Cinco enseñanzas del Caso Taussig
Cinco enseñanzas del Caso Taussig: ¡cerraron el seminario de San Rafael, Mendoza!
“Taussig quería ahorcar una gallina a escondidas en el fondo del patio,
y de repente se vio con todos los reflectores encima en la cancha de River”.
Por Juan Carlos Monedero (h)
Primera Enseñanza
Al igual que el acoso moral, psicológico y laboral, el hostigamiento
de Mons. Taussig al laicado, seminaristas y sacerdotes sólo tiene
eficacia en tanto sea desconocido por la opinión pública. Tan pronto
comienza a ventilarse, su poder se erosiona; y se debilita más mientras
más se ventile.
Esto vale para todo tipo de acoso: el acosador necesita de la oscuridad, del ocultamiento. Esto pasa con el mobbing laboral, con
los hostigamientos escolares y laborales. En este caso, lo que más
nervioso pone a Monseñor Taussig y a todo su séquito es que sus actos
hayan salido y estén saliendo a la luz. ¿En qué nos basamos para
semejante acusación? En la convergencia de numerosísimos testimonios y
testigos. Hemos intentado contrastar las versiones. La presunción de
inocencia siempre guió los pasos de nuestra investigación y nos hemos
permitido dejarla de lado ante la acumulación de evidencia concordante.
Segunda enseñanza
En el blog Infovaticana, un comentarista anónimo reproduce
una anécdota de Santo Tomás Moro en relación a su glorioso martirio. Al
negarse a asistir a la coronación de Ana Bolena, Moro sostuvo: “Un
emperador romano, que tenía gran admiración por la virginidad, dictó un
decreto por el cual los delitos que se regulaban con la pena capital no
serían aplicables a las vírgenes. Pero al tiempo, cuando una virgen
cometió uno de estos delitos, el emperador se vio ante una disyuntiva.
No castigarla produciría inseguridad jurídica y castigarla significaba
contradecirse. El caso se trató en el Senado. Luego de varios dimes y
diretes, sin arribar a conclusión alguna, algún patricio arriesgó:
“¿Para qué armar tanto alboroto por tan poca cosa? ¡Que la desfloren
primero y luego que sea devorada por las fieras!”.
Luego de contar esto, nuestro santo sostuvo:
“Lo mismo opino yo. Aunque los obispos se han mantenido hasta el
presente con integridad en el asunto del matrimonio del Rey, deben
prestar atención para seguir manteniendo la virginidad. Hoy, solicitan
su presencia en la coronación; mañana, que prediquen en favor del nuevo
matrimonio y, más adelante, que escriban libros en su defensa; y así
terminarán siendo desflorados y, después de haber sido desflorados,
serán devorados. Por mi parte no está en mí evitar que me devoren; pero,
con la gracia de Dios, procuraré que nunca me desfloren…”
Entonces, hay que tener conciencia de que el laicado católico –y el sanafaelino no es la excepción– viene siendo cocinando lentamente por
sus enemigos. Como decía Moro, un día los esbirros de Enrique VIII
solicitaron a las autoridades presenciar una farsa, otro día les
indicaron que prediquen en favor de esa falsedad, otro día que defiendan
racionalmente la mentira… Y así las fuerzas se van mellando y el ánimo
se va debilitando.
Hay que saber, entonces –y con perfecta lucidez– que los demoledores
atacan las verdades religiosas, las piadosas tradiciones, los
fundamentos de la fe, pero que lo hacen de a poco, con pocos sobresaltos
(al mejor estilo gramsciano). Como el ataque no es total, sólo una
porción de los católicos (no todos) reacciona y una gran cantidad de
gente prefiere quedarse cómodamente en el molde, consolándose con el
pensamiento de que “todavía conserva algo bueno”. En vez de contraatacar
para ir “a por todas” –como dicen los españoles–, se consuelan con
mantener algunas cosas, consintiendo que les roben otras.
El problema es que el ladrón sigue robando.
Evidentemente, todos los que no reaccionan cuando el ataque es suave
restan apoyo a la resistencia ante el mal. El enemigo siempre quiere ir
por todo, aún cuando –por estrategia– en un momento determinado ataque
sólo un punto. Reproduzco las palabras de un sacerdote mendocino al
respecto: “El enemigo viene por todo, y nosotros siempre vamos por
una partecita. El enemigo viene degollando y nosotros queremos dialogar.
Hay que presionar hasta la raíz en donde se encuentra el hueso y la
carne”.
