AÑO 10
CAPITULO IV
PARTE 1
¿COMO NACIO LA LEYENDA?
En llegando a esta altura, y aunque pareciera falta de método vamos a examinar las fuentes de la fabulosa biografía de Mariano Moreno.
Pudimos haberlo hecho al principio, o bien dejarlo para el final. Pero al principio corríamos peligro de que el lector salteara una introducción, que no le despertaría mayor interés. Y al final sería demasiado tarde para explicar lo que ahora parece inexplicable. En efecto, el lector debe de estar impaciente, formulándose esta pregunta: ¿Cómo del Moreno que emerge de estos testimonios irrefutables se ha podido sacar el Moreno de las estatuas y las historietas derramadas en las escuelas argentinas?
Hemos apuntado ya la razón: Moreno, más que un procer de la independencia, es un personaje elevado, después de muerto, a la categoría de símbolo del liberalismo y así ha llegado hasta la época actual. Lo inventaron por su irreligiosidad, rara en aquellos tiempos, los librepensadores del siglo pasado y lo ascendieron a semidiós los librepensadores de hoy.
En el seno de la Junta, él representaba la demagogia liberal, contra la tradición católica y democrática, que encarnaba Saavedra. Por eso, los modernos demagogos, los masones (1), los anticatólicos en cualquier partido que militen (socialistas, comunistas, etcétera), descubren en Moreno su primer antepasado en la historia argentina.
Desaparecido Moreno, desterrado y perseguido Saavedra, persistió la tendencia morenista, escondiendo, bajo las apariencias de la política, lo que en el fondo era una prevención inextinguible contra la Iglesia católica.
Moreno había muerto, pero los liberales de la primera mitad del siglo xix, arrojaban ya su nombre como un santo y seña. Sus descendientes heredaron su inquina mezcla de liberalismo y de regionalismo, y así fue inflándose en las historias aquella figura, que poco a poco acabó por ser lo que ninguno de los contemporáneos que realmente lo conocieron y trataron, pudo imaginarse que llegaría a ser: ¡el verbo de la Revolución!
No había en aquellos tiempos archivos organizados. Los historiadores valíanse a menudo de tradiciones familiares o de relatos de testigos, que contaban las casas a su modo.
En la correspondencia de San Martín, hay una carta de diciembre de 1827, al general Guido, en que el gran hombre exhala su desprecio por la historia y su temor de que la suya fuese escrita con pasión y embustes. Afortunadamente no fue, pues un gran historiador dio la pauta en buena hora, para los libros que se habrían de escribir sobre el Libertador, con tal conciencia y acopio de datos, que fijó para siempre el juicio de la posteridad. ¡Que no hiciera otro tanto con Saavedra!
Dice San Martín: "Sin embargo de estos principios y 'del desprecio que yo puedo tener por la historia, porque conozco que las pasiones, el espíritu de partido, la educación y el sórdido interés son en general los agentes que mueven a los escritores, no
(*) ¿Fue masón Mariano Moreno? Lo ignoramos. La masonería en el Rio de la Plata, hacia 1810, era apenas conocida y no sabemos de nadie que la
profesara. En un libro reciente (1958) del señor Alcibiades Lappas, La masonería argentina a través de sus hombres, donde hay una extensa lista de masones argentinos, en la página 195 aparece nuestro procer, iniciado en la logia de la Independencia. Pero como en el mismo libro figuran otros personajes que no fueron masones (San Martín, Belgrano, etc.),' no nos atrevemos sin mayores pruebas a afirmar el masonismo del "numen".
puedo prescindir de que tengo una hija y amigos, aunque pocos, a quienes debo satisfacer" (1).
Quien haya tenido la curiosidad de ver en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, donde se conservan preciosamente muchos de los libros que formaron la biblioteca privada de San Martin, comprende que este desprecio del gran soldado era por la historia mendaz, la historia falsificada, que miente a sabiendas, para hinchar a ciertos personajes y denigrar a otros.
Porque la mayoría de los libros que poseyó San Martín fueron libros de historia.
Cuando se trató de escribir sobre la revolución, los escasos libros que existían de la primera época, fueron oráculos y aprovechados hasta el hueso. Los primeros historiadores, que no conocieron sino de oídas al personaje, se abrevaron en la Vida y Memorias del Dr. Dn. Mariano Moreno, publicada en Londres por Manuel Moreno, en 1812, agua turbia que bebieron sin filtrar.
De ese libro han sacado cien noticias imaginarias que hoy son dogmas. en nuestras escuelas.
Hasta el más discreto de sus biógrafos, el doctor Norberto Pinero, en el prólogo que puso a su edición de los Escritos de Mariano Moreno, confiesa lo siguiente: "Los datos relativos a los estudios, las lecturas, las luchas, la vida, en suma, de Mariano Moreno en Chuquisaca, han sido extraídos de la biografía escrita por su hermano Manuel Moreno" (*).
El lo declara honestamente, pero otros, que se han documenado en forma igual no üenen el valor de confesarlo, para dar al lector la idea de una investigación personal, que jamás llevaron a cabo.
Y como los primeros biógrafos copian de aquel libro, que es hoy una rareza bibliográfica, los posteriores ni siquiera intentan buscarlo y tranquilamente reproducen lo copiado por aquéllos, y a su vez son recopilados, y así continúan reeditándose las mismas especies, contra las cuales nadie ha osado levantar la voz.
(1) .San Martín, su correspondencia (2* edición del Museo Histórico Nacional), t. X, pág. 171.
(2) PINERO. NORBERTO, Los escritos de Mariano Moreno (Librería y casa editora de Jesús Menéndez, Buenos Aires, 1938), pág. 13).
¿Quién se atreverá a negar que Moreno dijese al morir: Viva mi patria aunque yo perezca?
¿Quién tendrá la audacia de discutir que Saavedra exclamase al recibir la luctuosa noticia: Se necesitaba tanta agua para apagar tanto fuego?
Ambas frases pertenecen al tesoro de la historia argentina, y desacreditarlas es, a los ojos de esos historiadores, crimen de lesa patria.
La suerte de Moreno fue el haber dejado como albacea de su gloria mundana, a ese incansable propagandista suyo, su hermano Manuel, que no se contentó con ensalzar al que era de su propia sangre, sino que creyó que ella debía fundarse en la ignominia de don Cornelio de Saavedra.
De no haber sido indiscutible la grandeza moral de Saavedra y tan insignes sus 'hazañas, ya no nos acordaríamos de su nombre.
Moreno lo ha eclipsado. Casi no hay historiador, que contagiado por el odio morenista, no haya reproducido alguna invención de Manuel, para arrojar sobre el verdadero jefe de la Revolución de Mayo un puñado de barro o un borrón de tinta.
Saavedra, militar y católico, enfrentándose con Moreno, civil y sectario, no podía esperar ni simpatía ni justicia de los librepensadores que han inspirado en gran parte la historia argentina.
Aquella extravagante ocurrencia que tuvo Moreno de reimprimir en Buenos Aires el Contrato Social de Rousseau, para distribuirlo en las escuelas, ya lo hace simpático a dos gremios numerosos y andariegos: los enemigos de la Iglesia Católica y los que creen en Rousseau.
Mas para disimular las verdaderas razones de su simpatía, esos panegiristas de Moreno se guardan bien de presentárnoslo según era en verdad, un demagogo trasnochado, al estilo de Robespierre, y nos lo muestran como un católico fervoroso, casi fanático, cuyos delirios de crueldad, atribuyen a arrebatos místicos.
Este seudo catolicismo de Moreno aparece desmentido por sus trabajos, como el haber reimpreso en Buenos Aires y prologado el Contrato Social, del cual suelen decir, dorándonos la pildora, que expurgó algunos pasajes donde Rousseau "ha delirado sobre materias religiosas".
