GRACE: EL OTRO EVANGELIO DE “MONSEÑOR” VIGANÒ
Mirando al mundo
Hemos
recibido un extenso texto con reflexiones y apostillas respecto del
personaje que últimamente atrae la atención en el mundillo de la iglesia conciliar y adláteres…
La autora, Grace, es una de nuestras lectoras italianas, que prefiere utilizar un pseudónimo.
Publicamos
su trabajo por considerarlo interesante y por presentar una voz
discordante y acertada en líneas generales, más allá de los reparos que
podríamos formular sobre algún punto en particular.
EL FIN DE LOS TIEMPOS Y LOS FALSOS PROFETAS
“Y
todos los señores temporales y los prelados eclesiásticos estarán del
lado del Anticristo. Y aquellos que entonces estarán divididos entre sí,
los Papas, los Reyes, los Obispos y el clero, dirán: “Si mi adversario
me denuncia a este hombre tan potente, estoy muerto. Mejor que vaya
antes que él me denuncie”. Y así, uno tras otro, se irán todos al
Anticristo, por alcanzar más grandes honras, señoríos, y dignidades de
las que tienen por la gran codicia y vanagloria que tendrán dentro de
sus corazones. Y así todos le prestarán obediencia, y no habrá Reyes ni
prelados sin que el Anticristo lo quiera”.
San Vicente Ferrer, Sermones sobre el Anticristo y el fin de los Tiempos
1)
El 7 de junio de 2020, “Monseñor” Carlos María Viganò escribió una
carta abierta al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, elogiándolo
como “un Presidente que defiende con valentía el derecho a la vida,
que no se avergüenza de denunciar la persecución de los cristianos en
todo el mundo, que habla de Jesucristo y del derecho de los ciudadanos a
la libertad de culto”.
Pero no sólo esto: tras describir la batalla espiritual que contrapone las fuerzas del bien con aquellas del mal (“los hijos de la luz y los hijos de la oscuridad”), Viganò llega a declararse abiertamente “compañero de batalla” del presidente americano.
Donald Trump ha respondido declarándose “Muy honrado por la increíble carta del arzobispo Viganò” y deseando “que todos, religiosos o no, la lean”.
De hecho, la
carta corrió de boca en boca sobre la prensa católica, sin excluir los
ambientes tradicionalistas, recogiendo aprobaciones unánimes. El
consenso ha reunido a partes que han sido irreconciliables hasta la
fecha, porque no solo las páginas oficiales de la Fraternidad San Pío X,
sino también aquellas de la sociedad Sacerdotal fundada por Monseñor
Faure (SAJM), y páginas abiertamente sedevacantistas como la Catholica Pedia y el Blog oficial de Monseñor Sanborn, han alabado las excelencias de “Monseñor” Viganò.
El 27 de
junio, los cuatro obispos de la Resistencia han declarado oficialmente
su apoyo a “Monseñor” Viganò; y ya que la Sociedad Sacerdotal de los
Apóstoles de Jesús y María, por explícitas declaraciones de su fundador,
se propone “ser la continuación de la obra y el combate de Monseñor Lefebvre en su fidelidad a la fe de siempre”, es preciso hacer algunas observaciones sobre lo que es “la fe de siempre”.
Donald Trump se ha divorciado dos veces y se ha casado otras tres. Según “la fe de siempre” es un pecador público.
Por el mismo pecado, el Rey de Inglaterra, Enrique VIII, fue excomulgado por el Papa Clemente VII en el año 1533.
San Pablo ordena: “Os
mandamos, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo, que os
retiréis de todo hermano que viva desordenadamente y no según las
enseñanzas que recibió de nosotros” (II Tesalonicenses 3, 6).
Y a los corintios señaló: “Mas
lo que ahora os escribo es que no tengáis trato con ninguno que,
llamándose hermano, sea fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o
borracho, o ladrón; con ese tal ni siquiera toméis bocado” (I Corintios 5, 11).
A diferencia
de “Monseñor” Viganò, el Cardenal John Fisher y el Lord Canciller Tomás
Moro condenaron el divorcio del Rey. Detenidos por el delito de lesa
majestad y encerrados en la Torre de Londres, ambos fueron decapitados;
sus cabezas luego fueron hervidas, ensartadas en un palo y expuestas
sobre el London Bridge. La Iglesia los venera a ambos como Santos y
Mártires.
2) Donald Trump es un protestante presbiteriano. Según “la fe de siempre” es un hereje.
La iglesia
condena la herejía con anatema: esto significa que, si alguien muere en
la herejía sin haber abjurado, prescindiendo de sus méritos y de sus
buenas obras, está indubitablemente condenado al infierno.
Nuestro Señor ha dicho: “¡Ay
del mundo por los escándalos! Porque forzoso es que vengan escándalos,
pero ¡ay del hombre por quien el escándalo viene! Si tu mano o tu pie te
hace tropezar, córtalo y arrójalo lejos de ti. Más te vale entrar en la
vida manco o cojo, que ser, con tus dos manos o tus dos pies, echado en
el fuego eterno” (Mateo 18, 7-8); y esta palabra se aplica bien a la exclusión de un hereje del cuerpo sano de la Iglesia.
A diferencia de “Monseñor” Viganò, que se declarada “unido a Donald Trump contra el Enemigo Invisible de toda la humanidad”, la Sagrada Escritura proclama: “Si
viene alguno a vosotros, y no trae esta doctrina, no le recibáis en
casa, ni le saludéis. Porque quien le saluda participa en sus malas
obras” (II Juan, 10-11).
De acuerdo, pues, con la Sagrada Escritura, la Iglesia prohibe cualquier tipo de asociación con los heréticos.
