable, para someter y anonadar las rebeldes resistencias de los realistas contra la soberanía   nacional.        Su carácter apasionado, los compromisos que había tomado con sus amigos y con la opinión pública,    de aterrar a los enemigos del nuevo régimen, para quitarles hasta la idea de hacer frente a nuestras tropas,       le habían dado una naturaleza nueva, un temple artificial. . .LÓPEZ,  VICENTE  FIDEL, Historia  de la República  Argentina, tomo 3, página 247.

El historiador Gambón observa a este propósito:       "La historia imparcial no puede callar que estos procedimientos de Castelli fueron contraproducentes". . . . GAMBÓN, VICENTE, lecciones de Historia Argentina  (Buenos Aires, Estrada 1907), tomo 2, páginas 20 y 22.

Era el espíritu papelero y trasnochado de Moreno,        era su estilo rimbombante.     Afirmación a aritos de los derechos abstractos del pueblo,       conforme a trasnochadas lecturas, pero ningún respeto real por los derechos concretos de nadie.

En el Alto Perú, Castelli no tenía necesidad de "anonadar rebeldes resistencias de los realistas",        ni de "aterrar a los enemigos del nuevo régimen", porque aquella extensa provincia estuvo dispuesta para la causa revolucionaria mucho antes que Buenos Aires.

La revolución de Chuquisaca estalló el 25 de mayo de 1809,      un año antes que la de Buenos Aires. . Poco después, el 16 de julio del mismo año se levantaron los criollos en La Paz contra los realistas.  . Que las autoridades tomaron estos levantamientos como cosa seria nos lo revela el hecho de que de sus autores unos fueron desterrados y otros ahorcados.

Diversos conatos que remontan a 1805 y aún más atrás,       prueban que el país estaba maduro para la independencia, y no mereció los vejámenes a que lo sometió Castelli.

Meses antes de que llegara él con la Expedición Auxiliadora las solas noticias de Buenos Aires, habían sacudido los ánimos de los criollos del Alto Perú.

El 11 de agosto de 1810 desde Chuquisaca, .  el gobernador español, Mariscal Nieto, escribe al gobernador de Córdoba,      Gutiérrez de la Concha (que quince días después sería fusilado con Liniérs en Cabeza del Tigre): . "en esta ciudad hay mucho partido contrario a la buena causa y necesita mantener en ella la guarnición de cuatrocientos hombres". . . . Archivo de Gobierno de Buenos Aires, 1810, tomo 22, capitulo 58, parte 3.

Luego Cochabamba una de las más pobladas provincias, . se subleva encabezada por don Esteban Arce.    El coronel don Francisco del Rivero y el comandante don Melchor Guzmán se apoderan de la guarnición,      niegan obediencia al gobernador mariscal Nieto, presidente de la audiencia de Charcas y apoyan el reconocimiento de la Junta de Buenos Aires, . que efectúa el Ayuntamiento diez días después. . . Castelli a esas horas todavía estaba a centenares de leguas del Alto Perú, pero toda la región ya se manifestaba públicamente por la independencia.

El mariscal Nieto que había convocado sus milicias, . . viendo que "en La Plata hasta las piedras parecían patriotas",      y que aun el mismo Arzobispo, español como era. "no le prestaba apoyo en sus empresas,    ni moral,    ni materialmente. . ." avanza al encuentro del enemigo,  para destruirlo en un desfiladero que hay entre Suipacha y Tupiza. . . . FRÍAS, BERNARDO, Historia del General don Martín Güemes y de la provincia de Salta (Casa Editora de A. Grau, Buenos Aires, 1907), tomo 2, página 90.

El coronel Rivero conducía una división de dos mil cochabambinos, mal armados, pero entusiastas.     La ciudad de Oruro se hallaba plegada ya a la revolución, y hasta en las poblaciones indígenas cundía el fermento patriótico. . .

Entretanto,    lentamente, por falta de elementos de movilidad,    iba aproximándose la Expedición Auxiliadora, por otro nombre el Ejército del Norte, . . . que llegaba, no a producir sino a apoyar una revolución ya desencadenada.

La vanguardia realista, que había llegado a Tupiza,. . . temió el choque y se atrincheró en la estrecha garganta de Santiago de Cotagaita.

