EDITORIALPublicado por Revista Cabildo Nº 23
Meses Marzo.Abril 2002 3era.Época
SUBVERSIÓN ECONÓMICA
A vuelto a ser habitual la agitada movilización de la ciudadanía en pos del dólar, y de éste en pos de alzas y bajas aviesamente manejadas por los tenebrosos señores de las finanzas. Adviértase que no estamos añorando paridades ficticias, ni cayendo en la incomprensión hacia aquellos muchos que se ven obligados a correr tras la divisa extranjera, por razones elementales de supervivencia. Nuestra protesta se dirige hacia esa mentalidad del improvisado especulador promedio, del usurero transeúnte y nómade, del inversionista aprovechador de la desgracia ajena, del cambista siempre pronto a incrementar sus fondos a expensas de la hecatombe patria. Protesta y lamento en suma, ante ese espectáculo decadente que no cesa, de mareas humanas pugnando por conocer -minuto a minuto, centavo a centavo- los pormenores del billete con que el amo nos engrilla y se burla.
Distinguía bien Ramiro de Maeztu entre el sentido sensual y el reverencial del dinero. Por el primero, se busca su posesión como un bien en sí mismo, que deleita tener y a nada obliga en materia moral. Por el segundo, se lo sabe un medio para la obtención del bienestar, que ha de estar ordenado a la virtud sin descuido de la salvación. De lo que se sigue que la tal reverencia no es propiamente para la plata, sino para el señorío humano puesto a prueba en su uso. Lo peor que se le puede ocurrir a un pueblo -agrega el insigne hispano- es decirse que el dinero se ha hecho redondo para que ruede, y lanzarse a rodar consubstanciado con él. Monetarizarse o bancarizarse -para usar dos espantosos neologismos ad usum- al extremo de olvidar o posponer los compromisos mayores de raigambre espiritual.
Mas esto es exactamente el mal al que hemos sido arrojados. Gobiernos dedicados al latrocinio lo han conseguido. Prestamistas internacionales dedicados al ultraje, lo han corroborado. Y una masa de habitantes -que se comportan como clientes antes que como ciudadanos- completan este cuadro sombrío, más propio de Cartago que de la Argentina Histórica. Por eso no se equivocaba el Padre Meinvielle, cuando hablando del conflicto monetario dólar-oro, sostenía que era un problema de civilización antes que de finanzas. O la civilización que prefiere ser hija del número, o la que elige conservarse fiel a su filiación divina. No pretendemos que nos entiendan los economistas, sino los hombres sencillos que quieran conservar su libertad interior. Aún la libertad que brota de la pobreza. Porque es preferible ser dueño de un duro que esclavo de dos, según olvidado aforismo antiguo.
Curiosa y nueva paradoja de la siniestra democracia. Todo se aplebeya y nivela en su sórdido seno; ningún linaje es respetado ni queridas las jerarquías naturales; nada regio sobrevive o relumbra, el Dios Uno y Trino sufre destierro y escarnio, pero "el dinero ha tomado el lugar de la divinidad y es el solo rey", acota Peguy. Monarquía subvertida y sediciosa que aprisiona a los desposeídos, somete a la indigencia, destrata a los humildes o encumbra a los avaros. El dinero es "el gran rrebolvedor", apunta el Arcipreste de Hita; "señor faze del syervo, de señor servidor". Esta es la subversión económica que no contemplan las leyes bajo ese nombre promulgadas. Pero resulta simbólico que no quieran ni oír hablar de ella, tanto el Fondo Monetario como sus empleados nativos.
No son males estos que tengan su origen y su remedio en la ciencia de la economía; ni es en ese ámbito en el que producen sus peores consecuencias. Por eso es imposible que los resuelvan los mayordomos del Imperialismo Internacional del Dinero o los sedicentes expertos en hacienda pública o los manotazos individualistas y disgregantes de los que hacen un dogma del sálvese quien pueda.
La patria necesita la virtud de la magnificencia. Que es saber emprender grandes gastos o consagrar grandes esfuerzos materiales para el logro de aquellos bienes sacros y honestos cuya consumación ennoblece a las sociedades. La patria necesita de la liberalidad. Que es donación generosa y constante, dirigida al que mayores cuidados requiere, pero también gratuidad, que es entregar sin cálculos ni medidas demasiado humanas. La patria necesita la austeridad, moralmente entendida y voluntariamente aceptada, que no es lo mismo que verse obligado a recortar gastos con el ceño fruncido de quien toma una amarga medicina esperando que cese cuanto antes la ingesta. La patria necesita -tal cual se lo dijera a sus compatriotas el admirado Oliveira Salazar- saber que se es pobre, como Cristo Pobre.Y comprender que entonces se gana en soberanía y en cielo.
A quienes pueda parecerle angelista tamaña óptica, se lo traduciremos con las rudas y tangibles palabras cuarteleras del Gral. San Martín: seamos libres, aunque para ello tengamos que andar "en pelota, como nuestros paisanos los indios". •