Philip
Howard, vigésimo conde de Arundel y segundo primo de la Reina Isabel
Tudor, era un brillante hombre de la corte; pero, por profesar su fe
católica, fue encerrado en la torre de Londres, donde permaneció por
diez años. Cuando por enfermedad se encontró próximo a la muerte,
suplicó a la reina la gracia de ver por última vez a su esposa, y a su
hijo, que nunca había conocido por haber nacido luego de su arresto.
Isabel no le pidió de abjurar, pero quiso un signo de su amistad: si él
hubiese asistido al menos una vez al servicio protestante, no solo
habría vuelto a ver a sus hijos y a la esposa, sino que hubiera sido
reintegrado en sus honores y posesiones. Antes que aprobar la herejía de
la reina, Howard eligió morir en soledad y fue enterrado sin nombre en
la capilla de la torre.
Obró
diferente de “Monseñor” Viganò, que al final de su carta bendice al
Presidente Trump y a la “primera dama” que, dicho sea de paso, no es su
esposa pública, sino la concubina que vive con él en flagrante
adulterio.
Durante el
reinado de Isabel Tudor, Edmund Campion, sacerdote jesuita, fue
descuartizado en Tyburn junto a otros dos compañeros; los sacerdotes
católicos Robert Dibdale y John Adams fueron colgados, estirados y
descuartizados en un suburbio lleno de horquillas; el sacerdote jesuita
Robert Southwell fue torturado y ahorcado, luego el verdugo lo destripó
delante de la muchedumbre.
Estos
eclesiásticos, y con ellos muchos otros, han sido martirizados por haber
condenado la falsa religión de la reina; a diferencia de “Monseñor”
Viganò, que define “sabio” y “valeroso” al presidente protestante de una nación que ni siquiera es la suya.
3) En la carta de “Monseñor” Viganò están expresados contenidos incompatibles con la “fe de siempre”.
Escribe Viganò que está en curso una batalla entre “los hijos de la luz y los de la oscuridad”, y que “estos
dos bandos, que tienen una naturaleza Bíblica, siguen la clara
separación entre la descendencia de la Mujer y la descendencia de la
Serpiente”; finalmente concluye diciendo que “es necesario que los buenos, los hijos de la luz, se reúnan y hagan oír su voz”.
Esta es una
interpretación gnóstica de la Sagrada Escritura y distorsiona en una
clave antropocéntrica la profecía del Génesis 3, 15, donde “la descendencia de la Mujer” ES SÓLO CRISTO.
Es sólo a través de Cristo que somos salvos, porque “Nadie es bueno, sino sólo Dios” (Marcos 10, 18); y porque “Se
ha manifestado cuál sea la justicia de Dios, atestiguada por la Ley y
los Profetas: justicia de Dios por la fe en Jesucristo, para todos lo
que creen —pues no hay distinción alguna, ya que todos han pecado y
están privados de la gloria de Dios—, los cuales son justificados
gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es por Cristo
Jesús” (Romanos 3, 21-24).
Es juicio
común de los Padres y de los Doctores de la Iglesia que TODO HOMBRE ES
CULPABLE, con excepción únicamente de Cristo, que es Dios, y de la
Santísima Virgen María, que fue concebida sin pecado y confirmada en
gracia.
El Espíritu Santo proclama que “No hay sobre la tierra hombre justo que obre bien y no peque nunca” (Eclesiastés 7, 20), y que “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros” (I Juan 1, 8).
Y aún más:
“¿Quién podrá decir: “He purificado mi corazón, limpio estoy de mi pecado”?” (Proverbios 20, 9).
“Yahvé
mira desde el cielo a los hijos de los hombres, para ver si hay quién
sea inteligente y busque a Dios. Pero se han extraviado todos juntos y
se han depravado. No hay uno que obre el bien, ni uno siquiera” (Salmo 13, 2-3).
Por esto, el salmista implora al Señor diciendo: “No entres en juicio con tu siervo, porque ningún viviente es justo delante de Ti” Salmo 142, 2).
“Monseñor” Viganò declara que “de
manera aparentemente inexplicable, los buenos son rehenes de los malos y
de quienes los ayudan, ya sea por interés propio o por temor”.
En realidad, el fenómeno es perfectamente explicable, si se observa desde el punto de vista católico: aparte de que los “buenos” no son “buenos”,
la Iglesia nos enseña que somos justificados por medio de Cristo, y que
es Cristo quien tiene la autoridad de dar a sus discípulos potestad de
hollar serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, así
como les promete que nada los dañará: “Mirad que os he dado potestad de caminar sobre serpientes y escorpiones y sobre todo poder del enemigo, y nada os dañará” (Lucas 10, 19); así como está profetizado por el salmista: “Caminarás
sobre el áspid y el basilisco; hollarás al león y al dragón. Por cuanto
él se entregó a Mí, Yo lo preservaré; lo pondré en alto porque conoció
mi Nombre” (Salmo 90, 13-14).
La promesa
tiene, por lo tanto, condiciones para obtener esta protección: debemos
poner nuestro amor en Dios y entregarnos a Él, y conocer su Nombre. La
palabra de Dios es infalible; por ende, si la promesa no se cumple es
porque no se cumple con su condición.
De hecho, hoy, aquellos que erróneamente Viganò declara “buenos” no ponen su amor en Dios y no conocen más su Nombre. Si no fuera así, tendrían aún “potestad de caminar sobre serpientes y escorpiones y sobre todo poder del enemigo”, y “nada los dañaría”.
