AÑO 10
CAPÍTULO XIX
¿QUIEN FUE, PUES SU FUNDADOR?
Y todavía hay otros argumentos que tienen un valor moral considerable.
No existe ningún escritor contemporáneo de Moreno que le atribuya la fundación de la Biblioteca. Tal pretensión no se encuentra en ningún libro, en ningún periódico, en ninguna de las muchas ¡ Memorias de personajes de la época, en ninguna carta pública o privada, en ningún monumento de entonces. ¿Cómo se explica que los contemporáneos ignorasen aquel hecho, si hubiera sido verdad y que jamás aludieran a él? Han llegado a nosotros numerosas Memorias de hombres que actuaron a la par de Moreno, y que escribieron acerca de él, y que fueron sus partidarios. Ni uno sólo de ellos menciona , ni alude siquiera a un hecho sobre el cual los repetidores de historia, un siglo después, hacen tan categórica afirmación. Poseemos la autobiografía del General Guido que fue su secretario; la del general Martín Rodríguez que fue su amigo; la del doctor Agrelo también su amigo; la extensa crónica de Beruti; los detallados apuntes históricos de Ignacio Núñez; los del canónigo Gorriti, todos morenistas, y pasamos por alto las memorias de los que no lo fueron, pero lo trataron, y nos aportan pormenores minuciosos para reconstruir los sucesos del año 10, las de Belgrano, Saavedra, Posadas, Funes Uriburu, etc.
¿Cómo se
explica que ellos no supiesen lo que todos nosotros pretendemos saber, porque nos lo enseñaron en la escuela?
Cosas de las
más chocantes es que Ignacio Núñez, que
fue empleado en la secretaría de Moreno y su frenético partidario se refiera
expresamente a la fundación de la Biblioteca en la página 14 de su obra
Efemérides Americanas, sin
mencionar a su supuesto autor.
"El 13 (de
setiembre de 1810) —dice Núñez— se decretó el establecimiento de la Biblioteca
Pública, nombrando Protector al Doctor Don Mariano Moreno". . . . NÚÑEZ,
IGNACIO, Efemérides Americanas (Buenos Aires, Imprenta de Mayo, 1857), página 14.
Si Moreno
hubiera sido realmente el fundador, Núñez lo hubiera sabido y no lo habría
callado.
Que no fue
distracción suya en esa obra, lo prueba el hecho de que al hacer en otro
libro la biografía de Moreno, a
pesar de que nos refiere hasta el grado y los minutos de altitud y longitud de
la alta mar, donde fue arrojado
su cadáver, no nos dice ni media
palabra de la pretendida fundación, que es su mayor gloria. Esos detalles geográficos los
habían tomado seguramente de la obra de Manuel; pero no quiso recoger de allí
lo de la Biblioteca porque lo sabía falso.
Este silencio
sepulcral y universal de los documentos y de los testigos contemporáneos, no tiene una sola excepción (no contamos
naturalmente al inventor de la especie) y parécenos que debiera ser considerado
por los historiadores, si no
estuvieran tan apasionados por su ídolo.
Aun en tiempos
cercanos a nosotros, se observa el
mismo silencio en hombres como Sarmiento, que seguramente conocía la fábula,
popularizada por López y Mitre, pero
que no quiso copiarles.
En un extenso
estudio sobre bibliotecas que figura en el tomo 22, página 157, de sus Obras Completas, refiriéndose a la Biblioteca Pública de
Buenos Aires, rememora y elogia a algunos de sus antiguos Directores, entre ellos a Manuel Moreno, que lo
fue en 1823, y a quien se refiere así: "Hermano del ilustre Secretario de
la Junta. . . . SARMIENTO Domingo F., Obras, Impresos y Literatura, Mariano Moreno, 1899,
tomo 22, página 172.
¿Se concibe que
si Sarmiento hubiera creído que fuese verdad la noticia ya muy vulgarizada en
esa época, no habría agregado: "fundador de la
Biblioteca Pública?"
Si Sarmiento
omitió el dato, que actualmente ningún historiador omite, fue porque él también lo consideraba falso.
¿Pero cómo
había Sarmiento de creer en esa historia, si no la creía ni siquiera el padre
que la engendró, el propio
Manuel Moreno, que si de la tumba alzara la cabeza, se volvería a morir, pero de risa, viendo la acogida que
hemos dispensado a su criatura? Vamos a demostrar su incredulidad.
