viernes, 24 de julio de 2020

EL OTRO EVANGELIO DE “MONSEÑOR” VIGANÒ"


GRACE: EL OTRO EVANGELIO DE “MONSEÑOR” VIGANÒ


Mirando al mundo
Hemos recibido un extenso texto con reflexiones y apostillas respecto del personaje que últimamente atrae la atención en el mundillo de la iglesia conciliar y adláteres
La autora, Grace, es una de nuestras lectoras italianas, que prefiere utilizar un pseudónimo.
Publicamos su trabajo por considerarlo interesante y por presentar una voz discordante y acertada en líneas generales, más allá de los reparos que podríamos formular sobre algún punto en particular.
FUENTE: Original en italiano = texto Ver Aquí y vídeo Ver Aquí
EL FIN DE LOS TIEMPOS Y LOS FALSOS PROFETAS
“Y todos los señores temporales y los prelados eclesiásticos estarán del lado del Anticristo. Y aquellos que entonces estarán divididos entre sí, los Papas, los Reyes, los Obispos y el clero, dirán: “Si mi adversario me denuncia a este hombre tan potente, estoy muerto. Mejor que vaya antes que él me denuncie”. Y así, uno tras otro, se irán todos al Anticristo, por alcanzar más grandes honras, señoríos, y dignidades de las que tienen por la gran codicia y vanagloria que tendrán dentro de sus corazones. Y así todos le prestarán obediencia, y no habrá Reyes ni prelados sin que el Anticristo lo quiera”.


San Vicente Ferrer, Sermones sobre el Anticristo y el fin de los Tiempos
1) El 7 de junio de 2020, “Monseñor” Carlos María Viganò escribió una carta abierta al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, elogiándolo como “un Presidente que defiende con valentía el derecho a la vida, que no se avergüenza de denunciar la persecución de los cristianos en todo el mundo, que habla de Jesucristo y del derecho de los ciudadanos a la libertad de culto”.
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Pero no sólo esto: tras describir la batalla espiritual que contrapone las fuerzas del bien con aquellas del mal (“los hijos de la luz y los hijos de la oscuridad”), Viganò llega a declararse abiertamente “compañero de batalla” del presidente americano.
Donald Trump ha respondido declarándose “Muy honrado por la increíble carta del arzobispo Viganò” y deseando “que todos, religiosos o no, la lean”.
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De hecho, la carta corrió de boca en boca sobre la prensa católica, sin excluir los ambientes tradicionalistas, recogiendo aprobaciones unánimes. El consenso ha reunido a partes que han sido irreconciliables hasta la fecha, porque no solo las páginas oficiales de la Fraternidad San Pío X, sino también aquellas de la sociedad Sacerdotal fundada por Monseñor Faure (SAJM), y páginas abiertamente sedevacantistas como la Catholica Pedia y el Blog oficial de Monseñor Sanborn, han alabado las excelencias de “Monseñor” Viganò.
El 27 de junio, los cuatro obispos de la Resistencia han declarado oficialmente su apoyo a “Monseñor” Viganò; y ya que la Sociedad Sacerdotal de los Apóstoles de Jesús y María, por explícitas declaraciones de su fundador, se propone “ser la continuación de la obra y el combate de Monseñor Lefebvre en su fidelidad a la fe de siempre”, es preciso hacer algunas observaciones sobre lo que es “la fe de siempre”.
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Donald Trump se ha divorciado dos veces y se ha casado otras tres. Según “la fe de siempre” es un pecador público.
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Por el mismo pecado, el Rey de Inglaterra, Enrique VIII, fue excomulgado por el Papa Clemente VII en el año 1533.
San Pablo ordena: “Os mandamos, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo, que os retiréis de todo hermano que viva desordenadamente y no según las enseñanzas que recibió de nosotros” (II Tesalonicenses 3, 6).
Y a los corintios señaló: “Mas lo que ahora os escribo es que no tengáis trato con ninguno que, llamándose hermano, sea fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón; con ese tal ni siquiera toméis bocado” (I Corintios 5, 11).
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A diferencia de “Monseñor” Viganò, el Cardenal John Fisher y el Lord Canciller Tomás Moro condenaron el divorcio del Rey. Detenidos por el delito de lesa majestad y encerrados en la Torre de Londres, ambos fueron decapitados; sus cabezas luego fueron hervidas, ensartadas en un palo y expuestas sobre el London Bridge. La Iglesia los venera a ambos como Santos y Mártires.
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2) Donald Trump es un protestante presbiteriano. Según “la fe de siempre” es un hereje.
La iglesia condena la herejía con anatema: esto significa que, si alguien muere en la herejía sin haber abjurado, prescindiendo de sus méritos y de sus buenas obras, está indubitablemente condenado al infierno.
Nuestro Señor ha dicho: “¡Ay del mundo por los escándalos! Porque forzoso es que vengan escándalos, pero ¡ay del hombre por quien el escándalo viene! Si tu mano o tu pie te hace tropezar, córtalo y arrójalo lejos de ti. Más te vale entrar en la vida manco o cojo, que ser, con tus dos manos o tus dos pies, echado en el fuego eterno” (Mateo 18, 7-8); y esta palabra se aplica bien a la exclusión de un hereje del cuerpo sano de la Iglesia.
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A diferencia de “Monseñor” Viganò, que se declarada “unido a Donald Trump contra el Enemigo Invisible de toda la humanidad”, la Sagrada Escritura proclama: “Si viene alguno a vosotros, y no trae esta doctrina, no le recibáis en casa, ni le saludéis. Porque quien le saluda participa en sus malas obras” (II Juan, 10-11).
