Publicado por Revista Cabildo Nº25
Mes de Noviembre de 2002-3era.Época
EDITORIAL
LA ARGUCIA Y LA VERDAD
DESDE los tiempos de Aristóteles se sabe que, en buena lógica, ha de llamarse argucia a aquel argumento incorrecto utilizado con el fin intencional de engañar a los otros. Al argucioso -que así puede denominarse a quien tal trampa practica- no lo mueve la conquista de la verDad, sino el provecho que con los ardides obtiene.
Se sigue insistiendo en la salida electoral, llámese por marzo o abril al gentío a cirujear boletas partidarias. En que los crapulosos candidatos de antaño o los supuestamente renovados de hogaño, pueden brindar las soluciones, aunque a la vista están sus canalladas múltiples y sus innobles bajezas. Se reitera el pordioserismo inaudito ante los titulares de la usura, el doblegamiento servil a las exigencias del Nuevo Orden Internacional, y la vigencia de un modelo que a su incapacidad para asegurar el bien común, adiciona su fatal capacidad para legitimar la inmoralidad más escandalosa que jamás se haya visto.
Se asegura con pertinacia de imbéciles, que no hay más camino que el de rendirse al sufragio, a la representatividad partidocrática, a la participación populista, a la fabulación insana de la soberanía del pueblo, a la vigencia y regencia de un sistema de fabricación de leyes contrarias al derecho natural y a la ley divina. Y ésta u otras muchas bellaquerías que pudieran retratarse, mientras las ciudades son capturadas por las bandas armadas del piqueterismo marxista, y la inseguridad es la norma, el latrocinio la regla,el escrache un arma homicida, el saqueo la consigna y la amenaza, la indigencia el paisaje cotidiano, y la cochambre aborrecible el mensaje de los medios masivos.
La democracia es la perversa argucia, a cuya sombra se cobijan todos los parásitos que -aunque la patria se hunda por su causa- medran con su funcionamiento. No solo los cientos de personajillos rumbosos que pueblan los despachos oficiales; ni los punteros comiteriles ávidos de prebendas, o los profesionales de la rapiña y del acomodo en cargos sucesivos, simultáneos o rotativos. No solo la raza de los políticos, más próxima a configurar una muestra zoológica que una estirpe. Sino también esa gavilla informe de oportunistas, en la que tanto cabe el periodista infame, el general pacifista,el obispo heresiarca, el católico medroso, el cristiano liberal, el judío blasfemo, el masón insolente, y hasta el satanista devenido en asesor de imágenes presindenciables. Todos los cuales osan y hozan, para decirlo parónimamente; lo primero porque se atreven a violar hasta lo sacro, lo segundo porque remedan los hocicazos de los cerdos.
No se saldrá de la argucia sino con la Verdad, oportuna e inoportunamente proferida. Porque la Verdad, en tanto afirmación de que lo que es, es, resulta un bien de derecho común, un bien que a todos pertenece. Un bien de la sociedad: el que funda las mutuas relaciones, sostiene las fidelidades recíprocas, y el que sólo restituido con justicia traerá la paz, pues un hombre debe honestamente a otro la manifestación de la verdad, según enseñanza de Santo Tomás. Pero la Verdad, no sólo bien de derecho común y un bien social, sino que e antonomasia, el bien de Dios. Estamos pues, enteramente obligados a honrarla y a servirla, a ordenar con todos nuestros actos a la Verdad Encarnada, Crucificada y Resucitada. Nada más enfermo hoy que la inteligencia y el coraje; nada menos amado que la Verdad. Abstenernos de todo maridaje con el error, es la única manera de insertarnos limpiamente en el rescate de lo que han despojado, desde la independencia nacional hasta el sentido común. Entonces, el desafío difícil e irrenunciable que tenemos por delante, es el de decir y obrar la Verdad. Decir la verdad en política, para que no nos sigan engañando con la intangibilidad del Régimen y la iniquidad como forma de gobierno. Decirla en economía, para que cesen los argumentos monetarios y se escuchen las condenas tanto al Imperialismo Internacional del Dinero a quienes lo manejan. Decirla en el orden social para que los justísimos motivos de protesta no sean capitalizados por las mismas izquierdas fautoras y cómplices de la ruina. Decirla en historia, para que cese esta falsificación horrísona impuesta por el terrorismo rojo. Decirla en moral, para cortar el espectáculo repugnante de la sodomía en las calles y la prostitución en todas partes. Decirla en la institución familiar, para refutar la andana de propuestas hedonistas y contrarias al Decálogo. Decirla en educación, con el propósito firme de evitar el avance , de la contracultura gramsciana. Decirla en los cuarteles, en las universidades, en los claustros y desde todos los tejados. Decirla en la Iglesia, para que los pastores de mesas dialoguistas, connubios mundanos, apocamientos constantes y melifluos talantes, cedan su sitio a los custodios