COVID-19: las consecuencias de una crisis mundial. Por Erick Kammerath
El Covid-19 es, tal y como lo definiría Nassin Nicholas Taleb, un verdadero cisne negro.
Constituye, en efecto, un suceso improbable e impredecible, una rareza
que generó y continuará generando, por lo menos en el futuro cercano, un
alto impacto.
Ahora bien, si hay algo que caracteriza a los cisnes negros,
no es solo su impredecibilidad respecto del momento en que surgirán,
sino que además la imposibilidad de vaticinar las consecuencias que
acarreará una vez ocurrido el hecho. Comenzar por aclarar esto resulta
necesario, si lo que pretendemos luego, es aventurar una opinión
respecto del fenómeno en cuestión.
Es que, como hemos visto, las conjeturas
sobre los escenarios post pandemia abundan, siendo por demás diversas y
contradictorias. En este sentido, Zizek, por ejemplo, no tardó en
aseverar que el virus conduciría a una nueva forma de comunismo al
asestar un golpe mortal al capitalismo actual, e incluso, al modelo de
Estado chino. Byung-Chul Han, por su parte, lo contradijo en todo
sentido, al afirmar que el capitalismo tendrá mayor pujanza que nunca, y
que el Estado policial chino saldrá fortalecido para ser, luego,
posiblemente “exportado” a Occidente. Otros autores han pronosticado una
victoria del globalismo, por ser la cooperación internacional la única
manera de derrotar a la pandemia; para ser posteriormente refutados por
vaticinios que prevén un fortalecimiento de los nacionalismos alrededor
del mundo, dado que es éste, en última instancia, el discurso
prevaleciente frente a los necesarios cierres de fronteras en pos de
combatir la enfermedad de manera más eficiente. Por supuesto que, a los
debates hasta aquí expuestos, podríamos además agregar aquel que
concierne al funcionamiento de lo público y lo privado en cuanto a la
capacidad de respuesta que han otorgado a la enfermedad, y que en
definitiva se sumarían a un sinfín de enfoques y perspectivas de
análisis que, marcados por la ideología, resultarían funcionales tanto a
derechas como a izquierdas.
Así las cosas, más allá de lo antagónico
en las visiones y proyecciones sobre los efectos de la pandemia, y por
más disimiles que algunas de estas posiciones nos pueden resultar
-cuesta imaginar, por ejemplo, cómo es que un virus surgido bajo un
régimen comunista, cuya funesta expansión global se la debemos, en gran
medida, al ocultamiento de datos que llevó adelante el gobierno chino
(que a muchos recuerda al Chernóbil soviético), pueda, al final,
llevarnos a más Comunismo-, el factor común a destacar de las mismas, es
el tono de preocupación, y, por lo tanto, de seriedad puesta en cada
argumento. La gravedad de la situación sanitaria y económica que
atraviesa gran parte del mundo, vino a quitar comodidad a una generación
idiotizada por años de bienestar, llevando, naturalmente, a que nadie
se pregunte sobre asuntos tales como la manera en que afecta el
Coronavirus a los más de 100 géneros existentes por encima de masculino y
el femenino; o si en verdad debemos referirnos a los médicos que se
arriesgan a ser contagiados por el virus como “les mediques”; o si no
convendría, mejor, siguiendo con la lógica ecologista, permitir que
mueran algunos cientos de miles de personas a los fines de que podamos, a
la postre, apreciar mayor cantidad de peces en los canales de Venecia.
De este modo, en su nocividad y emergencia, la peste nos arrojó un
descanso del ridículo propio del progresismo político, cuya infantilidad
quedó más evidenciada que nunca por la indeseable coyuntura.
Pero retornemos a lo importante. El bien común está
en juego. La diferencia es que, esta vez, la sentencia no puede ser
politizada. No hay discusión posible respecto de qué es el “bien”, ni sobre qué entendemos por lo “común”. Toda respuesta a un eventual cuestionamiento alusiva al bien común
nos conduce a un solo lugar: que el virus cese de expandirse, que se
fabrique una vacuna, etcétera. La politización, entonces, viene luego.
Para que se entienda: la discusión política parece haber caído, según
hemos ejemplificado, en la misma lógica totalizante y universal de la
peste que la motiva. Todo cambio, resolución o desastre ligado al
Covid-19, se tiende a pensar, traerá idénticas consecuencias para todo
mundo, en la medida en que el virus aqueja a todo el mundo. Pero lo
cierto es que, frente al despolitizado e indiscutible bien común
(de carácter universal) que, por ejemplo, la pronta aparición de una
vacuna podría generar, cada nación y cultura reaccionará y lo
interpretará de forma diferente. Esto último dependerá del factor
político.
Así, de una eventual (y despolitizada)
victoria de la “humanidad toda” en esta “guerra” contra el virus,
surgirán cientos de particulares relatos respecto de la eficiencia de
las medidas tomadas por los gobiernos, que la clase política dará a la
sociedad civil en cada uno de los países que hoy operan de forma
experimental, debatiéndose, tal vez en falsa disyuntiva, entre salud y
economía. De ahí que, probablemente, veamos las consecuencias más
importantes que vaya a dejar la peste en clave particular (de cada
Estado-nación) en lugar de general (homogénea a nivel mundial). A modo
de ejemplo, podemos decir que en Argentina parece más factible que el
estatismo ya arraigado en la cultura política del país se vea
fortalecido, arengado por un gobierno que podría justificar la crisis
económica venidera, así como el crecimiento del intervencionismo estatal
al que nos tienen acostumbrado, pero bajo una excusa inmejorable. En
China se vería fortalecido el Estado policía; en Europa los
nacionalismos; y así sucesivamente dependiendo de la coyuntura que cada
región o país atraviese, y el relato que cada sociedad esté dispuesta a aceptar.
Como se ha dicho innumerable cantidad de veces, a modo de conclusión, a la historia
la escriben quienes ganan las guerras. Pero en un escenario en el que a
la guerra podríamos ganarla “todos” como seres humanos, serán solo unos
pocos los capaces de relatar los hechos. Enfocar los esfuerzos, por lo
tanto, en escribir y/o vigilar a quienes narren los sucesos luego del
apocalipsis, resultará determinante en la legitimación/deslegitimación
de políticas de Estado que afectarán directamente las libertades civiles
durante los próximos años.