Publicado por Revista Cabildo Nº20
Mes de Noviembre-Diciembre 2001-3era.Época EL MAL
ENORME
Conocida es la afirmación de Pió XI, cuando refiriéndose al
incremento desorbitado del poder
financiero, protestaba contra la economía que se ha vuelto "dura,
inexorable y cruel". Y si al Imperialismo
Internacional del Dinero señalaba en primerísimo lugar el Pontífice como
fruto funesto de aquella desorbitación, no deja de ser menos cierto que la misma ha traído, entre
otras, la desgraciada consecuencia
del olvido de cuanto no guarde
relación inmediata con el patrimonio material. Simultáneamente víctima y victimario de este economi-cismo furioso -hijo a su vez de una
desacralización compulsiva- el hombre moderno ha optado por la añadidura,
en clara contradicción con el mandato evangélico.
Podrá entenderse así
que el sacrilegio y la blasfemia se hayan instalado en nuestra doliente
realidad, sin que ninguna reacción
condigna suscite en unos y en otros, absorbidos
todos, por protagonizar o por padecer aquella aludida inexorabilidad crematística. La más leve modificación del riesgo
país o las oscilaciones bursátiles menos
perceptibles, tienen en vilo y estremecen al conjunto social, con diligente consagración. Las más graves ofensas a la
Fe Católica, en cambio -jamás vistas ni pensadas en esta tierra criolla-
encuentran el campo libre de la
indiferencia o de la complacencia colectiva, que el bolsillo llora o se
llena, pero el alma parece ausente.
No se crea que los
términos
sacrilegio y blasfemia recién
empleados, tienen aquí un alcance genérico o metafórico, como quien se queja difusamente de "lo mal que están las cosas". Trátase por el
contrario de dos pecados
abominables y específicos contra el primero y el segundo de los Mandamientos,
consistente uno en profanar o tratar indignamente los sacramentos, las acciones
litúrgicas, las personas, cosas o lugares sagrados; mientras su horrible par consiste, secamente, en
la irreverencia, injuria, desprecio
u odio empecinado al hermoso nombre del Señor, como lo
invoca el Apóstol Santiago. Palabras, obras, gestos, imágenes, sonidos, señales, y tantas formas expresivas combinadas
existen hoy. son puestas desde los medios masivos al servicio de estos vicios, que la teología consideró
propios de demonios, y hasta -si
cabe- de mayor culpa que en ellos en
quienes los practican, pues ni siquiera tienen la explicación de proceder de
la desesperación connatural al infierno.
La propaganda y la publicidad, la llamada gran prensa o la vulgar pasquinería, las programaciones televisivas o radiales, las usinas múltiples de
la difusión que la tecnología hoy potencia, compiten en este abyecto ejercicio de la irreverencia, en esta
maldita praxis
del ultraje, que todas las civilizaciones
dignas de ese nombre castigaron con la muerte. Palurdos, canallas y degenerados
de la peor ralea tienen prontas sus herramientas
para tan torva embestida, con una impunidad que exaspera cuanto alarma, pues bien pronto llegarían las reprimendas y
sanciones si tan infames golpes -u otros levísimos- se dirigieran contra
aquellos credos que no fueran el de la Verdadera Iglesia. De lo que se
sigue la
triste certeza de que tamaña ofensiva nos tiene a los católicos por destinatarios
excluyentes.
Sería ingenuo
sorprenderse y contradictorio esperar algún remedio de las autoridades
políticas. Nutridas en el lodazal de sus mismas excrecencias, cualquier arrebato de cielo les está vedado.
Prohijadas en las logias donde el Orden
Sobrenatural se escarnece a sabiendas,ninguna
batalla por la Cruz serían capaces de librar. Resultaría candidez asimismo
confiar en que los pastores actuaran con la virilidad que la hora exige.
Ganados muchos de ellos por concepciones pacifistas y sincretis-tas -cuando no, lisa y llanamente transformados
en he-resiarcas- no cabe siquiera en sus conjeturas plantearse una contienda contra el mundo, una embestida contra
el Maligno, una militancia fervorosa
que comprometiera los corazones y los puños en la custodia de la reyecía de Jesucristo. Sus afectos están puestos aquí
abajo; temporal y horizontalmente
tendidos. Y sin embargo, la respuesta se impone y urge; tanto más en
medio de las actuales convulsiones
mundiales que nos tocan vivir.
Sepa cada católico desagraviar
privada y públicamente cualquier
atropello, allí donde suceda. Sepa llevar la plegaria reparadora, la
penitencia necesaria, la mortificación
honesta; y si fuera el caso, sepa llevar los brazos convertidos en ariete y escudo contra los inicuos. Sepa cada
católico que ha de unirse espiritual y físicamente
con sus auténticos pares, para organizar la réplica, perseverar en la
resistencia, sostenerse en la adversidad y confiar en la victoria. Sepa cada
católico lo que nos enseña la Escritura sobre
el castigo que aguarda a los
renegados, y el que de hecho recibieron a lo largo de la historia, se
llamaran Jeroboan o Constante, Arrio,
Nestorio o Voltaire; fuesen emperadores o funcionarios, ideólogos o poderosos de la tierra. Y si ese católico que ha de saber tales cosas, ha nacido
además en esta patria argentina -incorporada a la Cristiandad desde hace cinco siglos- sepa ya, sin
atisbos de dudas o remilgos, cómo sancionaba el Gral. San Martin la conducta de blasfemos y sacrilegos. •
Antonio caponnetto