La obra de Rousseau, prohibida varias veces por la Santa Sede, podía leerla quien tuviera el debido permiso, pero nunca se habría atrevido a reimprimirla sino quien estuviera de hecho fuera de la religión, porque la autoridad eclesiástica jamás hubiese autorizado su reimpresión, ni siquiera con la maliciosa precaución de amputarle algunas páginas.
En aquellos tiempos de rígida observancia, eso era una rebeldía, cuya gravedad no puede escapar a nadie que sepa su catecismo. No es necesario ser canonista.
Don Vicente Fidel López se empeña en hacernos creer que Moreno era devoto fronterizo del éxtasis, "alma ascética devorada por una actividad asombrosa... se había entregado a las elucubraciones místicas de Tomás Kempis y a las disciplinas de la penitencia" (1).
Dejemos pasar aquí eso de la "actividad asombrosa", porque de ello nos ocuparemos hacia el final de este capítulo. Hablemos de las "elucubraciones místicas" a que según López se entregaba Moreno.
Su hermano nos relata algunos episodios que revelan cuan lejos de la Imitación de Cristo y de los cilicios andaba nuestro héroe.
Tras de habernos pretendido maravillar, contándonos que en Chuquisaca leía libros prohibidos, encontrados en la biblioteca del canónigo Terranzas (quien seguramente tendría licencia para leerlos) nos refiere cómo, a poco de llegar a Buenos Aires, con su título de doctor, el primer cliente que le salió al paso fue un canónigo, que estaba en pleito con el obispo.
No hay nada más odioso que estas trifulcas de clérigos, alzados contra la jerarquía eclesiástica. Por uno que pleitea con razón, hay cien agitados por ruines resentimientos.
Se comprende, pues, que los abogados de nota les hagan ascos a estos clientes. Moreno en cambio, no tuvo escrúpulos en hacer frente al obispo, patrocinando al canónigo, y puso tal pasión en el pleito, que lo vemos abandonar a su propio padre agonizante, para acudir al tribunal a hacer un alegato. ¡Es cuanto puede decirse de su piedad filial! (*).
"Esta causa fue la primera de varias de esa clase que siguieron después —afirma el biógrafo— sobre contener al obispo dentro de los límites de la equidad y de las leyes" (2).
Si la primera causa de este dudoso 'género no es indicio bastante para juzgar al abogado, ya que puede existir un canónigo que tenga motivos justos de pleitear contra su obispo, las "otras varias de igual clase", que en un foro tan pequeño parecen demasiadas para que fuesen todas igualmente justas, nos permiten conjeturar que el joven leguleyo no tardó en acreditarse de liberal y que lo asediaban clientes que otros desahuciaban, y que su fama de católico debía de andar muy por los suelos; lo cual prueba que la gente de izquierda no se ha equivocado en ver en Mariano Moreno al personaje de aquella época que mejor encarna sus antipatías antirreligiosas.
Más adelante, en los capítulos XV y XVI, donde tratamos de la "pérdida del Alto Perú" y del "Inicuo Plan de Operaciones", veremos en detalle cómo fructificó el espíritu sectario de Mariano Moreno, interpretado por Castelli, Monteagudo y otros en los sacrilegios y atrocidades que cometieron muchos jefes y oficiales del Ejército del Norte, en aquella funesta campaña.
Son cuadros que los argentinos deben aprender y recordar para enseñanza propia, por más que muchos historiadores traten de que los olvidemos.
Y ya que hemos hablado aquí de los pleitos del procer, no vendrá mal echar una ojeada a sus escritos jurídicos para descubrir otra faceta de tan extraordinario brillante.
En la mencionada colección de sus Arengas cítase un expediente con motivo de cierta causa entre un rico y un pobre. El rico, que es propietario de un "caserío" (nombre de los conventillos de entonces), quiere desalojar a un pobre inquilino que le ocupa una pieza.
(1) Colección de Arengas en el [oro prefacio p. XLVII. H Id., pág. XLVI.
(1) LÓPEZ, VICENTE FIDEL, Historia de la República Argentina (Buenos Aires, Carlos Casavalle, editor, 1883), t. III, pág. 225.
Si hemos de atenernos á lo aprendido en la escuela acerca de Mariano Moreno, "el fundador de la democracia argentina", juraríamos que si el eminente jurisconsulto se resignaba a actuar en un mísero pleito, lo hacía sólo para defender a un pobre inquilino, a quien un voraz propietario pretendía arrojar a la calle con sus bártulos y su familia, simplemente porque no le pagaba el alquiler.
Los autores de las historietas que corren como textos de enseñanza desearían que así hubiera sido, para agregar una simpática pincelada al retrato.
Desgraciadamente los hechos inflexibles destruyen las com-placientes calcomanías.
En esta ocasión vemos a Mariano Moreno ponerse decididamente de parte del rico propietario, y escarbar en la jurisprudencia universal mil argumentos para pedir al juez la expulsión del "grosero" (sic) inquilino que no podía pagar.
El abogado contrario —nos cuenta él— había acumulado en veinte fojas sus probanzas contra el propietario y Moreno se enfurece delante de esos argumentos que pintan muy desfavorablemente a su patrocinado, el rico propietario.
Se estampan quejas de inquilinos —dice—, que ya no lo son, se atribuye con desacato y procacidad a un vecino de las istancias de don... (aquí el nombre del propietario) una conducta reprensible con sus inquilinos, violencias continuas agitadas de la codicia y una constante arbitrariedad en el asunto de los alquileres.. ." (1).
"Era muy fácil a mi parte (-') haber formado una completa prueba que desmintiese esas calumnias: le era (sic) muy fácil acreditar los perjuicios ,que recibe en los arriendos de sus casas: estas debían producirle el doble de lo que reditúan y que la generosidad, compasión y condescendencia han sido Ins únicas armas que ha opuesto a la petulancia y altivez de gentes groseras
(1) MORENO MARIANO, Colección de arengas en e! foro ,, escrííos (Londres, 1836), páq. 53
( 1) Habría sido muy fácil", quiere decir, pero lo dice con su acostumbrada sintaxis.
con que es preciso celebrar la mayor parte de sus locaciones" (p.-54).
Increíble arrogancia en la pluma de un democrático de tantas campanillas, que en tal forma desprecia a los inquilinos pobres, gentes groseras, etc.
"El ingreso de Troncoso a esta casa —prosigue— se verificó de un modo que es muy común en esta ciudad; se pone a precio por el propietario con concepto a cada mes: el inquilino se compromete a satisfacer este arrendamiento normal y no se trata de determinar un tiempo fijado...
"No habiéndose prefijado un determinado número de años, debemos creer circunscripta la sustancia de la locación a aquel mes que sirvió de término para fijar el precio.. ." (p. 58).
"Ahora pues, si el inquilino Troncoso se halla facultado para mudarse cuando quiere de casa de... (aquí el nombre) ¿cómo podrá negar a éste autoridad de lanzarlo de ella7"
A lo largo de 33 páginas impresas, en el libro, que habrán sido 40 ó 50 fojas del expediente original, el procer, con una locuacidad desproporcionada para asunto de tan escasa cuantía, acumula argumentos extraídos de Cujacio y de las Partidas y de Gregorio López y cita al emperador Zenón y las leyes de Aragón v de Noruega y el estatuto de Dinamarca, y trae a colación en latín, nada menos que al Cardenal de Lúea, todo para demostrar eme, no habiendo plazo, su cliente tenía acción para expulsar a Troncoso en cuanto venciera el primer mes de alquiler.
El biógrafo no nos cuenta si el biografiado ganó o perdió el pleito.
Si en los tiempos que corren, un personaje de las derechas fuera sorprendido haciendo esta laya de alegatos ¿cómo lo pondrían los censores de izquierda que seguramente son admiradores de Moreno?
Y si supieran que en algún pleito ha patrocinado a ambas partes y sacado provecho de los dos contendientes, ¿qué nos dirían del tal personaje?
