CAPÍTULO III
LA REVOLUCIÓN DE MAYO FUE UNA REVOLUCIÓN MILITAR
. .¿Cuándo se podrá escribir en la Argentina una historia imparcial de la propia Argentina? . .¿Cuándo se podrán decir ciertas verdades, sin que el decirlas signifique un escándalo?
Seguimos pronunciando blasfemias. Nos damos cuenta de nuestra osadía. No es que sea prohibido blasfemar. Al contrario: en este hermoso país reina la más holgada libertad para ello. Uno puede escribir y decir lo que se le antoje contra Dios y los santos y también contra la patria, si bien ésta se halla un poco mejor defendida por el Juzgado Federal. Pero lo que vamos a decir nosotros, eso no se puede decir. Lo diremos, sin embargo, cometiendo casi un suicidio.
Nuestra Revolución fue militar, desde el primer minuto. El pueblo de Mayo tuvo una intervención tan desanimada en los sucesos de aquellos días, que se puede afirmar que sólo actuó a ratos, como espectador y no como actor.,.,.,.
Quiso saber de
qué se trataba, conforme a la celebérrima frase: . . el pueblo quiere saber de qué se trata; pero
cuando se lo dijeron. .o no lo comprendió, o quedó satisfecho y se marchó de la
plaza. .Bien es verdad que era la hora del almuerzo, y tenía hambre.
Como en las
comedias de Aristófanes.
Nos imaginamos
que los historiadores al escucharnos volverán a rasgar sus vestiduras,. . si es
que las han zurcido después del capítulo primero, se mesarán las barbas y
querrán conducirnos fuera de la ciudad para lapidarnos a su gusto.
Tal le ocurrió
al primer mártir cristiano,. . que tuvo la osadía de afirmar cosas insufribles
para los judíos de su tiempo.
"Al oír
estas cosas —refieren los Hechos de los Apóstoles— reventaban de rabia en su
interior y crujían sus dientes. . Y
sacándolo fuera de la ciudad lo apedrearon"
Vayamos a la
prueba. . .
Puesto que
Voltaire es uno de los más acreditados profetas de la Revolución francesa y sus
palabras son un evangelio para sus devotos. . es bueno saber qué concepto tenía
del pueblo.
Hay numerosos
pasajes en sus obras, que delatan el menosprecio con que consideraba lo que él
llama "la canalla".
Tomaremos uno
de su correspondencia, por ser suficientemente expresivo.
En carta del 1*
de abril de 1766 a su amigo Daminaville,. . al mostrar que no es partidario de
que se enseñe al pueblo, se explica así:
"Creo que
no nos entendemos acerca del concepto "pueblo", que vos creéis digno
de ser instruido. .Yo entiendo por pueblo al que no tiene más que sus brazos
para vivir. . Dudo que esta clase de individuos tenga nunca ni tiempo ni
capacidad para instruirse. . Me parece esencial que haya indigentes ignorantes.
. Si vos explotaseis un campo; si vos poseyerais arados,. . estaríais
perfectamente de acuerdo conmigo. No es al jornalero al que hay que instruir;.
. es al buen burgués, al habitante de la ciudad;. . esta empresa es ya
suficientemente grande". VOLTAIRE, Obras completas (Garnier), tomo 44 página 257,
Cita de GIRAUD, Historia Beauchesne,
París, 1914 tomo 3. ¡No!.
. Para nosotros el pueblo no está constituido solamente por los burgueses o las
personas dueñas de campos y arados. . . Nuestro pueblo es el de Jesucristo, que
murió por redimir a todos, a los que sabían leer y a los que no sabían leer;
que incluía a los pobres (evangelizare pauperibus) a las turbas (misereor super
turbam) y por ello ordenó a sus discípulos que fueran a enseñar a todos. .
(Docete omnes gentes), porque su amor y su gracia no hacían acepción de
personas. Hechos 7, 54-57.
Y ése fue el
pueblo de Buenos Aires,. . durante las invasiones inglesas. Los que sabían leer
como los que no sabían, los blancos y los negros,. . unidos y movidos por una
misma religión e idéntico amor a la patria.
Las escenas
heroicas que la ciudad presenció entonces,. . no se repitieron en los gloriosos
días de Mayo de 1810.
En 1806 y 1807
aquel pueblo de artesanos, marineros, menestrales, tenderos, esclavos,
sirvientes, pulperos, empleados de gobierno, magistrados, frailes, clérigos,
mujeres y niños sintió en sus entrañas la indignación de la ciudad invadida y
de la Religión amenazada;. . y como era ferviente patriota y católico, se
movilizó contra los herejes en una ardiente cruzada.
No contó a sus
enemigos, ni midió sus armas, ni calculó sus propias fuerzas. .Sabia que los ingleses
traían las mejores tropas del mundo,. . ¡No importa! La ciudad entera fue el
campo de batalla. Lo mismo se combatió en las plazas, que en las calles, que
desde las azoteas.
Sir Home
Popham, jefe de la escuadra inglesa, en su informe al almirantazgo, tratando de
explicar la derrota del general Beresford, sostiene que la mayor parte de las
bajas de los ingleses se las hicieron los que les tiraban desde los techos de
las casas y hasta desde la torre de la Catedral. . Parte del Comodoro Sir Home Popham sobre
la Reconquista de Buenos Aires al Lord del Almirantazgo. Compilación de
documentos relativos a sucesos del Rio de la Plata desde 1806 Montevideo 1851
página 23.
El fabuloso
combate del 5 de julio de 1807 está descrito por el propio general inglés, en
los informes a su gobierno, y en esa descripción se muestra claramente el
brioso corazón de nuestro pueblo. . "Metrallas en las esquinas de las
calles, fusilería, granadas de mano, tejas y piedras arrojadas de lo alto de
las casas, cada hacendado defendiendo con sus negros su propia habitación.. .
cada una de éstas era una fortaleza" . . Compilación de documentos relativos
a sucesos del Ro de la Plata desde 1806, página 684.
“El Ejemplo dar
valor, e infundirá esfuerzo a la misma cobardía"
Un periódico
inglés, el Daily Advertiser, concluye así el relato de este infortunio.
"Buenos
Aires se perdió para siempre; y no es esto solo, sino que la América española
es inexpugnable para lo sucesivo.
¿Por qué
nuestros demagogos. . no se interesan nunca por celebrar al pueblo de la
Reconquista, que ganó en forma providencial aquella guerra contra las mejores
tropas del mundo?
¡Todo lo
contrario! . . Cada año, en el aniversario de las fechas principales de la
heroica defensa, cuyo recuerdo perpetúan dos o tres viejas calles, que ya
estamos viendo desaparecer en esta innoble borratina. . de nuestras glorias
(2), Buenos Aires presencia el increíble espectáculo de algunos patriotas que
se reúnen en la Basílica de Santo Domingo, debajo de aquellas torres que
conservan todavía el inmortal simulacro de los cañonazos ingleses, a oír una
misa en sufragio de los muertos de ambos ejércitos en aquellos combates que
quieren hacernos olvidar.
¿Y qué ocurre?.
. Que indefectiblemente, al entrar o al salir del templo, esos patriotas, sin
miedo y sin tacha, son hostilizados por sedicentes argentinos, que desde
prudente distancia, les gritan y los insultan.
¡Cuestión
política! nos dirán para quitarle importancia al hecho. Y es verdad. Por
inquina política se puede explicar la antipatía de muchas gentes de hoy contra
la gloriosísima historia de ayer. Hay fechas que las irritan por la razón que
daba Donoso Cortés en estas penetrantes palabras:. . "en el fondo de toda
cuestión política hay una cuestión, religiosa".
Si ese día —5
de julio—, los cabildantes se hubieran asomado a los balcones del Ayuntamiento,
no habrían tenido razón de preguntar: "¿Dónde está el pueblo?"
—pregunta irónica, que el síndico Leiva, ante la plaza desierta, el 25 de Mayo
de 1810,. . dirigió a los militares que lo acorralaban, invocando al pueblo
ausente. El certero sarcasmo de Leiva saca de quicio a los demagogos que
querrían hacernos creer que ese día la plaza Mayor hervía de muchedumbre
enardecida por la verba de sus tribunos civiles.
¡Calcomanías
falsas y de mal gusto!
Compilación de documentos, etc.,
página 685.
(a) Como ha
desaparecido ya el precioso nombre de Calle de la Victoria desaparecerán los de
Calle de la Defensa, Calle de la Reconquista, - Calle del 5 de Julio.
Apenas existía en 1806 y 1807 (años de las
invasiones) alguna insuficiente organización militar y hubo que improvisarla.
De entonces datan los primeros regimientos argentinos que todavía conservamos,
como los Patricios, (actual 1º de Infantería) y los Húsares de Pueyrredón (hoy
10 de Caballería).
Pero todo el
vecindario se moviliza para defender la ciudad. Españoles y criollos sin
distinción de categorías sociales. Allí se recluían los soldados y no pocos
jefes.
