Editoríal
HAGA PATRIA, CAPTURE
UN DEMÓCRATA
TERMINABA agosto su
última semana cargada de penurias; apretaba aún más la cincha el Fondo
Monetario con sus préstamos extras y consiguientes sangrías, y un sujeto que hace
las veces de De la Rúa -o él mismo, vaya uno a saber- le hablaba al país con su
clásico porte esclerósico. Decía el dibujo en la ocasión, que era preciso
reaccionar y no rendirse, que encontrar evasores es hacer patria, y que el
camino por seguir ya fue trazado por Nicolás Avellaneda, largo siglo atrás.
Aderezaba la soflama con algún gesto pretendidamente épico -de esos que suelen tener los radicales cuando se asustan- seguido de aquella risa inoportuna, de la que ya decía Catulo que era emblema inequívoco de necedad absoluta. El cuadro en suma, no podía alcanzar patetismo mayor. Mentar la rendición, como una categoría moral que jamás se consentirá, desde un gobierno que ha hecho de la capitulación nacional tanto un programa cuanto un ideario, es una hipocresía sumada a una desvergüenza, una mentira aliada con la impudicia. Porque la entrega que planificadamente se está consumando -en perfecta continuidad con la ya establecida por los predecesores de la actual gestión- no es sólo ni principalmente económica, sino política y espiritual. Comporta una dependencia humillante a los plutócratas, un cero a la usura y una postración bajo el poder mundial del dinero; pero comporta antes un vasallaje mental acompañado de un abandono ex profeso del señorío sobre todo lo propio. Si de reaccionar se tratara, sin rendiciones de ningún género, deberían saber en principio del caricato y la partidocracia toda, que más les valiera no haber nacido. Mentar asimismo la captura de los evasores, cuando grado detestable quienes manejan las finanzas y los cargos públicos, suena a sarcasmo fiero, a cretinada mayúscula, que no atempera el haber sido pro quien es hoy acaso, nada más que un personaje de historieta. La evasión que todos ellos ejercitan no es solamente la del peculado, ni la de la inveterada de fondos hacia bolsas suizas o caudales gringos de seguridad probada. Es la evasión de la dignidad , el refugio de la decencia, el escamoteo de aquella honradez a toda prueba, que alguna vez fue norma entre los hijos de esta tierra. Han fugado sus tantas veces sucias treinta monedas, porque empezaron por aceptar la fuga de la virtud en sus torvas almas. Entonces, si encontrar evasores es hacer patria, hállelos el primer mandatario entre quienes colocó a su costado y a su entorno. Hállelos del mismo modo en cualquier espejo que le devuelva su imagen derrotada, contrahecha y lacaya.
Sumóse a las menciones
presidenciales antedichas, una no menos explícita a pesar de la elipsis que
supone. Es la que nos inculca con Avellaneda que a fuer de pagar la deuda
externa, es necesario "ahorrar sobre la sangre y la sed de los
argentinos". Curiosa y torcida ética impuesta por nuestros verdugos, y que
desconoce no solo la ilegitimidad del endeudamiento, sino la de toda
desatención de las necesidades fundamentales para saciar los intereses del
usurero. Es el criterio de la libra de carne arrancada por aquel mercader
shakespereano, nunca tan vigente; o ese otro análogo pero más próximo que
denunciara Julián Martel en La Bolsa, suscitando el espanto del mismo Adolfo
Mitre por la extinción que suponía del "sentido castizo del honor".
Porque siempre será un orgullo y una obligación pagar lo que derechamente se
nos haya prestado; pero restituir con creces lo espurio e indebido, a un
acreedor forzado e insaciable -y hacerlo faltando a esa caridad bien entendida
que empieza por casa- es pecado que no resiste un examen de conciencia. Es
mammonismo, para usar la gráfica expresión con que Gottfried Peder señaló el
préstamo a interés y a sus inescrupulosos beneficiarios.
Si ha de gestarse una
Nueva Argentina, como lo declama el Presidente, no ha de servirnos el camino
que robó la sangre y la sed, los salarios y el sustento, los sueños y las
esperanzas de los argentinos de bien. No ha de servirnos el ejemplo de los que
prefieren quebrar las obras de misericordia por cumplir los pactos con los
agiotistas. Tampoco ese sendero tortuoso trazado por los banqueros, que
"no conoce mas deuda de gratitud que la contraída en dinero con los
explotadores profesionales del patrimonio natal.
Hay otra deuda que no
quiere saldarse, y cuya satisfacción repondría el orden alterado. Es la deuda
para con Dios, cuyo séptimo mandamientos se viola impunemente. Es la deuda para
con la patria soberana. Como han de concurrir hacia ella nuestros mejores
empeños, haga patria: desenmascare un usurero, vitupere un corrupto, capture un
demócrata. •
Antonio CAPONNETTO