Hemos leído ya, en otro capitulo, aquella confidencia de su biógrafo, Manuel Moreno, que nos muestra a su hermano, cuando era Relator de la Audiencia, actuando secretamente como abogado de las dos partes en litigio, pues al mismo tiempo que redactaba los escritos que la Audiencia elevaba al Rey, atacando al Cabildo, aconsejaba y aún dictaba los escritos en que el Cabildo acusaba a la Audiencia ante el mismo soberano.
¡Y pensar que escritos de este jaez han bastado para que existan escuelas de derecho donde el retrato de Mariano Moreno preside la galería de jurisconsultos argentinos!
¿Cómo se ha llegado a tamaña ofuscación?
Algunos historiadores "para no aparecer debiendo todas sus noticias al muy discutible testimonio del hermano, simulan extraerlas de otros autores, y citan al General Miller o a los hermanos Robertson.
¡Todo viene a ser lo mismo! Son copias de copias de copias. Fotografías sucesivas del primer daguerrotipo, lo cual no lo refuerza en manera alguna.
El propio hermano que publicó en 1812 una biografía bajo su firma y otra en 1836, bajo el seudónimo de El Editor, en esta segunda biografía cita como autoridades. . . ¡a los que le copiaron a él de la primera biografía!
Vayamos a las pruebas:
En la página CXLV de la segunda biografía, hablando de la Biblioteca Pública, para" comprobar que no solamente él le atribuye la fundación sino que hay historiadores extranjeros que también asignan a Moreno dicha gloria, dice:
"Un autor estimable observa que el monumento más hermoso a la memoria de Moreno es esta obra: La Biblioteca de Filadelfia posee la estatua de su fundador Franklin; en la de Buenos Airea no se ve todavía el busto o retrato del suyo."
Al pie de la página menciona a John Miller en la obra Memorías del General Miller.
Como el General Miller no conoció los asuntos de Buenos Aires sino por terceras personas, hemos tenido la curiosidad de indagar la procedencia de ese dato; y hemos descubierto en la obra citada por Manuel Moreno la interesante confesión de que todo lo que sabe Miller acerca de los primeros días de la independencia lo ha aprendido en el libro de ¡Manuel Moreno!
"Para la formación de los cuatro primeros capítulos —dice Miller— se han consultado las Noticias Secretas de Ulloa, publicadas por Mr. Bary; la Vida del Dt. Moreno, escrita por su hermano, y Bosquejo de la Revolución de América Española, por un Americano del Sur.
Tanto la obra del Americano del Sur como la de Mr. Bary, no se refieren a Buenos Aires. La noticia, que nos interesa, proviene pues, de la obra de Manuel Moreno.
¿Se comprende por qué la cita.de Miller no refuerza en nada el testimonio de Manuel Moreno?
Cosa peor ocurre con los hermanos Robertson, cuya obra suelen mencionar algunos biógrafos de Moreno, como una valiosa autoridad extranjera.
Los hermanos Robertson, como los hermanos Miller, admiradores de los hermanos Moreno, no se han limitado a consultar las dos biografías aderezadas por el hermano Manuel, sino que lo han hecho colaborar en su libro y a fin de que no apareciera nada que no fuera a su paladar, le han consentido la revisión de los originales, "antes de ser enviados a la imprenta".
Lo cuentan ellos mismos con desaprensiva ingenuidad:
"No podríamos hallar un testimonio de más alta y preciosa veracidad que el suyo acerca de los detalles históricos de nuestra obra, la cual antes de ir a la imprenta fue sometida en manuscrito a su examen" (*).
Manuel Moreno ha publicado, según acabamos de decirlo, dos biografías de Mariano Moreno.
La primera con' el siguiente título Vida y Memorias del Dr. Dn. Mariano Moreno, por su hermano Dn. Manuel Moreno, Londres. En la imprenta de M. Creerey, 1812.
(1) Mimerías del general Miller, escritas por John Miller (¡también su hermano!) y traducidas al castellano por el general Torrijas, amigo de ambos. Londres (Longman. Rees, Orne, Brown y Creen, 1829, p. XXXIX).
(2) J. P. and W. P. ROBERTSON, Lftters on South America, t. III, pág. 316.
Al leer este titulo. Vida y Memorias. . ., el lector imagina que, aunque las Memorias de Mariano Moreno no alcancen a formar los 40 tomos que ocupan las Memorias de Saint Simón, harán siquiera un par de tomos, o por lo menos un mediocre tomo.
¡Ni siquiera eso! El volumen de Vida y Memorias contiene 333 páginas, pero las Memorias, que deberían ser lo sustancial de la obra, no ocupan más de 15.
La segunda biografía apareció 24 años después y se titula Colección de Arengas en el Foro y Escritos del Doctor Dr. Maríano Moreno, tomo I. Londres. Impresa por Jaime Pickburn. . . 1836.
Lleva un extenso prefacio de 176 páginas suscrito por El Editor.
Este prefacio en letra menuda, es tan largo como el resto del libro y reproduce, agregando poca cosa, la biografía de 1812.
No hay duda de que lo escribió Manuel Moreno y bajo el nombre de él lo reimprimió crítico tan avisado como Don Juan María Gutiérrez, que siendo muy joven trató amistosamente con Moreno.
Aunque se indica en la portada que se trata de un primer tomo, nunca se publicó el segundo.
De la misma manera que el título de otro libro, Vida y Memorias, daba una idea falsa de su contenido, el título Colección de Arengas en el Foro es también una ficción, pues no se contiene allí ninguna arenga, ni en el foro, ni en ninguna otra parte.
Lo que encontramos es lo siguiente:
1º Una disertación sobre la obligación del marido o la mujer casados en segundas nupcias, de reservar los bienes obtenidos en el primer matrimonio para los hijos habidos en él (trabajo de sus tiempos del Alto Perú).
2º Un escrito en un juicio de desalojo de una pieza de conventillo.
3º Memorias sobre la Invasión Inglesa.
4º Representación de los Hacendados.
5º Dos extensos artículos tomados de La Gaceta.
6º El decreto de supresión de honores al Presidente de la Junta.
jY ninguna arenga! Sin embargo, a este afortunado título debe Moreno la fama de ardiente orador con que ha llegado a nuestros días.
Cada uno de estos libros lleva un retrato que dicen que es Mariano Moreno.
El primero, en la edición de Vida y Memorias, es una litografía de perfil, retrato de fantasía, muy feo. El segundo, en Colección de Arengas, es un grabado en cobre, de frente, muy poco o nada parecido al anterior. Se adivina que ambos retratistas pintaron de oídas, del mismo modo que los historiadores han escrito la biografía.
Ninguno de estos retratos fue bastante bonito a juicio de los artistas modernos, que inventaron una tercera efigie, la de un romántico joven, en nada semejante a los otros dos, y que es la que todos conocemos, difundida millones de veces en los libros escolares, en las estampillas y en todas las galerías de proceres, donde la de San Martín puede faltar, pero ésa nunca falta.
Con toda seguridad ésa es la más falsa de todas y hoy podemos afirmar que de Moreno no existe ningún retrato auténtico. Nuestro procer nació bajo una falaz estrella: ni sus litografías son ciertas.
¿Por qué fue publicado este larguísimo prólogo que no es más que una repetición?
Manuel Moreno debió comprender que su primer panegírico perdía autoridad por ser suyo, y anheló que otra pluma escribiera otra biografía.
Mas pasaron 24 anos y ninguna de los qué habían tratado de cerca al procer escribió nada, como si los verdaderos actores de la Revolución no tuvieran nada que decir del "alma de la Junta", "el numen de la Revolución", "el fundador de la democracia argentina".
Fue necesario que el hermano recomenzara la tarea en otro libro, mas para no engendrarlo con el mismo pecado original, lo echó al mundo bajo un seudónimo.