El 27 de octubre apareció la Expedición Auxiliadora, . . . cuyo jefe militar era Balcarce,     y allí se trabó la primera batalla del Alto Perú, que fue una derrota para nuestras armas: Cotagaita.

En su retirada Balcarce pudo reforzar sus tropas con soldados y municiones, que le trajo el después famoso general Güemes y eso le permitió reorganizarse a orillas del río Nazareno y aguardar a los realistas que avanzaban al mando del general Córdoba.         El 7 de noviembre de 1810 se libró la batalla de Suipacha,     primera victoria de la   Independencia,  que no  costó al  ejército de Balcarce, según el historiador Frías, más de un muerto y doce heridos v a los enemigos cuarenta  muertos. . . .  FRÍAS, BERNARDO, Historia del General don Martín Güemes, etc. Tomo 2, página 115 . . .    Empero sus resultados fueron decisivos, porque el ejército realista se desbandó,. . . . perdió sus cuatro cañones, su parque y sus muías y dos cargas de plata sellada.

Casi al mismo tiempo y por su lado las tropas de Cochabamba,     con pésimos cañones que reventaban al disparar, con hondas que los indios manejaban muy bien y garrotes     a falta de sables —las legendarias "macanas" de los cochabambinos—, se enfrentaban con otra columna realistas.

El 15 de noviembre, el coronel cochabambino Rivero derrotó al coronel Piérola,. . . ., en la pampa de Aruhuma, llamada en las historias Aroma, . . . que hoy nadie recuerda, si no tropieza con su nombre equivocado en la tablilla de una callejuela de cincuenta pasos de largo,. . . detrás del Ministerio de Obras Públicas, en Buenos Aires,      donde tan generosamente se ha inmortalizado en avenidas imponentes a personajes extraños y sucesos de mucho menos y hasta de ninguna importancia en nuestra historia.

Estas dos acciones, Suipacha y Aruhuma,     fueron las primeras y últimas victorias de la Revolución en el Alto Perú y ganaron para el gobierno de Buenos Aires una inmensa región, hasta el río Desaguadero,        límite del Virreinato del Perú.

¿Cómo la administró el representante de la Junta, doctor Castelli?

En manera funesta, implantando a contrapelo, por puro jacobinismo, . . .  "la política terrorista de Moreno,. . . que en mala hora vino a iniciarse y que sólo sirvió para que la revolución bajara al crimen, rindiera su altura moral y se labrara su propio desprestigio".

Haciendo gala de corrupción y befa de toda idea religiosa o símbolo católico, Castelli y Monteagudo y los oficiales que siguieron su ejemplo, . . . animados por las instrucciones inclementes de Mariano Moreno, dieron pie a que sus enemigos que espiaban sus acciones, . . . convencieran al pueblo sencillo del Alto Perú de que combatir contra los porteños era defender la moral y la religión y que el que moría peleando en favor de los españoles se iba al cielo como un mártir.

"Los misterios más graves de la religión,. . . las cosas más santas del culto —dice el historiador Frías—, fueron objeto de su pifia y de su risa" . . . . FRÍAS, Historia del General Güemes, Tomo 2 Página  194.

Núñez,       cronista contemporáneo y empleado que fue en la secretaría de Moreno,      decidido morenista, cuyo testimonio no pueden recusar sus partidarios nos pinta este cuadro fiel y horrible:

"El curato de Laja donde fijó su residencia el Representante (CastelIi) no fue el centro de la autoridad militar, . . . sino el foco de una licenciosa  democracia. . .   Los  diferentes   campamentos  eran otras tantas ferias diurnas y nocturnas, donde entraban y salían discrecionalmente los hombres y las mujeres de comarcas inmediatas,    donde se bailaba,    se jugaba,    se cantaba y se bebía como en una paz octaviana. . . Se desbandaban por las poblaciones para propagar sus doctrinas anti fanáticas, llevando el alarde que hacían de su despreocupación,. . . término entonces muy a la moda en el partido liberal, hasta el grado de haber inducido a los indios o naturales a quemar una cruz en la misma capital de la provincia de La Paz,. . . y a que algunos cometiesen el enorme sacrilegio para aquellos pueblos de revestirse sacerdotalmente y cantar misa en el templo del curato de Laja,     en cuyo pulpito predicó el Secretario Monteagudo un sermón sobre este texto:. . .   La muerte es un sueño largo". . . NÚÑEZ, IGNACIO, Noticias históricas de la República Argentina (Buenos Aires, Imprenta Argentina, 1857), página 358.

