miércoles, 8 de agosto de 2018

EL PROBLEMA ARGENTINO - Padre Leonardo Castellani



El problema argentino es tan difícil de resolver como fácil de plantear. Inveterado viene de muchos años. La Argentina se independizó de España, de quien era provincia. Y se convirtió a poco andar, en factoría de otra nación muy maula. Esto tuvo muchos vericuetos; pero hablando breve, es eso. 247. La Argentina era rica en recursos. Los tiempos eran tranquilos. La Nación Metrópoli (Inglaterra) dejaba un décimo de lo que se llevaba, a la clase dirigente a su servicio (cipayos), que vivía opulenta y gobernaba después de haber eliminado a sangre y fuego a sus enemigos (fuego, literalmente a veces); a los soldados del Chacho que tomó prisioneros Sandes, en la batalla de las playas, los quemaron vivos. (Ver GREGORIO MADERO: La degollación del Chacho', Theoría, 1966.) 248. El país parecía marchar espléndido, e incluso tuvo sus borracheras de euforia progresista en 1880 y 1910. 249. De repente estallaron dos guerras mundiales. La testa de la dúplice revolución se irguió en el mundo; y el metropolasgo de la Argentina pasó a otra nación diferente de la misma raza (Estados Unidos). “Iíic fletus, hic dolor." 250. La nueva metrópoli no podía explotarnos con los métodos simples de la otra. Había habido dos tentativas de rotas cadenas frustradas. Mucha gente había abierto los ojos. Y en vez de comenzar aquí la prosperidad del país, misteriosamente cayó en insoluble crisis económica. 251. Los hermanos del Norte tenían sus propios enredos. De una democracia habían bajado a una plutocracia; y empezaron a ser gobernados invisiblemente (no mucho) por el Poder del Gran Dinero; y grupos secretos como la Masonería, el Pentágono, el Sionismo. Estos poderes invisibles se encargaron del cipayaje y la explotación por medios sutiles. Para eso necesitaban mantenernos en estado colonial (subdesarrollados). Nos “ayudaban al desarrollo'' por medio de siniestros préstamos y bancos usurarios —con tipo Cant anglosajón; o sea, tartufismo. 252. Eso está condicionado al mantenimiento de la democracia, o sea, de gobiernos débiles, amedrentables y aun sobornables, si viene a mano. Poco importa que esa democracia se llame Radical del Pueblo, Radical Intransigente, Revolución Libertadora o Revolución No-Libertadora. Es el liberalismo ya podrido, galvanizado por toda clase de trucos raros: golpes de estado, fraudes electorales y dictaduras fallutas. 253. Los partidos no los suprimió la República Argentina. Hace tiempo no existían partidos, sino el Ejército y los gremios. Los partidos eran cháchara pura, fomentadora de la disolución. 254. La dúplice revolución mundial está en marcha desde hace más de un siglo. La revolución blanca es el alzamiento general de los bolches; no escuetamente contra el capitalismo (entidad semimítica, más o menos forjada por Marx y demás teorizantes de la demagogia), sino contra todo lo que en la cristiandad es autoridad, orden, jerarquía, cultura, tradición; en suma, Superioridad. 255. Es el resentimiento de los inferiores: quieren nivelarlo todo por abajo. No son los obreros, no. Aunque a muchos de ellos los han despistado con el endiosamiento del trabajo manual. Los buenos obreros, los obreros peritos y laboriosos, no son proletarios: y se ofenden si los llaman así. 256. La revolución blanca quiere decir tabla rasa de todo lo existente; y a crear de la nada un universo nuevo, como Sarmiento y Mitre: siniestra utopía. Hay en ella hasta sacerdotes. Sabiéndolo o no, todos los desjerarquizados trabajan para ella. Hay desjerarquizados, incluso la misma jerarquía —con perdón de la paradoja. Es así. Yo no tengo la culpa. Con su venia y guardando todo respeto, Ilustrísima. 257. No hablamos de los bolches de Rusia, no. De los argentinos. No hablamos tampoco de los inscritos en las listas de Codovilla. Hablamos de todos los desjerarquizados, de todos los rebelados o hastiados del Orden Romano, de todos los democráticos, sinceros o fingidos; de todos los idiotas útiles; de todos los que se han salido o quieren salirse de su propio puesto. 258. Los ordinarios dominan. ¿Cuántos son? Contarlos quiero. Por cada dos mil espurios no hay ni un noble verdadero. 259. Pero en nuestros treinta millones hay por lo bajo unos tres mil nobles. Estamos en Pentecostés: esos tres mil nobles se vuelven hacia el sermón del Espíritu Santo; y, como los judíos a San Pedro, preguntan: —Varones, hermanos, ¿qué haremos? —Arrepentirse y bautizarse cada uno en el nombre del Señor Jesús. Es decir, en este caso rebautizarse; pero en el bautismo del fuego y del Ventarrón divino, que dijo Cristo. 260. Sólo Jesucristo puede salvar a la Argentina. O sea, los que se hagan capaces de hablar y obrar “en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo”. Yo no lo veré, porque mis días “corren disparados a su fin”, como dice el Profeta. (P. Leonardo Castellani)