viernes, 24 de julio de 2020

ACTUALIDAD DE MUSSOLINI – JORDÁN BRUNO GENTA

martes, 21 de julio de 2020

Actualidad de Mussolini – Jordán Bruno Genta

“Por la Patria morir es dulce y noble”
(Horacio: Odas, lib. III)

La pasión de Italia y una visión arquitectónica del orden romano en el mundo de hoy, definen la personalidad política de Mussolini.
Desde la Marcha sobre Roma (1922) hasta la constitución del Imperio, fue realizando gradualmente la integración de la Nación en un Estado fuerte, pero no absoluto. 
 SU lenguaje prudencial se fue depurando de los excesos iniciales del idealismo hegeliano y del voluntarismo nietzcheano que orientaban su pensamiento político.

 
La experiencia de la guerra, vivida en el campo del honor, lo había llevado a superar el internacionalismo marxista en una enérgica afirmación de lo nacional. Su profundo sentido de la realidad tenía que dejar atrás utopías e ideologías en boga, para empeñarlo en dos grandes objetivos de la política contemporánea, en el ámbito latino:
1º) La solución de la cuestión social por medio de la integración corporativa del capital y del trabajo, dentro del cuadro natural de la Nación.
2º) La solución a la cuestión nacional por medio de la integración de la Nación en la universidad Católica, o sea, la unión de las dos Romas.
La Carta del Lavoro y el ordenamiento corporativo de la economía, junto con los Pactos de Letrán, son monumentos imperecederos de la política de Mussolini.
Hubo dificultades, abusos y violencias. Hubo finalmente la derrota militar y la caída estrepitosa del Fascismo con el asesinato canallesco del gran patriota; pero ninguna propaganda de la mentira y del odio, por abrumadora que sea, podrá quitarle la gloria de haber sido el primer estadista que promulgó el Derecho y realizó la Justicia del Trabajo en la grandeza de la Nación; ni la gloria de haber dado a Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del Cesar.
La verdad es que supo arrancar a su pueblo de la vida vulgar y de una existencia mediocre, para promoverlo a la vida noble y a la conciencia de un destino histórico universal.
¡Qué contraste entre la Italia de Mussolini y la Italia de hoy; entre aquella prosperidad en la grandeza y esta prosperidad en la “dolce vita”!
Un país pequeño en la superficie, sin hierro, sin petróleo, ni carbón, con una tierra gastada por el cultivo milenario, superpoblado y sin porvenir para muchos de sus hijos; un país empobrecido por la guerra, anarquizado por la lucha de partidos y la lucha de clases, fue transformado por Mussolini en el suelo habitable, decoroso, próspero y digno para cincuenta millones de italianos. Se resolvieron las contradicciones internas y se instauró la tranquilidad en el orden; cesó la corriente emigratoria, a la vez que se extendía por el mundo entero, en las colectividades italianas el orgullo de la estirpe.
La Doctrina Social de la Iglesia, desarrollada desde la Rerum Novaum (1881) hasta la Mater et Magistra (1961) y la Populorum Progressio (1967), fue realizada íntegramente en la legislación social y en el ordenamiento corporativo de la economía nacional italiana.
Las declaraciones de principios, las normas y reglamentaciones, cuya vigencia universal reclama la O.I.T. (Organización Internacional del Trabajo), no son más que una transcripción de la Carta del Lavoro.
El nuevo Derecho laboral inaugurado por Mussolini en 1927, reconoce su fundamento ético en la posición de la economía al servicio del hombre.
Más allá del capitalismo liberal y del socialismo marxista, plantea un trato de honor al trabajador – intelectual, organizador o manual –, junto con el respeto a la propiedad privada del capital y a la iniciativa individual; y esta integración y promoción de la justicia social dentro de la grandeza de la Nación.
“El hombre económico no existe; el hombre integral, que es político, que es económico, que es religioso, que es guerrero, que es santo” (Mussolini, año 1933)
Pablo VI insiste en el mismo sentido, que “el desarrollo no se reduce al simple crecimiento económico. Para ser auténtico debe ser integral, es decir, promover a todos los hombres y a todo el hombre”.
La burguesía liberal y el proletariado marxista son productos ideológicos; mitos sociales impuestos por la propaganda, como términos antagónicos de la dialéctica subversiva. No hay en la realidad, dos clases únicas y extremas, exclusivas y excluyentes; pero hay la explotación efectiva de personas, familias y naciones enteras por el poder del dinero; hay la servidumbre de la usura y un feroz resentimiento social que precipita a las Naciones por el plano inclinado hacia el Comunismo ateo, esa avasalladora negación del hombre.