Muy distinta
cosa ocurrió en Mayo de 1810. Ya existían cuerpos militares disciplinados,
exclusivamente criollos.
Sus jefes
fueron los autores y los actores del levantamiento. No hay noticias de que
desertara un solo soldado. . Y son los jefes los que exigen el Cabildo abierto.
Pero eso que
ahora llaman pueblo, no actúa o su actuación es de segundo plano. Se han
repartido 500 esquelas de convite a los "vecinos de distinción" para
el Cabildo abierto y sólo concurren 234 vecinos,. . entre ellos muchos no
invitados, que han introducido fraudulentamente Saavedra y sus oficiales, según
lo refiere Cisneros en un su informe al Rey.
El resto del
vecindario o no fue convocado o no se dignó asistir.
Esa es la
verdadera fisonomía de Mayo.
A lo menos ése
fue "el pueblo" que acudió a la votación y que no estuvo de acuerdo
consigo mismo,. . puesto que de los 224 vecinos que votaron,. . 155 se
pronunciaron por la deposición del Virrey y 69 por su mantenimiento en el
cargo.
Falta aquella
heroica unanimidad de 1806 y 1807.
El Cabildo
abierto del 22 de Mayo de 1810 despertó mucho menos interés en el pueblo de la
ciudad de Buenos Aires, cabeza del Virreinato, que el Cabildo abierto de la
ciudad de Chuquisaca, que el 13 de noviembre de ese mismo año se plegó a la
causa de Buenos Aires.
Mientras que en
la gran ciudad del Río de la Plata sólo concurrían 224 vecinos, y el
pronunciamiento se lograba apenas por 86 votos de mayoría, en la lejana ciudad
del Alto Perú se reunían 196 vecinos y todos votaban en favor. .Registro Oficial
de la República Argentina, tomo 1, página 85.
En Buenos Aires los militares constituyeron
buena parte del Cabildo abierto.
La masa
popular, cuya voluntad se jactan de interpretar allí algunos señores, más o
menos adinerados,. . sin haber sido designados para ello en ninguna asamblea, o
cruza indiferente por la plaza vacía o muestra una curiosidad tibia y
momentánea, no una ansiedad patriótica.
Cuando se
percata de que algo va a ocurrir en su ciudad,. . quiere saber en qué andan
aquellos personajes, pero no tiene la más mínima intención de intervenir ella
misma.
Y aquí vamos a
prorrumpir en otra blasfemia: El pueblo de Mayo no pudo comprender los sucesos
que presenciaba en aquellos días inmortales;. . no advirtió que el Virrey, los
Cabildantes y los Militares, estaban representando un drama cuyo final sería la
Independencia, y aunque ese pueblo, en algunas escenas llegó hasta subir al
tinglado, en ningún momento desempeñó primeros papeles, como los había
desempeñado durante las invasiones inglesas.
Prefirió
quedarse de espectador, y lo peor del caso es que ni siquiera en la tercera
jornada cambió de actitud, pues al llegar al nudo mismo del drama: del 25 de
Mayo a mediodía!, abandonó el teatro, como si la pieza lo hubiese aburrido.
Hubo que
mandarle emisarios que lo hicieran volver a toda prisa, porque su conducta se
prestaba a equívocos: "¿Dónde está el pueblo?" —había preguntado
sarcásticamente el síndico Leiva, que salió al balcón y halló la plaza vacía
(*).
Es que la
Revolución de Mayo no la hizo el pueblo, la hicieron los Comandantes de los
cuerpos militares, con un grupo de eclesiásticos y de civiles, que venían
conspirando secretamente.
El pueblo —lo
que ahora llamamos pueblo—, no tuvo intervención en ello:. . ni conocía el
complot, ni convenía que lo conociera. El pueblo nunca es motor, sino movido y
siempre marcha disgregado, buscando instintivamente la gran personalidad que lo
guíe. Cuando halla un jefe se convierte en una fuerza orgánica.
Esta ironía ha sido la más fatal
para la reputación del famoso personaje, que todas sus
trapisondas. Se le habría perdonado hasta su traición a la causa patriota el 1*
de enero de 1809, como se le perdonó a Moreno su camarada si hubiera simulado
más respeto por el pueblo soberano.
Es verdad que
ese jefe que lo subyuga y lo fanatiza, a cada paso lo invoca como si su poder
le viniera del pueblo. Es que con esto legaliza su situación y mantiene su
prestigio, haciendo creer que no trabaja en provecho propio, sino por el bien
común; pero sabe que el amo es él mismo, porque es la idea y la "voluntad.
Si alguna vez
un pueblo se ha manifestado apático para un gran movimiento ha sido el pueblo
de Buenos Aires en los días de Mayo.
No importa que
pintores complacientes nos muestren una muchedumbre frenética, agolpada bajo la
lluvia ante el Cabildo y armada no con fusiles, sino con paraguas.
Mentira
histórica. Nuestro pueblo de antaño nunca se defendió de la lluvia con otra
cosa que con la capa española o el poncho criollo. Le repugnaba el paraguas
como un adminículo afeminado, especie de bastón con polleras.
Las actas del
Cabildo desmienten esas oleografías paragüeras. Ninguna de nuestras historias,
ni las antiguas con sus cavatinas románticas, ni las modernas con sus
ritornelos demagógicos, dan la impresión de vida ni logran el vigoroso
naturalismo de esas actas que muy pocos han leído y donde se ha protocolizado
junto al pavor de los cabildantes el buen apetito y las ganas de sestear del
pueblo del 25 de Mayo de 1810.
Recordemos la
sucesión de los acontecimientos inmediatos al gran día.
El 18 de Mayo
el Virrey Cisneros lanzaba una proclama con las últimas noticias traídas por un
buqué ultramarino, según las cuales, de la España invadida por los franceses,
sólo quedaban en manos españolas Cádiz y la isla de León.
Los
conspiradores de Buenos Aires, un pequeño grupo de militares y civiles que
acechaban una oportunidad, comprendieron que había llegado la hora.
Don Cornelio de
Saavedra, jefe del terrible regimiento de Patricios centro de la conspiración,
se hallaba momentáneamente en San Isidro. A toda prisa se le avisó y él vino, y
esa noche
misma se
reunieron jefes y oficiales y algunos civiles en casa de Viamonte. . SAAVEDRA, Cornelio,
Memoria autógrafa, en Memorias y autobiografías, publicación del Museo
Histórico Nacional (Buenos Aires, 1910), tomo1 página 47.
Días después,
el 20 de mayo, el Alcalde de primer voto, don Juan José Lezica fue visitado por
el Teniente Coronel de los Patricios, don Cornelio de Saavedra, y por don
Manuel Belgrano, mayor en el mismo regimiento. El general Guido dice de Belgrano:
"Mayor del regimiento de Patricios." GUIDO, Reseña histórica de los
sucesos de Mayo. (Misma edición del Museo), tomo 1, página 15.
Los militares exigieron al Alcalde la
convocatoria de un cabildo abierto, para que el vecindario resolviera si
hallándose España invadida por Napoleón, debían seguir obedeciendo al Virrey
nombrado por una autoridad que por esta razón ya no existía, o si correspondía
designar nuevo gobierno.
La iniciativa,
pues, partió de los militares.
No le quedó a
Lezica más recurso que comunicar al Virrey aquella apremiante exigencia.
Debemos leer y
releer los documentos oficiales, especialmente el informe que Cisneros, después
de su dimisión, eleva al Rey.
Hay allí
multitud de pormenores, que los historiadores han desdeñado, para prestar
atención únicamente a esa historia prefabricada y declamatoria, que se ha
dejado correr, sin fundamento, porque interesaba desfigurar la fisonomía de la
Revolución para mejor adulterar el carácter militar y católico de la patria
mismo.
Cisneros
refiere al soberano, "que los sediciosos secretos, que desde el mando de
mi antecesor [Liniers] habían formado designios de sustraer esta América a la
dominación española... han ido ganando prosélitos".
Y le cuenta que
el día 20 de Mayo el Alcalde de primer voto, don Juan José Lezica, ha ido a
informarle que el pueblo considera caduco el gobierno español y era el caso de
convocar a "la parte sana del vecindario" para tratar de la
situación.
El Virrey
Cisneros ha consentido aparentemente en esa convocatoria, pero como en su fuero
íntimo no se halla conforme, no bien se aleja el Alcalde Lezica manda llamar a
los Comandantes de los Cuerpos Militares de la guarnición.
En mala hora para
Cisneros, se le ocurrió a su antecesor Liniers disolver los cuerpos españoles
que se habían sublevado el I9 de enero de 1809, los Catalanes, Andaluces,
Vizcaínos, etc., veteranos de las invasiones inglesas, valientes soldados
peninsulares, que en la actual emergencia hubieran sido su baluarte.