En el larguísimo prólogo que ha puesto a esa colección de escritos, y que firma "El Editor", remacha y da carácter perdurable a la más afortunada, aunque la más inverosímil de sus invenciones, a saber, que su hermano lo hizo todo en la Junta. En tal forma ha hecho llegar hasta nosotros esta aserción, que cuando uno lee las historias actuales que tratan de esa época, en cada página tropieza con expresiones como éstas: "Moreno ordenó , "Moreno dispuso", "Moreno mandó esto y eso y aquello".
Nadie lo ha puesto en duda; nadie se ha tomado el trabajo de ir a las fuentes de la historia y de averiguar lo que haya de verdad en el aserto.
Para sostener tan temeraria afirmación, ya que Moreno no era más que el segundo secretario de la Junta, sería preciso presentarnos alguna prueba, pues en los cuerpos colegiados nunca son los secretarios sino los presidentes los que mandan.
Afírmase que Moreno lo hizo todo, porque: ¡Era el alma de la Junta! Pero ¿por qué dicen que era el alma de la Junta? [Porque lo hizo todo!
Petición de principio.
No importa que las resoluciones, las proclamas, los decretos, contengan siempre esta frase u otra parecida: "La Junta ha resuelto..."; ellos siguen empecinados en sostener que la resolución fue de Moreno, atribuyendo toda acción, toda iniciativa de la Junta a su segundo secretario.
Para ellos la Primera Junta, como la llaman, estaba constituida por ocho títeres manejados por un genio.
"El Dr. Moreno —-dice la segunda biografía—• tomó a su cargo los departamentos más laboriosos y más delicados de la administración en tales tiempos, es decir la secretaría de gobierno y la de guerra, a que se unían las relaciones exteriores, dejando a su compañero el Dr. Paso el departamento de hacienda..."
"La Junta se congregaba diariamente desde las nueve de la mañana hasta las dos de la tarde, y desde las cinco hasta las ocho de la noche... Pero los negocios de la revolución no tenían hora exceptuada ni lugar señalado y se despachaban por el Secretario o en el retrete de gobierno, o en el departamento o en su casa según la urgencia" (*)'. ,
(1) Colección de arengas en el foro, etc.,,. p. CXL.
(2) Vida y Memoria del Dr. Dn. Mariano Moreno, pág. 262.
Y en el otro libro: "Cuando en un país se halla a la frente de los negocios un hombre de genio, por muy apuradas que sean las circunstancias, se obran prodigios que admiran a las almas vulgares" (a).
Éste es el único fundamento del mito colosal que ha desfigurado la historia argentina de esta época.
Con un mediocre sentido crítico, cualquier historiador, fuese o no una de esas almas vulgares, que dice Manuel Moreno, habría desconfiado de su asombrosa afirmación.
¿Quién que conozca a los políticos puede creer que permitieran a un mozo, que no había intervenido en los preparativos de la Revolución, y que era sospechoso de connivencia con los españoles, apoderarse del gobierno, prescindir de sus colegas, hacer a un lado al presidente y de propia autoridad disponer cuáles serían sus atribuciones y cuáles dejaría a su compañero Paso, y llevar a tal punto su absolutismo que despachara los negocios en el retrete y hasta en su casa?
¿No es ridículo pensarlo?
¿Quién puede creer que hombres como Saavedra, .Belgrano, Azcuénaqa, militares fogueados en los combates contra los ingleses y políticos hábiles, que habían tejido la trama de la inmensa revolución, se dejarían suplantar por Moreno, que nada había hecho, y arrebatar toda iniciativa y se resignarían al deslucido papel de coristas suyos?
Y se nos cuenta eso nada más que por haberlo afirmado quien sabía que no era verdad lo que afirmaba. Manuel Moreno había sido oficial de la secretaría de su hermano, y por lo tanto no podía ignorar que los secretarios carecían de facultades hasta para nombrar a los empleados de su propio despacho.
Por un decreto del 9 de julio de 1810, sobre organización de las secretarías, lo más que se les concedía era el derecho de proponer amanuenses; ni siquiera nombrarlos. "Por lo que respeta a los amanuenses... el Secretario encargado de este ramo propondrá los individuos que considere aptos para ese destino" (*).
¡Y pretenden hacernos creer que aquel Secretario, que no podía nombrar un amanuense, lo hizo todo!
Porque eso es lo que nos cuentan, y eso ha llegado a ser un dogma en los textos, donde aprenden historia nuestros escolares.
Registro Oficial de la República Argentina t. I, pág. 50.
No importa que la lógica, el buen criterio, la simple perspicacia estén clamando. El estudiante sin juicio propociaba por aceptar la idea de que se halla delante de un hombre genial, dotado de una actividad decoradora, rodeado de colegas ineptos!
' ¡Moreno despacha los negocios de la Revolución hasta en el retrete de Gobierno, hasta en su casa! Lo dice su hermano y lo copian los historiadores aunque los documentos de la época desautoricen tamaña especie.
Leamos, por ejemplo, el relato que apareció en La Gaceta de Buenos Aires del 16 de agosto de 1810. Es un episodio revelador de que los dos secretarios de la Junta —Paso y Moreno—, no daban más órdenes que las que recibían del Presidente.
El 11 de agosto de 1810 llegó a Buenos Aires el capitán de fragata José Primo de Rivera, que se decía enviado por el Supremo Consejo de Regencia español. Con el mayor despejo se dirigió a Saavedra, quien no quiso conversar con él, si no presentaba un nombramiento oficial, que le diera categoría de embajador.
Dice La Gaceta: "El Si. Presidente se negó a toda contestación distinta de las .atenciones que exige la urbanidad entre personas de rango."
Convocada la Junta, ésta no quiso tampoco recibirlo, y todo lo más que le( concedió fue hacerlo atender por el segundo secretario.
He aquí los términos en que lo trató Moreno, según La Gaceta (*):
"Después de saludar a D. Primo le dijo: Soy secretario de la Junta, y ésta me ha ordenado reciba de manos de Vd. las órdenes o credenciales con que el Supremo Consejo de Regencia autoriza su persona, para que comunique instrucciones verbales al Superior gobierno de estas Provincias.
"D. Primo no contestó directamente y empezando a referir unas expresiones del Excmo. Sr. Castaños al tiempo de su despedida, le repuso el Secretario:
"Sr. D. Primo; yo no vengo autorizado para entrar con Vd. en discusiones; mi venida tiene el preciso objeto de recibir y pasar
La Gaceta de Buenos Aires, 16 de agosto de 1810, pág. 185 (Real Imprenta de los Niños Expósitos).
a la Junta las credenciales u órdenes escritas del Supremo Consejo de Regencia que Vd. haya conducido. Entonces sacó un manojo de papeles sueltos y separando de ellos un pliego abierto lo entregó al Secretario...
"La Junta después de un maduro acuerdo ordenó al Secretario intimase a D. Primo la resolución que se había adoptado (de no recibirlo y acompañado aquél del Escribano de Gobierno D. Ramon Basavilbaso desempeñó su comisión".
¡Qué enorme distancia hay entre el Moreno de la leyenda y el Moreno que nos muestra estos documentos! Aquí no aparece como el amo, que absorbe el poder y eclipsa a todo el mundo. Aquí es un empleado a quien se le ordena que reciba aslos visitantes de jerarquía y luego los ponga en la calle. Y él cumple lo que se le manda y hasta se excusa con el visitante de no poder ir mas allá. . .
A veces en un relámpago de lucidez, el estudiante perspicaz sospecha que sus libritos pretenden embaucarlo y se hace esta reflexión:
"Si tanta era la influencia de Moreno, ¿cómo se contentó 'Con una secretaría y no se apoderó de la 'presidencia?
'Y si no pudo hacerlo al principio, porque la Revolución lo sorprendió "entretenido en conversaciones indiferentes", ¿cómo no lo hizo después? Y cuando se peleó con Saavedra, ¿cómo en vez de expulsarlo se dejó expulsar del gobierno y enviar a Europa, diplomática manera de sacarlo de en medio?"