La Iglesia
siempre ha enseñado que la causa de los males que afligen al mundo es el
pecado: todo el Antiguo Testamento es una sucesión continua de caídas y
castigos, desde la expulsión del Paraíso Terrenal al Diluvio Universal,
desde la destrucción de la Torre de Babel al fuego de Sodoma y Gomorra.
Después del
nacimiento del Salvador, la gracia se infunde sobre la historia del
mundo. No por mérito de los hombres, que son pecadores como antes
(porque “nadie es bueno, sino sólo Dios”), mas por la sangre derramada por Cristo.
La
encarnación del Verbo era la condición necesaria para que la carne
corrompida por el pecado pudiese ser santificada; es por esto que la
Iglesia nunca ha canonizado a los santos del Antiguo Testamento (por más
que los reconozca como tales), y es por esto que Jesús dice que “No hay, entre los hijos de mujer, más grande que Juan”, agregando luego que, aún “el más pequeño en el reino de Dios es más grande que él” (Lucas 7, 28).
Por la gracia de la Sangre de Cristo, Europa entera se ha santificado, y se ha cumplido la promesa del salmista: “Aunque mil caigan junto a ti y diez mil a tu diestra, tú no serás alcanzado” (Salmo 90, 7).
El 27 de
octubre del año 312, en el Puente Milvio, las tropas de Constantino se
preparaban para enfrentar a las de Majencio. Al atardecer, el futuro
emperador vio resaltar en el cielo una cruz, y sobre ella una una
inscripción flameante: In Hoc signo Vinces, “En este signo, vencerás”.
El día
siguiente el futuro emperador ordenó imprimir el monograma de Cristo en
los Estandartes de sus legiones y ganó la victoria, a pesar de la
inferioridad numérica de su ejército (40.000 armados, frente a los
100.000 de Majencio).
En el año
496, en la llanura de Tolbiac, los Francos, guiados por el Rey Clodoveo,
combatían contra el ejército de los Alemanes. La reina Clotilde había
ya en vano tentado de convertir a su esposo a la fe católica, y cuando
el Rey fue derrotado por el enemigo, viéndose próximo a la muerte, miró
al cielo y gritó: “¡Dios de Clotilde, dame la victoria y no tendré otro Dios más que tú!”
Ante aquellas palabras, los alemanes comenzaron a huir, debido a que su
jefe había sido matado con un hacha, y el resultado fue que Clodovero
ganó la victoria, llegando a ser el primer Rey católico de Europa.
En el año
722, en Covadonga, el ejército del Rey Pelayo, compuesto de tan solo 300
soldados, fue atacado por un contingente musulmán de 187.000 hombres.
Los moros habían conquistado ya la península ibérica entera, y, según
una crónica medieval, el mismo obispo había aconsejado al Rey que se
rindiera y “encontrara un acuerdo con los caldeos”, pero Pelayo le había respondido: “¿No
ha leído las Sagradas Escrituras? Dicen que la Iglesia del Señor se
hará como la semilla de mostaza y crecerá de nuevo por la misericordia
de Dios” (Chronicon Albeldense, año 881).
Cuando los
moros comenzaron el ataque, muchos asturianos cayeron, pero Pelayo y sus
fieles soldados resistían con coraje; el Papa Constantino el Siriano
cuenta que luego de una larga batalla, la Madre de Dios apareció sobre
la colina de Covadonga, y con su mano comenzó a lanzar de vuelta las
piedras de las catapultas, que caían sobre el ejército musulman
masacrando centenares de escuadras.
Los moros
restantes huyeron, perseguidos por los soldados de Pelayo, y después de
diez días y diez noches alcanzaron Cosgaya, donde junto al río Deva
ocurrió un segundo milagro, abriéndose la tierra de repente y
tragándolos a todos.
El 29 de
abril de 1.429, una joven analfabeta de 17 años entró en la ciudad de
Orleans sobre un caballo blanco; llevaba un estandarte sobre el cual
estaban escritos los nombres de Jesús y de Maria, y delante de ella iba
una procesión de sacerdotes que entonaban el Veni Creator Spiritus.
La ciudad
había sido asediada durante seis meses por los ingleses, y los
habitantes de Orleans vieron la llegada de Santa Juana de Arco como una
señal del cielo, puesto que en Francia circulaba la profecía según la
cual el reino se salvaría gracias a la intervención de una doncella
armada, una virgen procedente de Lorena.
Después de
tres de días de asaltos y escaramusas, que costaron a Juana la herida en
un hombro, en la mañana del 8 de mayo los ingleses se dispusieron para
la batalla en campo abierto; también los franceses desplegaron sus
fuerzas, bajo la guia de la doncella y del bastardo de Orleans; y
durante una hora los dos ejércitos se enfrentaron sin que nadie tomara
la iniciativa.
Santa Juana
de Arco decidió no dar batalla porque era domingo, y como empujado por
una fuerza sobrenatural el ejército inglés se retiró; antes de regresar a
las murallas, la doncella y su armada asistieron a una Misa a cielo
abierto, todavía a la vista del enemigo que huía.
Fue así que
una campesina adolescente liberó a Francia de los ingleses, y el 17 de
julio hizo consagrar Rey a un delfín lleno de temores: y ambos que
parecían demasiado frágiles para un tan glorioso destino, fueron
investidos por la gracia de aquel Dios que mete este tesoro en vasos de
barro, “para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros” (II Corintios 4, 7).
El Evangelio dice que Dios ha querido dar su reino a un “pequeño rebaño”, y estos “pequeños” son elegidos por gracia: “No tengas terror, pequeño rebaño mío, porque plugo a vuestro Padre daros el Reino” (Lucas 12; 32), “Mas ¿qué le dice la respuesta divina?: “Me
he reservado siete mil hombres, que no han doblado la rodilla ante
Baal. Así también en el tiempo presente ha quedado un resto según
elección gratuita. Y Si es por gracia, ya no es por obras; de otra
manera la gracia dejaría de ser gracia” (Romanos 11, 4-6).