La disolución
de los cuerpos españoles fue idea de Saavedra, a raíz de la primera
conspiración de Alzaga, para que la fuerza militar del Virreinato estuviera
constituida por soldados nativos
con jefes
adictos al país.
Fue golpe
habilísimo, que demuestra la patriótica perspicacia del que lo ideó, pues
entregó a los criollos, especialmente al Jefe de los Patricios, que era él, la
supremacía militar.
Cisneros piensa
que si Saavedra se pone de su parte, cualquiera que sea la opinión que luego
pueda tener el Cabildo abierto, no debe preocuparlo, pues con esas tropas podrá
aplastar todo
conato de
rebelión.
Así que llegan
al Fuerte los comandantes y mayores de los Cuerpos Militares, don Baltasar
Hidalgo de Cisneros les plantea el caso de confianza.
"Les
recordé — dice en el informe al Rey — , las reiteradas protestas y juramentos
con que me habían ofrecido defender la autoridad y sostener el orden público; y
los exhorté a poner en ejercicio su fidelidad en servicio de Vuestra Majestad y
de la patria. Pero tomando la voz, don Cornelio Saavedra, Comandante del Cuerpo
Urbano de Patricios, que habló por todos, frustró mis esperanzas. se explicó
con tibieza, me manifestó su inclinación a la novedad, y me hizo conocer
perfectamente que si no eran los Comandantes los autores de semejante división
y agitación, estaban por lo menos de conformidad y acuerdo con los
facciosos." (*)
Jamás hemos
visto puesta detalladamente en relieve en las historietas oficiales que
circulan en las escuelas, esta intervención de los comandantes militares, y la
oportuna explicación de Saavedra, que frustra las esperanzas del Virrey.
Es una escena
olvidada por nuestros historiadores, que narran de oídas y sólo refieren lo que
suponen que hizo el pueblo y pasan distraídos. por encima de lo que realmente
hicieron los militares.
Volvemos a
decir, no nos dejemos engañar por las reiteradas invocaciones al pueblo: el
bienestar del pueblo, la voluntad del pueblo, la opinión del pueblo...
Lo que se ve es
el ir y venir de los comandantes; lo que se oye es el ruido de los sables, y lo
que en definitiva se resuelve, es lo que ellos imponen al Virrey y al Cabildo,
invocando siempre la salud del pueblo, que permanecía ajeno al asunto.
"Ocultos
los vecinos en sus casas —explica el informe del Virrey—, contraídos los
artesanos en sus talleres, lóbregas las calles, en nada se pensaba medios que
en ingerirse e incorporarse a tan inicuas pretensiones, especialmente cuando
bajó el pretexto de fidelidad, de patriotismo y de entera unión entre
americanos y europeos se descubrían sin disimulo los designios de independencia
y dé odio a todos los buenos vasallos de Vuestra Majestad". . El Virrey Cisneros da cuenta al Soberano de la
Revolución del 25 de Mayo de 1810. Registro Oficial de la República Argentina, tomo
1, página 42.
Esta es la
verídica pintura del espíritu público en esos días.
El famoso
Cabildo abierto, tan resobado por los declamadores, no fue una asamblea
espontánea y popular, como quieren hacernos creer. Fue una reunión de vérnos
calificados, la parte sana del vecindario (textual): el obispo, los militares,
los magistrados, muchos eclesiásticos, algunos hombres adinerados de la ciudad,
designados o introducidos por Saavedra, que votarían lo que él votase, con voto
no secreto, sino "cantado".
¡Qué lejos
estamos de la soberanía popular, que no hace "acepción de personas"!
"El voto
de D. Cornelio Saavedra —dice Mitre— fue el que arrastró tras sí la
mayoría.". . MITRE, BARTOLOMÉ, Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina (3º
edición), Buenos Aires, 1876. Imprenta y librería Casavaüe, tomo 1, página 270 Registro
Oficial de la República Argentina, tomo 1.
¿Cómo no había
de arrastrarla, si a esa mayoría la había formado él?
Hoy el pueblo
se indignaría de esos representantes no elegidos por él, y no consideraría
interpretada su voluntad por una reunión de frailes, militares y conocidos
prosélitos de Saavedra.
Además, la
reunión se realizó en absoluta minoría. . En aquella ciudad de más de 50.000
almas, los vecinos "de distinción",. . es decir, los que debieron ser
llamados a resolver el asunto, eran unos 3.000,. . y el Cabildo invitó sólo a
500, de los que apenas concurrieron 224 y de ellos votaron 155 por la cesación
del Virrey y 69 por su continuación en el mando. La diferencia de 86 votos es
lo que algunos ampulosos historiadores llaman "el magno plebiscito del
Cabildo abierto".
No somos muy
devotos de los plebiscitos. La historia universal nos suministra ejemplos de
plebiscitos desconsoladores. El primero que recuerda es aquél que tuvo lugar un
viernes, en el año 33 de la era cristiana, en el pretorio de Jerusalén, bajo la
presidencia de Poncio, gobernador de Judea. .
Poncio pidió al
pueblo que eligiese entre el dulce Jesús Nazareno, que había traído al mundo
aquella maravillosa palabra del Sermón de la Montaña: Mísereor super turbam, y
un ladrón, asesino, condenado a muerte, de nombre Barrabás.
El pueblo
plebiscitó a Barrabás y condenó a su
Redentor.
Después de ése
y de otros plebiscitos históricos, es natural la desconfianza.
Con todo,
parécenos que a algunos declamadores les habría gustado que el escrutinio del
Cabildo abierto hubiese arrojado una sustanciosa mayoría de tres o cuatro mil
votos, en vez de los 86 de que acabamos de dar cuenta.
Por nuestra
parte, creemos que 86 votos nominales, según quienes sean los votantes, valen
más que 86.000 innominados; pero es conveniente desinflar ese infundio que
hallamos en los textos de historia declamada, sobre el magno plebiscito del 22
de Mayo. .. ¡Ochenta y seis votos de mayoría!
No vale argüir
que se abstuvieron de concurrir al Cabildo los partidarios de Cisneros, por
temor a las violencias de los militares. Es lo que alega el Virrey, y a los
demagogos no les conviene repetirlo, pues se deduciría que la mayoría del
vecindario era partidaria del Virrey, y que la resolución del Cabildo abierto
fue contraria a la opinión pública, y por lo tanto ignominiosamente nula! . . Alguien
nos preguntará, escandalizado de nuestra horrible afirmación: . . ¿Eso quiere
decir que la concurrencia al Cabildo abierto no fue libre? ¿Eso quiere decir
que la votación fue dirigida. ¿Eso quiere decir que hubo un
"pucherazo", como llaman los españoles al fraude electoral?
Sí,
efectivamente: lo que acabamos de decir significa todo eso.
La patria
argentina fue engendrada en una noche de votos "cantados", como si
las hadas hubieran querido pronosticarle que los pucherazos le traerían más
suerte que los plebiscitos, de los cuales ya conocemos algunos, que terminaron
a cañonazos.
El Virrey
Cisneros nos pinta al Cabildo abierto en un cuadrito lleno de animación:
"El 22 fue
día destinado a la celebración de la Junta, y el día en que desplegó la malicia
todo género de intrigas, prestigios y maquinaciones. • • Había yo ordenado que
se apostase para este acto una compañía en cada bocacalle, de las de la plaza,
a fin de que no se permitiese entrar en ella, ni subir a las casas capitulares,
persona alguna que no fuera de las citadas, pero las tropas y los oficiales
eran del partido, hacían lo que sus comandantes les prevenían secretamente y éstos
les prevenían lo que les ordenaba la facción, negaban el paso a los vecinos
honrados y lo franqueaban a los de la confabulación; tenían algunos oficiales
copias de esquelas de convite sin nombre y con ellas introducían a la casa del
Ayuntamiento a sujetos no citados por el Cabildo o porque los conocían de la
parcialidad o porque los ganaban con dinero; así es que en una ciudad de más de
tres mil vecinos de distinción y nombre solamente concurrieron doscientos y de
éstos muchos pulperos, algunos urbanos y otros hijos de familia, y los más
ignorantes sin las menores nociones para discutir un asunto de la mayor
gravedad.. .
"Todas
estas maquinaciones,. . las amenazas de muchos soldados de cuerpo de Saavedra,.
. un considerable grupo de incógnitos que envueltos en sus capotes y armados de
pistolas y de sables, paseaban en torno de la plaza, arredrando al vecindario,
que temiendo los insultos, la burla y aun la violencia,. . rehusó asistir a
pesar de las citaciones del Cabildo.. ." El virrey Cisneros da cuenta al
Soberano, de la Revolución del 25 de Mayo de 1810: Registro Oficial de la
República Argentina, tomo 1 página 42.
Sería muy
picante presenciar ahora una interpelación al Ministro del Interior en la
Cámara de Diputados,. . por la votación fraudulenta del 22 de Mayo de 1810,
cuando entre gallos y media noche, muchos militares, bastantes frailes y no
pocos empleados públicos, se arrogaron la representación del pueblo.