El siguiente
hecho es muy significativo:
En el
larguísimo Prefacio, que puso al libro de su hermano: Colección de Arengas en el Foro..., leemos
esta frase: "La biblioteca de Filadelfia posee la estatua de su fundador
Franklin: en la de Buenos Aires no se ve todavía el busto o retrato del
suyo". . . . MORENO, MARIANO, Colección de Arengas en el Foro, etc. (Londres, 1835), página 145.
Esta acusación
de ignorancia o de ingratitud contra los Directores de la casa estampase en
1836. Lo que no nos cuenta Manuel Moreno es que la
acusación recaía directamente sobre su propia cabeza, porque él mismo había
sido Director de la Biblioteca en 1823, y pudo, si realmente hubiera creído
que la institución debía a Mariano el homenaje, haber colocado en ella su busto
o si se quiere su retrato. Si no
lo hizo fue porque ni él lo creía, ni el gobierno, ni el público, que entonces conocían mejor que ahora los
hechos, habrían tolerado que se falsificara la historia, para satisfacer la
vanidad fraternal.
Después se ha
hecho eso, y ahora los concurrentes a la Biblioteca
pueden extasiarse ante un gallardo busto de mármol y una placa de bronce que
cantan la gloria del Protector, que por toda protección regaló a su hija una
obra apellidada y escribió cuatro notas con un total de 60 líneas. . . ¡de su
puño y letra! amén de otras tantas
de letra ajena.
No es bueno
destruir las leyendas, que son poesía, si no ha de ser para
reemplazarlas por la verdadera historia.
Pero más que
bueno, parece obligatorio destruirlas, cuando al hacerlo se paga una deuda
histórica o se repara una vil injusticia.
No nos
empeñaríamos por ejemplo en desvanecer la gloria de Falucho, aunque pudiéramos
probar que el legendario negro nunca existió, porque su leyenda no usurpa
laureles a ningún otro prócer, ni su pedestal está hecho a costa de la
reputación ajena.
Pero al
atribuir a Mariano Moreno una hoja de laurel que no le pertenece, su hermano Manuel ha despojado al insigne y
modesto sacerdote doctor Luis José Chorroarín, dando injusta base al ya secular olvido con
que la Biblioteca Nacional ha retribuido al más grande de sus benefactores.
¿Un fraile más?
—preguntará alguien, de ésos que creen equivocadamente que todo
religioso o persona que lleva sotana es fraile.
Así es. La historia argentina está llena de
ellos. Frailes en las primeras escuelas. Frailes en la
primera imprenta. Frailes en la primera universidad. Frailes en el primer hospital. Frailes en la
primera Biblioteca Pública. Frailes
en la Primera y en la Segunda y en la Tercera Juntas Gubernativas. Frailes en todos los congresos de la
Independencia. Frailes hasta en los campos de batalla. Algunos de éstos, malos frailes, pero excelentes soldados.
Comprendemos
que esto resulte monótono.
¿Pero qué vamos
a hacerle, si las cosas vinieron de ese modo?
Hay que referirlas como fueron o hay que
renunciar al oficio de historiador.
Ya dijimos, y pedimos excusa por repetirlo, que la primera
idea práctica de una biblioteca pública pertenece al obispo de Buenos Aires, don Manuel Azamor y Ramírez, quien al
morir en 1796 legó con ese objeto a la Curia eclesiástica su librería, asombrosa en aquellos tiempos, y
riquísima todavía ahora.
El erudito
investigador don Manuel Ricardo Trelles, que fue director de la Biblioteca, lo
recuerda al hacer una breve historia de los comienzos de la institución:
"El señor
Azamor y Ramírez —dice— concibió el primero y dejó una base real para la
institución, que realizó luego la memorable Junta revolucionaria de 1810,
poniéndola bajo la protección inmediata de su ilustre secretario Mariano
Moreno". (Se advierte que tampoco Trelles cree en el
fundador.). . . . TRELLES, M. R., Revista de la Biblioteca Pública (Buenos Aires, 1879),
tomo 1, página 459.
Pasaron algunos
años sin que la biblioteca de Azamor se incorporase a la vida de la ciudad.