Nunca se ha dicho lo que ahora vamos a decir: la ponderada y devoradora actividad de Moreno, es otra fábula: el único asunto que se le confió lo dejó inexcusablemente abandonado.
Ese único asunto fue la Secretaría de la Junta, ya que era Secretario.
Por su negligencia se ha perdido sin remedio para la historia argentina, la relación auténtica de los debates de la Junta, pues no se han labrado actas de sus sesiones, según es práctica, tratándose de un gobierno colegiado.
Desde siglos atrás el Cabildo tenía.sus libros de actas voluminosos, puntualísimos, donde se asentaban sus deliberaciones; y tales documentos llevados por modestos secretarios, de cuyos nombres no nos acordamos, son fuente irreemplazable de nuestra historia.
Desaparecido Moreno, desterrado y perseguido Saavedra, persistió la tendencia morenista, escondiendo, bajo las apariencias de la política, lo que en el fondo era una prevención inextinguible contra la Iglesia católica.
Moreno había muerto, pero los liberales de la primera mitad del siglo xix, arrojaban ya su nombre como un santo y seña. Sus descendientes heredaron su inquina mezcla de liberalismo y de regionalismo, y así fue inflándose en las historias aquella figura, que poco a poco acabó por ser lo que ninguno de los contemporáneos que realmente lo conocieron y trataron, pudo imaginarse que llegaría a ser: ¡el verbo de la Revolución!
No había en aquellos tiempos archivos organizados. Los historiadores valíanse a menudo de tradiciones familiares o de relatos de testigos, que contaban las casas a su modo.
En la correspondencia de San Martín, hay una carta de diciembre de 1827, al general Guido, en que el gran hombre exhala su desprecio por la historia y su temor de que la suya fuese escrita con pasión y embustes. Afortunadamente no fue, pues un gran historiador dio la pauta en buena hora, para los libros que se habrían de escribir sobre el Libertador, con tal conciencia y acopio de datos, que fijó para siempre el juicio de la posteridad. ¡Que no hiciera otro tanto con Saavedra!
Dice San Martín: "Sin embargo de estos principios y 'del desprecio que yo puedo tener por la historia, porque conozco que las pasiones, el espíritu de partido, la educación y el sórdido interés son en general los agentes que mueven a los escritores, no
(*) ¿Fue masón Mariano Moreno? Lo ignoramos. La masonería en el Rio de la Plata, hacia 1810, era apenas conocida y no sabemos de nadie que la
profesara. En un libro reciente (1958) del señor Alcibiades Lappas, La masonería argentina a través de sus hombres, donde hay una extensa lista de masones argentinos, en la página 195 aparece nuestro procer, iniciado en la logia de la Independencia. Pero como en el mismo libro figuran otros personajes que no fueron masones (San Martín, Belgrano, etc.),' no nos atrevemos sin mayores pruebas a afirmar el masonismo del "numen".
puedo prescindir de que tengo una hija y amigos, aunque pocos, a quienes debo satisfacer" (1).
Quien haya tenido la curiosidad de ver en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, donde se conservan preciosamente muchos de los libros que formaron la biblioteca privada de San Martin, comprende que este desprecio del gran soldado era por la historia mendaz, la historia falsificada, que miente a sabiendas, para hinchar a ciertos personajes y denigrar a otros.
Porque la mayoría de los libros que poseyó San Martín fueron libros de historia.
Cuando se trató de escribir sobre la revolución, los escasos libros que existían de la primera época, fueron oráculos y aprovechados hasta el hueso. Los primeros historiadores, que no conocieron sino de oídas al personaje, se abrevaron en la Vida y Memorias del Dr. Dn. Mariano Moreno, publicada en Londres por Manuel Moreno, en 1812, agua turbia que bebieron sin filtrar.
De ese libro han sacado cien noticias imaginarias que hoy son dogmas. en nuestras escuelas.
Hasta el más discreto de sus biógrafos, el doctor Norberto Pinero, en el prólogo que puso a su edición de los Escritos de Mariano Moreno, confiesa lo siguiente: "Los datos relativos a los estudios, las lecturas, las luchas, la vida, en suma, de Mariano Moreno en Chuquisaca, han sido extraídos de la biografía escrita por su hermano Manuel Moreno" (*).
El lo declara honestamente, pero otros, que se han documenado en forma igual no üenen el valor de confesarlo, para dar al lector la idea de una investigación personal, que jamás llevaron a cabo.
Y como los primeros biógrafos copian de aquel libro, que es hoy una rareza bibliográfica, los posteriores ni siquiera intentan buscarlo y tranquilamente reproducen lo copiado por aquéllos, y a su vez son recopilados, y así continúan reeditándose las mismas especies, contra las cuales nadie ha osado levantar la voz.
(1) .San Martín, su correspondencia (2* edición del Museo Histórico Nacional), t. X, pág. 171.
(2) PINERO. NORBERTO, Los escritos de Mariano Moreno (Librería y casa editora de Jesús Menéndez, Buenos Aires, 1938), pág. 13).
¿Quién se atreverá a negar que Moreno dijese al morir: Viva mi patria aunque yo perezca?
¿Quién tendrá la audacia de discutir que Saavedra exclamase al recibir la luctuosa noticia: Se necesitaba tanta agua para apagar tanto fuego?
Ambas frases pertenecen al tesoro de la historia argentina, y desacreditarlas es, a los ojos de esos historiadores, crimen de lesa patria.
La suerte de Moreno fue el haber dejado como albacea de su gloria mundana, a ese incansable propagandista suyo, su hermano Manuel, que no se contentó con ensalzar al que era de su propia sangre, sino que creyó que ella debía fundarse en la ignominia de don Cornelio de Saavedra.
De no haber sido indiscutible la grandeza moral de Saavedra y tan insignes sus 'hazañas, ya no nos acordaríamos de su nombre.
Moreno lo ha eclipsado. Casi no hay historiador, que contagiado por el odio morenista, no haya reproducido alguna invención de Manuel, para arrojar sobre el verdadero jefe de la Revolución de Mayo un puñado de barro o un borrón de tinta.
Saavedra, militar y católico, enfrentándose con Moreno, civil y sectario, no podía esperar ni simpatía ni justicia de los librepensadores que han inspirado en gran parte la historia argentina.
Aquella extravagante ocurrencia que tuvo Moreno de reimprimir en Buenos Aires el Contrato Social de Rousseau, para distribuirlo en las escuelas, ya lo hace simpático a dos gremios numerosos y andariegos: los enemigos de la Iglesia Católica y los que creen en Rousseau.
Mas para disimular las verdaderas razones de su simpatía, esos panegiristas de Moreno se guardan bien de presentárnoslo según era en verdad, un demagogo trasnochado, al estilo de Robespierre, y nos lo muestran como un católico fervoroso, casi fanático, cuyos delirios de crueldad, atribuyen a arrebatos místicos.
Este seudo catolicismo de Moreno aparece desmentido por sus trabajos, como el haber reimpreso en Buenos Aires y prologado el Contrato Social, del cual suelen decir, dorándonos la pildora, que expurgó algunos pasajes donde Rousseau "ha delirado sobre materias religiosas".
La obra de Rousseau, prohibida varias veces por la Santa Sede, podía leerla quien tuviera el debido permiso, pero nunca se habría atrevido a reimprimirla sino quien estuviera de hecho fuera de la religión, porque la autoridad eclesiástica jamás hubiese autorizado su reimpresión, ni siquiera con la maliciosa precaución de amputarle algunas páginas.
En aquellos tiempos de rígida observancia, eso era una rebeldía, cuya gravedad no puede escapar a nadie que sepa su catecismo. No es necesario ser canonista.
Don Vicente Fidel López se empeña en hacernos creer que Moreno era devoto fronterizo del éxtasis, "alma ascética devorada por una actividad asombrosa... se había entregado a las elucubraciones místicas de Tomás Kempis y a las disciplinas de la penitencia" (1).
