Neo-donatismo - Germán Mazuelo-Leytón
En enero próximo pasado, el
cardenal Zen, obispo emérito de Hong Kong, acudió a la Santa Sede para
entrevistarse con el Obispo de Roma, encuentro durante el cual el purpurado le
hizo entrega de sendas cartas de prelados y fieles de la Iglesia clandestina, advirtiéndole
que tal acuerdo de unificación en desmedro de la Iglesia fiel, sería
perjudicial para los católicos que -a pesar de las persecuciones y la cárcel-
se han mantenido unidos a la Iglesia.
Un acuerdo entre China
comunista y la Santa Sede estaría listo y sería firmado en unas semanas. De
finiquitarse éste, se pondría fin al cisma de 1957 cuando el comunismo chino
organizó la llamada Iglesia patriótica, consagrando válidamente, aunque sin mandato
pontificio, obispos y sacerdotes.
Una de las consecuencias de
tal capitulación, -similar a la acordada entre Napoléon I y la Santa Sede,
cuando obispos fieles a Roma fueron forzados a presentar su renuncia al
pastoreo de sus diócesis a fin de dar solución al cisma producido por la
Constitución Civil del Clero- daría licitud a las ordenaciones episcopales y
sacerdotales efectuadas por el sector obediente al gobierno comunista chino.
I.
Cisma
y herejía
En el momento en que el gran
Agustín de Hipona era consagrado obispo (395), la herejía donatista comenzaba a
roer las entrañas del mundo católico. Muchos cristianos habían sido infectados
por esa desviación herética, misma que dicha de una manera simple sostenía que la
Iglesia visible está compuesta solamente de justos y santos y que los
sacramentos son inválidos si son administrados por un ministro indigno.
Recibe su nombre de Donato
el Grande, su más fuerte defensor.
Ideológicamente se deriva del
error de los rebautizantes, cuya responsabilidad recae sobre Tertuliano, que,
habiendo negado la validez del Bautismo de los herejes (dando la razón de que
estando privados de la gracia no la podían transmitir a otros), encontró un
fervoroso e inteligente campeón de su tesis en San Cipriano (+258), que se
atrevió a pedirle al Papa Esteban I la confirmación de esta doctrina, recibiendo
como respuesta el célebre principio «nihil
innovetur, nisi quod traditum est» («Nada de innovaciones, sólo la tradición»).
Los donatistas, siguiendo la
trayectoria de las ideas de los dos escritores africanos, llevaron la teoría a
sus consecuencias últimas: si los herejes no pueden bautizar
válidamente, porque están privados del Espíritu Santo y de su gracia, de la
misma manera se ha de estimar la condición de los pecadores: estando ellos
también privados de la gracia, no pueden, por lo mismo, transmitirla a través
de los ritos sacramentales[1].
Como tantas veces sucede en
los que el herético quiere superar al heresiarca, y, el discípulo supera al
maestro: parvus error in principio fit
magnus in fine («Un error
pequeño en el principio se convierte
en grande al final)», el donatismo «apoyado por el celo fanático de los circumceliones e ilustrado por
escritores no faltos de ingenio (Parmeniano, Ticonio, Petiliano, etc.) se
extendió y consolidó tan profundamente que llegó a poner en grave peligro la
existencia del catolicismo en el Africa romana. Ni la repetida intervención
imperial, ni la brillante polémica sostenida por San Optato Milevitabo
consiguieron doblegar el ánimo de los rebeldes. Sólo a principios del siglo V,
con el apoyo del Imperio, la lógica cerrada y la caridad conquistadora de San
Agustín consiguieron zanjar el cisma secular y poner en claro el principio
católico, según el cual: 1) La Iglesia militante no es la sociedad de los
Santos sino un “corpus permixtum” de buenos y de malos; 2) los Sacramentos
traen su eficacia de Cristo y no de los Ministros, por lo que son “sancta per
se et non per homines”»[2].
Cuatro herejías combatió San
Agustín:
• el escepticismo (384-386);
• el maniqueísmo (387-400);
• el donatismo (400-412);
• el pelagianismo (412-430).
