martes, 21 de julio de 2020
Actualidad de Mussolini – Jordán Bruno Genta
“Por
la Patria morir es dulce y noble”
(Horacio:
Odas, lib. III)
La
pasión de Italia y una visión arquitectónica del orden romano en el mundo de
hoy, definen la personalidad política de Mussolini.
Desde
la Marcha sobre Roma (1922) hasta la constitución del Imperio,
fue realizando gradualmente la integración de la Nación en un Estado fuerte,
pero no absoluto.
SU lenguaje prudencial se fue depurando de los excesos
iniciales del idealismo hegeliano y del voluntarismo nietzcheano que orientaban
su pensamiento político.
La
experiencia de la guerra, vivida en el campo del honor, lo había llevado a
superar el internacionalismo marxista en una enérgica afirmación de lo
nacional. Su profundo sentido de la realidad tenía que dejar atrás utopías e
ideologías en boga, para empeñarlo en dos grandes objetivos de la política
contemporánea, en el ámbito latino:
1º) La
solución de la cuestión social por medio de la integración corporativa
del capital y del trabajo, dentro del cuadro natural de la Nación.
2º) La
solución a la cuestión nacional por medio de la integración de la Nación en la
universidad Católica, o sea, la unión de las dos Romas.
La Carta
del Lavoro y el ordenamiento corporativo de la economía, junto con los Pactos
de Letrán, son monumentos imperecederos de la política de Mussolini.
Hubo
dificultades, abusos y violencias. Hubo finalmente la derrota militar y la
caída estrepitosa del Fascismo con el asesinato canallesco del gran patriota;
pero ninguna propaganda de la mentira y del odio, por abrumadora que sea, podrá
quitarle la gloria de haber sido el primer estadista que promulgó el Derecho y
realizó la Justicia del Trabajo en la grandeza de la Nación; ni la gloria de
haber dado a Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del Cesar.
La
verdad es que supo arrancar a su pueblo de la vida vulgar y de una existencia
mediocre, para promoverlo a la vida noble y a la conciencia de un destino
histórico universal.
¡Qué
contraste entre la Italia de Mussolini y la Italia de hoy; entre aquella
prosperidad en la grandeza y esta prosperidad en la “dolce vita”!
Un
país pequeño en la superficie, sin hierro, sin petróleo, ni carbón, con una
tierra gastada por el cultivo milenario, superpoblado y sin porvenir para
muchos de sus hijos; un país empobrecido por la guerra, anarquizado por la
lucha de partidos y la lucha de clases, fue transformado por Mussolini en el
suelo habitable, decoroso, próspero y digno para cincuenta millones de
italianos. Se resolvieron las contradicciones internas y se instauró la
tranquilidad en el orden; cesó la corriente emigratoria, a la vez que se
extendía por el mundo entero, en las colectividades italianas el orgullo de la
estirpe.
La
Doctrina Social de la Iglesia, desarrollada desde la Rerum Novaum (1881) hasta
la Mater et Magistra (1961) y la Populorum Progressio (1967), fue realizada
íntegramente en la legislación social y en el ordenamiento corporativo de la
economía nacional italiana.
Las
declaraciones de principios, las normas y reglamentaciones, cuya vigencia
universal reclama la O.I.T. (Organización Internacional del Trabajo), no son
más que una transcripción de la Carta del Lavoro.
El
nuevo Derecho laboral inaugurado por Mussolini en 1927, reconoce su fundamento
ético en la posición de la economía al servicio del hombre.
Más
allá del capitalismo liberal y del socialismo marxista, plantea un trato de
honor al trabajador – intelectual, organizador o manual –, junto con el respeto
a la propiedad privada del capital y a la iniciativa individual; y esta
integración y promoción de la justicia social dentro de la grandeza de la
Nación.
“El
hombre económico no existe; el hombre integral, que es político, que es
económico, que es religioso, que es guerrero, que es santo”
(Mussolini, año 1933)
Pablo
VI insiste en el mismo sentido, que “el desarrollo no se reduce al simple
crecimiento económico. Para ser auténtico debe ser integral, es decir, promover
a todos los hombres y a todo el hombre”.
La
burguesía liberal y el proletariado marxista son productos ideológicos; mitos
sociales impuestos por la propaganda, como términos antagónicos de la
dialéctica subversiva. No hay en la realidad, dos clases únicas y extremas,
exclusivas y excluyentes; pero hay la explotación efectiva de personas,
familias y naciones enteras por el poder del dinero; hay la servidumbre de la
usura y un feroz resentimiento social que precipita a las Naciones por el plano
inclinado hacia el Comunismo ateo, esa avasalladora negación del hombre.
Mussolini
nos ha dejado la única salida; la única solución justa.
