Publicado por Revista Cabildo Nº 26
Mes de Diciembre de 2002-3era Época
CABILDO Nº26- DICIEMBRE 2002
EDITORIAL
LA IGNAVIA COMO FORMA DE GOBIERNO
CUANDO hace justo un año el precario infeliz que parodiaba la presidencia de la República, caía aturdido por el peso de sus propias ineptitudes, nadie en su sano juicio podía abrigar mejores perspectivas. Ni por los provisorios y rotativos simios que le sucedieron, ni por el lúbrico puntano que se aposentó una semana con su cinismo ideológico y su risa soez de acróbata fingido. Sino del proverbial myto al logos, la Argentina había transitado del aburrimiento disoluto al festival perverso de los partidócratas todos. Quedaba sin embargo -como algo remotamente parecido a lo que podría llamarse esperanza o ilusión- la reacción de una sociedad, que trágicamente hastiada de sus dirigentes y del sistema mismo que los prohija, enarbolaba su descontento, mezclando razones y sinrazones en la protesta, pero testimoniando al fin, a pesar de tantas limitaciones, la gran estafa que constituye el Régimen.
Pronto se supo que no había que fiarse de tan airada reacción. Su móvil central fue la recuperación de la plata esquilmada, su heráldica la cacerola y la capucha entrelazadas, su brazo armado el malón rojo de piqueteros, que no sabe ni quiere disimular su condición de ejército marxista, sus voceros los anarco-periodistas que se enriquecen a costa del nihilismo propio y ajeno; sus instigadores, socios complacientes o buscadores de réditos, los mismos que han provocado la ruina; sus analistas y hermeneutas de oficio, todos aquellos que hacen malabares lingüísticos, con tal de no hablar de la inexcusable culpabilidad de la democracia. La reacción en suma, fue capitalizada por los perversos, pasando a formar parte ella misma de la crisis contra la que parecía haberse alzado.
Así las cosas, no podía pedírsele a esa pequeña testa envasada al vacío que quedó a cargo del poder, otra ocurrencia mejor que la de la salida electoralista; porque es zoncera funesta -y ya no para un manual jauretchea-no sino para un prontuario delictivo- creer que los males de la democracia se curan con más males; es decir, con más democracia. Si el radical fugitivo fue el tedio criminal; si sus seguidores peronoides fueron el irresponsable oportunismo, el guardavidas bonaerense inaugura la ignavia como forma de gobierno; esto es, la indiferencia y la apatía por el bien común, el desapego y el desgano ante cualquier compromiso con el interés nacional, la displicencia frente al menor esfuerzo que no el de cumplir un cronograma e irse. Tan dócil al Poder Mundial como a los requerimientos abortistas de su conyugue el hombre cuenta los días que le quedan para consumar su abandono felón, que en su demencia llama política de transición. "Es que no es bueno el blandito" -escribe el Padre Petit de Murat- "sino el justo misericordioso. Los blanditos llegan a hacer horribles males, porque dejan que se caiga una casa encima y no quieren contrariar a nadie. Es la ignavia". Desde el otro arco de la doctrina, ya Maquiavelo enseñaba en El Príncipe, que tan fiero vicio no es soportable siquiera en los mercenarios de una ciudad.
Lo sepan o no quienes gobiernan, son el retrato de esta blandura sin contornos viriles. A nadie contrarían, sea al emisario insolente del Norte, a los matones del vandalismo saqueador, a los roñosos estudiantes de la universidad reformista, a los canallas de los medios masivos, a los hambreadores de sus provincias o a los forajidos diplomados de cartoneros. A nadie contrarían excepto a los patriotas cabales.
El antídoto contra la ignavia es la fortaleza; y la fortaleza es virtud cardinal por la cual, en la tenaz persecución de un bien arduo, se está dispuesto a caer, a ser vulnerado, a perder la vida si fuera menester: Seí faerte es atacar y resistir al mal; entonar el legítimo orgullo de combatirlo en todos los frentes, vivificar y robustecer los lazos esenciales, reconfortar a los débiles, vigorizar y rehacer la verdad conculcada, endurecer las decisiones irrevocables, arreciar y acerar el carácter lanzándolo a la reconquista de los valores injuriados, guarnecer la belleza de toda profanación indecorosa, amurallar y acorazar las voluntades para que no sigan avanzando los protervos.
