¿Fue Perón un freno contra el comunismo en Argentina? Por Nicolás Márquez
Desde siempre quedó en el imaginario
colectivo el mito (aceptado hasta por detractores de prestigio como
Álvaro Alsogaray) de que el gran legado concreto y palpable de Perón en
Argentina ha sido por sobre todas las cosas “frenar la penetración
comunista”. Y en lo aparente esto sería así, puesto que Perón vivía
obsesionado en combatir el comunismo y para tal fin él sostendría, que
la denominada “tercera posición” (sistema intervencionista consistentes
en una compulsiva transferencia de recursos en favor de los asalariados y
a expensas de las clases superiores), sería su “antídoto” y así lo
explicitaba: “yo no soy comunista ni mucho menos”. Agregando que “la
solución de este problema hay que llevarla adelante haciendo justicia
social a las masas. Ese es el remedio que al suprimir la causa suprime
también el efecto” y refiriéndose a las clase altas también decía: “Es
indudable que eso levantará la reacción y la resistencia de esos señores
que son los peores enemigos de su propia felicidad, porque por no dar
un 30 por ciento van a perder dentro de varios años o de varios meses
todo lo que tienen, y además las orejas”[1].
Otra necesaria aclaración: cuando aquí
subrayamos el carácter anticomunista de Perón no lo hacemos buscando la
crítica, puesto que no nos parece desafortunado en absoluto el
anticomunismo sino todo lo contrario, es un muy sano y noble
sentimiento. Pero el problema radica en que Perón era un anticomunista
en un país donde objetivamente no había un peligro comunista, o mejor
dicho, en donde los comunistas de los años ´40 eran apenas un puñado de
militantes política y electoralmente insignificantes. Consideramos
entonces que Perón no salvó a la Argentina del comunismo, entre otras
cosas porque el comunismo no era una amenaza para el país en ese
entonces y además, ha sido confirmado por la historia que los dirigismos
estatistas no han sido los antídotos más eficaces contra el marxismo
sino su caldo de cultivo.
Ocurre que al fantasma del comunismo
Perón lo había visto en otro contexto y a destiempo, no sólo en Italia
sino también en España en los tiempos de la guerra civil (cuando el
joven oficial argentino fue Agregado Militar en Europa), pero cuyas
realidades no tenían absolutamente nada que ver con el de la Argentina
de los avanzados años ´40, país que desde hacía décadas exhibía una
evidente movilidad social ascendente que seducía a gran parte de la
inmigración mundial y el comunismo era un mal ajeno y lejano a nuestra
cotidianidad. En efecto, durante los años ´30 y ´40 los sectores
populares gozaban de un estándar de vida por lejos superior al del
grueso del concierto de las naciones y de los tres grandes partidos
políticos existentes: uno era el conservadorismo, el otro la UCR y el
tercero, el Partido Socialista. El primero era un partido de derecha con
sesgo liberal, el segundo un partido de centro imprecisamente
progresista y el tercero una fuerza reformista que promovía leyes
sociales pero sin menoscabar en absoluto la propiedad privada ni la
moneda sana. En cambio, el Partido Comunista Argentino desde su creación
en 1918 jamás había logrado efectuar una marcha multitudinaria ni mucho
menos colocar un mísero Diputado Nacional, ni Provincial y su deletérea
influencia ideológica sólo infectaba círculos sociales políticamente
discretos.
Con notable agudeza, en 1970, la organización católica Tradición Familia y Propiedad
(a la sazón dirigido por Cosme Beccar Varela) publicó un estupendo y
controvertido libro en el cual, respecto del tema aquí abordado
expresaba lo siguiente: “El carácter igualitario era mucho más
ostensible en el peronismo que en el nazismo y el fascismo, de modo que
lo que en éstos era más una realidad que un ´leit motiv´ de propaganda,
en cambio en el peronismo era el ´leit motiv´. Porque un movimiento como
el nazi o el fascista o el peronista no puede desarrollarse sin un tema
fundamental de propaganda. En Alemania ese tema era el combate al
comunismo, la cancelación de los efectos de la humillación de Versailles
y la dominación mundial del Reich. En Italia era el combate al
comunismo y la restauración del dominio italiano sobre el ´Mare Nostrum´
Mediterráneo.
En la Argentina esa problemática
internacional no existía. Por otro lado, el peligro comunista de ningún
modo se había tornado tan evidente para las masas como en Alemania e
Italia. Perón entonces tuvo que escoger otro ´leit motiv´, que fue
exactamente la ascensión del proletariado y el rebajamiento de las
clases altas bajo la égida del principio revolucionario de la igualdad
(…) la posición del peronismo frente al comunismo no fue tanto la de un
adversario que quiere entablar una lucha a ultranza, sino más bien de un
contemporizador que procura, por medio de concesiones al instinto
nivelador, tomar el liderazgo de la revolución igualitaria”[2].
En efecto, el desmesurado temor e
importancia que Perón le adjudicaba al peligro comunista lo impulsó a
llevar adelante un sinfín de concesiones políticas y económicas a un
enemigo imaginario arrastrando a la postre al país a una situación
semi-revolucionaria que paradojalmente él decía querer evitar.
Justamente, entre los años 40 y 50, con su demagogia obrerista, su
estatismo económico y su verborrea igualitaria Perón pretendió generar
respuesta a un mal virtualmente quimérico para la Argentina, sin
advertir que a la postre su sistema de gobierno compartiría con sus
enemigos marxistas la misma idolatría hacia el Estado y la misma
desconfianza hacia el mercado y las libertades individuales, principios
estos que en definitiva demostraron ser las herramientas más eficaces de
freno al comunismo y que tan exitosamente había llevado adelante la
Argentina hasta principios de los años ´40.
Por
otra parte, el confusionismo ideológico promovido por Perón tanto en
sus discursos como en sus acciones, abrió las puertas para que
posteriormente dentro de su propio partido numerosos activistas y
terroristas de izquierda intentaran llevar adelante una revolución
comunista aprovechando el ascendiente que este mantenía sobre las masas.
Lo expuesto no significa en absoluto que peronismo y comunismo fuesen
lo mismo ni mucho menos, pero sí cuestionamos que la receta
pretendidamente superadora al comunismo que Perón ofreció, no sólo no
lograba ser cabalmente antagónica al comunismo sino apenas un
insuficiente mal menor que, sin advertirlo, le concedió gratuita e
infantilmente al marxismo vernáculo un montón de pretensiones que este
no estaba en condiciones de exigirle ni por la fuerza ni por los votos a
absolutamente nadie en la pujante Argentina de primera mitad de siglo
XX.
Finalmente, a quienes desde una
perspectiva histórica han querido ver en Perón una suerte de “antídoto
contra el comunismo”, vale recordarles que la única vez que la Argentina
estuvo en peligro real de caer bajo las garras de este sistema fue en
los años ´70, pero justamente por culpa de Perón, quien alentó con tanta
irresponsabilidad como inmoralidad a las guerrillas castristas de la
época, a las cuales tardíamente él combatió de una manera irregular
inaugurando lo que luego se conoció como “la represión ilegal” en el
marco de la denominada guerra sucia, de la cual ni los peronistas ni los
terroristas nunca rindieron cuentas por sus crímenes y siempre se cargó
la culpa de manera exclusiva y selectivamente sobre los militares, es
decir sobre quienes fueron llamados por el propio gobierno peronista en
1975 para atacar las consecuencias de una guerra revolucionaria que
Perón no vaciló en fomentar cuando le fue funcional a sus mezquinos
intereses personales.