Por lo tanto, hay una condición para la gracia, sólo una: aquella de “no doblar la rodilla delante de Baal”.
Cuando el
evangelio del reino sea predicado en todo el mundo, quien se obstinase
en “doblar la rodilla delante de Baal”, no tendrá más ninguna
justificación; y es por esto que el fin de la predicación coincide con
el fin de los tiempos: “Esta Buena Nueva del Reino será proclamada en el mundo entero, en testimonio a todos los pueblos. Entonces vendrá el fin” (Mateo 24, 14).
Fin de los tiempos, pero también fin de la gracia; porque hay un pecado que no se perdona, y este pecado es la apostasía: “Porque
a los que, una vez iluminados, gustaron el don celestial, y fueron
hechos partícipes del Espíritu Santo, y experimentaron la bondad de la
palabra de Dios y las poderosas maravillas del siglo por venir, y han
recaído, imposible es renovarlos otra vez para que se arrepientan, por
cuanto crucifican de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios, y le exponen a
la ignominia pública” (Hebreos 6, 4-6)
Porque
si pecamos voluntariamente, después de haber recibido el conocimiento de
la verdad, no queda ya sacrificio por los pecados, sino una horrenda
expectación del juicio, y un celo abrasador que ha de devorar a los
enemigos. Si uno desacata la Ley de Moisés, muere sin misericordia por
el testimonio de dos o tres testigos, ¿de cuánto más severo castigo
pensáis que será juzgado digno el que pisotea al Hijo de Dios, y
considera como inmunda la sangre del pacto con que fue santificado, y
ultraja al Espíritu de la gracia? Pues sabemos quién dijo: “Mía es la
venganza; Yo daré el merecido”, y otra vez: “Juzgará el Señor a su
pueblo.” Horrenda cosa es caer en las manos del Dios vivo” (Hebreos 10, 26-31).
“Porque
si los que se desligaron de las contaminaciones del mundo desde que
conocieron al Señor y Salvador Jesucristo se dejan de nuevo enredar en
ellas y son vencidos, su postrer estado ha venido a ser peor que el
primero. Mejor les fuera no haber conocido el camino de la justicia que
renegar, después de conocerlo, el santo mandato que les fue transmitido.
En ellos se ha cumplido lo que expresa con verdad el dicho: Un perro que vuelve a lo que vomitó y una puerca lavada que va a revolcarse en el fango” (II Pedro 2, 20-22).
Existe un momento en que la gracia termina y esto está expresado de manera lapidaria en el Evangelio: “Por
la mañana, cuando volvía a la Ciudad, tuvo hambre; y viendo una higuera
junto al camino, se acercó a ella, mas no halló en ella sino hojas.
Entonces le dijo: “¡Nunca más nazca ya fruto de ti!” Y en seguida la
higuera se secó” (Mateo 21, 18–19).
Es
interesante que el mismo episodio, en el Evangelio de San Marcos,
enmarque la expulsión de los mercaderes del templo, siendo narrado en
esta secuencia:
1-Jesús tiene hambre, se acerca a la higuera, y al no encontrar fruto la maldice: “Al
día siguiente, cuando salieron de Betania, tuvo hambre. Y divisando a
la distancia una higuera que tenía hojas, fue para ver si encontraba
algo en ella; pero llegado allí, no encontró más que hojas, porque no
era el tiempo de los higos. Entonces, respondió y dijo a la higuera:
“¡Que jamás ya nadie coma fruto de ti!” Y sus discípulos lo oyeron” (Marcos 11, 12-14).
2-Jesús
entra en el templo y expulsa aquellos que “vendían y compraban” y que
habían hecho de la casa del Señor “una cueva de ladrones”: “Llegado a
Jerusalén, entró en el Templo, y se puso a expulsar a los que vendían y
a los que compraban en el Templo, y volcó las mesas de los cambistas y
las sillas de los que vendían las palomas; y no permitía que nadie
atravesase el Templo transportando objetos. Y les enseñó diciendo: “¿No
está escrito: «Mi casa será llamada casa de oración para todas las
naciones»? Pero vosotros, la habéis hecho cueva de ladrones.” Los sumos
sacerdotes y los escribas lo oyeron y buscaban cómo hacerlo perecer;
pero le tenían miedo, porque todo el pueblo estaba poseído de admiración
por su doctrina. Y llegada la tarde, salieron Jesús y sus discípulos de
la ciudad” (Marcos 11, 15–19).
3-La mañana después, pasando junto a la higuera, los discípulos ven que se ha secado: “Al
pasar al día siguiente muy de mañana, vieron la higuera que se había
secado de raíz. Entonces Pedro se acordó y dijo: ¡Rabí, mira! La higuera
que maldijiste se ha secado” (Marcos 11, 20–21).
Este pasaje
profetiza que un día Roma (“el templo”), por los pecados de sus
ministros perderá la gracia, y que esta pérdida será irrevocabable,
porque “no nacerá nunca jamás fruto de ella” (Mateo 21, 19).
El 9 de junio del 2020, sólo dos días después de la carta a Trump, “Monseñor” Viganò publicó un Excursus sobre el Vaticano II y sus consecuencias.
Ahora bien,
el Concilio Vaticano II terminó en diciembre de 1965, lo cual sugiere
una pregunta: ¿por qué “Monseñor” Viganò guardó silencio durante 55
años?
Al cierre del Concilio tenía 24 años y, supuestamente, ya era un estudiante de seminario.