No necesitamos candidatos, nuevos o viejos. No necesitamos comités, sufragios, boletas electorales, bocas de urna, intenciones de voto, cierres de campaña y fruslerías afines. No necesitamos que gane el uno ni el otro de los patanes presidenciables; ni siquiera que gane el partido de las abstenciones, porque -aunque se tengan ellos merecido morder el polvo de esa derrota- seguiríamos guardando dependencia del criterio numerolátrico y populista inculcado por los demócratas. No necesitamos forzosamente ser más, pero sí inclaudicablemente fuertes. Unidos por el ejercicio de la fortaleza, no hay que perderles pisada a los artífices de la ignavia presente y de la vileza futura. Por cada ruindad una réplica; por cada traición una rebeldía, por cada agravio un reto, por cada defección un desafío. Por cada acto revolucionario, una afirmación más de la guerra contrarrevolucionaria, que no es una revolución de signo contrario, sino hacer lo contrario de lo que nos manda la Revolución.
Tal vez entonces, Dios nuestro Señor, quiera darnos "el justo misericordioso" del que hablaba Fray Petit. Al fin de cuentas, así llamaban al Cid Campeador. Al que como a nosotros dieron por muerto, y después de muerto ganó su mejor batalla. •
Antonio CAPONNETTO
Así las cosas, no podía pedírsele a esa pequeña testa envasada al vacío que quedó a cargo del poder, otra ocurrencia mejor que la de la salida electoralista; porque es zoncera funesta -y ya no para un manual jauretchea-no sino para un prontuario delictivo- creer que los males de la democracia se curan con más males; es decir, con más democracia. Si el radical fugitivo fue el tedio criminal; si sus seguidores peronoides fueron el irresponsable oportunismo, el guardavidas bonaerense inaugura la ignavia como forma de gobierno; esto es, la indiferencia y la apatía por el bien común, el desapego y el desgano ante cualquier compromiso con el interés nacional, la displicencia frente al menor esfuerzo que no el de cumplir un cronograma e irse. Tan dócil al Poder Mundial como a los requerimientos abortistas de su conyugue el hombre cuenta los días que le quedan para consumar su abandono felón, que en su demencia llama política de transición. "Es que no es bueno el blandito" -escribe el Padre Petit de Murat- "sino el justo misericordioso. Los blanditos llegan a hacer horribles males, porque dejan que se caiga una casa encima y no quieren contrariar a nadie. Es la ignavia". Desde el otro arco de la doctrina, ya Maquiavelo enseñaba en El Príncipe, que tan fiero vicio no es soportable siquiera en los mercenarios de una ciudad.
Lo sepan o no quienes gobiernan, son el retrato de esta blandura sin contornos viriles. A nadie contrarían, sea al emisario insolente del Norte, a los matones del vandalismo saqueador, a los roñosos estudiantes de la universidad reformista, a los canallas de los medios masivos, a los hambreadores de sus provincias o a los forajidos diplomados de cartoneros. A nadie contrarían excepto a los patriotas cabales.
El antídoto contra la ignavia es la fortaleza; y la fortaleza es virtud cardinal por la cual, en la tenaz persecución de un bien arduo, se está dispuesto a caer, a ser vulnerado, a perder la vida si fuera menester: Seí faerte es atacar y resistir al mal; entonar el legítimo orgullo de combatirlo en todos los frentes, vivificar y robustecer los lazos esenciales, reconfortar a los débiles, vigorizar y rehacer la verdad conculcada, endurecer las decisiones irrevocables, arreciar y acerar el carácter lanzándolo a la reconquista de los valores injuriados, guarnecer la belleza de toda profanación indecorosa, amurallar y acorazar las voluntades para que no sigan avanzando los protervos.
No necesitamos candidatos, nuevos o viejos. No necesitamos comités, sufragios, boletas electorales, bocas de urna, intenciones de voto, cierres de campaña y fruslerías afines. No necesitamos que gane el uno ni el otro de los patanes presidenciables; ni siquiera que gane el partido de las abstenciones, porque -aunque se tengan ellos merecido morder el polvo de esa derrota- seguiríamos guardando dependencia del criterio numerolátrico y populista inculcado por los demócratas. No necesitamos forzosamente ser más, pero sí inclaudicablemente fuertes. Unidos por el ejercicio de la fortaleza, no hay que perderles pisada a los artífices de la ignavia presente y de la vileza futura. Por cada ruindad una réplica; por cada traición una rebeldía, por cada agravio un reto, por cada defección un desafío. Por cada acto revolucionario, una afirmación más de la guerra contrarrevolucionaria, que no es una revolución de signo contrario, sino hacer lo contrario de lo que nos manda la Revolución.
Tal vez entonces, Dios nuestro Señor, quiera darnos "el justo misericordioso" del que hablaba Fray Petit. Al fin de cuentas, así llamaban al Cid Campeador. Al que como a nosotros dieron por muerto, y después de muerto ganó su mejor batalla. •
Antonio CAPONNETTO