Anotemos esta alusión a cierto vago partido liberal porque ésa es la única fundación de Mariano Moreno. . .

Tales atrocidades cometidas por quienes estaban imbuidos de su espíritu anti fanático,    fueron la primera expresión del liberalismo argentino y le atraen los sufragios de los incrédulos de antes y de los de hoy.

El doctor Facundo de Zuviría, también contemporáneo de los sucesos,      recuerda con indignación y amargura aquellos sacrilegios "por los millares de prosélitos que quitaron a la causa de nuestra libertad e independencia:    el sermón de Biacha predicado por uno de nuestros primeros hombres y que hasta hoy se recuerda en el Alto Perú;     el ultraje al signo de nuestra redención,     arrastrado por las calles de Chuquisaca a presencia de los representantes de nuestro primer   gobierno;      la   persecución de todos los obispos y pastores que secundaban el entusiasmo político de las autoridades". . . ZUVIRÍA, FACUNDO DE, El principio religioso como elemento político, social y doméstico (París, Imprenta de J. Gaye, 1860), páginas 9 y 10.

 El fusilamiento en Potosí de los generales Nieto y Córdoba y del intendente Sanz,      prisioneros después de la batalla de Suipacha,    fue una ejecución sin sentido militar que inspiró repulsión,    una verdadera torpeza política,     porque no se trataba de enemigos extraños, que pudieran luego ser peligrosos,     sino de adversarios vencidos e impotentes a quienes se podía atraer al partido de la Revolución,     que en ese tiempo, combatía bajo la misma bandera española por el mismo Rey.

El propio Mariano Moreno,     que escribía a Castelli dándole esas instrucciones despiadadas contra los españoles,      dos o tres meses después no tuvo escrúpulos de aceptar el cargo de embajador en Londres,    designado por Saavedra, a nombre del Rey Fernando 7º.

Ni Belgrano, ni San Martín fusilaron nunca a los generales vencidos, lo que sobre ser horrendo habría sido impolítico.

El astuto general Goyeneche, americano de origen,     que tomó el mando de los realistas, negoció un armisticio de 40 días y comenzó a preparar su ejército a orillas del río Desaguadero.    Explotó sagazmente la indignación que en el pueblo iba cundiendo contra los "porteños herejes", como ya se llamaba a los patriotas.

Nada hay más enconado y tenaz que las luchas en que se injertan motivos religiosos.

Los pueblos más pacíficos se electrizan cuando se les obliga a defender no solamente su suelo sino también su fe;    y en aquellos tiempos era todavía más insensato que hoy el herir en sus creencias a poblaciones probadamente católicas.

-"Goyeneche —afirma el general Paz— aprovechándose hábilmente de nuestras faltas, había (sin ser tan religioso como el general Belgrano) fascinado a sus soldados en términos que los que morían eran reputados mártires de la religión. .."

"Además de política era religiosa la guerra que se nos hacía y no es necesario mucho esfuerzo de imaginación para comprender cuánto peso añadió esta última circunstancia a los ya muy graves obstáculos que teníamos que vencer". . . .PAZ,José María. . . Memorias Póstumas. 2ª Edición, Imprenta Discusión,1892 Tomo 1, Página 50.

Hasta en el corazón sencillo de los soldados rasos la idea religiosa infundía verdadero heroísmo.    Así refiere el general Paz    joven oficial entonces del ejército y testigo irrecusable, el siguiente episodio:

"Habiéndose pasado un soldado del enemigo a nuestras filas se desertaba para volver al ejército Real,     cuando fue capturado. Juzgado y convencido de espía, fue sentenciado a muerte.      En medio del cuadro fatal y a dos varas del suplicio, con una serenidad digna de un héroe, dijo: Muero contento por mi religión y por mi Rey". . . . Misma obra, tomo 1, página 50, nota.