De acuerdo, pues, con la Sagrada Escritura, la Iglesia prohibe cualquier tipo de asociación con los heréticos.
Philip Howard, vigésimo conde de Arundel y segundo primo de la Reina Isabel Tudor, era un brillante hombre de la corte; pero, por profesar su fe católica, fue encerrado en la torre de Londres, donde permaneció por diez años. Cuando por enfermedad se encontró próximo a la muerte, suplicó a la reina la gracia de ver por última vez a su esposa, y a su hijo, que nunca había conocido por haber nacido luego de su arresto. Isabel no le pidió de abjurar, pero quiso un signo de su amistad: si él hubiese asistido al menos una vez al servicio protestante, no solo habría vuelto a ver a sus hijos y a la esposa, sino que hubiera sido reintegrado en sus honores y posesiones. Antes que aprobar la herejía de la reina, Howard eligió morir en soledad y fue enterrado sin nombre en la capilla de la torre.
Obró diferente de “Monseñor” Viganò, que al final de su carta bendice al Presidente Trump y a la “primera dama” que, dicho sea de paso, no es su esposa pública, sino la concubina que vive con él en flagrante adulterio.
Durante el reinado de Isabel Tudor, Edmund Campion, sacerdote jesuita, fue descuartizado en Tyburn junto a otros dos compañeros; los sacerdotes católicos Robert Dibdale y John Adams fueron colgados, estirados y descuartizados en un suburbio lleno de horquillas; el sacerdote jesuita Robert Southwell fue torturado y ahorcado, luego el verdugo lo destripó delante de la muchedumbre.
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Estos eclesiásticos, y con ellos muchos otros, han sido martirizados por haber condenado la falsa religión de la reina; a diferencia de “Monseñor” Viganò, que define “sabio” y “valeroso” al presidente protestante de una nación que ni siquiera es la suya.
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3) En la carta de “Monseñor” Viganò están expresados contenidos incompatibles con la “fe de siempre”.
Escribe Viganò que está en curso una batalla entre “los hijos de la luz y los de la oscuridad”, y que “estos dos bandos, que tienen una naturaleza Bíblica, siguen la clara separación entre la descendencia de la Mujer y la descendencia de la Serpiente”; finalmente concluye diciendo que “es necesario que los buenos, los hijos de la luz, se reúnan y hagan oír su voz”.
Esta es una interpretación gnóstica de la Sagrada Escritura y distorsiona en una clave antropocéntrica la profecía del Génesis 3, 15, donde “la descendencia de la Mujer” ES SÓLO CRISTO.
Es sólo a través de Cristo que somos salvos, porque “Nadie es bueno, sino sólo Dios” (Marcos 10, 18); y porque “Se ha manifestado cuál sea la justicia de Dios, atestiguada por la Ley y los Profetas: justicia de Dios por la fe en Jesucristo, para todos lo que creen —pues no hay distinción alguna, ya que todos han pecado y están privados de la gloria de Dios—, los cuales son justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es por Cristo Jesús” (Romanos 3, 21-24).
Es juicio común de los Padres y de los Doctores de la Iglesia que TODO HOMBRE ES CULPABLE, con excepción únicamente de Cristo, que es Dios, y de la Santísima Virgen María, que fue concebida sin pecado y confirmada en gracia.
El Espíritu Santo proclama que “No hay sobre la tierra hombre justo que obre bien y no peque nunca” (Eclesiastés 7, 20), y que “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros” (I Juan 1, 8).
Y aún más:
“¿Quién podrá decir: “He purificado mi corazón, limpio estoy de mi pecado”?” (Proverbios 20, 9).
“Yahvé mira desde el cielo a los hijos de los hombres, para ver si hay quién sea inteligente y busque a Dios. Pero se han extraviado todos juntos y se han depravado. No hay uno que obre el bien, ni uno siquiera” (Salmo 13, 2-3).
Por esto, el salmista implora al Señor diciendo: “No entres en juicio con tu siervo, porque ningún viviente es justo delante de Ti” Salmo 142, 2).
“Monseñor” Viganò declara que “de manera aparentemente inexplicable, los buenos son rehenes de los malos y de quienes los ayudan, ya sea por interés propio o por temor”.
En realidad, el fenómeno es perfectamente explicable, si se observa desde el punto de vista católico: aparte de que los “buenos” no son “buenos”, la Iglesia nos enseña que somos justificados por medio de Cristo, y que es Cristo quien tiene la autoridad de dar a sus discípulos potestad de hollar serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, así como les promete que nada los dañará: “Mirad que os he dado potestad de caminar sobre serpientes y escorpiones y sobre todo poder del enemigo, y nada os dañará” (Lucas 10, 19); así como está profetizado por el salmista: “Caminarás sobre el áspid y el basilisco; hollarás al león y al dragón. Por cuanto él se entregó a Mí, Yo lo preservaré; lo pondré en alto porque conoció mi Nombre” (Salmo 90, 13-14).
La promesa tiene, por lo tanto, condiciones para obtener esta protección: debemos poner nuestro amor en Dios y entregarnos a Él, y conocer su Nombre. La palabra de Dios es infalible; por ende, si la promesa no se cumple es porque no se cumple con su condición.
De hecho, hoy, aquellos que erróneamente Viganò declara “buenos” no ponen su amor en Dios y no conocen más su Nombre. Si no fuera así, tendrían aún “potestad de caminar sobre serpientes y escorpiones y sobre todo poder del enemigo”, y “nada los dañaría”.