Por entonces
comienzan las diligencias del canónigo Chorroarin, rector del Real Colegio de San Carlos, quien
quería hacer con esa base la anhelada Biblioteca Pública y llegó a convencer a
los cabildantes, y hallábase a punto de realizar su empeño,
cuando se lo impidieron las invasiones inglesas y las turbulencias políticas de
los años siguientes.
Pero vino la
Junta Gubernativa de 1810, presidida
por Saavedra, quien prohijó el pensamiento de Chorroarín, y resolvió no aplazar
por más tiempo tan útil empresa.
Cometió,
empero, el error de asignarle como protector a Mariano Moreno, el
cual apenas le prestó una desabrida atención. Este descuido hizo demorar durante
cuatro meses la designación de los bibliotecarios y por consiguiente la
apertura de la Biblioteca, que sólo se inauguró después de desaparecido Moreno.
Uno de los
primeros actos de la Junta fue comunicar a Chorroarín, rector del Colegio de San Carlos, la fundación
que acababa de hacer y pedirle para ella los libros del Colegio.
La respuesta de
Chorroarín revela su alborozo. Por
fin un gobierno ha realizado, lo que él, hace tantos años viene suplicando a
todos los gobiernos, desde los tiempos de los virreyes hasta los de
don Cornelio de Saavedra,
"La
resolución de la Excelentísima. Junta satisface enteramente mis
deseos y me proporciona la complacencia de ver realizado un establecimiento que
siempre anhelé y que ya estaba para realizarlo cuando Beresford ocupó esta
capital.
"Desde
luego doy las gracias a la Excma. Junta y aseguro a V. E. que pondré a
disposición del doctor don Mariano Moreno, no solamente los libros de la librería del
Colegio, sino muchos de mi uso, que dejé en dicha librería cuando
salí del Colegio, y. aun algunos que saqué conmigo si se considerasen
útiles". (10 de setiembre de 1810) . . . .TRELLES, M.R. Revista de la
Biblioteca Pública de Buenos Aires 1879 Tomo 1 Página 460
¿Qué motivos
tenía Chorroarín para mostrarse tan reconocido?
¿Por qué beneficios daba las gracias y quedaba
tan obligado que prometía regalar sus libros, como lo realizó en forma
generosísima?
Está bien
claro: Chorroarín agradecía a
la Junta el que hubiese aceptado y realizado, la idea, que él venía inspirando a todos
los gobernantes, pero que hasta ese día no logró se llevase a cabo.
La sinceridad
de su alegría se ve en la amplitud de sus donativos. Nadie lo supera.-
Hay que leer la
lista en el Registro de Donaciones y especialmente en el primer tomo de la
revista de Trelles y relacionarla con otros datos de la obra ya citada de
Gutiérrez.
Chorroarín
ordena y cataloga los millares de libros, acumulados ya; invierte los recursos, se ingenia en promover nuevos donativos,
hace construir los anaqueles y el
16 de marzo de 1812 inaugura la primera Biblioteca Pública de Buenos Aires.
Se ha dicho que
la inauguración pasó inadvertida para el público, a causa de que ya no estaba
allí Mariano Moreno, con su devoradora actividad.
Es también
falso. Lo ha demostrado en forma
concluyente el laborioso historiador Palcos en una obra cuidadosa y
honestamente afianzada en documentación de primera mano, lo cual no deja de ser raro en los que
escriben sobre la Biblioteca Nacional, que casi siempre se copian unos a
otros.
El
acontecimiento fue sobremanera solemne, con asistencia de gobernantes y altos
funcionarios civiles y militares. Las bandas de música y el discurso de
ocasión, pronunciado por el Dr. José Joaquín Ruiz, dieron pompa al espectáculo
y motivo a la crónica de La Gaceta y El Censor . . . . PALCOS, ALBERTO, La visión de
Rivadavia (Editorial El Ateneo, Buenos
Aires, 1936), página 208.
El 16 de marzo
es la fecha que debe celebrarse en la Biblioteca, por ser la de su inauguración y no el 7 de
setiembre, que han querido inventar y que no corresponde a ningún dato serio, sino a la fecha corregida de una
nota vulgar.
Chorroarín unía
a méritos reales, una humildad
reñida con todo lo que fuese ostentación y vanagloria.