Y sería muy
curioso oír la defensa que el ministro no dejaría de hacer de la menos
ejemplar, pero la más fecunda de las votaciones argentinas.
Con cambiar
alguna que otra palabra, poner en lugar de Saavedra el nombre de algún
gobernador oligarca;. . con decir "libretas cívicas" o "boletas
de voto" donde el Virrey dice "esquelas de convite",. . tenemos
la copia fiel de una de esas votaciones, que en los tiempos actuales hacen
bramar de indignación a los amadores de la soberanía popular.
La concepción
de la patria argentina, engendrada en aquella noche, tiene todos los pecados de
una elección realizada por las vitandas oligarquías de antaño, a saber: . . poquísima
concurrencia de votantes, apenas el 8 % del "padrón";. . libretas en
blanco;. . votos comprados; presión de la policía;. . intimidación de los opositores
por gentes armadas;. . intervención del ejército; sustitución de sufragantes;.
. capotes,. . sables y pistolas a la vista. ¿Qué más habrían necesitado ahora
para pedir al Parlamento su anulación?
Cualquiera que
sea —mucha o poca—, nuestra confianza en los plebiscitos, no nos apresuremos a
repudiar aquella primera votación argentina.
La verdad es
otra.
Los
concurrentes fueron pocos, porque los invitados al Cabildo abierto no eran
muchos. Aquel pueblo que dicen que quería saber de qué se trataba,. . en
realidad no se imaginó que se trataba de la independencia de la patria. ,¡Si casi nadie lo sabía! Los que están más
sumergidos en el río de la historia son los que menos lo advierten.
A la mayoría de
los vecinos afincados, no les interesaban los asuntos políticos, y al pueblo
bajo mucho menos; . .y aunque la deficiente administración de los virreyes y la
complicadísima legislación española dificultaban los negocios, a muy pocos se
les ocurría pensar que el remedio consistiera en deponer al Virrey.
Esta incomprensión de los sucesos no se
descubre solamente en la masa anónima, que era poco sensible a las bellezas del
dogma de la soberanía popular; se acusa también en la parte selecta del pueblo,
en "los vecinos de distinción".
Por una vez, al
menos, para estudiar la historia de Mayo, prescindamos de los historiadores,
acostumbrados a repetir las consabidas cantinelas, y vayamos a ver con nuestros
propios ojos, no con los ojos de los muertos, las formas vivas, los documentos,
especialmente las actas del Cabildo, . . minuciosas, llenas de detalles
sabrosísimos, que les dan un timbre de verdad indiscutible. Así podremos decir
lo que hayamos visto, sin necesidad de apuntadores.
Leamos las
Memorias y Autobiografías de testigos presenciales, pero leámoslas con criterio
avisado, pues a menudo provienen de personas interesadas en dar una versión
tendenciosa. Asimismo escudriñemos los numerosos papeles privados que suelen
descubrirse en archivos particulares.
Vaya por vía de
ejemplo: Don Gervasio Antonio Posadas no era un quídam, esto es, una persona
cualquiera, de segundo orden, cuya incomprensión debiera parecemos natural.
Era todo un
señor, Notario Mayor del Obispado, de buena fortuna, con cuyo nombre, muy
distinguido, corriendo el tiempo, se bautizaría una gran ciudad argentina,
porque a principios de 1814 tendría la gloria de ser el Director Supremo de las
Provincias Unidas del Río de la Plata.
Pues bien, don
Gervasio Antonio Posadas no comprendió en toda su amplitud los sucesos de Mayo
y no tiene de ello la culpa, ni tuvo reparo en confesar su ningún interés por
aquel Cabildo abierto, que nuestros fáciles historiadores nos pintan como una
delirante explosión de la naciente democracia argentina. ¿Y qué vamos a
sorprendernos de que no los comprendiera quien vivía lejos de la política, si
Mariano Moreno tampoco los comprendió?
He aquí el
sincero y humilde comienzo de Posadas en sus Memorias sobre la Revolución de
Mayo.
"No tuve
de ella la menor idea, ni noticia previa. Yo vivía tranquilo en mi casa, con mi
dilatada familia, disfrutando una mediana fortuna y ejerciendo el oficio de
Notario Mayor de este obispado desde el año 1779. .. .Me hallaba ocupado y
entretenido en las actas del concurso a la vacante Silla Magistral de esta
Santa Iglesia Catedral en el mes de Mayo de 1810. Cuando recibí "esquela
de convite" a un Cabildo Abierto que con anuencia del Virrey se había
acordado para el día 22. No concurrí por hallarme legítimamente ocupado.. .
"Aquella
noche del 22 de Mayo, supe en casa de un amigo que se había declarado en
Cabildo abierto a pluralidad de sufragios, haber caducado la autoridad del
Virrey Cisneros y que el Ayuntamiento quedaba encargado de nombrar un gobierno
legítimo a la mayor brevedad. En dicha casa se hallaba entre otros el Capitán
del Ejército don Miguel Marín que se empeñó en oírme hablar sobre semejante
novedad y algo acalorado le contesté que nada me gustaba, pues habiéndose
depuesto ya dos virreyes, y desobedecido
otro por la ciudad de Montevideo y su gobernador Elío, se habrían
de seguir deponiendo y desobedeciendo otros muchos
gobiernos.". . POSADAS, GERVASIO ANTONIO. Memoria en Memorias y
autobiografías, publicación del Museo Histórico Nacional, Buenos Aires 1910, tomo
1, página 135.
Es seguro que
también otros personajes de alcurnia y de importancia social y amantes de su
patria se hallaban tan alejados de los acontecimientos que, ni siquiera después
de votada la deposición del Virrey, comprendieron su verdadero alcance, ni
estuvieron conformes con que se siguiera derrocando virreyes.
La idea de la
emancipación concreta y urgente, aprovechando la situación de España en esos
días, ardía inconteniblemente en el corazón de unos cuantos criollos: Belgrano,
Saavedra, Pueyrredón, los dos Rodríguez Peña, Vieytes... Pero los demás no la
barruntaron y algunos de ellos, como Mariano Moreno, ni siquiera la desearon.
El general
Guido, refiriéndose a hechos anteriores, cuenta que la caída de Liniers
satisfizo a los magnates españoles, derrotados en la asonada del I9 de enero de
1809, pero descontentó al propio tiempo a los Patricios... Empezaron a trabajar
más desahogadamente, aunque en reuniones secretas, los pocos ciudadanos preocupados
de la idea grandiosa de la emancipación de su patria.
"Demarcóse,
pues fácilmente la línea divisoria entre los naturales y los españoles,
siquiera no fuese para la generalidad sino el resultado de rivalidades locales,
no habiendo aún cundido entre el pueblo las ideas que agitaban a los
promovedores de la Revolución de Mayo." (*)
Si los
patriotas hubieran tenido que esperar a que madurase en el pueblo la vocación
de la independencia, habrían esperado muchos años. Prefirieron apurar los
sucesos, consultando no a la opinión pública indecisa o confusa, sino al claro
filo de sus espadas.
Pues bien, el
pueblo no comprendió el prodigioso alumbramiento del 25 de Mayo, y esta
incomprensión es clara señal de que la patria no nació de sus entrañas.
¿Hay alguna
madre tan distraída, que no sepa que acaba de dar a luz?
Ni siquiera
vecinos conspicuos y amantes de su país advirtieron el nacimiento de la nueva
nación.
El ya
mencionado don Gervasio Antonio Posadas, que habla como hemos visto del Cabildo
abierto, no dedica ni una línea al 25 de Mayo de 1810, y don Mariano Moreno,
conforme lo dijimos en páginas anteriores, ese día se hallaba en casa de un
amigo "entretenido en conversaciones indiferentes", según su hermano.
¡Conversaciones
indiferentes el 25 de Mayo de 1810!
La patria no
nació de la entraña plebeya sino de la entraña militar.
Andaban los
militares con el pequeño grupo de civiles, "los sediciosos secretos, tan
recelosos y vigilantes que, en seguida del Cabildo abierto descubrieron la
tramoya con que el Ayuntamiento, investido del poder público, intentaba salvar
al Virrey.
¿Cómo y quién
organizó esa artera contrarrevolución?
El historiador
López inculpa al doctor Leiva, síndico del Cabildo y hombre muy sutil, y la
inculpación no está fuera de lógica, dados los antecedentes de Leiva, que era
abogado consultor de Cisneros, junto con Mariano Moreno.
Historiemos los sucesos. En la noche del 22 de
Mayo se había resuelto, por 155 votos contra 69, que el Virrey cesara en sus
funciones y que se eligiera en su reemplazo una Junta de Gobierno.