La Iglesia siempre ha enseñado que la causa de los males que afligen al mundo es el pecado: todo el Antiguo Testamento es una sucesión continua de caídas y castigos, desde la expulsión del Paraíso Terrenal al Diluvio Universal, desde la destrucción de la Torre de Babel al fuego de Sodoma y Gomorra.
Después del nacimiento del Salvador, la gracia se infunde sobre la historia del mundo. No por mérito de los hombres, que son pecadores como antes (porque “nadie es bueno, sino sólo Dios”), mas por la sangre derramada por Cristo.
La encarnación del Verbo era la condición necesaria para que la carne corrompida por el pecado pudiese ser santificada; es por esto que la Iglesia nunca ha canonizado a los santos del Antiguo Testamento (por más que los reconozca como tales), y es por esto que Jesús dice que “No hay, entre los hijos de mujer, más grande que Juan”, agregando luego que, aún “el más pequeño en el reino de Dios es más grande que él” (Lucas 7, 28).
Por la gracia de la Sangre de Cristo, Europa entera se ha santificado, y se ha cumplido la promesa del salmista: “Aunque mil caigan junto a ti y diez mil a tu diestra, tú no serás alcanzado” (Salmo 90, 7).
El 27 de octubre del año 312, en el Puente Milvio, las tropas de Constantino se preparaban para enfrentar a las de Majencio. Al atardecer, el futuro emperador vio resaltar en el cielo una cruz, y sobre ella una una inscripción flameante: In Hoc signo Vinces, “En este signo, vencerás”.
El día siguiente el futuro emperador ordenó imprimir el monograma de Cristo en los Estandartes de sus legiones y ganó la victoria, a pesar de la inferioridad numérica de su ejército (40.000 armados, frente a los 100.000 de Majencio).
En el año 496, en la llanura de Tolbiac, los Francos, guiados por el Rey Clodoveo, combatían contra el ejército de los Alemanes. La reina Clotilde había ya en vano tentado de convertir a su esposo a la fe católica, y cuando el Rey fue derrotado por el enemigo, viéndose próximo a la muerte, miró al cielo y gritó: “¡Dios de Clotilde, dame la victoria y no tendré otro Dios más que tú!” Ante aquellas palabras, los alemanes comenzaron a huir, debido a que su jefe había sido matado con un hacha, y el resultado fue que Clodovero ganó la victoria, llegando a ser el primer Rey católico de Europa.
En el año 722, en Covadonga, el ejército del Rey Pelayo, compuesto de tan solo 300 soldados, fue atacado por un contingente musulmán de 187.000 hombres. Los moros habían conquistado ya la península ibérica entera, y, según una crónica medieval, el mismo obispo había aconsejado al Rey que se rindiera y “encontrara un acuerdo con los caldeos”, pero Pelayo le había respondido: “¿No ha leído las Sagradas Escrituras? Dicen que la Iglesia del Señor se hará como la semilla de mostaza y crecerá de nuevo por la misericordia de Dios” (Chronicon Albeldense, año 881).
Cuando los moros comenzaron el ataque, muchos asturianos cayeron, pero Pelayo y sus fieles soldados resistían con coraje; el Papa Constantino el Siriano cuenta que luego de una larga batalla, la Madre de Dios apareció sobre la colina de Covadonga, y con su mano comenzó a lanzar de vuelta las piedras de las catapultas, que caían sobre el ejército musulman masacrando centenares de escuadras.
Los moros restantes huyeron, perseguidos por los soldados de Pelayo, y después de diez días y diez noches alcanzaron Cosgaya, donde junto al río Deva ocurrió un segundo milagro, abriéndose la tierra de repente y tragándolos a todos.
El 29 de abril de 1.429, una joven analfabeta de 17 años entró en la ciudad de Orleans sobre un caballo blanco; llevaba un estandarte sobre el cual estaban escritos los nombres de Jesús y de Maria, y delante de ella iba una procesión de sacerdotes que entonaban el Veni Creator Spiritus.
La ciudad había sido asediada durante seis meses por los ingleses, y los habitantes de Orleans vieron la llegada de Santa Juana de Arco como una señal del cielo, puesto que en Francia circulaba la profecía según la cual el reino se salvaría gracias a la intervención de una doncella armada, una virgen procedente de Lorena.
Después de tres de días de asaltos y escaramusas, que costaron a Juana la herida en un hombro, en la mañana del 8 de mayo los ingleses se dispusieron para la batalla en campo abierto; también los franceses desplegaron sus fuerzas, bajo la guia de la doncella y del bastardo de Orleans; y durante una hora los dos ejércitos se enfrentaron sin que nadie tomara la iniciativa.
Santa Juana de Arco decidió no dar batalla porque era domingo, y como empujado por una fuerza sobrenatural el ejército inglés se retiró; antes de regresar a las murallas, la doncella y su armada asistieron a una Misa a cielo abierto, todavía a la vista del enemigo que huía.
Fue así que una campesina adolescente liberó a Francia de los ingleses, y el 17 de julio hizo consagrar Rey a un delfín lleno de temores: y ambos que parecían demasiado frágiles para un tan glorioso destino, fueron investidos por la gracia de aquel Dios que mete este tesoro en vasos de barro, “para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros” (II Corintios 4, 7).