Dejemos pasar aquí eso de la "actividad asombrosa", porque de ello nos ocuparemos hacia el final de este capítulo. Hablemos de las "elucubraciones místicas" a que según López se entregaba Moreno.
Su hermano nos relata algunos episodios que revelan cuan lejos de la Imitación de Cristo y de los cilicios andaba nuestro héroe.
Tras de habernos pretendido maravillar, contándonos que en Chuquisaca leía libros prohibidos, encontrados en la biblioteca del canónigo Terranzas (quien seguramente tendría licencia para leerlos) nos refiere cómo, a poco de llegar a Buenos Aires, con su título de doctor, el primer cliente que le salió al paso fue un canónigo, que estaba en pleito con el obispo.
No hay nada más odioso que estas trifulcas de clérigos, alzados contra la jerarquía eclesiástica. Por uno que pleitea con razón, hay cien agitados por ruines resentimientos.
Se comprende, pues, que los abogados de nota les hagan ascos a estos clientes. Moreno en cambio, no tuvo escrúpulos en hacer frente al obispo, patrocinando al canónigo, y puso tal pasión en el pleito, que lo vemos abandonar a su propio padre agonizante, para acudir al tribunal a hacer un alegato. ¡Es cuanto puede decirse de su piedad filial! (*).
"Esta causa fue la primera de varias de esa clase que siguieron después —afirma el biógrafo— sobre contener al obispo dentro de los límites de la equidad y de las leyes" (2).
Si la primera causa de este dudoso 'género no es indicio bastante para juzgar al abogado, ya que puede existir un canónigo que tenga motivos justos de pleitear contra su obispo, las "otras varias de igual clase", que en un foro tan pequeño parecen demasiadas para que fuesen todas igualmente justas, nos permiten conjeturar que el joven leguleyo no tardó en acreditarse de liberal y que lo asediaban clientes que otros desahuciaban, y que su fama de católico debía de andar muy por los suelos; lo cual prueba que la gente de izquierda no se ha equivocado en ver en Mariano Moreno al personaje de aquella época que mejor encarna sus antipatías antirreligiosas.
Más adelante, en los capítulos XV y XVI, donde tratamos de la "pérdida del Alto Perú" y del "Inicuo Plan de Operaciones", veremos en detalle cómo fructificó el espíritu sectario de Mariano Moreno, interpretado por Castelli, Monteagudo y otros en los sacrilegios y atrocidades que cometieron muchos jefes y oficiales del Ejército del Norte, en aquella funesta campaña.
Son cuadros que los argentinos deben aprender y recordar para enseñanza propia, por más que muchos historiadores traten de que los olvidemos.
Y ya que hemos hablado aquí de los pleitos del procer, no vendrá mal echar una ojeada a sus escritos jurídicos para descubrir otra faceta de tan extraordinario brillante.
En la mencionada colección de sus Arengas cítase un expediente con motivo de cierta causa entre un rico y un pobre. El rico, que es propietario de un "caserío" (nombre de los conventillos de entonces), quiere desalojar a un pobre inquilino que le ocupa una pieza.
(1) Colección de Arengas en el [oro prefacio p. XLVII. H Id., pág. XLVI.
(1) LÓPEZ, VICENTE FIDEL, Historia de la República Argentina (Buenos Aires, Carlos Casavalle, editor, 1883), t. III, pág. 225.
Si hemos de atenernos á lo aprendido en la escuela acerca de Mariano Moreno, "el fundador de la democracia argentina", juraríamos que si el eminente jurisconsulto se resignaba a actuar en un mísero pleito, lo hacía sólo para defender a un pobre inquilino, a quien un voraz propietario pretendía arrojar a la calle con sus bártulos y su familia, simplemente porque no le pagaba el alquiler.
Los autores de las historietas que corren como textos de enseñanza desearían que así hubiera sido, para agregar una simpática pincelada al retrato.
Desgraciadamente los hechos inflexibles destruyen las com-placientes calcomanías.
En esta ocasión vemos a Mariano Moreno ponerse decididamente de parte del rico propietario, y escarbar en la jurisprudencia universal mil argumentos para pedir al juez la expulsión del "grosero" (sic) inquilino que no podía pagar.
El abogado contrario —nos cuenta él— había acumulado en veinte fojas sus probanzas contra el propietario y Moreno se enfurece delante de esos argumentos que pintan muy desfavorablemente a su patrocinado, el rico propietario.
Se estampan quejas de inquilinos —dice—, que ya no lo son, se atribuye con desacato y procacidad a un vecino de las istancias de don... (aquí el nombre del propietario) una conducta reprensible con sus inquilinos, violencias continuas agitadas de la codicia y una constante arbitrariedad en el asunto de los alquileres.. ." (1).
"Era muy fácil a mi parte (-') haber formado una completa prueba que desmintiese esas calumnias: le era (sic) muy fácil acreditar los perjuicios ,que recibe en los arriendos de sus casas: estas debían producirle el doble de lo que reditúan y que la generosidad, compasión y condescendencia han sido Ins únicas armas que ha opuesto a la petulancia y altivez de gentes groseras
(1) MORENO MARIANO, Colección de arengas en e! foro ,, escrííos (Londres, 1836), páq. 53
( 1) Habría sido muy fácil", quiere decir, pero lo dice con su acostumbrada sintaxis.
con que es preciso celebrar la mayor parte de sus locaciones" (p.-54).
Increíble arrogancia en la pluma de un democrático de tantas campanillas, que en tal forma desprecia a los inquilinos pobres, gentes groseras, etc.
"El ingreso de Troncoso a esta casa —prosigue— se verificó de un modo que es muy común en esta ciudad; se pone a precio por el propietario con concepto a cada mes: el inquilino se compromete a satisfacer este arrendamiento normal y no se trata de determinar un tiempo fijado...
"No habiéndose prefijado un determinado número de años, debemos creer circunscripta la sustancia de la locación a aquel mes que sirvió de término para fijar el precio.. ." (p. 58).
"Ahora pues, si el inquilino Troncoso se halla facultado para mudarse cuando quiere de casa de... (aquí el nombre) ¿cómo podrá negar a éste autoridad de lanzarlo de ella7"
A lo largo de 33 páginas impresas, en el libro, que habrán sido 40 ó 50 fojas del expediente original, el procer, con una locuacidad desproporcionada para asunto de tan escasa cuantía, acumula argumentos extraídos de Cujacio y de las Partidas y de Gregorio López y cita al emperador Zenón y las leyes de Aragón v de Noruega y el estatuto de Dinamarca, y trae a colación en latín, nada menos que al Cardenal de Lúea, todo para demostrar eme, no habiendo plazo, su cliente tenía acción para expulsar a Troncoso en cuanto venciera el primer mes de alquiler.
El biógrafo no nos cuenta si el biografiado ganó o perdió el pleito.
Si en los tiempos que corren, un personaje de las derechas fuera sorprendido haciendo esta laya de alegatos ¿cómo lo pondrían los censores de izquierda que seguramente son admiradores de Moreno?
Y si supieran que en algún pleito ha patrocinado a ambas partes y sacado provecho de los dos contendientes, ¿qué nos dirían del tal personaje?
Hemos leído ya, en otro capitulo, aquella confidencia de su biógrafo, Manuel Moreno, que nos muestra a su hermano, cuando era Relator de la Audiencia, actuando secretamente como abogado de las dos partes en litigio, pues al mismo tiempo que redactaba los escritos que la Audiencia elevaba al Rey, atacando al Cabildo, aconsejaba y aún dictaba los escritos en que el Cabildo acusaba a la Audiencia ante el mismo soberano.
¡Y pensar que escritos de este jaez han bastado para que existan escuelas de derecho donde el retrato de Mariano Moreno preside la galería de jurisconsultos argentinos!
¿Cómo se ha llegado a tamaña ofuscación?
Algunos historiadores "para no aparecer debiendo todas sus noticias al muy discutible testimonio del hermano, simulan extraerlas de otros autores, y citan al General Miller o a los hermanos Robertson.
