Aborto y Objeción de Conciencia -
Antonio Caponnetto
Un irrelevante total
Al
parecer,el pasado 20 de junio –mala fecha para andar diciendo zonceras- desde
el sitio oficial del Instituto Acton (que se llama así, no por la marca de
patinetas sino en homenaje al lord gringo puesto en el Index en tiempos del
Beato Pío IX), Don Gabriel Zanotti perpetró una nota titulada “Del aborto
clandestino al totalitarismo clandestino”. Puede verla el masoquista lector en
http://institutoacton.org/2018/07/04/del-aborto-clandestino-al-totalitarismo-clandestino-gabriel-zanotti/
Llama la atención que el autor sea un
relapso, que vuelve a asumirse inverecundamente cual católico liberal convicto
y confeso, y que deslice un rechazo burlón hacia la Quanta Cura. Algo así como
si un mahometano se confesara islámico-mormón y rechazara las azoras, aleyas y
bizmillas del Corán.
Y
llama la atención asimismo que crea poder compatibilizar su catolicismo
gloriándose de haber sido prácticamente el único que defendiera a los Testigos
de Jehová, cuando –según él- éstos “se pudrían sistemáticamente en la cárcel”
por causa de sus objeciones de conciencia.
Latiguillo este último que blanden hoy las salvajes izquierdas por
doquier, desde sus múltiples medios. Porque es común entre la intelligentzia
nativa, subirse al caballo por derecha y bajar por siniestra.
Los Testigos de Jehova son, en sentido
estricto, una secta satánica, abocada de modo explícito a ultrajar a la Iglesia. El recurso a la
objeción de conciencia lo usaron para dejar morir con crueldad a algún
pariente, impidiéndole la transfusión de sangre, o para ofender la bandera
nacional o para negarse a servir a la patria
bajo la forma del servicio militar
obligatorio.
Ser
católico y defensor de los Testigos, y del uso crapuloso que hacen de la
conciencia objetante, guarda la misma coherencia que ser trotskysta y cruzar
espadas por los cautivos del Gulag. Hasta ahora sabíamos –como dice el Pseudo
Exúpery- que lo esencial es invisible a
los trotskos. Habrá que agregar también a los zanóticos.
Pero
en la noteja de marras, the man of the
Acton nos interpela dos veces a los nacionalistas católicos; y más específicamente
a la revista Cabildo. Elige para ello
el modo de una pregunta, que no registra Aristóteles entre los recursos
lingüísticos de la Retórica,
pero sí las mucamas cuando se enojan en la feria. No se tome por
reproche, ¡vamos! Pura ley clásica de lo semejante en pos de lo semejante.
Ambos hacen las compras para sus patrones.
¿Y
cuál sería el núcleo de la acusación zanótica hacia nuestras amenazantes huestes
ultramontanas? Nos expliquemos de una vez.
En
primer lugar -se nos dice- los políticos aborteros, al negarse a reconocer la
objeción de conciencia a los providistas incurren en un “totalitarismo
clandestino[...], revelando con ello hábitos de pensamiento totalitarios
típicos, lamentablemente de la cultura argentina”. Que sepamos el rechazo a la objeción de
conciencia, cada vez que ha sido planteado, no lo fue desde la clandestinidad
sino desde altos estrados públicos y visibles. El senador Pichoto, por
ejemplo, hace uso de su texticulillo masón anti objetante con ostensible
exhibición oficial. Lo que ha pasado a la clandestinidad en él y en sus pares,
es la moral y la decencia, pero no el imperativo tiránico.
Sobre
la existencia de un hábito totalitario, estamos completamente de acuerdo. Es el
del totalitarismo democrático, que impone su despotismo de la cifra, su
prepotencia del número,su abuso de la cantidad, la opresión de su mitad más
uno. Y esto es obra maldita del liberalismo, mentor, cultor y practicante del
dogma de la soberanía popular y de la mentira del sufragio universal. Si van a
invocar los hábitos vayan a la cuestión 51 de la prima secundae de la
Summa, para
aprender a detectar a sus causantes.
En
segundo lugar, según este muchacho Gabriel de la Zanatosa, los
nacionalistas de Cabildo seríamos culpables de “tanto poder otorgado al Estado”,
de querer estatizar “la salud y la educación” por ser “derechos sociales”; de
pensar que “todo estaba bien con un ministro de educación , y
por supuesto con Onganía y con Videla”; pero que, como ahora, las cosas han
cambiado y el poder estatal “va para otro lado”, suceden estos atropellos como
querer negar la objeción de conciencia. La culpa es nuestra, en suma, porque a
diferencia de los católicos liberales que “lucharon siempre contra el poder”,
nosotros le dimos más y más poder al Estado.
Sinceramente
nos duele ver cómo se le caen los anillos, se le desgracia el jubón y se le
amarrona la librea al mayordomo del Lord hereje. Lo teníamos por sujeto de otro
horizonte cultural y moral. Y aunque no lo supusimos nunca destinatario del
encomio lorquiano: “voz de clavel varonil”, tampoco creíamos que prestaría su
palabra a tanta mariconería junta.