Estamos tocando en lo vivo una importantísima razón de la gloria de Moreno,      porque fue el precursor del liberalismo argentino,      yuyo extraño y pernicioso en nuestra patria.

Su impiedad cayó en gracia a los historiadores liberales,     que luego, no más, rivalizaron en la tarea de inflar a pedal su figura,     porque descubrir un librepensador en la Junta de Mayo, era dotar de un abuelo ilustre a los ateos y enemigos de la Iglesia que sobrevendrían con el tiempo.

La irreligiosidad de "los porteños" era tan extrema, que ni siquiera se atenuó después de la derrota,      según nos lo refiere también el general Paz en sus Memorias Póstumas. Dice así:

"Cuando se retiraba el ejército derrotado en el Desaguadero,      se detuvo Castelli algunos días en Chuquisaca y sus ayudantes . . . acompañados de otros oficiales locos,    pasando una noche por una iglesia, vieron una cruz en él pórtico, a la que los devotos ponían luces: alguno de ellos declamó contra la ignorancia y el fanatismo de aquellos pueblos y otro propuso, para ilustrarlos, arrancar la cruz y destruirla;      así lo hicieron, arrastrándola un trecho por la calle" . . . . . PAZ BRIGADIER GRAL. José M. PAZ, Memorias Póstumas (Buenos Aires, 1855, tomo 1, página 19 nota). GAMBÓN cita este pasaje en sus Lecciones de Historia Argentina, Ángel Estrada y Cía.,

Digamos al pasar que la justicia de Dios, escarnecido en tan horrorosa forma,       no tardó en abatir la soberbia de esos hombres.     Castelli murió a los pocos meses y Moreno, casi al mismo tiempo, desamparado en alta mar.      Monteagudo los sobrevivió quince años.     El 28 de enero de 1825 murió apuñaleado misteriosamente en las  calles de Lima, y no por motivos políticos, según quieren algunos hacernos creer.

Y como si la irreligión, la crueldad y la corrupción no fueran bastantes, . . . Castelli quiso agregar otro motivo para que aquellas poblaciones que lo habían aclamado cuando llegó, lo apedrearan cuando partió. . . . Con un inoportuno fanatismo demagógico, que allí no podía fructificar,  . . . se entregó a perseguir a la aristocracia,       y fueron aristócratas para él todos los que significaban algo por su ilustración, su abolengo o su fortuna.

Todavía no se había librado la batalla definitiva, pero ya con eso preparaba el desastre.

Se malquistó con los hombres de mayor influencia en el país y no logró captar la voluntad de la masa popular;      y atosigado por la adulación y el placer de mandar,     se olvidó de la guerra, y de que a la otra banda del río Desaguadero estaba el enemigo organizándose y aprovechando el tiempo que él perdía en farolerías y francachelas.

Un día, realiza una asamblea de indios en la región del lago Tiahuanaco, impregnado aún de la doliente gloria del imperio de los Incas.

¿A quién se le ocurriría en ese marco y ante ese auditorio perorar sobre la soberanía popular y los derechos del hombre, en el estilo incomprensible y pedantesco de los jacobinos?

Ante las imponentes ruinas,     restos seculares del templo del Sol, cerca de las aguas sagradas donde el astro engendró a Manco Capac,     Castelli, declama contra el despotismo de los reyes,     sin recordar que Mariano Moreno en la Representación de los Hacendados ponderaba la dominación de ellos como una bendición del cielo;       y luego pinta con charros coloretes la libertad,    la igualdad y la fraternidad;      y propone a los indios que elijan entre uno y otro sistema: "Aquél es el gobierno de los déspotas.      Éste es el gobierno del pueblo. Decidme vosotros: ¿qué queréis?

Y le responde como un trueno la gritería de la indiada:    ¡Abarrente, Tatai! (¡Aguardiente, Señor!).

Los indios carecen del sentido de la ironía.     Su mentalidad primitiva,    no tiene la sutileza refinada y a las veces enfermiza que descubre lo grotesco de una situación.

Empero, la respuesta a la pregunta de Castelli encerró una punzante ironía.     Equivalía a decirle: Ustedes, los "porteños", nos han prometido la independencia.       No sabemos qué es eso.       Pero los vemos perseguir a los señores que nos dan de comer y quemar nuestras cruces y arruinar las iglesias y eso es malo.      Mire, Tatai, si quiere darnos algo que valga la pena, denos una botija de aguardiente del bueno.