Tercera enseñanza
Todos los que conocen o han tratado con Monseñor Taussig coinciden en
que él sólo busca –o buscaba– el poder. Buscaba escalar. ¿Y qué se
necesita para escalar hoy? Se necesita fundamentalmente de una situación
diocesana sin turbulencias, mediocre, chata. Es la ley de los términos
medios: la vida tiende al equilibrio, y los extremos tienden a ser
eliminados. Es una especie de ley salvaje darwinista: permanecen los que
hacen la plancha, los que no son ni muy-muy, ni tan-tan. Un
obispo tradicional es resistido, y más temprano que tarde será
desplazado. Un obispo que no puede gobernar su diócesis tampoco puede
permanecer mucho tiempo, aún cuando no tenga culpa en eso.
En otras palabras, Taussig quería –¿quiere?– ascender y para ascender
necesita tranquilidad. El levantamiento que se produjo –tanto en las
calles como en las redes sociales– es justamente lo que está vedando sus
posibilidades de ascenso, y él lo sabe. Lo grave es que muchos otros
obispos –nos consta– también restringen las prácticas tradicionales de
su diócesis. Pero como lo hacen con mayor disimulo y astucia, no
levantan tanta resistencia.
Cuarta enseñanza: los tentáculos del pulpo
El “Caso Taussig” pone de manifiesto que ninguna tiranía –o, si
prefieren, despotismo– puede subsistir en el tiempo sin cooperadores. No
puede subsitir en el tiempo sin cooperadores del despotismo, quienes
ejecutaban las absurdas normas de Mons. Taussig, como tomar los datos de
los asistentes a misa.
Son también cooperadores del despotismo quienes niegan su apoyo a los laicos que vienen enfrentando al Monseñor.
Son cooperadores del despotismo quienes llevan y traen comentarios.
Son cooperadores del despotismo los que trabajan en “Productora San
Gabriel”, quienes realizan los videos para Monseñor en Youtube.
Cooperó con el despotismo el cameraman que –con astucia pero tarde–
desvió la cámara para que no se apreciara en detalle que Monseñor
Taussig le estaba negando la comunión en la boca a un señor mayor de
edad, con bastón para más señas.
Son cooperadores del despotismo los que defienden a Taussig en las redes sociales.
Son cooperadores del despotismo, por omisión, quienes sabiendo que es perverso no lo atacan.
Son cooperadores del despotismo quienes –para cuidar su fuente de
trabajo– se ponen en contra de sus propios hermanos. Al igual que los
policías que (por esta “pandemia”) criminalizan a la gente que camina
por la calle.
Entonces, esta es la lacra que nos asfixia y agobia. El problema no
sólo es este descendiente de los Apóstoles. No nos confundamos. Hay
también un intrincado sistema, un tejido social, un conjunto de
alcahuetes, de cristianos excelentemente formados y llenos de excusas,
los que hacen posible el despotismo.
Colofón final: ¿Dios o las obras de Dios?
Hay un último sector de laicos y sacerdotes, que no puede ser
colocado al lado de los cooperadores del mal. La reflexión final
corresponde a este espacio. Lo constituyen aquellos que veían –y ven–
con toda claridad las maniobras despóticas del obispo, juzgándolas
negativamente. Pero que mantuvieron, hasta donde pudieron, una suerte de
pacto de no agresión con el déspota. Ellos querían conservar el favor
del Obispo, quería conservar ventajas legítimas para sus obras –sus
buenas obras que dan gloria a Dios, y que queremos que sigan adelante– y
por tanto no arremetieron públicamente contra él.
Ahora bien, Mons. Taussig –que sabe que ellos amaban esas obras– les
concedía migajas a estos sacerdotes y laicos, con tal de que ellos
siguieran adelante con las mismas. Y así, ellos quedaban “prisioneros”
dentro del favor recibido, inhabilitados para cuestionar a la misma
autoridad de la que recibían auxilio. Chantaje. Extorsión.
Decía el Cardenal Van Thuan: “Las obras de Dios no son Dios mismo; hay que cuidarlas, pero son las obras de Dios, y no Dios mismo”.
A veces Dios pide que se sacrifiquen las obras de Dios para que brille
más la Gloria de Dios. Este apego de muchos laicos y sacerdotes a las
obras de Dios frenaba y terminó por sofocar, durante mucho tiempo, la
resistencia de máxima a la tiranía del obispo. Tomemos nota de esta
última enseñanza: el adversario no puede enfrentar a una diócesis si la
totalidad de la misma se decide a ponerse decididamente de pié. Estamos
seguros de que si se hubiese resistido hace años, todos y en bloque, a
los abusos de autoridad –ya existentes– de Taussig, la historia en San
Rafael hubiese sido distinta.