Viganò fue
ordenado sacerdote en 1968, con el ritual antiguo; es decir que inició
su ministerio celebrando la Misa Tridentina, porque el nuevo misal se
introdujo sólo en 1970.
A diferencia
de muchos jóvenes sacerdotes, que nunca han conocido la Iglesia
preconciliar, él vio el cambio en primera persona, experimentó de
primera mano aquella “demolición del sacerdocio ministerial” que hoy tanto deplora…
¿Por qué se ha dado cuenta sólo ahora?
La misma carta describe alguna explicación: “Fui una de las muchas personas […] que confié en la autoridad de la Jerarquía con incondicional obediencia”… “Mucha gente, incluido yo mismo” […] “durante décadas, hemos sido conducidos al error, de buena fe”…
Aquí están las palabras clave: “Una de las muchas personas”; “Mucha gente, incluido yo mismo”; “de buena fe”.
Es decir, como en la carta a Trump, Viganò reitera que, tanto en la política internacional como en la Jerarquía Eclesiástica: “los buenos, que son la mayoría […] son engañados por una minoría de personas deshonestas”.
Hoy algunos
sostienen que, en el mundo moderno, debido al relativismo que ha
separado la mente de su objeto, hay hombres con buenas intenciones,
cuyas mentes, sin embargo, no funcionan bien, y, por lo tanto, eligen el
mal sin saberlo.
En sus Sermones sobre el Anticristo y el fin de los Tiempos, San Vicente Ferrer profetizó algo similar:
“[el
Anticristo] engañará a los clérigos, maestros, grandes sabios, y
letrados, y a las personas muy sutiles y entendidas en muchas artes.
Contra estos tendrá la manera de encantador. Así como el encantador
viene con palabras ordenadas para encantar una cantitad de culebras,
que, cuando ha dicho las palabras no se pueden mover, así también
sucederá con estos maestros: “dirán plabras de gran sabiduría, muy
ordenadas, hablando sutil y artísticamente, de manera que cuando estén
el Anticristo y sus discípulos, no podrán los grandes sabios responder a
nada”.
Pero luego agrega:
“[…] la
causa de ello es que hoy, entre los clérigos y religiosos, y todas las
otras gentes, así como tienen mayor ciencia, tienen menos consciencia, y
están llenos de mucha soberbia […] y de todos los vicios de este
mundo”.
Es decir: la
mente “de buena fe” puede ser engañada y manipulada por una filosofía
tendenciosa, sólo cuando en la base ya había una condición de pecado; y
esto coincide con la Sagrada Escritura cuando dice que los malvados “injustamente
cohíben la verdad; puesto que lo que es dable conocer de Dios está
manifiesto en ellos, ya que Dios se lo manifestó. Porque lo invisible de
Él, su eterno poder y su divinidad, se hacen notorios desde la creación
del mundo, siendo percibidos por sus obras, de manera que no tienen
excusa; por cuanto conocieron a Dios y no lo glorificaron como a Dios,
ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y
su insensato corazón fue oscurecido. Diciendo ser sabios, se tornaron
necios” (Romanos 1, 18-22)
San Vicente Ferrer dice que “es cierto que muy pronto vendrá el Anticristo, por los grandes pecados que hoy hay en los cristianos”. Esto es cierto especialmente para los eclesiásticos.
En La
Salette, la Virgen dijo que el castigo llegaría a causa de los pecados
de los sacerdotes y de las personas consagradas a Dios “que por sus infidelidades y su vida malvada estaban crucificando de nuevo a su Hijo” y que entre ellos “no quedaba nadie digno de ofrecer la Víctima sin mancha al Eterno por el bien del mundo”, porque “habían desdeñado la oración y la penitencia, y el demonio les había ofuscado la inteligencia”.
De todas
formas, la pregunta es engañosa y no es necesario saber cuáles fueron
las verdaderas intenciones de “Monseñor” Viganò y del resto de la
Jerarquía Romana cuando aceptaron el Vaticano II, porque como escribió
el Papa León XIII en la Bula Apostólicae Curae:
“La Iglesia
no juzga acerca de la mente o la intención, porque, por su naturaleza,
es algo interno; pero, en tanto que es manifestado externamente, ella
está obligada a juzgar”.
“Monseñor”
Viganò no se comporta como un católico, ya que alaba a un pecador
público y hereje, y en su carta al presidente Trump vehicula por lo
menos dos herejías:
1-La herejía
antropocéntrica, ya pronunciada en varias ocasiones por Juan Palo II,
por la cual el hombre se identifica con Cristo (“la descendencia de la
Mujer”).
2-La herejía
según la cual “los buenos” están en mayoría frente a una minoría de
deshonestos; mientras la Sagrada Escritura y la Iglesia siempre han
afirmado lo contrario, siendo doctrina común de los Padres que el número
de los que se han de salvar es pequeño en relación a los que se han de
condenar.
Si no habla
como un católico y no se comporta como un católico, entonces no es
católico. No nos interesa su conciencia, porque el juicio le pertenece
sólo a Dios, pero estamos obligados a juzgar de acuerdo con los hechos y
esto se aplica tanto a Viganò como al resto de la Jerarquía Romana.
Si actúan
como herejes y hablan como herejes, entonces son herejes, y la Sagrada
Escritura nos manda de no rezar por ellos, ni “en unión” con ellos:
“Y ésta es
la confianza que tenemos con Él: que Él nos escucha, si pedimos algo
conforme a su voluntad. Y, si sabemos que nos escucha en cualquier cosa
que le pidamos, sabemos también que ya obtuvimos todo lo que le hemos
pedido. Si alguno ve a su hermano cometer un pecado que no es para
muerte, ruegue, y así dará vida a los que no pecan para muerte. Hay un
pecado para muerte; por él no digo que ruegue” (I Juan 5, 14-16).
