CARTA ABIERTA A MONS. LIVIERES
[Mensaje
de Alejandro Sosa Laprida solicitando la publicación en el blog de la
carta abierta que envió a Mons. Livieres a propósito de su destitución
como obispo de Ciudad del Este, Paraguay]
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Carta abierta a Monseñor Livieres.
25 Sep 2014
Muy estimado Monseñor : Sepa Usted disculparme por el
atrevimiento de escribirle respecto a su aceptación de la remoción de su
sede episcopal, pero me veo obligado en conciencia a hacerlo. Tenga a
bien igualmente perdonarme por el estilo espontáneo de esta misiva, pero
la urgencia de la situación es tal que me impide perder el tiempo en
cuestiones estilísticas. El motivo de este correo es simple, claro
y preciso : instarlo a que reconsidere su decisión.
En su carta al Cardenal Ouellet Usted descarta toda eventual
« rebeldía », alegando la debida obediencia a las « autoridades
legítimas ». Permítame decirle que está cometiendo un tremendo error,
cuyas consecuencias serán catastróficas. A su Diócesis le está
sucediendo exactamente lo mismo que le ocurrió a los Franciscanos de la Inmaculada : la destrucción pura y simple por intentar conservar la fe católica. Debe comprender que está Usted en todo su derecho
de resistirse a acatar esta decisión arbitraria, odiosa, ideológica y
totalitaria. Le diré aún más : Usted tiene no sólo el derecho, sino
también el deber de resistir, dado que la fe y la salvación de su rebaño están en juego. Prima lex, salus animarum :
el derecho canónico está subordinado al deber supremo de custodiar, de
profesar y de enseñar la fe católica : ninguna autoridad eclesial puede
invocar la obediencia debida a la jerarquía para destruir una iglesia
particular. Ni siquiera la persona que pasa ante los ojos del mundo por
ser el Soberano Pontífice. El cual no es, a mi entender, más que un
usurpador, un impostor y un destructor público
de la fe, un enemigo acérrimo y encarnizado de Dios, de la Iglesia y de
la salvación de las almas.Y al cual se le debe resistir públicamente, cara a cara, sin contemplaciones ni miramiento alguno (cf. http://nacionalismo-catolico-juan-bautista.blogspot.fr/2014/09/yo-no-critico-francisco-por-alejandro.html),
sin dejarse intimidar por la supuesta autoridad en la que este falso
profeta se escuda para terminar de derribar las últimas ciudadelas
católicas que todavía permanecen en pie en medio del campo de ruinas en
el que se ha convertido la Iglesia. No tema al qué dirán, Dios le dará
las gracias necesarias para soportar los ataques que su actitud
seguramente desencadenará. El lo reconfortará y lo sostendrá aquí abajo
en el transcurso de la prueba, y lo recompensará de manera
sobreabundante en la vida eterna, como a todos aquellos que Lo han
confesado públicamente y que han preferido dar testimonio Suyo sin
dejarse intimidar por las bajezas y los oprobios que les inflingen
insensatamente los adversarios de Dios y de la Iglesia, los esbirros de
Satán empurpurados, lobos rapaces disimulados bajo piel de cordero… Suyo
en Cristo Jesús y en María Santísima. ASL.
« ¡Basta de silencios! ¡Gritad con cien mil
lenguas! Porque por haber callado, el mundo está podrido. » (Santa
Catalina de Siena)
« Mis centinelas son ciegos, no tienen inteligencia. Son perros mudos que no pueden ladrar. Se acuestan, somnolientos, pues son amigos de dormir. » (Isaías 56, 10)
« Vi otra bestia que subía de la tierra : tenía dos
cuernos semejantes a los de un cordero, pero hablaba como un dragón. »
(Apocalipsis 13, 11)
Carta de Mons. Livieres al cardenal Marc Ouellet
Mons. Rogelio Livieres – Ex obispo de Ciudad del Este (Paraguay)
A
Su Eminencia Reverendísima
Cardenal Marc Ouellet, Prefecto de la Congregación para los Obispos
Palazzo della Congregazioni, Piazza Pio XII, 10,
00193 Roma, Italia
25 de septiembre de 2014
Eminencia Reverendísima:
Le agradezco la cordialidad con que me recibió el lunes 22
y el martes 23 de este mes en el Dicasterio que preside. Igualmente, la
comunicación por teléfono que me ha hecho hace unos momentos de la
decisión del Papa de declarar a la Diócesis de Ciudad del Este sede
vacante y de nombrar a Mons. Ricardo Valenzuela como Administrador
Apostólico.
