De pluma ajena: Demos gracias
Hace
pocos días mi hija me pregunto qué significaba la palabra gracias. Está
claro que con seis años y algunas buenas costumbres conoce y usa el
término desde pequeña. Ella quería ahondar y me obligó a mí a hacerlo.
Todos, al igual que esta niña, conocemos el significado inmediato de esa
“palabra mágica”. Pero puestos a ahondar había que ver qué nos podía
decir el Diccionario de la Real Academia Española; vimos que arroja 15
definiciones entre las cuales figura la dada por la doctrina católica:
“favor sobrenatural y gratuito que Dios concede al hombre para ponerlo
en el camino de la salvación”.
En cuanto a su origen etimológico se sabe
que “La palabra gracias proviene del latín gratia, la cual deriva de gratus (agradable, agradecido), y el origen gratia en
latín significa la honra o alabanza que sin más se tributa a otro, para
luego significar el favor y reconocimiento de un favor”[1].
Comparto aquí una reflexión sobre su uso y, tal vez, una propuesta.
Como
vimos, gracias es reconocimiento por un bien recibido, por tanto, es
alegría compartida y es comunión. Hay uno que da y otro que recibe y
agradece porque reconoce la bondad recibida; y, en ese agradecimiento y
reconocimiento, vuelve a dar. Se forma así un círculo amoroso.
Cuando una persona da a otra, un regalo, un gesto de cariño, un consejo, está haciendo mucho por el otro: lo está mirando, está actuando y se está entregando.
Todos consideramos que es un desprecio rechazar la mano a quien nos la
tiende o dar vuelta la cara a quien se acerca con un beso; pero, aunque
culturalmente no lo veamos así, también puede ser incorrecto rechazar la
silla que nos ofrece un caballero o no aceptar cualquier otro gesto de
bondad que alguien quiere tener con nosotros. ¿Por qué? Porque son
gestos de donación, de amor y de servicio; y rechazarlos, aunque se haga
con amabilidad y buena intención, puede ser un impedimento para la
entrega del otro.
En
muchas ocasiones, el mayor bien está en aceptar con un corazón sencillo
y agradecido aquello y aquél que se nos dan. Lo primero será tener una
apertura amorosa a quien se nos entrega y lo segundo un agradecimiento
sincero. Es bueno y necesario el agradecimiento, porque es decir a
nuestro prójimo: “veo tu bondad y me alegro en ella”. El agradecimiento
constituye un gesto de amor fraterno que fortalece la unión entre las
personas; por lo tanto, a mayor intercambio de bienes buenos, verdaderos y bellos habrá más motivos de agradecimiento y más cohesionada, fuerte y sana se hará la comunidad en la cual vivimos.
Este
acto tan cotidiano de agradecer puede también ser elevado en nuestras
conversaciones corrientes a categoría de breve oración, a modo de
jaculatoria amorosa por el prójimo. Podemos así (porque Dios vive
permanente derramado sobre nosotros y en su celo amoroso aprovecha toda
ocasión para dar y darse) aumentar esas gracias que el prójimo necesita.
Cada vez que agradecemos podemos elevar interiormente nuestra alma a
Dios pidiendo al Dador de todo bien que aumente las gracias en el
hermano que ha puesto en nuestro camino. Si santa Teresita decía que una mirada al cielo podía ser oración,
tal vez nosotros podamos también elevar ese simple “gracias” a
categoría de oración pidiendo por esa buena persona que Dios tuvo a bien
poner en nuestro camino.
De
ese modo, si amor con amor se paga, estaremos pagando con el primer
deber de caridad los múltiples favores que recibimos en nuestra vida
cotidiana e iremos así embelleciendo y elevando a Dios nuestro hablar y
nuestro andar cotidiano para llenarlo de gracia y de alabanza.
Imitemos
así a nuestro Señor: tomando, agradeciendo y, por supuesto, también
dando. Para que toda nuestra vida sea una última cena: “Tomando el pan,
dio gracias, lo partió y se lo dio, diciendo: Este es mi cuerpo, que es
entregado por vosotros; haced esto en memoria mía”. (Luc.22, 19-20)
Amalia Milberg para, Que no te la cuenten…
[1] http://etimologias.dechile.net/?gracias