El Ayuntamiento
se apresuró a elegir esa Junta,. ., mas puso en la presidencia de ella al
propio Virrey, conservándole el mando de las tropas, como Capitán General, lo
cual era darle las fuerzas con que podría después imponerse y aplastar el
alzamiento. Esta Junta estaba constituida por el virrey y cuatro miembros: Saavedra,
Castelli, el cura Sola e Inchaurregui; es en realidad la Primera Junta. La que
se instaló después es Segunda Junta, aunque los historiadores no lo crean.
Si los
militares hubieran consentido en aquello, ahí no más, habrían concluido los
efectos del memorable Cabildo abierto.
Pero no lo
consintieron y en la primera sesión de esa Junta, Saavedra, que formaba parte
de ella, expresó al Virrey el descontento "del pueblo", que en
realidad era el descontento de los militares, por haberle quitado al propio
Saavedra el mando de las 'tropas.
Las frecuentes
invocaciones "al pueblo", que tenía bien pocas noticias de lo que se
maquinaba, las explica el propio Saavedra en sus Memorias con bastante
frescura: "Era preciso para esta novedad cubrirla con el manto de la
voluntad popular." Citado por MARFANY. ROBERTO H.. El pronunciamiento de Mayo.
(Ediciones Theoria, Buenos Aires, 1958, página 29.
Oigamos a
Cisneros cómo lo relata al Rey:
"En
aquella misma noche al celebrarse la primera sesión o acta del Gobierno, se me
informó por alguno de los vocales,. . Fue Saavedra. Véase su Memoria autógrafa, en
Memorias y autobiografías, tomo 1 página 52. que alguna parte del pueblo
no estaba satisfecha que yo obtuviese el mando de las armas, que pedía mi
absoluta separación y que todavía permanecía en el peligro de conmoción, como
en el cuartel de Patricios gritaban desaforadamente algunos oficiales y paisanos
y esto era lo que llamaban "pueblo", cuando es absoluta y notoria
verdad que la masa general del pueblo, incluso todos los empleados y Tribunales
de esta capital rebosaban de alegría como si hubieran salido del más apurado
conflicto. . ." Registro Oficial de la República Argentina tomo 1, página
43.
No poca sal tiene esta
observación del Virrey, que siente la oposición de los militares, pero cuenta
seguro el apoyo de los empleados y de los Tribunales y de la masa del pueblo.
¿Cómo acogió
Cisneros la notificación de Saavedra?
"Yo no
consentí que el gobierno de las armas se entregase como se solicitaba al
Teniente Coronel de Milicias Urbanas don Cornelio Saavedra, arrebatándose de
las manos de un General que en todo tiempo las había conservado y defendido con
honor y a quien V. M. las había confiado como a su Virrey y Capitán General de
estas Provincias. Pero por lo que a mí tocaba, mi autoridad era precaria y
aparente y la de los asociados (*) estaba también pendiente de la voluntad de
los comandantes, quienes en la misma noche anduvieron por sus respectivos
cuarteles juntando a viva diligencia firmas de sus oficiales, sargentos y
cabos, para pedir con este aparato mi entera separación a nombre del pueblo."
Registro
Oficial de la República Argentina tomo 1 Página 43.)
¡Firmas
de oficiales, sargentos y cabos, recogidas durante la noche para pedir a nombre
del pueblo la separación del Virrey!
Allí está el
origen de la famosa lista que al día siguiente el pueblo presentó, siempre por
intermedio de los comandantes militares, a los miembros del Cabildo.
Ya afianzaremos
esto con más pormenores.
Algunos
historiadores, afanosos por deslucir la intervención de los militares, nos
pintan con desvaídos colores la gran figura de su jefe don Cornelio de
Saavedra; nos lo muestran indeciso, confabulado con el Virrey, ansioso de
conservar su puesto de vocal en aquella primera Junta, presidida por Cisneros.
¡Increíble
carencia de sentido crítico!
¡Qué había de
interesarle a Saavedra ser vocal, cuando los cuarteles estaban reclamando que
fuera Presidente de la Junta y tuviera el mando de las tropas!
Y nótese bien,
porque es de máxima importancia: gracias a él, qué el año anterior hiciera
disolver los cuerpos españoles que Cisneros llamaba asociados a sus cuatro
colegas, miembros de esa Junta que él presidía prestaron apoyo a la revuelta de
Álzaga) encontrábanse ahora los argentinos dueños de la fuerza: pero aun así
era necesario proceder con prudencia, porque la idea de la emancipación no
existía sino en muy pocos, y si Saavedra la exteriorizaba antes de tiempo, los
peninsulares (y también algunos criollos que les hacían el juego, Leiva,
Moreno, etc.), desencadenarían la reacción.
El partido
español era muy fuerte, y continuó siéndolo hasta que Rivadavia, en 1812, ahogó
en sangre la segunda conspiración de Álzaga.
Por eso vemos a
Saavedra manejar los asuntos con habilidad para no provocar esa reacción, y con
energía, para no dejarse envolver por los maniobreros cabildantes y más tarde
cuando se eligen los miembros de la futura Junta de Mayo,, procura que se le
introduzcan algunos elementos españoles o partidarios de ellos, como fueron
Mariano Moreno, Matheu y Larrea.
Belgrano, nada
amigo de Saavedra, reconoce en su Autobiografía su gran habilidad:
"No puedo
pasar en silencio —dice al hacer la historia de aquellos días—, las lisonjeras
esperanzas que me había hecho concebir el pulso con que se manejó nuestra
revolución, en que es preciso, hablando verdad, hacer justicia a don Cornelio
Saavedra." BELGRANO, MANUEL, Autobiografía, en Memorias y autobiografías. publicación
del Museo Histórico Nacional, 1910, tomo 1página 108.
Sólo una
información de segunda o de tercera mano y ese implacable espíritu de partido,
que ha adulterado la historia argentina, han podido desconocer los grandes
aciertos de Saavedra en esta ocasión.
No hay que
negar, por cierto, la gran parte que tuvieron en el desencadenamiento de la
Revolución hechos ajenos a los autores de ella, como la invasión de España por
Napoleón. Precisamente sus noticias fueron la chispa que causó el incendio en
Buenos Aires.
El acreditado
historiador Carlos Alberto Pueyrredón en su notable obra "La Revolución de
Mayo según amplios documentos de la época", cita un artículo publicado en
La Gaceta Mercantil el 25 de Mayo de 1826, por don Cornelio de Saavedra,
rectificando algún comentario que se habría hecho en aquella época, 16 años
después de los sucesos acerca de los verdaderos autores de la gloriosa gesta
argentina.
"La
Revolución la prepararon gradualmente los sucesos de Europa, dice Saavedra. Los
patriotas de ésta nada podían realizar sin mi influjo y el de los jefes y
oficiales que tenían las armas en la mano. Cuando llegó el momento de sazón, di
los pasos para verificarla, con toda circunspección y energía, que es sabida
por notoriedad y el voto público lo acreditó en destinos que me colocó,
presidiendo el país; pues aun afortunadamente viven muchos de aquellos hombres;
el que se atreva a desmentir esta aserción ¡preséntese! Citado por MARFANY, R. H. “El
pronunciamiento de Mayo” Ediciones Theoría, Buenos Aires, 1958, página 40.
Continúa
Cisneros su relato al Rey: En aquellos tiempos el pueblo ni poseía ni usaba armas.
Esos que se agolpaban eran, pues, militares, o mejor dicho oficiales, puesto
que afirmaban tener de su parte a las tropas o sea a los soldados. "
"En la
mañana del 25, obligado el Cabildo a oír esta nueva solicitud, se juntó en su
sala no a deliberar sino a condescender con cuanto demandaban los revoltosos,
que agolpados con armas (3) a las puertas del Ayuntamiento voceaban, intentaban
entrarse a la Sala Capitular y exigían prontísima resolución sobre el seguro
que tenían las tropas de su parte" (o sea a los soldados del Regimiento de
Patricios).
Que el Cabildo
se reuniera, no a deliberar sino a condescender con los revoltosos amotinados
en el cuartel de los Patricios, es un cargo injusto.
¡Qué más
hubieran querido aquellos pacíficos y orondos señores, mandatarios genuinos de
un pueblo indiferente, que resistir a los militares y sostener al Virrey! Pero
no pudieron.
La pluma
imperturbable de su escribano de actas, el licenciado don Juan José Núñez, nos
ha dejado la más fiel descripción de su resistencia, de sus zozobras y
finalmente de su capitulación, llena de dignidad, digámoslo en su elogio,
porque aun vencidos, dictaron condiciones, o sea un estatuto de once artículos
y lo hicieron jurar de rodillas a los nuevos mandatarios. Esto parece que no lo
recuerdan la mayoría de los historiadores, o que no lo saben. El Cabildo estuvo
en su papel. Formado por cinco españoles y cinco criollos, todos monárquicos y
partidarios del Virrey, y siendo como eran representantes de un vecindario
español en gran parte, habría sido insensato exigirle que procediera de otro
modo. ¡Cuán pocos eran todavía, hacia fines de Mayo, los criollos que habían
divisado la estrella de la emancipación con voluntad de alcanzarla! Y de
algunos de ellos apenas hay una fría mención, cuando no un retrato rencoroso y
falso, en las historietas que se escriben para los colegiales.