¡Todo viene a ser lo mismo! Son copias de copias de copias. Fotografías sucesivas del primer daguerrotipo, lo cual no lo refuerza en manera alguna.
El propio hermano que publicó en 1812 una biografía bajo su firma y otra en 1836, bajo el seudónimo de El Editor, en esta segunda biografía cita como autoridades. . . ¡a los que le copiaron a él de la primera biografía!
Vayamos a las pruebas:
En la página CXLV de la segunda biografía, hablando de la Biblioteca Pública, para" comprobar que no solamente él le atribuye la fundación sino que hay historiadores extranjeros que también asignan a Moreno dicha gloria, dice:
"Un autor estimable observa que el monumento más hermoso a la memoria de Moreno es esta obra: La Biblioteca de Filadelfia posee la estatua de su fundador Franklin; en la de Buenos Airea no se ve todavía el busto o retrato del suyo."
Al pie de la página menciona a John Miller en la obra Memorías del General Miller.
Como el General Miller no conoció los asuntos de Buenos Aires sino por terceras personas, hemos tenido la curiosidad de indagar la procedencia de ese dato; y hemos descubierto en la obra citada por Manuel Moreno la interesante confesión de que todo lo que sabe Miller acerca de los primeros días de la independencia lo ha aprendido en el libro de ¡Manuel Moreno!
"Para la formación de los cuatro primeros capítulos —dice Miller— se han consultado las Noticias Secretas de Ulloa, publicadas por Mr. Bary; la Vida del Dt. Moreno, escrita por su hermano, y Bosquejo de la Revolución de América Española, por un Americano del Sur.
Tanto la obra del Americano del Sur como la de Mr. Bary, no se refieren a Buenos Aires. La noticia, que nos interesa, proviene pues, de la obra de Manuel Moreno.
¿Se comprende por qué la cita.de Miller no refuerza en nada el testimonio de Manuel Moreno?
Cosa peor ocurre con los hermanos Robertson, cuya obra suelen mencionar algunos biógrafos de Moreno, como una valiosa autoridad extranjera.
Los hermanos Robertson, como los hermanos Miller, admiradores de los hermanos Moreno, no se han limitado a consultar las dos biografías aderezadas por el hermano Manuel, sino que lo han hecho colaborar en su libro y a fin de que no apareciera nada que no fuera a su paladar, le han consentido la revisión de los originales, "antes de ser enviados a la imprenta".
Lo cuentan ellos mismos con desaprensiva ingenuidad:
"No podríamos hallar un testimonio de más alta y preciosa veracidad que el suyo acerca de los detalles históricos de nuestra obra, la cual antes de ir a la imprenta fue sometida en manuscrito a su examen" (*).
Manuel Moreno ha publicado, según acabamos de decirlo, dos biografías de Mariano Moreno.
La primera con' el siguiente título Vida y Memorias del Dr. Dn. Mariano Moreno, por su hermano Dn. Manuel Moreno, Londres. En la imprenta de M. Creerey, 1812.
(1) Mimerías del general Miller, escritas por John Miller (¡también su hermano!) y traducidas al castellano por el general Torrijas, amigo de ambos. Londres (Longman. Rees, Orne, Brown y Creen, 1829, p. XXXIX).
(2) J. P. and W. P. ROBERTSON, Lftters on South America, t. III, pág. 316.
Al leer este titulo. Vida y Memorias. . ., el lector imagina que, aunque las Memorias de Mariano Moreno no alcancen a formar los 40 tomos que ocupan las Memorias de Saint Simón, harán siquiera un par de tomos, o por lo menos un mediocre tomo.
¡Ni siquiera eso! El volumen de Vida y Memorias contiene 333 páginas, pero las Memorias, que deberían ser lo sustancial de la obra, no ocupan más de 15.
La segunda biografía apareció 24 años después y se titula Colección de Arengas en el Foro y Escritos del Doctor Dr. Maríano Moreno, tomo I. Londres. Impresa por Jaime Pickburn. . . 1836.
Lleva un extenso prefacio de 176 páginas suscrito por El Editor.
Este prefacio en letra menuda, es tan largo como el resto del libro y reproduce, agregando poca cosa, la biografía de 1812.
No hay duda de que lo escribió Manuel Moreno y bajo el nombre de él lo reimprimió crítico tan avisado como Don Juan María Gutiérrez, que siendo muy joven trató amistosamente con Moreno.
Aunque se indica en la portada que se trata de un primer tomo, nunca se publicó el segundo.
De la misma manera que el título de otro libro, Vida y Memorias, daba una idea falsa de su contenido, el título Colección de Arengas en el Foro es también una ficción, pues no se contiene allí ninguna arenga, ni en el foro, ni en ninguna otra parte.
Lo que encontramos es lo siguiente:
1º Una disertación sobre la obligación del marido o la mujer casados en segundas nupcias, de reservar los bienes obtenidos en el primer matrimonio para los hijos habidos en él (trabajo de sus tiempos del Alto Perú).
2º Un escrito en un juicio de desalojo de una pieza de conventillo.
3º Memorias sobre la Invasión Inglesa.
4º Representación de los Hacendados.
5º Dos extensos artículos tomados de La Gaceta.
6º El decreto de supresión de honores al Presidente de la Junta.
jY ninguna arenga! Sin embargo, a este afortunado título debe Moreno la fama de ardiente orador con que ha llegado a nuestros días.
Cada uno de estos libros lleva un retrato que dicen que es Mariano Moreno.
El primero, en la edición de Vida y Memorias, es una litografía de perfil, retrato de fantasía, muy feo. El segundo, en Colección de Arengas, es un grabado en cobre, de frente, muy poco o nada parecido al anterior. Se adivina que ambos retratistas pintaron de oídas, del mismo modo que los historiadores han escrito la biografía.
Ninguno de estos retratos fue bastante bonito a juicio de los artistas modernos, que inventaron una tercera efigie, la de un romántico joven, en nada semejante a los otros dos, y que es la que todos conocemos, difundida millones de veces en los libros escolares, en las estampillas y en todas las galerías de proceres, donde la de San Martín puede faltar, pero ésa nunca falta.
Con toda seguridad ésa es la más falsa de todas y hoy podemos afirmar que de Moreno no existe ningún retrato auténtico. Nuestro procer nació bajo una falaz estrella: ni sus litografías son ciertas.
¿Por qué fue publicado este larguísimo prólogo que no es más que una repetición?
Manuel Moreno debió comprender que su primer panegírico perdía autoridad por ser suyo, y anheló que otra pluma escribiera otra biografía.
Mas pasaron 24 anos y ninguna de los qué habían tratado de cerca al procer escribió nada, como si los verdaderos actores de la Revolución no tuvieran nada que decir del "alma de la Junta", "el numen de la Revolución", "el fundador de la democracia argentina".
Fue necesario que el hermano recomenzara la tarea en otro libro, mas para no engendrarlo con el mismo pecado original, lo echó al mundo bajo un seudónimo.
En el larguísimo prólogo que ha puesto a esa colección de escritos, y que firma "El Editor", remacha y da carácter perdurable a la más afortunada, aunque la más inverosímil de sus invenciones, a saber, que su hermano lo hizo todo en la Junta. En tal forma ha hecho llegar hasta nosotros esta aserción, que cuando uno lee las historias actuales que tratan de esa época, en cada página tropieza con expresiones como éstas: "Moreno ordenó , "Moreno dispuso", "Moreno mandó esto y eso y aquello".
Nadie lo ha puesto en duda; nadie se ha tomado el trabajo de ir a las fuentes de la historia y de averiguar lo que haya de verdad en el aserto.
Para sostener tan temeraria afirmación, ya que Moreno no era más que el segundo secretario de la Junta, sería preciso presentarnos alguna prueba, pues en los cuerpos colegiados nunca son los secretarios sino los presidentes los que mandan.
