jueves, 12 de diciembre de 2013

LA MESA DE LOS DEMONIOS

Editorial del Nº 106

LA MESA DE LOS DEMONIOS



 Extirpada que le fuera Cristina al hematoma cerebral, y libre ya éste del cuerpo extraño que lo hostilizaba, la mujer volvió al centro de sus funciones políticas. Aliviada de lutos y de lutas, diría Maduro, retornó rodeada y contenida por sus nuevas mascotas, entre las que se cuentan un perro bolivariano, un judío marxista, un contador chaqueño y un pingüino de peluche. Todo nacional y popular, como el tributo millonario oblado a Repsol a las pocas horas del retomado mando, en señal machaza de soberanía irrestricta.
Acaso dos hechos, por su ínsita y apabullante significación, permiten simbolizar este período terminal de la degeneración kirchnerista. Llamaremos al primero con el parafraseo evocativo de una consigna setentista: la sangre derramada será remunerada.
En efecto, y como es de sobra sabido, el Congreso, casi sin excepciones, acaba de sancionar una ley por la cual se resarce con una pensión vitalicia a quienes hayan sido presos políticos (o a sus descendientes), en los oscuros años del auge guerrillero, incluyendo en el período al mismísimo gobierno constitucional y democrático del matrimonio Perón. Por cierto que “presos politicos” quiere decir aquí terroristas capturados; y pensiones vitalicias, abultadas sumas que se agregan a las millonarias indemnizaciones ya otorgadas.
Pocas veces en la historia, un Estado como el que preside esta viuda cleptómana, ha puesto en evidencia, de modo groserísimo y tosco, su vocación de convertirse en un Estado Pro Terrorista, que equivale a decir Terrorismo de Estado. Y pocas veces en la crónica de nuestras batallas, los contendientes de un bando —esto es, el de los erpianos y montoneros— han dado tan repelente prueba de su condición de asalariados.  La liberación nacional primero fue Gelbard, después Cavallo, ahora Kicillof; y siempre en su medida y armoniosamente asegurarse bolsillos abultados, bóvedas repletas y bolsos rebosantes de dólares.
El segundo hecho de este final de fiesta es el nombramiento del cura Juan Carlos Molina al frente de la Secretaría de programación para la prevención de la drogadicción y la lucha contra el narcotráfico, organismo oficial vinculado a las influencias de Alicia Kirchner, que heredó de su hermano la hermosura del semblante y la dicción ciceroniana, aunque la natura fuese algo esquiva con el coeficiente mental de su testa.
El tal nombramiento, claro, se hizo de manera explícita para congraciarse con la Iglesia, en un momento en que, por razones obvias, no le conviene al gobierno exacerbar sus malévolas furias anticatólicas.
Lo doblemente dramático de este episodio es que ni Molina es católico —apenas si un sirviente rentado más de la perversión kirchnerista— y que la Iglesia cuya congratulación se procura es la misma que toma mate con los profanadores de templos, concelebra liturgias mundanas con los deicidas, convierte a las parroquias en sinagogas y juzga que su misión primera no es testimoniar y glorificar a Cristo Rey sino controlar que a la muchachada no se le vaya la mano con el porro.
Aclarado fue por el obispo D’Annibale y por sus pares, que el prete cristinista asumía sus funciones a título personal. Lo que debieron aclararse los pastores a sí mismos y al resto de la feligresía fiel es que “no podéis participar de la mesa del Señor y de la mesa de los demonios” (San Pablo, I Corintios, X, 21).
Y aquí debíamos llegar, necesariamente. Lo que tenemos hoy a la vista es el ágape desenfrenado de los demonios, la bacanal de Mandinga, el banquete luciferino, la tabla puesta en común para que se sienten a ella cuantos personajes infernales andan sueltos, sean clérigos encumbrados o públicos hombres de Estado. Lo mismo da.
Nosotros queremos pedir la gracia de ser leales al mismo magisterio paulino que, a propósito del anterior anatema, nos ordena: “no quiero que vosotros entréis en comunión con los diablos. No podéis beber el cáliz del Señor y el cáliz de los demonios”. Para eso estamos y seguiremos estando los nacionalistas católicos: para no darles tregua ni a los terroristas pensionados ni a los organizadores de aquelarres.

Antonio Caponnetto