Mussolini nos ha dejado la única salida; la única solución justa.
Las premisas fundamentales de su planteo de la cuestión social son:
a)                    No existe hecho económico de interés exclusivamente privado e individual.
b)                    Desde que el hombre vive en comunidad con sus semejantes, todo acto suyo va más allá de su persona.
Es la condena de la avaricia y del espíritu de usura, tal como acaba de hacer la Iglesia, tal como acaba de hacerlo la Iglesia una vez más, en la palabra de Paulo VI: “La búsqueda exclusiva del poseer se convierte en un obstáculo para el crecimiento del ser y se opone a la verdadera grandeza. Para las acciones como para las personas, la avaricia es la forma más evidente de un subdesarrollo moral”.
En cuanto a los caracteres de la economía corporativa son los siguientes:
1)                    El respeto al principio de la propiedad privada porque integra la personalidad humana. Es un derecho natural pero no condicional y absoluto; comporta el deber de usarla en función social.
2)                    El estímulo de la iniciativa individual. En la Carta del Lavoro se afirma expresamente que el Estado interviene tan solo cuando la economía privada es deficiente o no existe.
3)                    El orden económico en la economía nacional debe realizarse a través de la autodisciplina de las categorías interesadas. Si dichas categorías no encuentran la vía del acuerdo y del equilibrio, el Estado debe intervenir y tendrá derecho soberano en este terreno porque representa al consumidor.
Se trata de la función subsidiaria del Estado que reconoce y justifica la Doctrina Social de la Iglesia, siempre en defensa del hombre.
La Carta del Lavoro establece la Magistratura del Trabajo, las condiciones y garantías de los contratos colectivos, las oficinas de colocaciones, la previsión y asistencia sociales, la capacitación profesional, la preeminencia del trabajo sobre el capital, la participación de los trabajadores en los beneficios, y en la cogestión en el límite debido, así como el acceso a la propiedad de la empresa.
Todos estos derechos se ejercitan realmente a través de la organización sindical o profesional, la cual es libre “pero sólo el sindicato legalmente reconocido y sometido al control del Estado, tiene el derecho de representar a todas las categorías de empleadores o de obreros”. Y las corporaciones integradas por los sindicatos de ambas partes, constituyen la organización unitaria de las fuerzas económicas.
He aquí el camino seguro del bienestar de los individuos y el desarrollo del poder nacional.
El cumplimiento del este programa social, respetuoso de la persona humana y ajustado a las exigencias del Bien Común, le permitió a Italia alcanzar la autarquía económica y el rango de potencia mundial en pocos años.
“En este siglo, afirma Mussolini, no se puede admitir la inevitabilidad de la miseria material… no puede durar el absurdo de las carestías artificialmente provocadas”.
Aparte de esta política de Justicia Social de proyecciones universales, recordemos el título de “hombre providencial” que le discernió Pio XI con motivo de los Patos de Letrán. A pesar de las desinteligencias y de las fricciones que siguieron entre la Acción Católica y el Partido fascista, quedaron definitivamente establecidas las bases de la unidad política y religiosa de la Nación Italiana.
En la hora del triunfo y del máximo prestigio de su gobierno, Mussolini supo reconocer los límites del Poder: “Nuestro Estado no es absoluto y menos todavía absolutista… Nuestro Estado es orgánico, humano y quiere adherir a la realidad de la vida” (14/11/1933).
He querido dar testimonio de la verdad al margen de las deformaciones sectarias, de los intereses ideológicos y de los temores serviles.
Mussolini murió por Italia, que había soñado restaurar en la Grandeza de sus egregios orígenes.
La guerra estaba perdida. El vio plegarse las alas de las águilas y sufrió por el lodo que les arrojaban.

Tal vez pensó en esa hora terrible del escarnio final que iría a conversar con Bruno[1], por sobre el dolor del tiempo, liberado del tiempo. Y ofreció su muerte para que Italia viva…

“Las cicatrices ¡ay! de los hermanos y la muerte criminal nos dan vergüenza. ¿Qué impiedad no tocaron nuestras manos?”
(Horacio: Odas, lib. I, XXXV)


Jordán Bruno Genta

Buenos Aires, julio de 1967.



[1] Bruno Mussolini, tercer hijo del Duce y Oficial condecorado de la Real Aeronáutica Italiana, fallecido en el cumplimiento de su deber.

Revista “Luce itálica” Buenos Aires Julio-Agosto 1967 Año 1 Nº1 págs. 16-18.

Nota de NCSJB: Agradecemos al Dr. Antonio Caponnetto el habernos aportado este invaluable documento.

Nacionalismo Católico San Juan Bautista