martes, 23 de septiembre de 2014

1492. Fin de la Barbarie. Comienzo de la Civilización en América

Publicado Por Revista Cabildo 
Nº 108 Mes de Julio/Agosto de 2014 3º Época
BIBLIOGRÁFICAS

Cristian Rodrigo ITURRALOE
1492. Fin de la Barbarie. Comienzo de la Civilización en América
El siguiente es un fragmento del reciente libro publicado por Cristian Rodrigo Iturralde, bajo este título.  La obra es el volumen primero de una investigación de mayor aliento. Fue editada por ediciones Buen Combate, cuyos datos para contactarse aparecen en este mismo número de "Cabildo"
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 RESULTA indudablemente llamativo el hecho de que, a pesar de la sustancial evidencia existente en torno al cruel salvajismo de los pueblos precolombinos, persistan aún grupos y/o personas que insistan en aludir a estas culturas o imperios, particularmente al incaico, como una suerte de paraísos terrenales, donde todos los hombres vivían felices, sin preo¬cupaciones, tomados de la mano, hasta que llegó la "invasión" española. No muestra eso, ciertamente, la realidad de los hechos.
Menester es hablar claro y a este respecto corresponde señalar dos o tres cosas. Bajo estos absolutismos teocráticos jamás existió la libertad de conciencia ni la de expresión, ni la pluralidad de partidos políticos, ni elecciones libres ni el derecho a la protesta. O sea, ninguna de las categorías políticas divinizadas por los defensores de estas culturas. A decir verdad, no existió en ellas nin¬gún tipo de libertad. Cualquier desobediencia o disidencia de pensamiento respecto de las autorida¬des era considerada una grave ofensa y castigada sistemáticamente con la muerte, precedida muchas veces de tortura. El pueblo raso, la clase trabajadora, proletaria, que comprendía la mayor parte de la población, no tenía más derecho que tomar alguna ración de alimento diario de lo que cultivaba para su
 sustento y recibir alguna vestimenta rudimentaria para el trabajo. ¿Trabajo remunerado? ¿combate a la plusvalía? ¿Aguinaldo? ¿Sindicatos? ¿Vacaciones? ¿Feriados? ¿Beneficios? ¿Horas extras? Nada de ello existió jamás en estos imperios, tan idealizados hoy.
La desproporción entre el delito y el castigo era alarmante, siendo un claro ejemplo de ello la ley que ordenaba la pena máxima para quien robara siete mazorcas o vistiera brazalete de oro (sin ser noble) y/o cometiera otras infracciones menores como las mentadas. A los niños desobedientes de once años, comenta Von Hagen, los padres los castigaban clavando y pinchando su cuerpo con espinas hasta que sangrara o haciéndolos inhalar humo. A los doce años, el castigo estribaba en desnudarlos y dejarlos en la tierra boca abajo un tiempo largo con sus manos atadas por la espalda (cfr. Von Hagen: "Ancient Sun Kingdoms of the Americas", Great Britain, Paladín, 1973, pág. 42).
El mismo etnólogo, que vivió y visitó en numerosas ocasiones aquellas regiones para sus investigaciones, señala —citando en su apoyo al Códice Florentino— que no pocas infracciones menores eran castigadas con cruentísima saña, torturando al individuo, clavándole espinas en todo el cuerpo hasta que la sangre brotara a raudales (Von Hagen: ob. cit., pág. 6 En la página siguiente de la obra, autor reproduce los códices indigenas que evidencian la frecuencia esta práctica).
Varios autores coinciden en que entre los aztecas existían cuatro formas de ejecuciones muy comunes. Al adúltero hombre se los expulsaba de la ciudad y se lo daba a perros y auras para que lo devoraran vivo, a la mujer se la estrangulaba. A los fornicarios (cualquiera su especie) se lo apaleaba y luego se lo quemaba, siendo sus cenizas luego arrojasadas al viento. Las mujeres adúlteras, nos dice el historiador José Tudela de la Orden, eran descuartizadas, estranguladas, quemadas, dejadas vivas a la voluntad vengtiva del marido [José Tudela de Orden: "La pena de adulterio ¡os pueblos precortesiano 1971. Citado por Rodríguez Shadow: "La Mujer Azteca", Universidad Autónoma del Estado de Mexico, México, 2000 (cuarta edición pág. 39. Prescott relata detalladamente cada uno de los delitos penados con la muerte ("Historia de Conquista de Méjico", Buenos Aires, Ediciones Imán, 1944, pág. 34-35)]. A los sacrilegos se arrastraba con una soga en el pezcuezo y se los ahogaba en lagunas. La blasfemia o el poner en duda la eficacia de la oración, era castigada con la muerte.
