martes, 27 de febrero de 2018

Neo-donatismo - Germán Mazuelo-Leytón

Neo-donatismo - Germán Mazuelo-Leytón



  En enero próximo pasado, el cardenal Zen, obispo emérito de Hong Kong, acudió a la Santa Sede para entrevistarse con el Obispo de Roma, encuentro durante el cual el purpurado le hizo entrega de sendas cartas de prelados y fieles de la Iglesia clandestina, advirtiéndole que tal acuerdo de unificación en desmedro de la Iglesia fiel, sería perjudicial para los católicos que -a pesar de las persecuciones y la cárcel- se han mantenido unidos a la Iglesia.
  Un acuerdo entre China comunista y la Santa Sede estaría listo y sería firmado en unas semanas. De finiquitarse éste, se pondría fin al cisma de 1957 cuando el comunismo chino organizó la llamada Iglesia patriótica, consagrando válidamente, aunque sin mandato pontificio, obispos y sacerdotes.

  Una de las consecuencias de tal capitulación, -similar a la acordada entre Napoléon I y la Santa Sede, cuando obispos fieles a Roma fueron forzados a presentar su renuncia al pastoreo de sus diócesis a fin de dar solución al cisma producido por la Constitución Civil del Clero- daría licitud a las ordenaciones episcopales y sacerdotales efectuadas por el sector obediente al gobierno comunista chino.

I.                 Cisma y herejía

  En el momento en que el gran Agustín de Hipona era consagrado obispo (395), la herejía donatista comenzaba a roer las entrañas del mundo católico. Muchos cristianos habían sido infectados por esa desviación herética, misma que dicha de una manera simple sostenía que la Iglesia visible está compuesta solamente de justos y santos y que los sacramentos son inválidos si son administrados por un ministro indigno.

  Recibe su nombre de Donato el Grande, su más fuerte defensor.

  Ideológicamente se deriva del error de los rebautizantes, cuya responsabilidad recae sobre Tertuliano, que, habiendo negado la validez del Bautismo de los herejes (dando la razón de que estando privados de la gracia no la podían transmitir a otros), encontró un fervoroso e inteligente campeón de su tesis en San Cipriano (+258), que se atrevió a pedirle al Papa Esteban I la confirmación de esta doctrina, recibiendo como respuesta el célebre principio «nihil innovetur, nisi quod traditum est»Nada de innovaciones, sólo la tradición»).

  Los donatistas, siguiendo la trayectoria de las ideas de los dos escritores africanos, llevaron la teoría a sus consecuencias últimas: si los herejes no pueden bautizar válidamente, porque están privados del Espíritu Santo y de su gracia, de la misma manera se ha de estimar la condición de los pecadores: estando ellos también privados de la gracia, no pueden, por lo mismo, transmitirla a través de los ritos sacramentales[1].

  Como tantas veces sucede en los que el herético quiere superar al heresiarca, y, el discípulo supera al maestro: parvus error in principio fit magnus in fine («Un error pequeño en el principio se convierte en grande al final)», el donatismo «apoyado por el celo fanático de los circumceliones e ilustrado por escritores no faltos de ingenio (Parmeniano, Ticonio, Petiliano, etc.) se extendió y consolidó tan profundamente que llegó a poner en grave peligro la existencia del catolicismo en el Africa romana. Ni la repetida intervención imperial, ni la brillante polémica sostenida por San Optato Milevitabo consiguieron doblegar el ánimo de los rebeldes. Sólo a principios del siglo V, con el apoyo del Imperio, la lógica cerrada y la caridad conquistadora de San Agustín consiguieron zanjar el cisma secular y poner en claro el principio católico, según el cual: 1) La Iglesia militante no es la sociedad de los Santos sino un “corpus permixtum” de buenos y de malos; 2) los Sacramentos traen su eficacia de Cristo y no de los Ministros, por lo que son “sancta per se et non per homines”»[2].

  Cuatro herejías combatió San Agustín:
•        el escepticismo (384-386);
•        el maniqueísmo (387-400);
•        el donatismo (400-412);
•        el pelagianismo (412-430).