Afírmase que Moreno lo hizo todo, porque: ¡Era el alma de la Junta! Pero ¿por qué dicen que era el alma de la Junta? [Porque lo hizo todo!
Petición de principio.
No importa que las resoluciones, las proclamas, los decretos, contengan siempre esta frase u otra parecida: "La Junta ha resuelto..."; ellos siguen empecinados en sostener que la resolución fue de Moreno, atribuyendo toda acción, toda iniciativa de la Junta a su segundo secretario.
Para ellos la Primera Junta, como la llaman, estaba constituida por ocho títeres manejados por un genio.
"El Dr. Moreno —-dice la segunda biografía—• tomó a su cargo los departamentos más laboriosos y más delicados de la administración en tales tiempos, es decir la secretaría de gobierno y la de guerra, a que se unían las relaciones exteriores, dejando a su compañero el Dr. Paso el departamento de hacienda..."
"La Junta se congregaba diariamente desde las nueve de la mañana hasta las dos de la tarde, y desde las cinco hasta las ocho de la noche... Pero los negocios de la revolución no tenían hora exceptuada ni lugar señalado y se despachaban por el Secretario o en el retrete de gobierno, o en el departamento o en su casa según la urgencia" (*)'. ,
(1) Colección de arengas en el foro, etc.,,. p. CXL.
(2) Vida y Memoria del Dr. Dn. Mariano Moreno, pág. 262.
Y en el otro libro: "Cuando en un país se halla a la frente de los negocios un hombre de genio, por muy apuradas que sean las circunstancias, se obran prodigios que admiran a las almas vulgares" (a).
Éste es el único fundamento del mito colosal que ha desfigurado la historia argentina de esta época.
Con un mediocre sentido crítico, cualquier historiador, fuese o no una de esas almas vulgares, que dice Manuel Moreno, habría desconfiado de su asombrosa afirmación.
¿Quién que conozca a los políticos puede creer que permitieran a un mozo, que no había intervenido en los preparativos de la Revolución, y que era sospechoso de connivencia con los españoles, apoderarse del gobierno, prescindir de sus colegas, hacer a un lado al presidente y de propia autoridad disponer cuáles serían sus atribuciones y cuáles dejaría a su compañero Paso, y llevar a tal punto su absolutismo que despachara los negocios en el retrete y hasta en su casa?
¿No es ridículo pensarlo?
¿Quién puede creer que hombres como Saavedra, .Belgrano, Azcuénaqa, militares fogueados en los combates contra los ingleses y políticos hábiles, que habían tejido la trama de la inmensa revolución, se dejarían suplantar por Moreno, que nada había hecho, y arrebatar toda iniciativa y se resignarían al deslucido papel de coristas suyos?
Y se nos cuenta eso nada más que por haberlo afirmado quien sabía que no era verdad lo que afirmaba. Manuel Moreno había sido oficial de la secretaría de su hermano, y por lo tanto no podía ignorar que los secretarios carecían de facultades hasta para nombrar a los empleados de su propio despacho.
Por un decreto del 9 de julio de 1810, sobre organización de las secretarías, lo más que se les concedía era el derecho de proponer amanuenses; ni siquiera nombrarlos. "Por lo que respeta a los amanuenses... el Secretario encargado de este ramo propondrá los individuos que considere aptos para ese destino" (*).
¡Y pretenden hacernos creer que aquel Secretario, que no podía nombrar un amanuense, lo hizo todo!
Porque eso es lo que nos cuentan, y eso ha llegado a ser un dogma en los textos, donde aprenden historia nuestros escolares.
Registro Oficial de la República Argentina t. I, pág. 50.
No importa que la lógica, el buen criterio, la simple perspicacia estén clamando. El estudiante sin juicio propociaba por aceptar la idea de que se halla delante de un hombre genial, dotado de una actividad decoradora, rodeado de colegas ineptos!
' ¡Moreno despacha los negocios de la Revolución hasta en el retrete de Gobierno, hasta en su casa! Lo dice su hermano y lo copian los historiadores aunque los documentos de la época desautoricen tamaña especie.
Leamos, por ejemplo, el relato que apareció en La Gaceta de Buenos Aires del 16 de agosto de 1810. Es un episodio revelador de que los dos secretarios de la Junta —Paso y Moreno—, no daban más órdenes que las que recibían del Presidente.
El 11 de agosto de 1810 llegó a Buenos Aires el capitán de fragata José Primo de Rivera, que se decía enviado por el Supremo Consejo de Regencia español. Con el mayor despejo se dirigió a Saavedra, quien no quiso conversar con él, si no presentaba un nombramiento oficial, que le diera categoría de embajador.
Dice La Gaceta: "El Si. Presidente se negó a toda contestación distinta de las .atenciones que exige la urbanidad entre personas de rango."
Convocada la Junta, ésta no quiso tampoco recibirlo, y todo lo más que le( concedió fue hacerlo atender por el segundo secretario.
He aquí los términos en que lo trató Moreno, según La Gaceta (*):
"Después de saludar a D. Primo le dijo: Soy secretario de la Junta, y ésta me ha ordenado reciba de manos de Vd. las órdenes o credenciales con que el Supremo Consejo de Regencia autoriza su persona, para que comunique instrucciones verbales al Superior gobierno de estas Provincias.
"D. Primo no contestó directamente y empezando a referir unas expresiones del Excmo. Sr. Castaños al tiempo de su despedida, le repuso el Secretario:
"Sr. D. Primo; yo no vengo autorizado para entrar con Vd. en discusiones; mi venida tiene el preciso objeto de recibir y pasar
La Gaceta de Buenos Aires, 16 de agosto de 1810, pág. 185 (Real Imprenta de los Niños Expósitos).
a la Junta las credenciales u órdenes escritas del Supremo Consejo de Regencia que Vd. haya conducido. Entonces sacó un manojo de papeles sueltos y separando de ellos un pliego abierto lo entregó al Secretario...
"La Junta después de un maduro acuerdo ordenó al Secretario intimase a D. Primo la resolución que se había adoptado (de no recibirlo y acompañado aquél del Escribano de Gobierno D. Ramon Basavilbaso desempeñó su comisión".
¡Qué enorme distancia hay entre el Moreno de la leyenda y el Moreno que nos muestra estos documentos! Aquí no aparece como el amo, que absorbe el poder y eclipsa a todo el mundo. Aquí es un empleado a quien se le ordena que reciba aslos visitantes de jerarquía y luego los ponga en la calle. Y él cumple lo que se le manda y hasta se excusa con el visitante de no poder ir mas allá. . .
A veces en un relámpago de lucidez, el estudiante perspicaz sospecha que sus libritos pretenden embaucarlo y se hace esta reflexión:
"Si tanta era la influencia de Moreno, ¿cómo se contentó 'Con una secretaría y no se apoderó de la 'presidencia?
'Y si no pudo hacerlo al principio, porque la Revolución lo sorprendió "entretenido en conversaciones indiferentes", ¿cómo no lo hizo después? Y cuando se peleó con Saavedra, ¿cómo en vez de expulsarlo se dejó expulsar del gobierno y enviar a Europa, diplomática manera de sacarlo de en medio?"
Nunca se ha dicho lo que ahora vamos a decir: la ponderada y devoradora actividad de Moreno, es otra fábula: el único asunto que se le confió lo dejó inexcusablemente abandonado.
Ese único asunto fue la Secretaría de la Junta, ya que era Secretario.
Por su negligencia se ha perdido sin remedio para la historia argentina, la relación auténtica de los debates de la Junta, pues no se han labrado actas de sus sesiones, según es práctica, tratándose de un gobierno colegiado.
Desde siglos atrás el Cabildo tenía.sus libros de actas voluminosos, puntualísimos, donde se asentaban sus deliberaciones; y tales documentos llevados por modestos secretarios, de cuyos nombres no nos acordamos, son fuente irreemplazable de nuestra historia.