El Obispo de Hipona combatió
al escepticismo
como filósofo, al maniqueísmo y pelagianismo como teólogo, y al donatismo como
obispo.
Gracias a su celo, saber y
santidad, San Agustín demostró que los donatistas estaban equivocados. Explicó
que los sacramentos eran válidos y eficaces incluso cuando los administra un
ministro indigno, porque Cristo es el verdadero actor de los sacramentos.
Además afirmó el Obispo de Hipona, que la misericordia y el perdón podían
concederse a todos los pecadores arrepentidos, incluso a los «traditores».
La controversia donatista es
una parte importante de la historia de la Iglesia, a menudo descuidada, ya que
pone en duda no sólo su autoridad, sino la validez de los sacramentos.
II.
Donatismo
moderno
Ha surgido por una parte un
integrismo donatista que se manifiesta en la actualidad en el ataque a la
Iglesia como instrumento de poder, dominio y privilegio, y a la religión
como una superestructura clerical de la vida religiosa contra los pobres
y los humildes.
Se pueden señalar diversas
manifestaciones del neo-donatismo que llevan al arquetipo donatista de la no
creencia:
• la invención de la era constantiniana;
• las comunidades de base;
• los sacerdotes obreros;
• las marchas pacifistas;
• el primado de la ortopraxis sobre la ortodoxia;
• la teología de la liberación;
• la opción preferencial por los pobres;
• la religión se convierte en ancilla revolutionis: se subordina toda afirmación de fe o de
teología a la política;
• el neo-donatismo actual puede presentarse atenuado: la
Iglesia se considera como una sucursal de la cruz roja en su labor puramente
filantrópica y social;
• se ve a la Iglesia no como una madre que debe ser amada, sino
como una prostituta que debe ser redimida (cfr. el meaculpismo actual)[3].
Por otra parte, aunque el
nuevo rito de la Misa, efectiva y objetivamente, favorece el error y la
herejía, ello no elimina en sí mismo la Presencia Real de Jesús en la Hostia
consagrada. Hay quienes afirman la invalidez de la consagración en el Novus
Ordo, problema que no puede existir, porque se ha mantenido la
sustancia de la forma del Sacramento. Otra cosa son los abusos litúrgicos que
se dan a diestra y siniestra.
Ergo, muchos fieles se
enfrentan a la disyuntiva de participar del Santo Sacrificio de la Misa en el
nuevo rito -al no poder acceder a la Misa Tridentina- o no participar de la
Misa, como dijo alguien dejándolos de esta manera a expensas del
mundo, el demonio y la carne.
Si alguno dijere, que por los
mismos Sacramentos de la nueva ley no se confiere gracia ex opere operato, sino
que basta para conseguirla la sola fe en las divinas promesas; sea anatema[4].
No es el ministro o un
determinado Instituto al que pertenece el ministro, quien confiere la eficacia
al Sacrificio de la Misa o a los sacramentos, Cristo es el Ministro Principal
de los sacramentos.
«Cristo fundó su Iglesia
jerárquica y le confió el ministerio de aplicar la Redención, la Iglesia actúa
por medio de sus legítimos ministros. Independientemente del estado de gracia
del ministro que actúa es la propia Iglesia quien engendra nuevos hijos de
Dios, es Cristo mismo quien bautiza, quien ofrece su Sacrificio al Padre»[5].
Pío XII enseña en la encíclica
«Mystici Corporis» (1943): «Cuando los sacramentos de la Iglesia se administran
con rito externo, Él es quien produce el efecto interior en las almas»; «Por la
misión jurídica con la que el divino Redentor envió a los apóstoles al mundo,
como Él mismo había sido enviado por el Padre (cf. Juan 17, 18; 20, 21), Él es
quien por la Iglesia bautiza, enseña, gobierna, desata, liga, ofrece y
sacrifica».
Germán Mazuelo-Leytón
Nacionalismo Católico San
Juan Bautista
[1] Cf.: PARENTE, PIETRO, Diccionario de teología dogmática.
[2] Ibíd.
[3] Cf.: Principales aportaciones agustinianas para
la teología católica.
[4] CONCILIO
TRIDENTINO, canon 8, Sesión VII.