En cuanto al pecado de muerte,
no es lo que hoy se entiende por pecado mortal, sino la apostasía, el
pecado contra el Espíritu Santo. En tal hipótesis, no habríamos de
querer ser más caritativos que Dios, y hemos de desear que se cumpla en
todo su voluntad con esa alma, pues sabemos que Él la ama y la desea
mucho más que nosotros y porque nuestro amor por Él ha de ser “sobre
todas las cosas” y nuestra fidelidad ha de llegar si es preciso, a
“odiar” a nuestros padres y a nuestros hijos, como dice Jesús.
En la
denuncia de Viganò del Concilio Vaticano II, hay algo inquietante: más
allá de las críticas aceptables (y aceptadas con entusiasmo por muchos
tradicionalistas católicos), algunas frases indirectas muestran una
defensa de los predecesores de Bergoglio, especialmente Benedicto XVI.
Como si la “iglesia profunda” de la que habla Viganò en la carta a Trump, fuese solamente aquella de Francisco.
He aquí algunos pasajes del Excursus sobre el Vaticano II:
—
“Lo que hizo tangible esta separación no natural, diría incluso
perversa, entre la Jerarquía y la Iglesia, entre la obediencia y la
fidelidad, fue ciertamente el presente pontificado…”.
Lo que implica que antes, hasta Benedicto XVI, esta “separación no natural” no existía, o, por lo menos, no era “tangible”.
—
“En la Sala de Lágrimas, adyacente a la Capilla Sixtina, mientras
monseñor Guido Marini preparaba el roquete, la muceta y la estola para
la primera aparición del Papa ‘recién elegido’, Bergoglio exclamó: ‘Sono finite le carnevalate!’ [‘Se acabó el carnaval’], rehusando
desdeñosamente las insignias que todos los Papas hasta ahora habían
aceptado, humildemente, como el atuendo del Vicario de Cristo”…
¿“Todos los Papas hasta ahora”?…
Recordamos a “Monseñor” Viganò que el 13 de noviembre de 1964, en la
misa que celebró la reapertura del Concilio Vaticano II, Pablo VI depuso
la tiara papal, el llamado “triregnum”, y que ninguno de sus sucesores lo ha vuelto a usar…
—
“El 13 de marzo de 2013, los conspiradores dejaron caer la máscara,
libres ya de la inconveniente presencia de Benedicto XVI y osadamente
orgullosos de haber finalmente promovido a un Cardenal que representaba
sus ideas”…
De lo cual
se deduce que, según Viganò, Benedicto XVI no encarnaba “las ideas de
los conspiradores”; de hecho, justo después agregó que el Vaticano II “había sido debilitado por las críticas hechas por Benedicto XVI”.
Y aún más:
—
“Y si hasta Benedicto XVI podíamos todavía pensar que el golpe de
estado del Concilio Vaticano II (que el Cardenal Suenens llamó “el 1789
de la Iglesia”) estaba experimentando una desaceleración…”
—
“Y si Bergoglio no cumple las instrucciones que ha recibido, hay
cantidad de teólogos y de clérigos que están preparados para lamentarse
de la “soledad del papa Francisco”, a fin de usar esto como premisa para
su renuncia (…). Por otra parte, no sería la primera vez que usan al
Papa cuando éste actúa según el plan de ellos, y que se deshacen de él o
lo atacan tan pronto como no lo hace.” (con evidente referencia a la dimisión de Ratzinger).
Recordamos a
“Monseñor” Viganò sólo algunos comentarios de aquel Papa que en su
opinión “ha desacelerado” el “el golpe de estado del Concilio Vaticano
II”:
En su libro Dios y el mundo (Editorial Debolsillo, 23 de junio de 2005), Benedicto XVI afirmó que “los judíos tienen buenas razones para creer que Cristo no es el Mesías”.
Además, con un documento publicado el 20 de abril de 2007, abolió oficialmente la existencia del Limbo.
En el libro Luz del mundo
(Herder Editorial, 25 de mayo de 2012), ha declarado que en el caso de
“hombres que se prostituyen” el uso del preservativo está “justificado”,
legitimando así en una sola frase los anticonceptivos, la prostitución y
la homosexualidad.
Y también
recordamos lo que Monseñor Lefebvre dijo en 1991 sobre el entonces
cardenal Ratzinger, mucho antes de sus declaraciones obscenas sobre los
judíos, el limbo y los preservativos:
“Os invito a
leer el denso artículo de fondo de ‘Sí Sí No No’ que ha aparecido hoy
sobre el Cardenal Ratzinger. ¡Es aterrador! El autor del artículo no sé
quién es, pues ponen siempre pseudónimos, y no se sabe entonces quién
es. Pero, en fin, el artículo está muy bien documentado y concluye que
el Cardenal es hereje.
El Cardenal
Ratzinger es hereje. No solamente, se enfrenta a los decretos y
declaraciones dogmáticas, según él ha afirmado. Se puede incluso
discutir, si es infalible, si no es infalible: Quanta Cura, Pascendi Dominici Gregis, el Decreto Lamentabili etc.., se puede discutir.
No es esto
lo que es grave en el cardenal Ratzinger, sino que pone en duda la
realidad misma del Magisterio de la Iglesia. Pone en duda que haya un
Magisterio que sea permanente y definitivo en la Iglesia. Esto no es
posible.
Se acomete
contra la raíz misma de la enseñanza de la Iglesia. Ya no hay una verdad
permanente en la Iglesia, verdades de fe, Dogmas en consecuencia. No
hay más Dogmas en la Iglesia ¡Esto es radical! Evidentemente es
herético, está claro. Es horrible, pero es así”.