Castelli, derramando sobre las impermeables cabezas de los indios eso que llama Taine "el aguardiente falsificado del Contrato Social",      al igual   que  Moreno,   reimprimiendo para las escuelas   ese libro de Russou, nos dan prueba irrebatible de su absoluta incapacidad para el gobierno. Fueron teorizantes engreídos,     sin contacto con la realidad. Lo demuestran sus devotos que para elogiarlos no encuentran en su acción política una sola disposición visible de buena administración,      sino atropellos terroristas, y palabras rimbombantes.

Si la revolución no hubiera tenido otros hombres,       que rectificaran sus desaciertos, ellos habrían enterrado en poco tiempo a la naciente patria.

Produce indignación o tristeza,       según la índole de quien lea,    el enterarse de las causas que atrajeron la pérdida del Alto Perú.

El general Paz, hombre de mucho seso y experiencia,    explica por qué tras de haber sido esa región la cuna de la independencia, se transformó en el taller de los ejércitos enemigos que se forjaron para combatirla.

"Forzoso es decir —expresa— que la aristocracia del Perú nos era desafecta,       desde que Castelli con poquísimo discernimiento la ofendió, provocando los furores de la democracia. Creo hasta ahora que ésta ha sido una de las causas que han hecho del Perú el último baluarte de la dominación española y el taller de esos ejércitos que volaron a todas partes para conservarla y extenderla". . . . PAZ, JOSÉ María, Memorias Póstumas  (La Plata, 1895, tomo 1, página 95.

Unos por adulación,     otros por propia tendencia,     no pocos de los oficiales del ejército imitaron el mal ejemplo que les ofrecían algunos de sus jefes.

  "Deberemos aún consignar —dice Frías— como última prueba de la relajación de costumbres e indisciplina de aquel ejército,    que sus individuos  pasaban las noches, casi sin   interrupción,    en baile continuo;    y tornando para mayor agravante de la falta, ejemplo y lección de su mismo jefe,      el representante Castelli, ministro de la Junta de Mayo, en cuya casa, nada menos se consumaban muy graves escándalos porque sucedía que en los bailes que en ella se daban,        sus propios edecanes, al par de otros oficiales jóvenes, que por esta circunstancia parece que lo eran sus más allegados y protegidos, como gente de la casa, llegaban en el apurar de los licores hasta la embriaguez y hasta embriagar también para aumento de vergüenza a las mozas de la diversión,      y hasta acontecía que se notaban en sus acciones con ellas visibles atentados al pudor, lo que acabó de colmar el desconcepto en  que tanto la oficialidad como el doctor Castelli habían caído por allí. . .   Y esto la hacían en aquella   Plaza  (Chuquisaca)  donde   hacía   tan poco había entrado en medio de las aclamaciones que daba casi llorando de alegría un pueblo harto confiado y patriota". . . . FRIAS BERNARDO, Historia del General don Martin Guemes, Tomo 2 Paginas 198 y 199

Tan graves cargos los aseveran escritores contemporáneos de los hechos,     como Paz, Zuviría,     Torrente,     Núñez, y constan en el proceso que el gobierno argentino levantó contra Castelli,    Balcarce,     Monteagudo y otros de los jefes vencidos en el Desaguadero, según vamos luego a señalar.

Los realistas, sabedores de la desmoralización del ejército argentino,     se aprestaban a tomarse el desquite de Suipacha.

Al otro lado del Desaguadero,    en su campamento inaccesible de Zepita, el general Goyeneche iba concentrando y disciplinando tropas, no de españoles, sino de americanos, enfurecidos contra los "porteños herejes".

Cuando se creyó bastante fuerte, vadeó el ancho río por el antiquísimo puente de mimbres y totoras,    fabricado en el tiempo de los Incas.    Ocupó un lugar estratégico de suma ventaja, violando el armisticio que había celebrado y esperó el momento más propicio.