El
Nacionalismo Católico, precisamente por lo segundo, que a la vez califica y
sustantiviza a lo primero, jamás concibió al Estado como algo distinto a lo que
enseña al respecto la Doctrina Social
de la Iglesia. Ni
estatolatría,ni neutralismo,ni omnipotencia,ni indiferentismo. Ni panteísmo de
Estado ni ausencia irresponsable del mismo.
Nos
hemos cansado de repetir con Oliveira Salazar, que el Estado debe ser una
persona de bien, ejercitante, entre otros, del principio de subsidiariedad; y
que no es lícita ninguna de las formas de monopolio estatal sobre la educación
o sobre alguna de las cuestiones vitales en las que esté en juego la salvación
de las almas o aún la mera salud integral de la creatura.
Ni
en la teoría ni en la práctica hemos concebido un Estado que no fuera “el
ministerio de Dios sobre la tierra para asegurar el bien común”. Nuestro
ideario, en todo caso, está antes en la Unam
Sanctam de Bonifacio VIII, pero nunca en el Discurso de
Sarmiento en el Senado, del 13 de septiembre de 1859, proclamando que el Estado
no tiene caridad ni alma. Porque es el Estado Liberal, instaurado tras la
derrota de Caseros, con previo delito de traición a la patria, el que impuso su
laicismo integral a sangre y fuego. Y es en nombre de ese laicismo masónico que
hoy pueden negar los reclamos de la conciencia católica ante un crimen como el
aborto.
¿Qué
objeción de conciencia respetó el Estado liberal cuando impuso la
obligatoriedad del matrimonio civil, o la del voto coactivo, multando a sus
infractores y colocándolos en la lista de los réprobos? ¿Qué objeción de
conciencia respetó ese mismo Estado Liberal cuando sometió a las familias a la
educación común de signo jacobino u obliga desde hace décadas al ciudadano
común a tener que regirse por una moneda extranjera si quiere acceder a una
vivienda?
El
Nacionalismo Católico no ha sido nunca poder en la Argentina. Y es redondamente
una infamia –de esas que en otros tiempos se dirimían con el guantazo arrojado
a la cara del canalla- afirmar que nosotros no hemos enfrentado siempre al
poder de turno; y que no hemos pagado por ello el alto costo que supone ser
políticamente incorrecto a perpetuidad.
Gobiernos
civiles y militares, oligarcas de overol o de levita, proletarios o
burgueses, peronistas o gorilas, cursillistas o
budistas, ¡todas!, absolutamente todas las variantes del Régimen han
conocido nuestra enemistad. Incluyendo el Onganiato y el Proceso; afirmaciones
tajantes que podemos convalidar con una montaña de documentación
escrita,publicada y difundida en cada circunstancia histórica.
No
debería Zanotti mencionar la cuerda en casa del ahorcado. A su padre, el
Proceso le restituyó la cátedra de Política Educativa en la UBA; fue asesor de la Armada a partir de 1969,
cuando aún gobernaba Onganía; y en el homenaje a su figura, que le hiciera La Nación
a los diez años de su muerte, en la Fundación
Bank Boston, asistieron personalidades del liberalismo
católico como el Dr. Llerena Amadeo, que fuera ministro de Educación del
Proceso, Víctor Massuh, otrora embajador ante la UNESCO o el Contralmirante
Sánchez Sañudo, partícipe de la Revolución
Libertadora. Datos todos que el mismo Juniors nos ha aportado
en sucesivos artículos. Y que son, además, del dominio público.
Y
datos ante los cuales, en principio, podríamos encogernos tranquilamente de
hombros, si no fuera por que se pretende que, para nosotros, “la nación
católica se da en las dictaduras católicas de derecha”. De pronto –milagros de
la homonimia- Zanotti ha mutado en Zanatta (il forlivez bugiardo), y ambos –por
merecida alquimia- en zanahorias, vocablo
cuya tercera acepción permiten los académicos del idioma sinonimizar con
imbécil.
Pero dejemos a este “irrelevante
total”, como se autodefine en el artículo que le estamos comentando; y vayamos
al tema de fondo. ¿Es lícito y/o recomendable esgrimir la objeción de
conciencia ante la posible o cierta legalización del aborto?
La objeción de conciencia
Va de
suyo que al modo de los liberales,no. Porque en la perspectiva liberal es una
variante más de la autonomía del juicio individual, del culto al subjetivismo
relativista, del rechazo de cualquier forma de heteronomía ética o de moral
objetiva, de la libertad convertida en antojo. Lo mismo vale hoy para no matar
a un embrión, que ayer para matarlo negándole una transfusión sanguínea o
mañana para desertar de una guerra justa, si tal posibilidad existiera. Por
eso, la categoría “objetores de conciencia” ha sido siempre cara a las
izquierdas progresistas y liberales. Y por eso el Magisterio de la Iglesia supo hacer sus
claras distinciones[1].