Si le hubiesen dicho que las futuras
generaciones lo olvidarían y atribuirían a otros sus trabajos, nada hubiera hecho para remediarlo, porque no trabajaba para lograr aplausos
en el mundo, sino por el bien del país y de sus conciudadanos.
Por otra parte, en
aquella época, nadie ignoraba que si la Biblioteca Pública, como institución oficial, no podía haber sido
fundada sino por el gobierno, y no por un ciudadano, a él se le debió la iniciativa, la primera organización, buena porción de sus libros y, finalmente, su inauguración.
Cuando Chorroarín,
vencido por la enfermedad, dejó la dirección de la Biblioteca, el gobierno, reconociendo su valer, le decretó honores desusados y mandó
poner su retrato en la Sala principal, a fin de "premiar todo mérito que
se eleve de lo común".
Falleció poco
después, el 11 de julio de 1823, y fue inhumado en la calle central de
la Recoleta, y sobre su sepulcro
se puso una lápida cuya inscripción no deja lugar a ninguna duda de quién fue
el fundador:
Dice así:
"Hic jacet”
D, Ludovico
Chorroarín
Canónigo presbítero.
S. AE. C.
Rector colegií
Carolini 25 ann.
Et fundator
Biblioteca.
Obit díe 11
Jutii ann. 1823
Millé foro
juvenes dedit hic aítaribtts armis
Tot gratis
linguis fama petennis erit.
Traducido dice:
(Aquí yace don
Luis Chorroarín, Presbítero de la Santa Iglesia Catedral, Rector por veinticinco años del Colegio de San
Carlos. Fundador de la Biblioteca. Murió el 11 de
julio de 1823. Dio jóvenes innúmeros al foro, a los altares, a las armas. Su fama será perenne por otras tantas lenguas
gratas).
No pararon en
eso los honores oficiales al benemérito sacerdote.
En el libro de acuerdos del Senado
Eclesiástico, correspondiente al año 1823, y al día 15 de julio, hay asentada el acta de
una sesión en que se da entrada y se transcribe una nota de Rivadavia
expresando al Senado Eclesiástico el pésame del gobierno por la muerte de
Chorroarín y las honras que se le dispensarán sobre su tumba recién abierta.
Los que con
tanta ligereza han escrito acerca de estos asuntos, deberían echar siquiera un vistazo a esos
documentos, donde consta el
aprecio del gobierno hacia aquel hombre, y la desusada manifestación de duelo
nacional, la disposición de que la nota se lea en todas las iglesias de la
Provincia, después del Evangelio, durante tres domingos consecutivos y
se fije en todos los templos del territorio del Estado.
¿Cuáles eran
los títulos de Chorroarín para tanto duelo? La lápida puesta en su sepulcro
expresa uno de ellos: Fundador de la Biblioteca.
El Senado
Eclesiástico contesta agradeciendo aquellas manifestaciones y declarando
"que le era altamente satisfactorio registrar en las actas de esta
corporación el monumento que el gobierno consagraba a su memoria".
Los que ahora
escriben historias pretenderán negar a Rivadavia un mejor conocimiento de las
cosas ocurridas ante sus ojos, que
el que ellos tienen a 150 años de los sucesos y sin más base que las
incensiones de Manuel Moreno?
El olvido es
una segunda lápida, pero ya sin
inscripción, que cae sobre algunas tumbas.
Empero, no cayó tan pronto sobre la de
Chorroarín. Tres años después de
su muerte, el gobierno, mal
satisfecho de los honores que antes le había decretado, mandó fundar un pueblo,
en los terrenos de la Chacarita de los colegiales, que llevara su nombre.
Y todavía no le
bastó, pues pasados cinco años
de la muerte del humilde canónigo, dispuso la erección de otro monumento, más
pomposo aún que guardara sus cenizas.
Todo esto
significa que bastantes años después de alejado Chorroarín de la Biblioteca, seguía siendo considerado como su fundador por
el gobierno y por el público, y sin que hubiera dejado partidos ni parientes
que pregonaran sus hazañas, se le seguía honrando como a uno de los varones a
quienes la patria debe gratitud.