(Última conferencia espiritual de Monseñor Lefebvre en Ecône, 8 y 9 de Febrero 1991, citado en Consideración Teológica sobre la Sede Vacante del Padre Basilio Méramo).
Porque en el “affaire
Viganò” hay otro elemento terriblemente inquietante, y es el
acercamiento explícito de su figura a la de Monseñor Lefebvre. En
algunas páginas de la tradición católica, incluso está circulando una
foto en la que los dos arzobispos se alinean uno juntos al otro, como
baluartes frente al concilio.
Todo esto
parece un plan elaborado y realmente hace temblar el descaro con que,
otra vez, se profana la memoria DEL ÚNICO OBISPO QUE SE OPUSO AL
CONCILIO (apoyado solamente por Monseñor De Castro Mayer). No ha sido
suficiente manipular sus escritos y censurarlos: ahora también han exhumado
su cuerpo para fotografiarlo sonriente junto a Viganò, en la grotesca
caricatura mediática de una alianza sacrílega y anacrónica.
No podemos dejar de pensar en las palabras de la Virgen en La Salette:
“Se hará
resucitar a muertos y a justos (es decir, que esos muertos tomarán la
imagen de las almas justas que habían vivido sobre la Tierra, con el fin
de seducir mejor a los hombres; esos presuntos muertos resucitados, que
no serán otra cosa que el demonio adquiriendo sus apariencias,
predicarán otro evengelio contrario al del verdadero Jesucristo, negando
la existencia del Cielo, e incluso de las almas de los condenados.
Todas esas almas parecerán como unidas a sus cuerpos). Habrá en todas
partes prodigios extraordinarios, porque la verdadera fe se ha
extinguido y la falsa luz ilumina el mundo.”
Cuando
Monseñor Lefebvre se opuso al Concilio, existía aún la posibilidad de
una recuperación, porque Roma conservaba la sucesión apostólica:
Monseñor De Castro Meyer sostenía que el Papa herético perdía
automáticamente su pontificado, pero hasta que su herejía no se hiciese
universalmente manifiesta, permanecía como “papa putativo” con
jurisdicción suplida por Cristo. El Padre Basilio Méramo escribió al
respecto:
“La elección
de otro Papa fiel a la Tradición de la Iglesia, se puede siempre dar
sea por los cardenales nombrados por el Papa putativo (con jurisdicción
suplida por el bien común de la Iglesia) sea por el clero de Roma, pues
en definitiva los cardenales eligen al Obispo de Roma (al Papa) por
tener el título de párrocos de Roma. La Sede Vacante no impide la
elección de otro Papa como muchos piensan, siempre y cuando sean
verdaderos obispos, pero no los consagrados bajo el nuevo rito, que es
inválido por haber sido cambiada totalmente la fórmula de consagración
episcopal”. (Consideración Teológica sobre la Sede Vacante).
Sesenta años
después del concilio ya no hay posibilidad de recuperación, y las
declaraciones de “Monseñor” Viganò, en el contexto actual, son afectadas
como un guión de teatro mal escrito.
El Padre Carl Pulvermacher había escrito que: “Una vez que no haya más sacerdotes válidos, permitirán la Misa en latín”. Parafraseando su aguda afirmación, hoy podríamos decir: “Una vez que no haya más Obispos válidamente consagrados, permitirán que Monseñor Lefebvre sea exhumado”.
Sin embargo, se trata hoy de un falso Lefebvre,
porque conserva sólo las insignias exteriores de su autoridad y no
habla como un Apóstol de Cristo, puesto que “predica otro evengelio
contrario al del verdadero Jesucristo”, y para entenderlo es suficiente
hacer una comparación.
En el
sentido sermón de su última prédica publica, el Arzobispo Marcel
Lefebvre declaró que la “raíz profunda de la subversión intelectual y
moral” en la cual nos encontramos es solamente el pecado:
“Stipendia peccati mors
(Romanos 6; 23), ¡el salario del pecado es la muerte! […] Esta muerte
que parece estar en todas partes…, la muerte de la inteligencia, la
muerte de la voluntad…, la muerte de las personas en todas partes…,
vemos a los jóvenes suicidarse…, vemos la muerte en los hospitales, que
masacran a los niños antes que vengan al mundo, a millones… Todo esto es
stipendia peccati, el salario del pecado.
Me dirán:
‘Monseñor, ¡el pecado siempre ha existido! Después del pecado de Adán y
Eva, las consecuencias de este pecado a lo largo de los siglos siempre
han existido… ¡No es solo hoy!’
No queridos
hermanos; hay circunstancias especiales después de todos estos siglos.
Sí, es cierto que el pecado existía y siempre ha existido. Pero gracias a
la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo, gracias a Su Reino […], a través
de la Iglesia, a través de la sociedad cristiana, durante muchos siglos
el cristianismo ha evitado legalizar el pecado. […]
Hoy, sin
embargo, hay hombres inspirados por Satanás que han decidido llevar la
negación de Dios y la rebelión contra Dios en el fondo de nuestra
inteligencia y de nuestra voluntad. Sí: decidieron poner al hombre en un
estado de pecado; no solo de ‘empujarlo’ a pecar, sino de ponerlo en un
estado y en un hábito de pecado. El pecado del espíritu: rechazar el
ser, rechazar todas las dependencias externas… dejar el pensamiento en
lugar del ser… dejar la conciencia en lugar de la ley.