Finalmente, a los delincuentes más graves o prisioneros de guerra se los sacrificaba abriéndoles el pecho y sacándoles el corazón, pero también podía ser ejecutado de las siguientes formas: degollado, quemado, aspado, desollado, empalados, despeñados, asaetados, entre otras. También existía pena de muerte para los delitos de asesi¬nato, traición, aborto provocado, incesto, violación, robo con fractura (cfr. Francisco Javier Clavijero: "Historia Antigua de México", tomo II, Editorial Porrúa, México, 1945, pág. 32). Una acción fraudulenta, como alterar en un mercado las pesas y medidas establecidas con anterioridad, era también castigada con la muerte del ejecutor del delito. Incluso la embriaguez era considerada un grave delito, merecedora casi siempre del castigo de muerte, salvo para los ancianos, guerreros y nobles.
Un autor indígena como Bautista Pomar, desde su Relación de Texcoco, refiere los castigos aplicados a los culpables del delito de traición: "[...] porque el que era hallado o tomado por principal en este delito lo despedazaban vivo, cortaban por sus coyunturas con unos pedernales agudos, y tiraban con ios miembros pedazos que cortaban, a la gente que a la mira se hallaban, procurando por esta vía eternizar en la memoria de los hombres tan espantable castigo, para que no se atreviesen jamás a intentar semejante cosa; y a los demás que hallaban culpados en ello eran ahorcados, y ¡os bienes muebles de los unos y de los otros eran dados a sacomano, y las casas derribadas y sembradas de salitre, y la tierras confiscadas para el rey, quedando todos sus descendientes infames... era tan abominable este delito".
Otro notable historiador indígena, Fernando de Alva Cortés Ixtlilxóchitl, señala que gran parte de las culturas mesoamericanas castigaban violentamente la homosexuali-dad: el castigo consistía en extraer las entrañas al encontrado culpable del delito. El indígena Garcilaso de la Vega comenta acerca del particular régimen carcelario que tuvieron los incas para algunos infractores de sus leyes; refiriéndose singularmente a la tétrica prisión de Zancay, nos dice: "El Zancay, cárcel perpetua, era para los traidores y para los que cometían grandes delitos... era una bóveda debajo de la superficie, muy oscura donde se criaban serpientes, leones (pumas), tigres, osos, zorra, etc. Te-nían muchos de estos animales para castigar a ¡os delincuentes, traidores, mentirosos, ladrones, adúlteros, hechiceros murmura¬dores contra el Inca. A éstos los metían en ¡a cárcel para que se ¡o comieran vivos" (Felipe Guarnan Poma de Ayala: "Nueva Crónica y Buen gobierno II", pág. 225. Citado en Ling Santos: "Derecho Pena] en el Imperio Inca", 14/ 08/2011 (cfr. http://estudiojuridicolingsantos .blogspot. com).
Entre los mayas, los castigos más usuales que no implicaban la muerte eran la lapidación, destruc¬ción de los ojos, labrado en el rostro, esclavitud, amarradura de las manos a la espalda varias horas o un día. Una de las particularidades de los mayas es que los sacrificados salvajemente eran mayormente niños.
Hay más. Según los estudios demográficos comparativos más serios, entre incas, aztecas y mayas,
 habrían asesinado más de diez millones de personas en cerca de un siglo; sólo contabilizando las muertes causadas por los denominados sacrificios humanos. Los estudios modernos señalan a la vez la vora¬cidad antropofágica (caníbal) de casi todo las culturas indígenas americanas, que la practicaban con alar-mante frecuencia; al punto extremo que se consideraba entre éstos un manjar el feto del vientre de la mujer embarazada (a la que asesinaban previamente a este efecto), mientras culturas como los chibchas alimentaban por meses o años a niños para ser devorados una vez que estaban regordetes.
Quien tenía la "fortuna" de no ser devorado o perforado su pecho y extraído su corazón con un cuchillo de obsidiana para ser ofrendado a sus dioses, era preso de la tiranía de reyes y caciques, reducido al estado de esclavitud por el resto de su corta y desgraciada vida; que pretendía paliar con excesos de alcohol y sustancias alucinógenas y que solía terminar con el suicidio o la muerte a la que lo conducía los agobiantes e inhumanos trabajos en las calzadas, caminos y construcciones de templos y edificios, alejados de su prole y enviados a tierras lejanas, a climas y condiciones a los que no estaban adecuados, al mejor estilo soviético y de sus gulags. •