Naturalmente,
el señor Groussac no ignoró estas disposiciones que cita Gutiérrez. . . . GUTIÉRREZ,
Obra citada, página. 732.
y que además pueden leerse en el Registro
Oficial mas como destruyen su tesis de que Moreno fue "el verdadero y
único fundador de la Biblioteca",
intenta desacreditar el decreto
que manda erigir el retrato de Chorroarín con esta explicación: "El homenaje pudo parecer excesivo; y con
mayor razón, cuando dirigido a un vivo, dejaba en olvido a un muerto
incomparablemente más acreedor a tal demostración. Entre los dos grandes obreros de la
nacionalidad argentina, a pesar del anhelo común, la antipatía era completa, y
Rivadavia no podía ignorar ni olvidar el cruel retrato que de él hiciera Moreno
alguna vez" . . . Catálogo Metódico de
la Biblioteca Nacional, tomo 1, prefacio, página 20
Hablando claro, aquí se sugiere que Rivadavia mandó poner en
la Biblioteca el retrato de Chorroarín por vengarse de Mariano Moreno, que lo había tratado descomedidamente en un
alegato ante los tribunales, quince
o veinte años atrás, según refiere Manuel Moreno. . . . Colección de
arengas y escritos del Doctor Mariano Moreno, prefacio del editor, página 13,
Londres, 1836.
Aun cuando el
curialesco episodio fuera cierto,
quien conozca el carácter de
Rivadavia tiene que rechazar de plano la interpretación.
Falsificar la
historia, porque eso significa
inventar una superchería para atribuir a Chorroarín la gloria que pertenecía a
Moreno, muerto hacía diez años, por vengarse de él, implica tan desusado
rencor, más allá de la tumba,
que contradice el concepto del verdadero Rivadavia que conocemos.
Recojamos al
pasar la expresión con que saluda a ambos próceres el señor Groussac tan
vehemente en sus juicios y tan elegante en su estilo: los llama los dos grandes obreros de la
nacionalidad argentina.
Esto equivale a
declarar que los otros no fueron sino pequeños obreros, porque esos dos fueron "los
grandes".
Es decir que Saavedra,
Belgrano, San Martín, Pueyrredón, Las Heras, etc., etc., poco tuvieron que
hacer, porque la parte grande de
la empresa de construir la nación ya había sido realizada por los dos grandes
obreros.
El señor
Groussac merece nuestro respeto y nuestra admiración, pero no faltamos ni a la una, ni al otro
cuando rectificamos —siempre documento en mano— algunos de sus conceptos, en
que por excesiva afición a un personaje, ha sido injusto con otros.
Psicológicamente
la interpretación resulta inverosímil,
pero a la luz de un hecho que
vamos a presentar aparece abiertamente errónea.
El decreto con
que Rivadavia manda poner en la Biblioteca el retrato de Chorroarín, es del 22 de setiembre de 1821.
Cuatro meses
después —5 de febrero de 1822—, aparece
otro decreto firmado por el propio Rivadavia, nombrando Director de la Biblioteca
Pública. . . ¿se imaginan los lectores a quién? ¡Pues al propio hermano de
Mariano Moreno, a don Manuel Moreno! . . . . Registro Oficial del Gobierno de
Buenos Aires, año 1822 (Imprenta de la Independencia) página 46.
Y cinco años
después (1826), otro del mismo Rivadavia, presidente de la República, nombrando
a Manuel Moreno plenipotenciario en Washington, empleó que no fue aceptado . .
. . GUTIÉRREZ, obra citada, página 800.
Se prueba,
pues, que Rivadavia no abrigaba ningún rencor contra esa familia, y que la
afirmación que comentamos no tiene fundamento.
Podría quedar
en los espíritus cavilosos alguna duda, si los honores a Chorroarín solamente se
los hubiera rendido Rivadavia.
Pero los
decretos que acabamos de mencionar, corresponden a fechas alejadas y llevan
diversas firmas.
El primero, por
el cual se mandó colocar el retrato de Chorroarín en la Biblioteca, como si él, que estaba vivo aún, fuera el símbolo
de la institución, es del 22 de setiembre de 1821 y fue suscrito por Martín
Rodríguez, gobernador y por Rivadavia ministro. . . . Registro Oficial, Libro primero
(Buenos Aires, Imprenta de la Independencia), página 59.