Como entretanto llegaran de Buenos Aires noticias de la caída de Moreno,   cuyas inspiraciones cumplía Castelli,      éste concibió el proyecto de segregar el Alto Perú, alejándolo de la obediencia de la Junta y formando un Congreso local en Chuquisaca o Potosí. . . . FRÍAS, BERNARDO, Historia del General don Martín Cutánea, tomo 2, páginas 236 y 237, Archivo General de la República Argentina. Año 1813, tomo 7, página 202.

Semilla de separatismo traicionero, que no pudo hacer germinar,     porque él carecía de aptitud para atraer voluntades.     Las pruebas de esta tentativa se hallan en el proceso por la derrota, que ha publicado don Adolfo P. Carranza.

"Era, pues, esto conspirar contra el gobierno establecido;     preparar una conflagración general del país abriendo de lleno las puertas a la guerra civil en frente del enemigo común;     y lo que era más grave aún, se corrompía el ejército con tan pernicioso ejemplo,     lanzándolo a la funesta escuela de los pronunciamientos militares y de la insubordinación;     escuela maldita que tanta sangre y lágrimas nos ha costado y que tantos males ha acarreado a nuestro país.

"A haber sido aprehendido Castelli por el gobierno y a haber seguido éste inspirado por las doctrinas terribles del doctor Moreno,     que tan sin misericordia ejecutara en Córdoba y Potosí su Representante, el generalísimo rebelde y alzado contra la autoridad de quien dependía y que le tenía confiada a su lealtad sus armas,     hubiera sido sacrificado con el mismo rigor,    con la misma razón,    con la misma justicia y por las mismas causales que él sacrificó a Liniérs, a Córdoba y demás jefes rebelados contra la autoridad de la Junta". . . . . FRÍAS,  BERNARDO,  Historia del General don Martín  Güemes, tomo 2, Página 237.

En el mes de junio Castelli, que se veía señor del mayor ejército reunido hasta entonces, de 14.OOO hombres, sin contar los indios que servían para conducir los bagajes. . . . LÓPEZ, VICENTE FIDEI, Historia de la República Argentina, tomo 3, página 605;

FRÍAS, BERNARDO, Historia del General don Martín Güemes, tomo 2, página 246;

 Gaceta Extraordinaria del 26 de junio de 1811, página 5.

 resolvió atacar  a Goyeneche, que sólo tenía 8.000. Mitre da cifras inferiores para ambos.

El 17 de junio de 1811 celebróse en Huaqui,     pueblo no lejano del Desaguadero una junta de guerra,    que fue más bien una desconcertada algazara de jefes y oficiales y bajo tales pronósticos se resolvió la batalla, para el 20 de junio.

Aunque los historiadores modernos tratan muy a la ligera la batalla de Huaqui o del Desaguadero cuando no la olvidan del todo,      por no verse en el compromiso de explicar sus causas, es una de las más trascendentales de la historia argentina y pudo ser decisiva en la guerra de la independencia de Sud América.

Las tropas argentinas habían recorrido con inaudita fortuna,    más de las dos terceras partes de la distancia entre Buenos Aires y Lima, llegando a la frontera misma entre el Virreinato del Perú y el del Río de la Plata.

Habían traspuesto todo el Alto Perú,    hoy Bolivia. Para alcanzar a Lima y herir en el corazón el poderío español solamente les faltaba recorrer 300 leguas,     de caminos difíciles, es verdad, pero bien conocidos desde los tiempos de los Incas, como que eran la ruta comercial que ligaba las dos inmensas regiones.

De haberse ganado la batalla, el Virrey del Perú no habría podido contener en 1811 a los argentinos triunfantes,     como no pudo resistir al ejército de San Martín que en 1814 después de haber cruzado los Andes y sojuzgado la Capitanía de Chile,     le llevó la guerra por el mar.

San Martín no utilizó el camino de los Incas para llegar a Lima,     porque después del infortunio de Huaqui. todo el Alto Perú, que antes fuera provincia del Río de la Plata, ardientemente decidida por la causa de Buenos Aires, se perdió para las armas argentinas v se transformó en una fortaleza que resguardó a las armas españolas durante trece años.

Si los argentinos hubieran obtenido la victoria del Desaguadero en 1811,    la dificilísima campaña de San Martín a través de los Andes, sus sangrientas victorias en Chile v la memorable proeza de llevar por mar la guerra al Perú, no habrían ocurrido en la forma que conocemos.