viriles de la Cruz. Decir la Verdad impronuncida hoy, de que el Catolicismo es la Religión Verdadera. En la Santa Iglesia Magistral de Alcalá de Henare; conserva y se expone a la veneración, una piedra, en uno de sus lados tiene una rugosa y circular hendira. La piedad popular sostiene que esa concavidad impresa por la presión de la rodilla de los Santos Justo y Pastor, aquellos dos pequeñitos que fueron obligados arrodillarse en ella para ser decapitados. Precísame por atreverse a decir la Verdad entera. Rodilla en tierra, Así murieron. Porque rodilla en tierra es el gran gesto de los defensores de la Verdad. Rodilla en tierra para orar a Dios, para recibir la Eucaristía, para rezar por la tria. Rodilla en tierra -como dice la zambita nuestra, La Artillera- que únicamente son capaces de doblar aquellos que a la guerra van con valor. •
Antonio CAPONNETTO
La democracia es la perversa argucia, a cuya sombra se cobijan todos los parásitos que -aunque la patria se hunda por su causa- medran con su funcionamiento. No solo los cientos de personajillos rumbosos que pueblan los despachos oficiales; ni los punteros comiteriles ávidos de prebendas, o los profesionales de la rapiña y del acomodo en cargos sucesivos, simultáneos o rotativos. No solo la raza de los políticos, más próxima a configurar una muestra zoológica que una estirpe. Sino también esa gavilla informe de oportunistas, en la que tanto cabe el periodista infame, el general pacifista,el obispo heresiarca, el católico medroso, el cristiano liberal, el judío blasfemo, el masón insolente, y hasta el satanista devenido en asesor de imágenes presindenciables. Todos los cuales osan y hozan, para decirlo parónimamente; lo primero porque se atreven a violar hasta lo sacro, lo segundo porque remedan los hocicazos de los cerdos.
No se saldrá de la argucia sino con la Verdad, oportuna e inoportunamente proferida. Porque la Verdad, en tanto afirmación de que lo que es, es, resulta un bien de derecho común, un bien que a todos pertenece. Un bien de la sociedad: el que funda las mutuas relaciones, sostiene las fidelidades recíprocas, y el que sólo restituido con justicia traerá la paz, pues un hombre debe honestamente a otro la manifestación de la verdad, según enseñanza de Santo Tomás. Pero la Verdad, no sólo bien de derecho común y un bien social, sino que e antonomasia, el bien de Dios. Estamos pues, enteramente obligados a honrarla y a servirla, a ordenar con todos nuestros actos a la Verdad Encarnada, Crucificada y Resucitada. Nada más enfermo hoy que la inteligencia y el coraje; nada menos amado que la Verdad. Abstenernos de todo maridaje con el error, es la única manera de insertarnos limpiamente en el rescate de lo que han despojado, desde la independencia nacional hasta el sentido común. Entonces, el desafío difícil e irrenunciable que tenemos por delante, es el de decir y obrar la Verdad. Decir la verdad en política, para que no nos sigan engañando con la intangibilidad del Régimen y la iniquidad como forma de gobierno. Decirla en economía, para que cesen los argumentos monetarios y se escuchen las condenas tanto al Imperialismo Internacional del Dinero a quienes lo manejan. Decirla en el orden social para que los justísimos motivos de protesta no sean capitalizados por las mismas izquierdas fautoras y cómplices de la ruina. Decirla en historia, para que cese esta falsificación horrísona impuesta por el terrorismo rojo. Decirla en moral, para cortar el espectáculo repugnante de la sodomía en las calles y la prostitución en todas partes. Decirla en la institución familiar, para refutar la andana de propuestas hedonistas y contrarias al Decálogo. Decirla en educación, con el propósito firme de evitar el avance , de la contracultura gramsciana. Decirla en los cuarteles, en las universidades, en los claustros y desde todos los tejados. Decirla en la Iglesia, para que los pastores de mesas dialoguistas, connubios mundanos, apocamientos constantes y melifluos talantes, cedan su sitio a los custodios viriles de la Cruz. Decir la Verdad impronuncida hoy, de que el Catolicismo es la Religión Verdadera. En la Santa Iglesia Magistral de Alcalá de Henare; conserva y se expone a la veneración, una piedra, en uno de sus lados tiene una rugosa y circular hendira. La piedad popular sostiene que esa concavidad impresa por la presión de la rodilla de los Santos Justo y Pastor, aquellos dos pequeñitos que fueron obligados arrodillarse en ella para ser decapitados. Precísame por atreverse a decir la Verdad entera. Rodilla en tierra, Así murieron. Porque rodilla en tierra es el gran gesto de los defensores de la Verdad. Rodilla en tierra para orar a Dios, para recibir la Eucaristía, para rezar por la tria. Rodilla en tierra -como dice la zambita nuestra, La Artillera- que únicamente son capaces de doblar aquellos que a la guerra van con valor. •
Antonio CAPONNETTO