El segundo,
cinco años después de la muerte de Chorroarín, destinando los terrenos de la
Chacarita para un pueblo que perpetuara su nombre, es del 25 de setiembre de
1826 y apareció con la firma de Rivadavia presidente de la República y de
Julián S. Agüero, ministro . . . . Registro Nacional, Provincias Unidas del Río de la
Plata 1826 (Imprenta del Mercurio), página 137.
El tercero, que
mandó erigirle un monumento en la Recoleta, es del 21 de noviembre de 1828 y
lleva las firmas de Dorrego, gobernador, y de Tomás Guido, ministro. . . . Registro
Oficial de la Provincia de Buenos Aires, noviembre 30 de 1828, página 158.
No es de creer
que todos estos personajes se confabularan para honrar al bondadoso y
benemérito viejo, contagiados por improbables rencores de Rivadavia.
No ciertamente.
Lo que esos hombres de gobierno vieron de excepcional en Chorroarín, es lo que
le reconocieron sus contemporáneos, lo que nadie vio en Moreno, y lo que se
grabó en ese mármol que ha desaparecido o se ha hecho desaparecer: al verdadero
fundador de la Biblioteca.
Solamente el
hermano de Mariano Moreno, entre sus contemporáneos, por pasión fraternal, le
desconoció ese título.
Nuestros
historiadores alejados de la escena y del tiempo, ignoraron estos pormenores y
recogieron la leyenda y la hicieron casi inmortal.
A este
propósito no está de más saber que en el Congreso de Tucumán, que declaró
nuestra independencia y del cual Chorroarín fue uno de los más eminentes
congresales, se le encomendó la honrosa tarea de diseñar la bandera de guerra
argentina, considerando que la afortunadamente creada por Belgrano, estaba
siendo usada como bandera civil.
Chorroarín lo
hizo con singular acierto, agregando a la bandera de Belgrano un sol de oro.
Gracias a él nos libramos esa vez del resobado gorro frigio, emblema de los
libertos romanos, muy del gusto de los revolucionarios franceses, pero en
ninguna manera adecuado para encasquetárselo a una nación que jamás había sido
esclava.
¿Cuántos son
los que conocen esta honrosa página de la vida del humilde sacerdote?
Muy pocos y los
que escriben historias, que debieran saberla, no suelen acordarse de ella.
Una protesta en
El Argos.
La inscripción
latina puesta en la tumba de Chorroarín que lo proclamaba como Fundador de la
Biblioteca, provocó un comunicado del periódico El Argos, que conviene
transcribir aquí letra por letra, para que podamos apreciar su exacto valor.
Dice así:
"En la
inscripción de la lápida del Doctor Don Luis José de Chorroarín, en el
cementerio del Norte, se nota una falsedad o un error en titularlo Fundador de
la Biblioteca.
"Esto es
tan distante de lo cierto que ese finado ni perteneció a la Biblioteca al
tiempo de su fundación. Tiempo
después fue nombrado Bibliotecario,
cuyo destino sirvió hasta pocos
años antes de su muerte, con sueldo
y casa de balde, que no han tenido otros. Fue ascendido a canónigo de esta
Santa Iglesia Catedral, pero
siempre sería tan falso llamarlo Fundador de la Biblioteca, porque fue Bibliotecario, como fundador
de la Catedral porque fue su canónigo. Para corregir éste error (pues el
fundador fue el Doctor Moreno) pueden los que lo hubieren cometido, ver el
establecimiento de la Biblioteca hecha por el primer Gobierno Patrio, y consta en La Gaceta del 13 de setiembre
de 1810. Allí verán estas palabras: "nombrando por ahora bibliotecario
al Doctor Don Saturnino Segurola y al Reverendo Padre Fray Cayetano Rodríguez, que se han prestado gustosos a dar esta nueva
prueba de patriotismo y de amor al bien público; y nombra igualmente por Protector de la
Biblioteca al Secretario de Gobierno, doctor don Mariano Moreno.
"Verán
también en los siguientes los donativos públicos con que se erigió y en la del
quince del mismo mes setiembre una carta de los comerciantes ingleses radicados
en esta ciudad oblando considerables sumas a influjo y solicitud del Dr.
Moreno". . . . El Argos, Nº 80, 1823.
Y firmaba Veritas.