Este es el
rechazo de Dios, es el pecado de Satanás […] Una separación de la
voluntad de la ley de Dios […] La conciencia que reina, el hombre que
reina, con su pensamiento y su ley. Y ya no es el pensamiento de Dios y
la ley de Dios.
La
declaración de los Derechos Humanos representa esta rebelión, esta
revuelta del hombre: ‘Yo soy libre, puedo pensar lo que quiero, puedo
hacer lo que quiero. Aquí están mis derechos escritos en la carta de
Derechos del hombre’ […]
La
consecuencia ha sido que la misma sociedad civil ha tomado esta
declaración, que representa los principios de la revuelta contra Dios, y
la puso en sus constituciones, en sus legislaciones, legalizando así el
estado de pecado del espíritu y de la voluntad”. (Monseñor
Marcel Lefebvre, sermón pronunciado en Saint Nicolás du Chardonnet para
la Fiesta de Cristo Rey, el 28 de octubre de 1990).
A diferencia
del verdadero Monseñor Lefebvre, Viganò afirma que “los hijos de la
luz” que “constituyen la parte más conspicua de la humanidad”, son
“rehenes de los malos”, o sea: víctimas inocentes de una minoría oculta…
Cuando desde de los días del diluvio universal no existe un tiempo como
el nuestro, en el que toda la humanidad, sin excepción, se haya
manchado con pecados tan atroces.
Así se cumple la profecía de La Salette de que estos “esos muertos tomarán la imagen de las almas justas que habían vivido sobre la Tierra” y “predicarán otro evengelio contrario al del verdadero Jesucristo”; porque, según el VERDADERO Evangelio, LA ÚNICA VÍCTIMA INOCENTE ES CRISTO.
El Evangelio dice que en el fin del mundo “se
levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y
prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los
escogidos” (Mateo 24, 24). Pues bien, alguien incluso llegó a
comparar a Viganò y Trump con los dos testigos del Apocalipsis… ¡Un
protestante dos veces divorciado y un sacerdote herético!
San Juan
Bautista anunciaba la venida de Cristo predicando el bautismo de
penitencia para la remisión de los pecados, mientras que los falsos
profetas del Anticristo predican la inocencia de los hombres y su
derecho a que “hagan oír su voz”.
Hoy ya nadie
hace penitencia, y el simulacro de Iglesia que ocupa Roma incluso
abolió las celebraciones Pascuales; y ahora que todo el mundo se
manifiesta en las plazas reclamando derechos y dignidad, las palabras
del Bautista vuelven a ser terriblemente actuales:
“Raza de
víboras, ¿quién os ha enseñado a escapar de la cólera que se os viene
encima? Producid frutos propios del arrepentimiento. Y no andéis
diciendo dentro de vosotros: “Tenemos por padre a Abrahán.” Porque os
digo que de estas piedras puede Dios hacer que nazcan hijos a Abrahán.
Ya el hacha está puesta a la raíz de los árboles; todo árbol que no
produce buen fruto va a ser tronchado y arrojado al fuego” (Lucas 3; 7 – 9).
Durante la crisis mundial provocada por la “pandemia”, los que Viganò llama “hijos de la luz”
han comenzado a rebelarse como perros rabiosos: rompen escaparates,
manchan las estatuas de los santos y por las calles sólo se escuchan
maldiciones y blasfemias. Como si vivir fuera un derecho, cuando no es
más que un don de Dios.
En las casas bloqueadas por el lockdown
la violencia contra las mujeres y los niños ha aumentado, mientras que
la red está llena de vídeos caseros grabados para documentar el
descontento: reclamos furiosos, quejas, palabrotas… Si estos son los “hijos de la luz”, cabe preguntarse de cuál “luz” son hijos…
Nuestra Señora en La Salette dijo que “la verdadera fe se ha extinguido y la falsa luz ilumina el mundo”. En esta “falsa luz”
todo se invierte, e incluso hemos perdido el sentido común; por eso,
San Vicente Ferrer dice que el remedio es la fe que sigue a la
obediencia y no se basa en argumentos o razonamientos:
“Los
argumentos son buenos para la fe, para dar sentido al entendimineto, y
esfuerzo, mas no por fundamentos, ni argumentos, es que se debe el
hombre fundar, sino más bien, tomar de ellos consolaciones para el
entendimiento; el fundamento se tiene por obediencia dicendo: ‘Así me lo
dijo mi Señor Jesucristo, y no me sacaréis de esta ciencia’”.
A diferencia de los “hijos de la luz” que “hacen oír su voz” furiosamente en las plazas y de sus smartphone, los mártires iban al suplicio en silencio. Porque gravoso sólo es el pecado, y con Jesús también la muerte es dulce.
En la
terrible crisis en que nos encontraros, las palabras de un verdadero
apóstol de Cristo, un verdadero Obispo, son las que pronunció San Pablo:
“¿Quién nos
separará del amor de Cristo?, ¿la tribulación, la angustia, la
persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada? Según está
escrito: “Por la causa tuya somos muertos cada día, considerados como
ovejas destinadas al matadero”. Mas en todas estas cosas triunfamos
gracias a Aquel que nos amó. Porque persuadido estoy de que ni muerte,
ni vida, ni ángeles, ni principados, ni cosas presentes, ni cosas
futuras, ni potestades, ni altura, ni profundidad, ni otra creatura
alguna podrá separarnos del amor de Dios, que está en Cristo Jesús
nuestro Señor” (Romanos 8, 35–39).
El padre Calmel escribió que “El verdadero discípulo de Cristo es liviano como un pájaro del cielo”;
mientras Juana de Arco ardía en la hoguera, una paloma se levantó de
las llamas, y después de que el fuego se apagó, su corazón fue
encontrado intacto en las cenizas.