Es seguro que la guerra de la independencia se habría abreviado en varios años y muchos miles de soldados no habrían perdido la vida en cien campos de batalla en que todavía tuvieron que luchar.    Y es probable que la guerra libertadora de las naciones del norte de Sud América vigorosa y triunfalmente llevada por Bolívar,    habría sido menos cruenta y más breve y no menos gloriosa.

La impiedad y los sacrilegios que mancharon nuestras armas no nos hicieron merecedores de la victoria,    y el Dios de los ejércitos en aquella triste ocasión no nos ayudó.

Todo el gran ejército se perdió en una sola jornada.

Los jefes mismos traspusieron a uña de buen caballo las serranías, para librarse de caer prisioneros,    lo que importaba una muerte segura,     porque no habiendo tenido misericordia con los generales vencidos en Suipacha, no podían esperar que la tuviera con ellos el vencedor de Huaqui.

Sin más escolta que una docena de soldados,     buscaron refugio en diversas ciudades, de donde luego escaparon perseguidos a pedradas y hondazos por la indignación de los mismos pueblos que antes los habían aclamado.

Monteagudo lo confiesa en el expediente del proceso.

Dice que habiendo llegado a Oruro el día 24,    con varios oficiales y soldados, tuvieron que salir de la villa apenas entraron; "que resultas de estos desórdenes fue consiguiente el no poder sofocar la conjuración del pueblo, acaecida a las dos de la tarde de aquel día: en que no teniendo más fuerzas de confianza que la guardia de doce a catorce hombres preponderó el furor del pueblo apoyado en la guarnición de Potosinos que se hallaba allí:     en este conflicto fue necesario salir precipitadamente atropellando la multitud armada y burlando la dirección de los tiros de piedra y bola con que nos seguían". . . . . Proceso del Desaguadero. Declaración del Doctor don Bernardo de Monteagudo. Archivo General de la República Argentina, publicación hecha por don Adolfo P. Carranza, tomo 4, página 58.

i Qué distinta conducta la de Belgrano, después de sus derrotas de Vilcapugio y Ayohuma!

No huye despavorido, ni es apedreado en las poblaciones que debe cruzar y que antes lo aclamaron.

Se retira con disciplina y serenidad,     rehaciendo su ejército, que se concentra con nuevos soldados alrededor del jefe.     Afronta dignamente la responsabilidad; sólo le preocupa la suerte de su patria, a la cual sigue sirviendo con una abnegación que hace olvidar su infortunio.

Después del desastre del Desaguadero, todo el país cayó en poder de Goyeneche, y el Alto Perú, que era parte del Virreinato del Río de la Plata, quedó separado para siempre de las Provincias Unidas.

La infeliz tentativa de introducir en el verdadero espíritu de Mayo los métodos sanguinarios y el anti catolicismo de la Revolución francesa,. . . . malogró la campaña del primer gran ejército que logró formar la naciente república.

Y eso no es todo.       Lo peor fue que convirtió en odio a los argentinos la ilusión con que se les esperaba en aquel país,      que antes sentíase unido a la suerte de Buenos Aires y que se había pronunciado por la Junta de Mayo y enviándole sus diputados para que formaran parte de su gobierno.

Las sacrílegas mojigangas liberales,    el terrorismo,    las vejaciones humillantes al pueblo,   la impolítica propaganda demagógica, hicieron en poco tiempo enemigos terribles de los que eran aliados naturales y      lo que pudo ser una rápida y triunfante campaña por la independencia resultó una larga y azarosa guerra civil.

Bajo las banderas de Goyeneche,     que no era español sino americano,     no fue precisa ya alistar españoles para combatir a los "porteños",    así se les decía aunque en el Ejército del Norte hubiera ciudadanos de todas las provincias.

Acudieron a enrolarse millares de criollos para defender su tierra y sus tradiciones,     aún a costa de perder la vida porque era a sus ojos morir mártires por su Rey y su religión.

En el Alto Perú se reclutaron los inextinguibles ejércitos realistas que unas veces fueron vencidos en Salta y Tucumán    y otras nos vencieron, en Sipe-Sipe, Vilcapugio y Ayohuma.