El Evangelio dice que Dios ha querido dar su reino a un “pequeño rebaño”, y estos “pequeños” son elegidos por gracia: “No tengas terror, pequeño rebaño mío, porque plugo a vuestro Padre daros el Reino” (Lucas 12; 32), “Mas ¿qué le dice la respuesta divina?: “Me he reservado siete mil hombres, que no han doblado la rodilla ante Baal. Así también en el tiempo presente ha quedado un resto según elección gratuita. Y Si es por gracia, ya no es por obras; de otra manera la gracia dejaría de ser gracia” (Romanos 11, 4-6).
Por lo tanto, hay una condición para la gracia, sólo una: aquella de “no doblar la rodilla delante de Baal”.
Cuando el evangelio del reino sea predicado en todo el mundo, quien se obstinase en “doblar la rodilla delante de Baal”, no tendrá más ninguna justificación; y es por esto que el fin de la predicación coincide con el fin de los tiempos: “Esta Buena Nueva del Reino será proclamada en el mundo entero, en testimonio a todos los pueblos. Entonces vendrá el fin” (Mateo 24, 14).
Fin de los tiempos, pero también fin de la gracia; porque hay un pecado que no se perdona, y este pecado es la apostasía: “Porque a los que, una vez iluminados, gustaron el don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, y experimentaron la bondad de la palabra de Dios y las poderosas maravillas del siglo por venir, y han recaído, imposible es renovarlos otra vez para que se arrepientan, por cuanto crucifican de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios, y le exponen a la ignominia pública” (Hebreos 6, 4-6)
Porque si pecamos voluntariamente, después de haber recibido el conocimiento de la verdad, no queda ya sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación del juicio, y un celo abrasador que ha de devorar a los enemigos. Si uno desacata la Ley de Moisés, muere sin misericordia por el testimonio de dos o tres testigos, ¿de cuánto más severo castigo pensáis que será juzgado digno el que pisotea al Hijo de Dios, y considera como inmunda la sangre del pacto con que fue santificado, y ultraja al Espíritu de la gracia? Pues sabemos quién dijo: “Mía es la venganza; Yo daré el merecido”, y otra vez: “Juzgará el Señor a su pueblo.” Horrenda cosa es caer en las manos del Dios vivo” (Hebreos 10, 26-31).
“Porque si los que se desligaron de las contaminaciones del mundo desde que conocieron al Señor y Salvador Jesucristo se dejan de nuevo enredar en ellas y son vencidos, su postrer estado ha venido a ser peor que el primero. Mejor les fuera no haber conocido el camino de la justicia que renegar, después de conocerlo, el santo mandato que les fue transmitido. En ellos se ha cumplido lo que expresa con verdad el dicho: Un perro que vuelve a lo que vomitó y una puerca lavada que va a revolcarse en el fango (II Pedro 2, 20-22).
Existe un momento en que la gracia termina y esto está expresado de manera lapidaria en el Evangelio: “Por la mañana, cuando volvía a la Ciudad, tuvo hambre; y viendo una higuera junto al camino, se acercó a ella, mas no halló en ella sino hojas. Entonces le dijo: “¡Nunca más nazca ya fruto de ti!” Y en seguida la higuera se secó” (Mateo 21, 18–19).
Es interesante que el mismo episodio, en el Evangelio de San Marcos, enmarque la expulsión de los mercaderes del templo, siendo narrado en esta secuencia:
1-Jesús tiene hambre, se acerca a la higuera, y al no encontrar fruto la maldice: Al día siguiente, cuando salieron de Betania, tuvo hambre. Y divisando a la distancia una higuera que tenía hojas, fue para ver si encontraba algo en ella; pero llegado allí, no encontró más que hojas, porque no era el tiempo de los higos. Entonces, respondió y dijo a la higuera: “¡Que jamás ya nadie coma fruto de ti!” Y sus discípulos lo oyeron” (Marcos 11, 12-14).
2-Jesús entra en el templo y expulsa aquellos que “vendían y compraban” y que habían hecho de la casa del Señor “una cueva de ladrones”: “Llegado a Jerusalén, entró en el Templo, y se puso a expulsar a los que vendían y a los que compraban en el Templo, y volcó las mesas de los cambistas y las sillas de los que vendían las palomas; y no permitía que nadie atravesase el Templo transportando objetos. Y les enseñó diciendo: “¿No está escrito: «Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones»? Pero vosotros, la habéis hecho cueva de ladrones.” Los sumos sacerdotes y los escribas lo oyeron y buscaban cómo hacerlo perecer; pero le tenían miedo, porque todo el pueblo estaba poseído de admiración por su doctrina. Y llegada la tarde, salieron Jesús y sus discípulos de la ciudad” (Marcos 11, 15–19).
3-La mañana después, pasando junto a la higuera, los discípulos ven que se ha secado: “Al pasar al día siguiente muy de mañana, vieron la higuera que se había secado de raíz. Entonces Pedro se acordó y dijo: ¡Rabí, mira! La higuera que maldijiste se ha secado” (Marcos 11, 20–21).
Este pasaje profetiza que un día Roma (“el templo”), por los pecados de sus ministros perderá la gracia, y que esta pérdida será irrevocabable, porque “no nacerá nunca jamás fruto de ella” (Mateo 21, 19).
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El 9 de junio del 2020, sólo dos días después de la carta a Trump, “Monseñor” Viganò publicó un Excursus sobre el Vaticano II y sus consecuencias.
Ahora bien, el Concilio Vaticano II terminó en diciembre de 1965, lo cual sugiere una pregunta: ¿por qué “Monseñor” Viganò guardó silencio durante 55 años?