Aunque entremos
en alguna repetición, veamos cómo se describen los sucesos de Mayo en las Actas
del Cabildo.
La primera
referencia a la Revolución que exista en documentos oficiales, aparece en el
acta del acuerdo del 21 de Mayo:
"Hicieron
presente el señor Alcalde de primer voto y el Caballero síndico que algunos de
los Comandantes de los Cuerpos de esta guarnición y varios individuos
particulares habían ocurrido a manifestarles que este pueblo leal y patriota,
sabedor de los funestos acontecimientos de la península.. . vacila sobre su
actual situación."Acuerdos del extinguido Cabildo de Buenos Aires (Buenos Aires,
1927), serie 4, tomo 4, página 108.
Realizada la
asamblea de vecinos en la noche del 22 al 23 de Mayo, y votada la cesantía del
Virrey, el Cabildo comunica a Cisneros haber nombrado una Junta que él
presidirá.
A lo cual el
Virrey chicanero, todavía con la débil esperanza de que las tropas le sean
fieles, contesta: "que juzgaba muy conveniente el que se tratase el asunto
con los comandantes de los cuerpos de
esta guarnición, respecto que la resolución del Excelentísimo Cabildo no
parecía en todo conforme con los deseos del pueblo". Ante esta
contestación, ¿qué hacen los
cabildantes? "Acordaron se convoque a los señores Comandantes de los
Cuerpos y habiendo éstos personándose en la Sala. . . significaron que lo que deseaba el pueblo era
el que se hiciese pública la cesación en el mando del Excelentísimo Señor
Virrey..."
Salta a la
vista que ni el Virrey, ni los Cabildantes se atreven a dar un paso sin
consultar a los Comandantes, y éstos no se olvidan nunca de invocar la presunta
voluntad del pueblo; pero no intentan interrogarlo, por no demorar el asunto,
aparte de que están seguros de que el pueblo comenzará aceptando lo que los
militares hagan y acabará pensando lo que ellos piensen.
A pesar de la
opinión de los Comandantes, el Cabildo vacila en excluir del todo al Virrey y
resuelve instalar el nuevo gobierno, es decir, la primera Junta, y así lo hace,
y le toma juramento el día 24.
Esa noche los
Patricios, cuyo Jefe era Saavedra, se amotinan y (según ya lo vimos antes) el
propio Saavedra, en la primera reunión de la primera Junta en esa misma noche
comunica al Virrey que debe ser eliminado en absoluto.
El Cabildo
consternado se reúne en las primeras horas del 25 de Mayo. Será una jornada
agitadísima,-.. El empingorotado Ayuntamiento o Cabildo realizará tres largos
acuerdos hasta el anochecer de ese memorable día.
Primeramente ha
de considerar un pliego fechado a las nueve y media de la noche anterior, en
que Cisneros le comunica lo que Saavedra le ha notificado: que debe eliminarse
del gobierno.
Mientras los
cabildantes dan vueltas al asunto, sin ninguna gana de ceder, se les llenan de
gente los corredores de las Casas Capitulares, y "algunos individuos en
clase de diputados Estos son los individuos armados de que habla el informe de
Cisneros, es decir militares, como vistos antes. previo el competente
permiso, se personaron en la Sala exponiendo que el pueblo se halla disgustado
y en conmoción; que de ninguna manera se conformaban con la elección del
Presidente vocal de la Junta hecha en el Excelentísimo señor Baltasar Hidalgo
de Cisneros y mucho menos con que estuviese a su cargo el mando de las
armas".
En tal aprieto
los Cabildantes, dándose cuenta de quiénes son los que agitan "al
pueblo", resuelven convocar otra vez a los Comandantes de los Cuerpos
militares, para conocer sus intenciones.
A las nueve y
media de esa mañana, comparecieron quince jefes de los diversos cuerpos
existentes en la ciudad: Patricios, Artilleros, Ingenieros, Dragones,
Granaderos de Fernando VII, Húsares del Rey, Migueletes, Arribeños, etc.
Ellos repiten
lo que los Cabildantes ya saben: el disgusto es general en los cuarteles y en
la ciudad y no les es posible sostener al gobierno.
"Estando
en esta ocasión —reza el acta— las gentes que cubrían los corredores dieron
golpes por varias ocasiones en la puerta de la Sala Capitular, y oyéndose las
voces de que querían saber lo que se trataba y uno de los señores Comandantes,
Don Martín Rodríguez, tuvo que salir a aquietarlo."
Este detalle es
precioso y nos indica quiénes eran los que influían sobre el famoso pueblo
"que quería saber de qué se trataba".
¿Quiénes lo
movían y quiénes lo calmaban? No sus representantes legales, los miembros del
Ayuntamiento, elegidos por él cada primero de año, sino los Comandantes de los
Cuerpos mi-litares.
Es decir, el
pueblo que quería saber lo que se trataba, era un pueblo de encargo, dispuesto
por el propio Saavedra y los Comandantes, para que se agolpara en los
corredores y diera un susto a los auténticos representantes de la opinión
pública, que se mostraban tan remisos y leguleyos.
En vista de la
situación, o como reza el acta: "conociendo que en tan apuradas
circunstancias no se presentaba otro arbitrio sino que el Excelentísimo señor
don Baltasar Hidalgo de Cisneros hiciese absoluta dimisión del mando", se
le envían dos cabildantes para exigirle la renuncia.
El Virrey,
abandonado por todos, se resigna y firma su dimisión.
"En ese
estado", dice el acta, "ocurrieron otras novedades".
Presentáronse algunos individuos exigiendo el nombramiento de otra Junta, de la
que había de ser Presidente don Cornelio Saavedra, que conservaría además el
cargo de Comandante General de armas."
La inaudita
petición demuestra el gran prestigio de Saavedra, con cuyo nombre se estaba
seguro de satisfacer los anhelos de los militares y de toda la ciudad. Sólo no
habiendo leído las Actas, y escribiendo historia a bulto, se puede sostener
otra cosa.
Los cabildantes
puntillosos, "después de algunas discusiones con dichos individuos les
significaron que para proceder con mejor acuerdo, representase el pueblo
aquello por escrito, sin acusar el alboroto escandaloso que se notaba, con lo
que se retiraron".
En buen
romance: "Ustedes vienen invocando la representación del pueblo. ¿Dónde y
cuándo y cómo se las ha otorgado? Tráigannos ustedes un papel firmado y vamos a
creerles."
De esto se
deduce que los que armaban "el alboroto escandaloso", con ser muchos
para llenar los corredores, no eran tantos como para llenar la plaza. Pues
hubiera sido necio y peligroso poner en duda la personería de esos individuos y
exigirles que llevaran escrito lo que diez mil personas estuvieran reclamando
al pie de las galerías.
Eso es lo que
querían los comandantes, que esa noche, según vimos, habían andado en los
cuarteles recogiendo firmas de militares, en previsión de que los cabildantes
reclamaran algún papel firmado por el pueblo. Ahora sus emisarios, después de
haber recorrido los cuarteles, andaban recorriendo los conventos para juntar
firmas de frailes. Cuando hubieron llenado unas cuantas carillas con las
complicadas rúbricas que se estilaban entonces, y que "el pueblo"
analfabeto en gran parte, no habría sabido poner, volvieron al Cabildo.
"Después
de un largo intervalo de espera —continúa el acta— presentaron los individuos
arriba citados el escrito que ofrecieron, firmado por un considerable número de
vecinos, religiosos, coman-dantes y oficiales de los Cuerpos. . ."
¡Religiosos, comandantes y oficiales, ése era el pueblo del 25 de Mayo!
Este documento
que contenía 401 firmas es lo que da pie a algunos historiadores para atribuir
al pueblo de Buenos Aires la gloria de haber conminado al Cabildo a aceptar la
lista de personajes propuestos para formar el primer gobierno argentino.
El perspicaz y
laborioso historiador Marfany ha estudiado con extraordinario fruto este
extenso papel, cuyo original se encuentra en el Museo Histórico Nacional.
"Nadie que
sepamos —dice Marfany—, ha tratado de individualizar los firmantes para conocer
quiénes eran esos patriotas que asumían abiertamente la responsabilidad en la
hora decisiva, estampando sus nombres como pueblo de la Revolución.. .
"Después
de laboriosa búsqueda hemos logrado, felizmente, identificar a casi todos los
firmantes. Ahora, ante un documento y una comprobación de tanta trascendencia,
ya no puede existir ninguna duda de que esa imposición de la Junta Patria salió
de los cuarteles, prohijada por los jefes y oficiales de los Batallones
Urbanos, cuyas firmas, en la mayoría de las hojas agrupadas por unidad,
llenaron casi todas sus páginas, rubricando así, de manera terminante, cuál era
el pueblo de la Revolución." MARFANY, R. H
El pronunciamiento de
Mayo (Ediciones Theoria, Buenos
Aires. 1958. página 52.