Allí se preparon no menos de siete invasiones al desgarrado territorio argentino.      Su tenacidad habría acabado por forzar la victoria para las armas del Rey;     si el homérico Güemes con sus gauchos indomables,    hoy casi olvidados,    no hubiera construido la muralla detrás de la cual San Martín forjó paciente y sabiamente el Ejército Libertador de Chile y del Perú.

Así aquella rica y vasta provincia que maduró para la libertad antes que Buenos Aires tuvo que esperarla trece años más,       desangrándose y desangrándonos.

Suerte y gloria fue para los hijos de la Gran Colombia.

El genio del Libertador del Norte,      Simón Bolívar, un día puso en el mapa de sus proezas acuella porción del Virreinato del Río de la Plata,    en que se estrellaron los secuaces de Moreno y con ellos el ejército argentino y resolvió independizarla no sólo del poder del Virrey del Perú,   que desalojado de Lima por San Martín que había hecho su reducto  del Alto Perú,    sino también de la influencia de las dos naciones que la encuadraban,      el Perú v la Argentina, interponiendo entre ellas otro gran estado, que llevó su nombre.

Trece años después de la afrentosa derrota del Desaguadero se libró la batalla de Ayacucho, 9 de diciembre de 1824, que gane Sucre,    el más brillante de los generales de Bolívar, entre cuyas tropas combatieron los restos del ejército de San Martín.    Y con esta definitiva campaña terminó la dominación española en Sud América. .  . . Podría decirse que el último baluarte español de Sudamérica fue El Callao,     en cuya fortaleza se amuralló el heroico Rodil todavía largos meses con una tropa de soldados tan valientes como él.      Pero ésa fue una hazaña que pinta bien el temple español, que debemos admirar,      pero no fue una acción de guerra que pusiera en peligro la victoria de Bolívar.

Y aquel pueblo que no quiso recibir la independencia de manos de los trasnochados jacobinos que se la ofrecieron en 1811,     porque venía acompañado del deshonor de sus hogares,     de la destrucción de sus cruces,    de la profanación de sus iglesias y de la orgullosa altanería que desentonaba con su nativa humildad,      la recibió alborozado de manos de Bolívar y por gratitud llamó Bolivia a la nueva nación y Sucre a su capital.

 Pena y bochorno produce el rememorar la más negra página militar de la historia argentina, pero hoy es necesario hacerlo,     porque a 150 años de distancia sigue habiendo quienes la escriben en forma de que las actuales generaciones no conozcan su tremenda lección y continúen ignorando las causas profundas que llevaron a la patria a un desastre que no merecía y le arrebataron una provincia y una gloria que pudieron ser suyas.

Estos amargos sucesos,     cuyos pormenores casi nunca nos ofrecen los historiadores,     son el primer ejemplo del liberalismo impío aplicado como sistema de gobierno,     inspirado en la Revolución francesa.

Desgraciadamente hay ahora síntomas de que,     pese a diplomáticas melifluidades con la jerarquía eclesiástica,     se quiere repetir el experimento, librando una batalla decisiva para descristianizar y desmilitarizar el país.

Dios no lo ha de permitir.     El pueblo argentino de sólida raigambre hispánica y católica,    no ha de aceptar nunca el ser llevado a la apostasía por hombres sin fe,   sin esperanza, sin caridad y, para colmo, impregnados de marxismo.

No querrían ellos ser tachados de comunismo,    pero no tienen inconvenientes en declarar su simpatía, a lo menos teórica,    hacia las doctrinas de Marx. Lo cual es tirar la piedra y esconder la mano, pues el comunismo no es otra cosa que el marxismo en acción.

Lenin calificaba duramente a estos "compañeros de ruta".      Nada agregaremos a su despectivo sarcasmo, que ha dado la vuelta al mundo.      "Compañeros de ruta e idiotas utilísimos!"

Lo que les ha dicho Lenin y lo que les dirá su conciencia es suficiente.

Sin contar con lo que les dirá Dios en el dies irae,     en el día en que se enfrenten con Él y tengan que explicarle su odio gratuito a su Hijo, el Redentor de los hombres y a su Iglesia.

Que Dios tenga piedad de ellos y que salve a nuestra patria de la alevosa comunización que le preparan.