Al cierre del Concilio tenía 24 años y, supuestamente, ya era un estudiante de seminario.
Viganò fue ordenado sacerdote en 1968, con el ritual antiguo; es decir que inició su ministerio celebrando la Misa Tridentina, porque el nuevo misal se introdujo sólo en 1970.
A diferencia de muchos jóvenes sacerdotes, que nunca han conocido la Iglesia preconciliar, él vio el cambio en primera persona, experimentó de primera mano aquella “demolición del sacerdocio ministerial” que hoy tanto deplora…
¿Por qué se ha dado cuenta sólo ahora?
La misma carta describe alguna explicación: “Fui una de las muchas personas […] que confié en la autoridad de la Jerarquía con incondicional obediencia”… “Mucha gente, incluido yo mismo” […] “durante décadas, hemos sido conducidos al error, de buena fe”…
Aquí están las palabras clave: “Una de las muchas personas”; “Mucha gente, incluido yo mismo”; “de buena fe”.
Es decir, como en la carta a Trump, Viganò reitera que, tanto en la política internacional como en la Jerarquía Eclesiástica: “los buenos, que son la mayoría […] son engañados por una minoría de personas deshonestas”.
Hoy algunos sostienen que, en el mundo moderno, debido al relativismo que ha separado la mente de su objeto, hay hombres con buenas intenciones, cuyas mentes, sin embargo, no funcionan bien, y, por lo tanto, eligen el mal sin saberlo.
En sus Sermones sobre el Anticristo y el fin de los Tiempos, San Vicente Ferrer profetizó algo similar:
“[el Anticristo] engañará a los clérigos, maestros, grandes sabios, y letrados, y a las personas muy sutiles y entendidas en muchas artes. Contra estos tendrá la manera de encantador. Así como el encantador viene con palabras ordenadas para encantar una cantitad de culebras, que, cuando ha dicho las palabras no se pueden mover, así también sucederá con estos maestros: “dirán plabras de gran sabiduría, muy ordenadas, hablando sutil y artísticamente, de manera que cuando estén el Anticristo y sus discípulos, no podrán los grandes sabios responder a nada”.
Pero luego agrega:
“[…] la causa de ello es que hoy, entre los clérigos y religiosos, y todas las otras gentes, así como tienen mayor ciencia, tienen menos consciencia, y están llenos de mucha soberbia […] y de todos los vicios de este mundo”.
Es decir: la mente “de buena fe” puede ser engañada y manipulada por una filosofía tendenciosa, sólo cuando en la base ya había una condición de pecado; y esto coincide con la Sagrada Escritura cuando dice que los malvados “injustamente cohíben la verdad; puesto que lo que es dable conocer de Dios está manifiesto en ellos, ya que Dios se lo manifestó. Porque lo invisible de Él, su eterno poder y su divinidad, se hacen notorios desde la creación del mundo, siendo percibidos por sus obras, de manera que no tienen excusa; por cuanto conocieron a Dios y no lo glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su insensato corazón fue oscurecido. Diciendo ser sabios, se tornaron necios” (Romanos 1, 18-22)
San Vicente Ferrer dice que “es cierto que muy pronto vendrá el Anticristo, por los grandes pecados que hoy hay en los cristianos”. Esto es cierto especialmente para los eclesiásticos.
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En La Salette, la Virgen dijo que el castigo llegaría a causa de los pecados de los sacerdotes y de las personas consagradas a Dios “que por sus infidelidades y su vida malvada estaban crucificando de nuevo a su Hijo” y que entre ellos “no quedaba nadie digno de ofrecer la Víctima sin mancha al Eterno por el bien del mundo”, porque “habían desdeñado la oración y la penitencia, y el demonio les había ofuscado la inteligencia”.
De todas formas, la pregunta es engañosa y no es necesario saber cuáles fueron las verdaderas intenciones de “Monseñor” Viganò y del resto de la Jerarquía Romana cuando aceptaron el Vaticano II, porque como escribió el Papa León XIII en la Bula Apostólicae Curae:
“La Iglesia no juzga acerca de la mente o la intención, porque, por su naturaleza, es algo interno; pero, en tanto que es manifestado externamente, ella está obligada a juzgar”.
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“Monseñor” Viganò no se comporta como un católico, ya que alaba a un pecador público y hereje, y en su carta al presidente Trump vehicula por lo menos dos herejías:
1-La herejía antropocéntrica, ya pronunciada en varias ocasiones por Juan Palo II, por la cual el hombre se identifica con Cristo (“la descendencia de la Mujer”).
2-La herejía según la cual “los buenos” están en mayoría frente a una minoría de deshonestos; mientras la Sagrada Escritura y la Iglesia siempre han afirmado lo contrario, siendo doctrina común de los Padres que el número de los que se han de salvar es pequeño en relación a los que se han de condenar.
Si no habla como un católico y no se comporta como un católico, entonces no es católico. No nos interesa su conciencia, porque el juicio le pertenece sólo a Dios, pero estamos obligados a juzgar de acuerdo con los hechos y esto se aplica tanto a Viganò como al resto de la Jerarquía Romana.
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Si actúan como herejes y hablan como herejes, entonces son herejes, y la Sagrada Escritura nos manda de no rezar por ellos, ni “en unión” con ellos:
“Y ésta es la confianza que tenemos con Él: que Él nos escucha, si pedimos algo conforme a su voluntad. Y, si sabemos que nos escucha en cualquier cosa que le pidamos, sabemos también que ya obtuvimos todo lo que le hemos pedido. Si alguno ve a su hermano cometer un pecado que no es para muerte, ruegue, y así dará vida a los que no pecan para muerte. Hay un pecado para muerte; por él no digo que ruegue” (I Juan 5, 14-16).