Comprobación de
tanta trascendencia, en efecto, que unida a la que surge de las palabras del
Virrey, referentes a la composición del Cabildo abierto, celebrado tres días
antes demuestra en forma indiscutible que la Revolución de Mayo no la hizo el
pueblo, la hicieron los militares y los eclesiásticos y un grupo selecto de
civiles.
La admirable
investigación de Marfany ha descubierto por sus firmas en la nota la presencia
de 16 frailes mercedarios.
Serían las tres
o las cuatro de la tarde cuando regresaron "Los individuos arriba
citados" con su escrito. Entonces "los señores les advirtieron que
congregasen al pueblo en la plaza, pues que el Cabildo para asegurar la resolución
debía oír del mismo pueblo si ratificaba el contenido de aquel escrito;
ofrecieron ejecutarlo así, y se retiraron".
Podríamos
imaginarnos que en tal día, tratándose de un asunto que debía mantener suspensa
la atención de la ciudad, la plaza herviría de ciudadanos, y que a los
individuos les bastaría decir: "¡Ahí está el pueblo congregado!"
Pues no fue
así. Pasó largo rato, sin que nada ocurriera, según lo refiere el frío y
fidedigno documento:
"Al cabo
de un gran rato, salió el Excelentísimo Cabildo al balcón principal y el
Caballero Síndico, Procurador General, viendo congregado un corto número de
gentes respecto al que se esperaba, inquirió que dónde estaba el pueblo. .
."
Pregunta muy
razonable, que irritó a los que el acta llama "individuos", los cuales
debían de ser militares de graduación según la respuesta que dieron.
Pudieron
contestar que el pueblo a esa hora tenía costumbre de almorzar y dormir luego
la siesta. Pero fueron audaces y respondieron con arrogancia: "que las
gentes, por ser hora inoportuna, se habían retirado a sus casas, que se tocase
la campana del Cabildo y el pueblo se congregaría a aquel lugar para
satisfacción del Ayuntamiento, y que si por falta de badajo no se hacía uso de
la campana, mandarían ellos tocar generala y que se abriesen los cuarteles; en
cuyo caso sufriría la ciudad lo que hasta entonces se había procurado
evitar". (J)
¿Quiénes pueden
mandar tocar generala y abrir los cuarteles sino los jefes militares?
Los cabildantes
oyeron esto, pero entendieron esto otro:
—Es de usanza y
buena política hablar invocando el nombre del pueblo; pero no seáis tan
ingenuos que lo toméis a la letra. Si os empeñáis en ver gente, mandaremos
tocar generala., abriremos los cuarteles y os llenaremos la plaza de soldados,
hasta que el pueblo acabe de dormir su siesta y venga a saber de qué se trata.
Aquí mandamos nosotros —los militares— y es prudente no enredarnos el juego.
Los cabildantes
se allanaron.
"Viéndose
conminados de esta suerte —dice el Acta— y con el fin de evitar la menor efusión
de sangre, determinaron que por mí, el actuario, se leyese en altas e
inteligibles voces el pedimento presentado, y que los concurrentes expresasen
si era aquélla su voluntad. Se leyó el pedimento y gritaron a una que aquello
era lo que pedían y lo único que querían que se ejecutase."
Con esta
mojiganga de plebiscito, ante la plaza semivacía, los cabildantes se dieron por
satisfechos, y nombraron la nueva Junta, eligiendo para vocales de ella, según
reza el Acta, "los mismos individuos que han sido nombrados de palabra en
papeles sueltos. y en el escrito presentado por los que han tomado la voz del
pueblo, archivándose esos papeles y el escrito para constancia en todo
tiempo".
Los subrayados
son nuestros.
Esta Junta se
hallaba formada así:
Presidente:
Coronel Don Cornelio de Saavedra.
Vocales: Doctor Manuel Belgrano.
Doctor Juan José Castelli.
Comandante Miguel
de Azcuénaga.
Presbítero Manuel Alberti.
Don Domingo Matheu.
Don Juan
Lama.
Secretarios: Doctor Juan José Paso.
Doctor Mariano Moreno.
Así quedó
formada la Junta patriótica, no por elección del pueblo, sino por decisión de
los militares que, habían tomado su voz, como reza el acta, y presionando a
ratos con astucia, a ratos con energía, doblegaron la voluntad del Cabildo,
mostrándole que en la Junta había miembros españoles, como Matheu y Larrea y
criollos adictos al Virrey como su abogado asesor Mariano Moreno.
Los cabildantes
que sesionaban desde hacía diez o doce horas, levantaron la sesión. Poco
después se volvieron a reunir en un segundo acuerdo, para legalizar los
nombramientos y resolvieron convocar a los miembros elegidos, para que jurasen
sus cargos.
La ceremonia
del juramento dio lugar al tercer acuerdo del 25 de Mayo.
¿Pero a todo
esto, ¿dónde estaba Mariano Moreno?
Ya lo apuntamos
anteriormente: ese día Mariano Moreno no pensaba en la patria.
Ya veremos cuál
era su estado de ánimo y lo insignificante de su entretenimiento en ese día
sublime en que un buen argentino, "ni ebrio ni dormido", podía tener
otro pensamiento que el de la independencia.
Solamente al
atardecer del 25 de Mayo de 1810 —cuando todo estaba consumado—, apareció en el
Cabildo aquel a quien Juan María Gutiérrez llama con estrepitosa imagen:
"el primero de los patriotas y el alma de la Junta".
Sobre este
sombrío y mal conocido aspecto de la biografía del "primero de los
patriotas" volveremos a hablar en el capítulo 5º.
Debió de ser
bien entrada la noche, cuando terminó el juramento, que prestaron los electos,
puestos de rodillas delante de un Crucifijo y con la mano derecha sobre los
Santos Evangelios el primero de ellos y los otros sucesivamente sobre el hombro
del anterior, en fila hasta el último, que era el "Espíritu de Mayo".
Sólo un pintor,
que sepamos, ha representado esta escena, real, pero olvidada, que prueba una
vez más la ninguna influencia de la Revolución francesa sobre el espíritu
católico de los hombres de Mayo.
La plaza fue
llenándose de ciudadanos que acudían, como espectadores retardados, a la última
escena del drama.
¡Qué
oportunidad para un tribuno! El discurso que se pronunciaría desde aquellos
balcones seria el más famoso de la historia argentina: por primera vez hablaría
la nueva nación por boca de un hombre.
¿Quién tendría
la gloria de articular la primera palabra de la patria? ¿Un soldado? ¿Un
tribuno, ya que la elocuencia no suele ser privilegio de las espadas?
Si a un niño de
nuestras escuelas, que se imagina a los próceres tales como se los han pintado,
le preguntasen quién sería el orador de esa noche, respondería sin vacilar:
"¡El alma de la Junta, el Espíritu de Mayo, Mariano Moreno!"
Otra vez los
hechos despiadados desautorizan las declamaciones.
Esa noche se
pronunciaron dos discursos.
En la Sala
Capitular, en seguida del juramento, habló el Presidente de la Junta, don
Cornelio de Saavedra, exhortando al auditorio "a mantener el orden, la
fraternidad, la unión. . ." Ese fue el primer discurso.
La noche es
fría y se ha puesto lluviosa. Las ventanas están cerradas.
"La
muchedumbre del pueblo que ocupaba la plaza" (para usar los términos que
emplea el actuario), desea que le expliquen lo que ha ocurrido. Será la ocasión
de un segundo discurso.
La Junta sale
hasta el balcón principal del Cabildo, y numerosos oyentes escuchan por primera
vez una gran palabra argentina.
¿Quién
pronuncia este otro discurso con que se abre nuestra historia? Otra vez un
soldado. Es de nuevo Cornelio de Saavedra.
Estaba escrito que todo en la Revolución de
Mayo, hasta los discursos lo harían los militares.
No habrá
sofisma, ni artificio capaz de destruir la afirmación que estampamos aquí: la
historia no ha conservado ni rastro de ningún discurso de Mariano Moreno ni en
esa ocasión ni en ninguna otra, y sólo se sabe que en las tres grandes
oportunidades en que debió hablar permaneció callado: una vez en la noche del
Cabildo abierto, y dos veces en la del 25 de Mayo.
Y sin embargo
los historiadores han conseguido hacerlo llegar hasta nosotros con la fama de
tribuno fogosísimo. Raro ejemplo de mudez elocuente.
Nos hemos
referido anteriormente a la proclama del 29 de Mayo. Vamos a reproducirla
ahora.
El primer
gobierno patriota sintió que debía dar un inmediato y resonante testimonio de
gratitud a los autores de la Revolución, que eran los verdaderos constructores
de la nueva nación, para enseñanza de las futuras generaciones.