Las
premisas fundamentales de su planteo de la cuestión social son:
a)
No existe hecho económico de interés
exclusivamente privado e individual.
b)
Desde que el hombre vive en comunidad con sus
semejantes, todo acto suyo va más allá de su persona.
Es
la condena de la avaricia y del espíritu de usura, tal como acaba de hacer la
Iglesia, tal como acaba de hacerlo la Iglesia una vez más, en la palabra de
Paulo VI: “La búsqueda exclusiva del poseer se convierte en un obstáculo para
el crecimiento del ser y se opone a la verdadera grandeza. Para las acciones
como para las personas, la avaricia es la forma más evidente de un subdesarrollo
moral”.
En
cuanto a los caracteres de la economía corporativa son los siguientes:
1)
El respeto al principio de la propiedad
privada porque integra la personalidad humana. Es un derecho
natural pero no condicional y absoluto; comporta el deber de usarla en función
social.
2)
El estímulo de la iniciativa individual. En
la Carta del Lavoro se afirma expresamente que el Estado interviene tan solo
cuando la economía privada es deficiente o no existe.
3)
El orden económico en la economía nacional
debe realizarse a través de la autodisciplina de las categorías interesadas. Si
dichas categorías no encuentran la vía del acuerdo y del equilibrio, el Estado
debe intervenir y tendrá derecho soberano en este terreno porque representa al
consumidor.
Se
trata de la función subsidiaria del Estado que reconoce y justifica la
Doctrina Social de la Iglesia, siempre en defensa del hombre.
La Carta
del Lavoro establece la Magistratura del Trabajo, las condiciones y garantías
de los contratos colectivos, las oficinas de colocaciones, la previsión y
asistencia sociales, la capacitación profesional, la preeminencia del trabajo
sobre el capital, la participación de los trabajadores en los beneficios, y en
la cogestión en el límite debido, así como el acceso a la propiedad de la
empresa.
Todos
estos derechos se ejercitan realmente a través de la organización sindical o
profesional, la cual es libre “pero sólo el sindicato legalmente reconocido
y sometido al control del Estado, tiene el derecho de representar a todas las categorías
de empleadores o de obreros”. Y las corporaciones integradas por los
sindicatos de ambas partes, constituyen la organización unitaria de las fuerzas
económicas.
He aquí
el camino seguro del bienestar de los individuos y el desarrollo del poder
nacional.
El
cumplimiento del este programa social, respetuoso de la persona humana y
ajustado a las exigencias del Bien Común, le permitió a Italia alcanzar la
autarquía económica y el rango de potencia mundial en pocos años.
“En
este siglo, afirma Mussolini, no se puede admitir la inevitabilidad de la
miseria material… no puede durar el absurdo de las carestías artificialmente
provocadas”.
Aparte
de esta política de Justicia Social de proyecciones universales, recordemos el título
de “hombre providencial” que le discernió Pio XI con motivo de los Patos de
Letrán. A pesar de las desinteligencias y de las fricciones que siguieron entre
la Acción Católica y el Partido fascista, quedaron definitivamente establecidas
las bases de la unidad política y religiosa de la Nación Italiana.
En
la hora del triunfo y del máximo prestigio de su gobierno, Mussolini supo
reconocer los límites del Poder: “Nuestro Estado no es absoluto y menos
todavía absolutista… Nuestro Estado es orgánico, humano y quiere adherir a la
realidad de la vida” (14/11/1933).
He
querido dar testimonio de la verdad al margen de las deformaciones sectarias,
de los intereses ideológicos y de los temores serviles.
Mussolini
murió por Italia, que había soñado restaurar en la Grandeza de sus egregios
orígenes.
La
guerra estaba perdida. El vio plegarse las alas de las águilas y sufrió por el
lodo que les arrojaban.
Tal
vez pensó en esa hora terrible del escarnio final que iría a conversar con
Bruno[1],
por sobre el dolor del tiempo, liberado del tiempo. Y ofreció su muerte para
que Italia viva…
“Las
cicatrices ¡ay! de los hermanos y la muerte criminal nos dan vergüenza. ¿Qué
impiedad no tocaron nuestras manos?”
(Horacio:
Odas, lib. I, XXXV)
Jordán Bruno Genta
Buenos Aires, julio de 1967.
[1]
Bruno Mussolini, tercer hijo del Duce y Oficial condecorado de la Real Aeronáutica
Italiana, fallecido en el cumplimiento de su deber.
Revista “Luce
itálica” Buenos Aires Julio-Agosto 1967 Año 1 Nº1 págs. 16-18.
Nota
de NCSJB: Agradecemos al Dr. Antonio Caponnetto el habernos aportado este
invaluable documento.
Nacionalismo Católico
San Juan Bautista