En cuanto al pecado de muerte, no es lo que hoy se entiende por pecado mortal, sino la apostasía, el pecado contra el Espíritu Santo. En tal hipótesis, no habríamos de querer ser más caritativos que Dios, y hemos de desear que se cumpla en todo su voluntad con esa alma, pues sabemos que Él la ama y la desea mucho más que nosotros y porque nuestro amor por Él ha de ser “sobre todas las cosas” y nuestra fidelidad ha de llegar si es preciso, a “odiar” a nuestros padres y a nuestros hijos, como dice Jesús.
En la denuncia de Viganò del Concilio Vaticano II, hay algo inquietante: más allá de las críticas aceptables (y aceptadas con entusiasmo por muchos tradicionalistas católicos), algunas frases indirectas muestran una defensa de los predecesores de Bergoglio, especialmente Benedicto XVI. Como si la “iglesia profunda” de la que habla Viganò en la carta a Trump, fuese solamente aquella de Francisco.
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He aquí algunos pasajes del Excursus sobre el Vaticano II:
“Lo que hizo tangible esta separación no natural, diría incluso perversa, entre la Jerarquía y la Iglesia, entre la obediencia y la fidelidad, fue ciertamente el presente pontificado…”.
Lo que implica que antes, hasta Benedicto XVI, esta “separación no natural” no existía, o, por lo menos, no era “tangible”.
“En la Sala de Lágrimas, adyacente a la Capilla Sixtina, mientras monseñor Guido Marini preparaba el roquete, la muceta y la estola para la primera aparición del Papa ‘recién elegido’, Bergoglio exclamó: ‘Sono finite le carnevalate!’ [‘Se acabó el carnaval’], rehusando desdeñosamente las insignias que todos los Papas hasta ahora habían aceptado, humildemente, como el atuendo del Vicario de Cristo”…
¿“Todos los Papas hasta ahora”?… Recordamos a “Monseñor” Viganò que el 13 de noviembre de 1964, en la misa que celebró la reapertura del Concilio Vaticano II, Pablo VI depuso la tiara papal, el llamado “triregnum”, y que ninguno de sus sucesores lo ha vuelto a usar…
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“El 13 de marzo de 2013, los conspiradores dejaron caer la máscara, libres ya de la inconveniente presencia de Benedicto XVI y osadamente orgullosos de haber finalmente promovido a un Cardenal que representaba sus ideas”…
De lo cual se deduce que, según Viganò, Benedicto XVI no encarnaba “las ideas de los conspiradores”; de hecho, justo después agregó que el Vaticano II “había sido debilitado por las críticas hechas por Benedicto XVI”.
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Y aún más:
“Y si hasta Benedicto XVI podíamos todavía pensar que el golpe de estado del Concilio Vaticano II (que el Cardenal Suenens llamó “el 1789 de la Iglesia”) estaba experimentando una desaceleración…”
“Y si Bergoglio no cumple las instrucciones que ha recibido, hay cantidad de teólogos y de clérigos que están preparados para lamentarse de la “soledad del papa Francisco”, a fin de usar esto como premisa para su renuncia (…). Por otra parte, no sería la primera vez que usan al Papa cuando éste actúa según el plan de ellos, y que se deshacen de él o lo atacan tan pronto como no lo hace.” (con evidente referencia a la dimisión de Ratzinger).
Recordamos a “Monseñor” Viganò sólo algunos comentarios de aquel Papa que en su opinión “ha desacelerado” el “el golpe de estado del Concilio Vaticano II”:
En su libro Dios y el mundo (Editorial Debolsillo, 23 de junio de 2005), Benedicto XVI afirmó que “los judíos tienen buenas razones para creer que Cristo no es el Mesías”.
Además, con un documento publicado el 20 de abril de 2007, abolió oficialmente la existencia del Limbo.
En el libro Luz del mundo (Herder Editorial, 25 de mayo de 2012), ha declarado que en el caso de “hombres que se prostituyen” el uso del preservativo está “justificado”, legitimando así en una sola frase los anticonceptivos, la prostitución y la homosexualidad.
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Y también recordamos lo que Monseñor Lefebvre dijo en 1991 sobre el entonces cardenal Ratzinger, mucho antes de sus declaraciones obscenas sobre los judíos, el limbo y los preservativos:
“Os invito a leer el denso artículo de fondo de ‘Sí Sí No No’ que ha aparecido hoy sobre el Cardenal Ratzinger. ¡Es aterrador! El autor del artículo no sé quién es, pues ponen siempre pseudónimos, y no se sabe entonces quién es. Pero, en fin, el artículo está muy bien documentado y concluye que el Cardenal es hereje.
El Cardenal Ratzinger es hereje. No solamente, se enfrenta a los decretos y declaraciones dogmáticas, según él ha afirmado. Se puede incluso discutir, si es infalible, si no es infalible: Quanta Cura, Pascendi Dominici Gregis, el Decreto Lamentabili etc.., se puede discutir.
No es esto lo que es grave en el cardenal Ratzinger, sino que pone en duda la realidad misma del Magisterio de la Iglesia. Pone en duda que haya un Magisterio que sea permanente y definitivo en la Iglesia. Esto no es posible.