Tal hizo la
Junta en la proclama del 29 de Mayo de 1810. Fue, pues, una pieza meditada
tranquilamente en cuatro días del nuevo gobierno.
¿A quién
expresa su reconocimiento? ¿Al pueblo? ¿Al Ayuntamiento? ¿A los "vecinos
de distinción", que formaron el Cabildo Abierto? ¿A los religiosos? ¿A los
hacendados? ¡No, no! Lo dirige A los Cuerpos Militares de Buenos Aires.
Esta proclama,
sobre la cual los historiadores también han pasado distraídamente, no es un
documento inédito, pues figura en el Registro Oficial de la República
Argentina, tomo 1, página 28. Vale la pena de citarlo, ya que los que debieran
mencionarlo jamás se acuerdan de él.
"¡Cuerpo
militares de Buenos Aires!"
"La
energía con que habéis dado una autoridad firme a vuestra patria no honra menos
vuestras armas que la madurez de nuestros pasos distingue vuestra generosidad y
patriotismo.. .
"¿Quién no
respetará en adelante a los cuerpos militares de Buenos Aires? Si examinan
vuestro valor, lo hallarán consignado por las más gloriosas victorias; si se
meditan esas intrigas que más de una vez dieron en tierra con los pueblos
esforzados, temblarán al recordar la gloriosa escena que precedió a la
inauguración de esta Junta..." (1).
• "Esta
recíproca unión de sentimientos ha fijado las primeras atenciones de la Junta
sobre la mejora y fomento de la fuerza militar de estas provincias; y aunque
para la justa gloria del país es necesario reconocer un soldado en cada
habitante, el orden público y seguridad del Estado exigen que las esperanzas de
los buenos patriotas y fieles vasallos reposen sobre una fuerza reglada,
correspondiente a la dignidad de estas provincias."
La Junta
establece usa clara diferencia entre el ejército permanente o de línea y el
pueblo, que, en caso de apuro, puede ser armado: "cada habitante un
soldado".
Y
categóricamente atribuye a los Cuerpos Militares la gloria de haber dado al
país una autoridad firme, librándolo con su energía de "esas intrigas que
más de una vez dieron en tierra con los pueblos esforzados" (*).
Retengamos esta
alusión a la innoble politiquería que ha des-naturalizado otras bien
Justificadas revoluciones militares nuestras y que estuvo en un tris de hacer
abortar la de Mayo, si Saavedra no hubiese desbaratado la tramoya de los
politiqueros.
Marfany citando
al historiador Juan Canter, que la publicó en 1943, reproduce una sabrosísima
carta de Saavedra, dirigida al coronel Juan José Viamonte, en que alude con
severidad a don Nicolás Rodríguez Peña y a Vieytes, sin desconocer su mérito.
Uno de sus
párrafos dice así:
"Es verdad
que Peña, Vieytes y otros querían de antemano hacer la revolución, esto es
desde el 1º de enero de 1809 y que yo me opuse porque no consideraba tiempo
oportuno. Es verdad que ellos y otros incluso Castelli, hablaron mucho de esto
antes que yo, pero también lo es que ninguno se atrevió a dar la cara en lo
público, aun cuando yo les decía que lo hiciesen y que
aseguraba no
hacer oposición a nada. En sus tertulias hablaban, trataban planes y disponías:
mas apersonarse para realizar lo mismo que aconsejaban o querían ¿quién lo
hizo? ¿Se acuerda usted cuántas veces me tocó estos negocios movidos por estos
hombres? ¿Se acuerda Vd. que mis respuestas fueron siempre: no es tiempo, y lo
que se hace fuera de él no sale bien? ¿Se acuerda usted ' que el 20 de Mayo me
llamó usted de San Isidro mostrándome los papeles y proclamas que el mismo
Cisneros dio a luz; dije a usted ya es tiempo y manos a la obra? ¿Quién desde
aquel momento dio más la cara que yo? ¿Quién movió al Cabildo para que se
hiciese el cabildo abierto en que se oyese al Pueblo? ¿Quién habló al Virrey
Cisneros con el carácter y firmeza que en aquella época se requería sino yo?
¿Quién... Pero para qué me canso en recordar hechos con un sujeto que es
testigo presencial de todos ellos?..."Citado
por MÁRFANY, R.
H. “El pronunciamiento de Mayo” (Ediciones Theoria, Buenos Aires,
1958), página 41..
Al leer estas
palabras sencillas y vigorosas, que nos muestran la fecunda actividad de
Saavedra, uno piensa en la estéril y medrosa figura de su antagonista, Mariano
Moreno, que no tuvo la más mínima intervención en aquellas arriesgadas vísperas
del 25 de Mayo.
(1) Registro Oficial
de la República Argentina, Buenos Aires, 1879, t. I, pág. 28.
(2) Recuérdese
la escena en que el Síndico, asomado al balcón, pregunta: "¿Dónde está el
pueblo?", y los militares le contestan: "Vamos a mandar tocar
generala y abrir los cuarteles." Con esa altanera contestación deshicieron
la intriga de los Cabildantes.
Es increíble que la biografía de este prócer
haya amenguado la gloria del verdadero jefe de la Revolución de Mayo, a quien
han querido borrar de la historia argentina ¡porque era militar y católico!
Ya desde el año
10, en el seno mismo de la Junta, nace el espíritu que emponzoñará para siempre
la historia argentina.
"Casi con
la Revolución de Mayo tuvieron nacimiento los partidos que han despedazado
después la República", afirma el General Paz en sus interesantísimas y
extensas Memorias PAZ, GRAL. JOSÉ M., Memorias póstumas,
ediciones La Plata, tomo 1, página 4.
Mientras unos
construían el país, exponiendo la vida en los campos de batalla, otros,
agazapados en el seguro de las oficinas, en las logias masónicas, en las
redacciones, infiltraban en su joven organismo el virus de la perversa política
que prolongó la guerra de la independencia, inmoló millares de víctimas y
retrasó la organización del país.
Recórranse los
papeles de esos días, públicos y privados, y no se hallará el menor fundamento
para que se haga de la Revolución de Mayo un alzamiento civil, de abogados o
pendolistas, coreado por miles de ciudadanos sin más armas que un voto y un
paraguas. Con esas pinturas halagüeñas para los demagogos, que son siempre
antimilitaristas, se ha desfigurado la historia nacional.
No comprendemos
semejante aberración. Sobre todo no comprendemos que haya quienes crean que una
empresa gloriosa de por si, se deshonre porque la realicen los soldados, con
riesgo de su vida y en cambio se engrandezca cuando la realiza la masa anónima
que arriesga infinitamente menos, como que solamente sus jefes suelen pagar las
consecuencias de una derrota y a menos precio que un militar.
Piensen ellos
lo que piensen, la historia es la relación de los sucesos tales como fueron, y
no como les gustaría que hubieran sido.
Durante los
gloriosos días de Mayo no hubo seguramente en los cuarteles ningún oficial,
ningún soldado remiso o distraído ante los grandes hechos que iban
sucediéndose.
En cambio en el
pueblo, con excepción de los pocos civiles que estaban en la conspiración, aún
personajes de mucho fuste se desentendían de todo lo que pudiera comprometer el
sosiego de que habían disfrutado hasta entonces; y unos confiesan que no
tuvieron la menor noticia de la revolución y de otros se sabe que pasaron el 25
de Mayo en casa de un amigo, entretenidos en "conversaciones indiferentes.
. ."
En otros países
lo común es que las revoluciones que triunfan y cambian un gobierno las
realicen los civiles. La revolución norteamericana, la francesa, la fascista,
la nacional —socialista, la rusa, últimamente la cubana.
En la
Argentina, fuera de la rebelión radical de 1890 y la del mismo carácter de
1905, que no triunfaren, han sido militares las más trascendentales y
victoriosas.
¿Es eso un mal?
¿Es un bien? No es tema para este libro;
Que, cuando un gobierno va muy descaminado y
se ve que el país se hunde, se oye a cada momento preguntar: ¿Qué hacen los
militares que no enderezan esto?
Porque se tiene
más confianza en la capacidad y patriotismo de los militares que de los
políticos.
Eso sí, cuando
la revolución ha triunfado y hay un nuevo gobierno, se alza una grita general
reclamando que los militares vuelvan a sus cuarteles y no intervengan más en
política. ¡Votos sí, botas no!
Es de justicia
acordarse que cuando un militar entra en una revolución, va arriesgando mucho
más que un civil. Si no gana, pierde la carrera y casi siempre la vida. Es por
lo tanto más reprobable la mezquindad de regatearle nuestro reconocimiento.
Y si la gran
figura del 25 de Mayo es don Cornelio de Saavedra, hay que declararlo así.
aunque esto desagrade a los antimilitaristas de hoy y pueda desacreditar
algunos libros de segunda o tercera mano escritos para el uso de las escuelas
corno; aquellos que antaño se adobaban ad usum Delphini, para la enseñanza de
los príncipes.