Pero supuesto en un sujeto sano y
responsable el ejercicio del habitus
primorum principiorum o sindéresis, por cierto que está en todo su deber
primero, y en su derecho después, levantar bien alto la voz de su conciencia,
ante una ley aborrecible, para exigir que se obedezca a Dios antes que a los
hombres (Hechos 5,29). La conciencia recta no puede sino rebelarse contra lo que
escolásticamente se llamaba una real, objetiva y flagrante atrocitatem facinoris o acto de atroz injusticia.
Ahora bien; el hombre que así
gloriosamente actúa, para que su acto sea no sólo ejemplar y edificante sino
santo y heroicamente congruente, no debe pedir garantías al mismo verdugo de
que nada le sucederá si no sacrifica a los falsos ídolos. Gritará –como consta
en las Actas de los Mártires- ¡no sacrificaré!, y pedirá fuerzas a Nuestro
Señor para aguantar las consecuencias. Como mostró el rey Balduino de Bélgica
que era posible, perdiendo nada menos que su trono por no consentir el nefando
crimen del aborto. Después, si la leguleyería impuso sus triquiñuelas, es otra
cosa. Pero el gesto es válido.
Nunca
son recomendables sino despreciables los católicos libeláticos; esto es,
aquellos que buscan la garantía,la contemporización y el refugio del poder
constituido. La chancha y los veinte no se puede ni se debe. Si no sacrificamos
nos pueden echar del trabajo,sí. Y ser denostados por anónimos y cobardes
plumíferos. Y perder fama, honor y hacienda, sí; y ser declarados enemigos del
pueblo, también, como tantos casos gloriosos. Hay una bienaventuranza para los
que todo lo padecen por causa de Cristo. Y un nombre, el de mártires, para
quienes pueden ofrecer hasta la vida.
Entendemos
a los profesionales de la salud que exigen la objeción de conciencia legalizada
y garantizada por el Estado si se aprueba la Ley
IVE (Infernal Voluntad de Exterminio). Pero primero será
pedir el milagro de que el Dios de las Batallas aplaque la furia criminal de
los aborteros; y después, si tal gracia no la merecemos, pedir el milagro de
que se nos de la fortaleza extraordinaria para sobrellevar las consecuencias,
que no serán fáciles. Mucho menos si además de una conciencia rectamente
objetora, no hay una conciencia parusíaca. Bueno sería que la Iglesia, antes de
acompañar este pedido de la objeción de conciencia –que para algunos equívocos
conceptuales se presta- predicara sobre las Postrimerías y sobre la virtud de
estar dispuesto a perderlo todo antes de pecar contra Dios. Al fin de cuentas
se supone que es lo que rezamos diariamente en el Pésame.
Es
de San Buenaventura la hermosa enseñanza aquella, según la cual: “la conciencia
es como un heraldo de Dios y su mensajero; y lo que dice no lo manda por sí
misma, sino que lo manda como venido de
Dios, igual que un heraldo cuando proclama el edicto del Rey. Y de ello deriva
el hecho de que la conciencia tiene la fuerza de obligar” (In II Librum Sententiarum,dist.39,a.1,q.3).
Sólo
en este sentido se podrá hablar de una conciencia objetante, impugnante y
movilizadora del Buen Combate. El resto es el pecado del liberalismo; o el
temor de los cobardes; o el conformarse cada vez con menos de los tibios; o el
acomodarse en la derrota para conservar el puesto; o el tirar la toalla antes
de que la lid acabe.
No
será el liberalismo católico el que venga a darnos lecciones de resistencia al
poder. Tampoco nos vanagloriamos de ser nosotros paradigmas de conductas. Pero la Iglesia, “columna y sostén
de la Fe”(I
Timoteo 3,15), Mater et Magistra y Esposa del Señor, tiene un escuadrón de
testigos para que nos espejemos en ellos en estas horas duras y cruciales.
Digo
la Iglesia. De
pie al pronunciar su nombre y de rodillas tras pronunciarlo. Digo la Iglesia semper idem. Digo la Iglesia: Una, Santa, Católica
y Apostólica. Contra ella no podrán ni han podido nunca obtener el triunfo
definitivo los enemigos de la Cruz. Porque
la Barca la
conduce Cristo. Y Cristo navega hacia lo alto, hacia Arriba. Desde donde se sale
victorioso cuando parece que el
laberinto nos tiende la más cruel encerrona.
Antonio Caponnetto
[1]
Recomendamos dos lecturas: Rafael Somoano Berdasco, Pacifismo, guerra y objeción de conciencia, a la luz de la moral
católica, Madrid, Fuerza Nueva,1978 y Gonzalo Muñiz Vega, Los objetores de conciencia, ¿delincuentes o
mártires? , Madrid, Speiro, 1974.
Nacionalismo Católico San Juan Bautista