Se acomete contra la raíz misma de la enseñanza de la Iglesia. Ya no hay una verdad permanente en la Iglesia, verdades de fe, Dogmas en consecuencia. No hay más Dogmas en la Iglesia ¡Esto es radical! Evidentemente es herético, está claro. Es horrible, pero es así”.
(Última conferencia espiritual de Monseñor Lefebvre en Ecône, 8 y 9 de Febrero 1991, citado en Consideración Teológica sobre la Sede Vacante del Padre Basilio Méramo).
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Porque en el “affaire Viganò” hay otro elemento terriblemente inquietante, y es el acercamiento explícito de su figura a la de Monseñor Lefebvre. En algunas páginas de la tradición católica, incluso está circulando una foto en la que los dos arzobispos se alinean uno juntos al otro, como baluartes frente al concilio.
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Todo esto parece un plan elaborado y realmente hace temblar el descaro con que, otra vez, se profana la memoria DEL ÚNICO OBISPO QUE SE OPUSO AL CONCILIO (apoyado solamente por Monseñor De Castro Mayer). No ha sido suficiente manipular sus escritos y censurarlos: ahora también han exhumado su cuerpo para fotografiarlo sonriente junto a Viganò, en la grotesca caricatura mediática de una alianza sacrílega y anacrónica.
No podemos dejar de pensar en las palabras de la Virgen en La Salette:
“Se hará resucitar a muertos y a justos (es decir, que esos muertos tomarán la imagen de las almas justas que habían vivido sobre la Tierra, con el fin de seducir mejor a los hombres; esos presuntos muertos resucitados, que no serán otra cosa que el demonio adquiriendo sus apariencias, predicarán otro evengelio contrario al del verdadero Jesucristo, negando la existencia del Cielo, e incluso de las almas de los condenados. Todas esas almas parecerán como unidas a sus cuerpos). Habrá en todas partes prodigios extraordinarios, porque la verdadera fe se ha extinguido y la falsa luz ilumina el mundo.”
Cuando Monseñor Lefebvre se opuso al Concilio, existía aún la posibilidad de una recuperación, porque Roma conservaba la sucesión apostólica: Monseñor De Castro Meyer sostenía que el Papa herético perdía automáticamente su pontificado, pero hasta que su herejía no se hiciese universalmente manifiesta, permanecía como “papa putativo” con jurisdicción suplida por Cristo. El Padre Basilio Méramo escribió al respecto:
“La elección de otro Papa fiel a la Tradición de la Iglesia, se puede siempre dar sea por los cardenales nombrados por el Papa putativo (con jurisdicción suplida por el bien común de la Iglesia) sea por el clero de Roma, pues en definitiva los cardenales eligen al Obispo de Roma (al Papa) por tener el título de párrocos de Roma. La Sede Vacante no impide la elección de otro Papa como muchos piensan, siempre y cuando sean verdaderos obispos, pero no los consagrados bajo el nuevo rito, que es inválido por haber sido cambiada totalmente la fórmula de consagración episcopal”. (Consideración Teológica sobre la Sede Vacante).
Sesenta años después del concilio ya no hay posibilidad de recuperación, y las declaraciones de “Monseñor” Viganò, en el contexto actual, son afectadas como un guión de teatro mal escrito.
El Padre Carl Pulvermacher había escrito que: “Una vez que no haya más sacerdotes válidos, permitirán la Misa en latín”. Parafraseando su aguda afirmación, hoy podríamos decir: “Una vez que no haya más Obispos válidamente consagrados, permitirán que Monseñor Lefebvre sea exhumado”.
Sin embargo, se trata hoy de un falso Lefebvre, porque conserva sólo las insignias exteriores de su autoridad y no habla como un Apóstol de Cristo, puesto que “predica otro evengelio contrario al del verdadero Jesucristo”, y para entenderlo es suficiente hacer una comparación.
En el sentido sermón de su última prédica publica, el Arzobispo Marcel Lefebvre declaró que la “raíz profunda de la subversión intelectual y moral” en la cual nos encontramos es solamente el pecado:
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Stipendia peccati mors (Romanos 6; 23), ¡el salario del pecado es la muerte! […] Esta muerte que parece estar en todas partes…, la muerte de la inteligencia, la muerte de la voluntad…, la muerte de las personas en todas partes…, vemos a los jóvenes suicidarse…, vemos la muerte en los hospitales, que masacran a los niños antes que vengan al mundo, a millones… Todo esto es stipendia peccati, el salario del pecado.
Me dirán: ‘Monseñor, ¡el pecado siempre ha existido! Después del pecado de Adán y Eva, las consecuencias de este pecado a lo largo de los siglos siempre han existido… ¡No es solo hoy!’
No queridos hermanos; hay circunstancias especiales después de todos estos siglos. Sí, es cierto que el pecado existía y siempre ha existido. Pero gracias a la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo, gracias a Su Reino […], a través de la Iglesia, a través de la sociedad cristiana, durante muchos siglos el cristianismo ha evitado legalizar el pecado. […]
Hoy, sin embargo, hay hombres inspirados por Satanás que han decidido llevar la negación de Dios y la rebelión contra Dios en el fondo de nuestra inteligencia y de nuestra voluntad. Sí: decidieron poner al hombre en un estado de pecado; no solo de ‘empujarlo’ a pecar, sino de ponerlo en un estado y en un hábito de pecado. El pecado del espíritu: rechazar el ser, rechazar todas las dependencias externas… dejar el pensamiento en lugar del ser… dejar la conciencia en lugar de la ley.