  El Obispo de Hipona combatió al escepticismo como filósofo, al maniqueísmo y pelagianismo como teólogo, y al donatismo como obispo.

  Gracias a su celo, saber y santidad, San Agustín demostró que los donatistas estaban equivocados. Explicó que los sacramentos eran válidos y eficaces incluso cuando los administra un ministro indigno, porque Cristo es el verdadero actor de los sacramentos. Además afirmó el Obispo de Hipona, que la misericordia y el perdón podían concederse a todos los pecadores arrepentidos, incluso a los «traditores».

  La controversia donatista es una parte importante de la historia de la Iglesia, a menudo descuidada, ya que pone en duda no sólo su autoridad, sino la validez de los sacramentos.

II.              Donatismo moderno
  Ha surgido por una parte un integrismo donatista que se manifiesta en la actualidad en el ataque a la Iglesia como instrumento de poder, dominio y privilegio, y a la religión como una superestructura clerical de la vida religiosa contra los pobres y los humildes.

  Se pueden señalar diversas manifestaciones del neo-donatismo que llevan al arquetipo donatista de la no creencia:

•        la invención de la era constantiniana;
•        las comunidades de base;
•        los sacerdotes obreros;
•        las marchas pacifistas;
•        el primado de la ortopraxis sobre la ortodoxia;
•        la teología de la liberación;
•        la opción preferencial por los pobres;
•        la religión se convierte en ancilla revolutionis: se subordina toda afirmación de fe o de teología a la política;
•        el neo-donatismo actual puede presentarse atenuado: la Iglesia se considera como una sucursal de la cruz roja en su labor puramente filantrópica y social;
•        se ve a la Iglesia no como una madre que debe ser amada, sino como una prostituta que debe ser redimida (cfr. el meaculpismo actual)[3]

  Por otra parte, aunque el nuevo rito de la Misa, efectiva y objetivamente, favorece el error y la herejía, ello no elimina en sí mismo la Presencia Real de Jesús en la Hostia consagrada. Hay quienes afirman la invalidez de la consagración en el Novus Ordo, problema que no puede existir, porque se ha mantenido la sustancia de la forma del Sacramento. Otra cosa son los abusos litúrgicos que se dan a diestra y siniestra.

  Ergo, muchos fieles se enfrentan a la disyuntiva de participar del Santo Sacrificio de la Misa en el nuevo rito -al no poder acceder a la Misa Tridentina- o no participar de la Misa, como dijo alguien dejándolos de esta manera a expensas del mundo, el demonio y la carne.

  Si alguno dijere, que por los mismos Sacramentos de la nueva ley no se confiere gracia ex opere operato, sino que basta para conseguirla la sola fe en las divinas promesas; sea anatema[4].

  No es el ministro o un determinado Instituto al que pertenece el ministro, quien confiere la eficacia al Sacrificio de la Misa o a los sacramentos, Cristo es el Ministro Principal de los sacramentos.

  «Cristo fundó su Iglesia jerárquica y le confió el ministerio de aplicar la Redención, la Iglesia actúa por medio de sus legítimos ministros. Independientemente del estado de gracia del ministro que actúa es la propia Iglesia quien engendra nuevos hijos de Dios, es Cristo mismo quien bautiza, quien ofrece su Sacrificio al Padre»[5].

  Pío XII enseña en la encíclica «Mystici Corporis» (1943): «Cuando los sacramentos de la Iglesia se administran con rito externo, Él es quien produce el efecto interior en las almas»; «Por la misión jurídica con la que el divino Redentor envió a los apóstoles al mundo, como Él mismo había sido enviado por el Padre (cf. Juan 17, 18; 20, 21), Él es quien por la Iglesia bautiza, enseña, gobierna, desata, liga, ofrece y sacrifica».

Germán Mazuelo-Leytón


Nacionalismo Católico San Juan Bautista


[1] Cf.: PARENTE, PIETRO, Diccionario de teología dogmática.
[2] Ibíd.
[3] Cf.: Principales aportaciones agustinianas para la teología católica.
[4] CONCILIO TRIDENTINO, canon 8, Sesión VII.
[5] SAN AGUSTÍN DE HIPONA.