Tengo entendido que el Nuncio, prácticamente en simultáneo
con el anuncio que Su Eminencia me acaba de dar, ha realizado una
conferencia de prensa en el Paraguay y ya se dirige hacia la Diócesis
para tomar control inmediato de la misma. El anuncio público por parte
del Nuncio antes de que yo sea notificado por escrito del decreto es una
irregularidad más en este anómalo proceso. La intervención fulminante
de la Diócesis puede quizás deberse al temor de que la mayoría del
pueblo fiel reaccione negativamente ante la decisión tomada, ya que han
manifiestado abiertamente su apoyo a mi persona y gestión durante la
Visita Apostólica. En este sentido recuerdo las palabras de despedida
del Cardenal Santos y Abril: «espero que reciban las decisiones de Roma
con la misma apertura y docilidad con que me han recibido a mí». ¿Estaba
indicando que el curso de acción estaba ya decidido antes de los
informes finales y el examen del Santo Padre? En cualquier caso, no hay
que temer rebeldía alguna. Los fieles han sido formados en la disciplina
de la Iglesia y saben obedecer a las autoridades legítimas.
Las conversaciones que hemos mantenido y, aparentemente ya
que no los he visto, los documentos oficiales, dan por justificación
para tan grave decisión la tensión en la comunión eclesial entre los
Obispos del Paraguay y mi persona y Diócesis: «no estamos en comunión»,
habría declarado el Nuncio en su conferencia.
Por mi parte, creo haber demostrado que los ataques y
maniobras destituyentes de la que he sido objeto se iniciaron ya desde
mi nombramiento como Obispo, antes incluso de que pudiera poner un pie
en la Diócesis –hay correspondencia de la época entre los Obispos del
Paraguay con el Dicasterio que Su Eminencia preside como prueba
fehaciente de ello. Mi caso no ha sido el único en el que una
Conferencia Episcopal se ha opuesto sistemáticamente a un nombramiento
hecho por el Papa contra su parecer. Yo tuve la gracia de que, en mi
caso, los Papas san Juan Pablo II y Benedicto XVI me apoyaran para
seguir adelante. Entiendo ahora que el Papa Francisco haya decidido
retirarme ese apoyo.
Sólo quiero destacar que no recibí en ningún momento un
informe escrito sobre la Visita Apostólica y, por consiguiente, tampoco
he podido responder debidamente a él. A pesar de tanto discurso sobre diálogo, misericordia, apertura, descentralización y respeto por la autoridad de las Iglesias locales,
tampoco he tenido oportunidad de hablar con el Papa Francisco, ni
siquiera para aclararle alguna duda o preocupación. Consecuentemente, no
pude recibir ninguna corrección paternal –o fraternal, como se
prefiera– de su parte. Sin ánimo de quejas inútiles, tal proceder sin
formalidades, de manera indefinida y súbita, no parece muy justa, ni da lugar a una legítima defensa, ni a la corrección adecuada de posibles errores. Sólo he recibido presiones orales para renunciar.
Que mis opositores y la prensa local hayan recientemente
estado informando en los medios, no de lo que había pasado, sino de lo
que iba a suceder, incluso en los más mínimos detalles, es sin duda otro
indicador de que algunas altas autoridades en el Vaticano, el Nuncio
Apostólico y algunos Obispos del país estaban maniobrando de forma
orquestada y dando filtraciones irresponsables para «orientar» el curso
de acción y la opinión pública.
Como hijo obediente de la Iglesia, acepto, sin embargo, esta decisión por más que la considero infundada y arbitraria
y de la que el Papa tendrá que dar cuentas a Dios, ya que no a mí. Más
allá de los muchos errores humanos que haya cometido, y por los cuales
desde ya pido perdón a Dios y a quienes hayan sufrido por ello, afirmo
una vez más ante quien quiera escucharlo que la substancia del caso ha
sido una oposición y persecución ideológica.
La verdadera unidad eclesial es la que se edifica a partir
de la Eucaristía y el respeto, observancia y obediencia a la fe de la
Iglesia enseñada normativamente por el Magisterio, articulada en la
disciplina eclesial y vivida en la liturgia. Ahora, empero, se busca
imponer una unidad basada, no sobre la ley divina, sino sobre acuerdos humanos y el mantenimiento del statu quo.