Este es el rechazo de Dios, es el pecado de Satanás […] Una separación de la voluntad de la ley de Dios […] La conciencia que reina, el hombre que reina, con su pensamiento y su ley. Y ya no es el pensamiento de Dios y la ley de Dios.
La declaración de los Derechos Humanos representa esta rebelión, esta revuelta del hombre: ‘Yo soy libre, puedo pensar lo que quiero, puedo hacer lo que quiero. Aquí están mis derechos escritos en la carta de Derechos del hombre’ […]
La consecuencia ha sido que la misma sociedad civil ha tomado esta declaración, que representa los principios de la revuelta contra Dios, y la puso en sus constituciones, en sus legislaciones, legalizando así el estado de pecado del espíritu y de la voluntad”. (Monseñor Marcel Lefebvre, sermón pronunciado en Saint Nicolás du Chardonnet para la Fiesta de Cristo Rey, el 28 de octubre de 1990).
A diferencia del verdadero Monseñor Lefebvre, Viganò afirma que “los hijos de la luz” que “constituyen la parte más conspicua de la humanidad”, son “rehenes de los malos”, o sea: víctimas inocentes de una minoría oculta… Cuando desde de los días del diluvio universal no existe un tiempo como el nuestro, en el que toda la humanidad, sin excepción, se haya manchado con pecados tan atroces.
Así se cumple la profecía de La Salette de que estos “esos muertos tomarán la imagen de las almas justas que habían vivido sobre la Tierra” y “predicarán otro evengelio contrario al del verdadero Jesucristo”; porque, según el VERDADERO Evangelio, LA ÚNICA VÍCTIMA INOCENTE ES CRISTO.
El Evangelio dice que en el fin del mundo “se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos” (Mateo 24, 24). Pues bien, alguien incluso llegó a comparar a Viganò y Trump con los dos testigos del Apocalipsis… ¡Un protestante dos veces divorciado y un sacerdote herético!
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San Juan Bautista anunciaba la venida de Cristo predicando el bautismo de penitencia para la remisión de los pecados, mientras que los falsos profetas del Anticristo predican la inocencia de los hombres y su derecho a que “hagan oír su voz”.
Hoy ya nadie hace penitencia, y el simulacro de Iglesia que ocupa Roma incluso abolió las celebraciones Pascuales; y ahora que todo el mundo se manifiesta en las plazas reclamando derechos y dignidad, las palabras del Bautista vuelven a ser terriblemente actuales:
“Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a escapar de la cólera que se os viene encima? Producid frutos propios del arrepentimiento. Y no andéis diciendo dentro de vosotros: “Tenemos por padre a Abrahán.” Porque os digo que de estas piedras puede Dios hacer que nazcan hijos a Abrahán. Ya el hacha está puesta a la raíz de los árboles; todo árbol que no produce buen fruto va a ser tronchado y arrojado al fuego” (Lucas 3; 7 – 9).
Durante la crisis mundial provocada por la “pandemia”, los que Viganò llama “hijos de la luz” han comenzado a rebelarse como perros rabiosos: rompen escaparates, manchan las estatuas de los santos y por las calles sólo se escuchan maldiciones y blasfemias. Como si vivir fuera un derecho, cuando no es más que un don de Dios.
En las casas bloqueadas por el lockdown la violencia contra las mujeres y los niños ha aumentado, mientras que la red está llena de vídeos caseros grabados para documentar el descontento: reclamos furiosos, quejas, palabrotas… Si estos son los “hijos de la luz”, cabe preguntarse de cuál “luz” son hijos…
Nuestra Señora en La Salette dijo que “la verdadera fe se ha extinguido y la falsa luz ilumina el mundo”. En esta “falsa luz” todo se invierte, e incluso hemos perdido el sentido común; por eso, San Vicente Ferrer dice que el remedio es la fe que sigue a la obediencia y no se basa en argumentos o razonamientos:
“Los argumentos son buenos para la fe, para dar sentido al entendimineto, y esfuerzo, mas no por fundamentos, ni argumentos, es que se debe el hombre fundar, sino más bien, tomar de ellos consolaciones para el entendimiento; el fundamento se tiene por obediencia dicendo: ‘Así me lo dijo mi Señor Jesucristo, y no me sacaréis de esta ciencia’”.
A diferencia de los “hijos de la luz” que “hacen oír su voz” furiosamente en las plazas y de sus smartphone, los mártires iban al suplicio en silencio. Porque gravoso sólo es el pecado, y con Jesús también la muerte es dulce.
En la terrible crisis en que nos encontraros, las palabras de un verdadero apóstol de Cristo, un verdadero Obispo, son las que pronunció San Pablo:
“¿Quién nos separará del amor de Cristo?, ¿la tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada? Según está escrito: “Por la causa tuya somos muertos cada día, considerados como ovejas destinadas al matadero”. Mas en todas estas cosas triunfamos gracias a Aquel que nos amó. Porque persuadido estoy de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni cosas presentes, ni cosas futuras, ni potestades, ni altura, ni profundidad, ni otra creatura alguna podrá separarnos del amor de Dios, que está en Cristo Jesús nuestro Señor” (Romanos 8, 35–39).
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El padre Calmel escribió que “El verdadero discípulo de Cristo es liviano como un pájaro del cielo”; mientras Juana de Arco ardía en la hoguera, una paloma se levantó de las llamas, y después de que el fuego se apagó, su corazón fue encontrado intacto en las cenizas.