El autor se
escondía detrás de un seudónimo, suponiendo
que su firma no agregaría autoridad a la protesta.
La precaución
resulta inútil, porque lo apasionado del tono y los giros del lenguaje delatan
que Ventas es Manuel Moreno, Director en ese tiempo de la Biblioteca.
Sin embargo, para nosotros este alegato resulta
precioso: en él se enumeran todas las pruebas favorables
a la tesis de que Moreno fundó la Biblioteca. Si no se dan otras, es
porque no las hay, pues si las hubiera, Veritas las presentaría.
¿Y cuáles son
esas pruebas? Dos, únicamente.
Ante todo, el
decreto de la Primera Junta que nombra a Moreno Protector.
Pero Protector
en el lenguaje burocrático de aquella época y también en el de ahora, no significa Fundador, sino "Comisionado para atender los
asuntos de una repartición oficial".
De tal manera
que cuando se alejó Moreno de Buenos Aires, se designó a otra persona con igual
título de Protector, sin que ello significara que se le reconociera asimismo
como Fundador.
Segunda prueba:
la carta de los comerciantes ingleses, donando dinero y libros.
Precisamente
esta carta confirma lo que acabamos de decir. Está dirigida así: "Al
Doctor Don Mariano Moreno, comisionado por la Excelentísima Junta para el
establecimiento de la Biblioteca Pública". . . . Gaceta de Buenos Aires, 15 de
octubre de 1810, página 12.
Ni una palabra
del texto de esa carta que hemos examinado
(Ventas la citó creyendo que
nadie iría a confrontarla) se
refiere, no digamos a la calidad de Fundador, pero ni siquiera a que los donativos se hicieran
por influjo o solicitud de Moreno. Si a algo se alude allí reiteradamente
es a la acción de la Junta, no de
su Secretario.
Ya dijimos que
por aquellos mismos días, la Primera Junta nombró a su Vocal Dr. Manuel
Belgrano, Protector de otra institución: la Escuela de Matemáticas.
Allí sí se
advirtió la protección, tanto
que el Protector mereció el título de Mecenas de la institución, y a las pocas semanas la inauguró, cosa
que Moreno nunca llegó a realizar con la Biblioteca.
Y sin embargo
nadie pretende que Belgrano haya sido el Fundador de la Escuela de Matemáticas.
Si el
comunicado de Ventas hubiera aparecido con firma responsable y distinta del
"testimonio único de interesado", y hubiera traído algún argumento concreto, habría presentado cierto interés.
Pero querer
destruir la fe que nos merece la inscripción categórica y solemne puesta en la lápida de un prócer,
públicamente honrado por el
gobierno, sin aportar otro argumento que esa única y
vergonzante protesta bajo seudónimo, no tiene sombra de sentido crítico.
Si los
partidarios de Moreno hubiesen podido aducir una prueba semejante a la que
aducimos nosotros —inscripción de esa lápida—, ¿no es verdad que la considerarían
concluyente?
Con qué
derecho, pues, los que no aducen
ningún argumento, rechazan los del contrario?
La Parábola de
Natham. Nos vienen a la
memoria las palabras del profeta.
Había dos
hombres, uno rico en extremo, que
tenía vacas y ovejas innumerables, y otro pobre que no tenía más que una ovejita, nacida en su casa y criada en su regazo, a la
que él quería como a una hija.
Un día el rico
tuvo que agasajar a un convidado,
mas no echó mano ni de sus vacas
ni de sus ovejas, sino que sacrificó la única ovejita del pobre.
El rico es
Mariano Moreno. En todas las
ciudades argentinas hay una calle, una escuela y una biblioteca que llevan su
nombre. En casi todas una estatua. Uno de nuestros grandes buques condujo
su recuerdo a través de los mares, bajo el sol de la bandera de guerra.
Todo lo que
asegura la gloria de este mundo, lo ha tenido y lo tiene.
El pobre es Chorroarín.
Sirvió a su patria durante
larguísimos años, educando a la juventud. Le regaló sus tesoros que eran sus libros. Ya entonces valían una fortuna y hoy
valen más. Se desprendió de
ellos porque iban a enriquecer lo que fue su sueños durante años y su creación
de 1810.
Lo único que le quedaba era aquella lápida con
aquella inscripción que era su gloria,
o la han hecho desparecer.