En el Paraguay, concretamente, sobre la deficiente formación de un
único Seminario Nacional –deficiencias señaladas no por mí, sino
autoritativamente por la Congregación para la Educación Católica en
carta a los Obispos de 2008. En contraposición, y sin criticar lo que
hacían otros Obispos, aunque hay materia de sobra, yo me aboqué a
establecer un Seminario diocesano según las normas de la Iglesia. Lo
hice, además, no sólo porque tengo el deber y el derecho, reconocido por
las leyes generales de la Iglesia, sino con la aprobación específica de
la Santa Sede, inequívocamente ratificada durante la última visita ad limina de 2008.
Nuestro Seminario diocesano ha dado excelentes frutos
reconocidos por recientes cartas laudatorias de la Santa Sede en al
menos tres oportunidades durante el pontificado anterior, por los
Obispos que nos han visitado y, últimamente, por los Visitadores
Apostólicos. Toda sugerencia hecha por la Santa Sede en relación a
mejoras sobre el modo de llevar adelante el Seminario, se han cumplido
fielmente.
El otro criterio de unidad eclesiástica es la convivencia
acrítica entre nosotros basada en la uniformidad de acción y
pensamiento, lo que excluye el disentimiento por defensa de la verdad y
la legítima variedad de dones y carismas. A esta uniformidad ideológica se la impone con el eufemismo de «colegialidad».
El que sufre las últimas consecuencias de lo que describo
es el pueblo fiel, ya que las Iglesias particulares se mantienen en
estado de letargo, con gran éxodo a otras denominaciones, casi sin
vocaciones sacerdotales o religiosas, y con pocas esperanzas de un
dinamismo auténtico y un crecimiento perdurable.
El verdadero problema de la Iglesia en el Paraguay es la
crisis de fe y de vida moral que una mala formación del clero ha ido
perpetuando, junto con la negligencia de los Pastores. Lugo no es sino
un signo de los tiempos de esta problemática reducción de la vida de la
fe a las ideologías de moda y al relajamiento cómplice de la vida y
disciplina del clero. Como ya he dicho, no me ha sido
dado conocer el informe del Cardenal Santos y Abril sobre la Visita
Apostólica. Pero si fuera su opinión que el problema de la Iglesia en el
Paraguay es un problema de sacristía que se resuelve cambiando al
sacristán, estaría profunda y trágimente equivocado.
La oposición a toda renovación y cambio en la Iglesia en
el Paraguay no sólo ha contado con Obispos, sino también con el apoyo de
grupos políticos y asociaciones anti-católicas, además del apoyo de
algunos religiosos de la Conferencia de Religiosos del Paraguay –los que
conocen la crisis de la vida religiosa a nivel mundial no se
sorprenderán de esto último. El vocero pagado y reiteradamente mentiroso
para tales maniobras ha sido siempre un tal Javier Miranda. Todo esto
se hizo con la pretensión de mostrar «división» dentro de la misma
Iglesia diocesana. Aunque la verdad demostrada y probada es la amplia
aceptación entre el laicado de la labor que veníamos haciendo.
Del mismo modo que, antes de aceptar mi nombramiento como
Obispo, me creí en la obligación de expresar vivamente mi sentimiento de
incapacidad ante tamaña responsabilidad, después de haber aceptado
dicha carga, con todo el peso de la autoridad divina y de los derechos y
deberes que me asisten, he mantenido la gravísima responsabilidad moral
de obedecer a Dios antes que a los hombres. Por eso me he negado a
renunciar por propia iniciativa, queriendo así dar testimonio hasta el
final de la verdad y la libertad espiritual que un Pastor debe tener.
Tarea que espero continuar ahora desde mi nueva situación de servicio en
la Iglesia.
La Diócesis de Ciudad del Este es un caso a considerar que
ha crecido y multiplicado sus frutos en todos los aspectos de la vida
eclesial, para felicidad del pueblo fiel y devoto que busca las fuentes
de la fe y de la vida espiritual, y no ideologías politizadas y diluídas
creencias que se acomodan a las opiniones reinantes. Ese pueblo expresó
abierta y públicamente su apoyo a la labor apostólica que hemos venido
haciendo. El pueblo y yo hemos sido desoídos.
Suyo afectísimo en Cristo,
+ Rogelio Livieres
Ex obispo de Ciudad del Este (Paraguay)