Ciudad de Solada
Aspice, Domine, quia facta est desolata civitas.
Quomodo sedet sola civitas.
Algunas reflexiones sobre lo ocurrido con la vacancia de la sede episcopal de Ciudad del Este.
En primer lugar, no podemos negar que se
cometieron varios desatinos por parte de los actores involucrados, y
señalo los dos más notorios:
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1. El P. Carlos Urrutigoity, o Father
U., excusa del escándalo, venía de un juicio en Estados Unidos, del que
había sido absuelto, pero que despertó un vendaval en los medios de
prensa y le terminó costando la sede a Mons. Timlin, obispo de Scranton.
Más allá de lo justo o injusto de la situación, lo cual no trataré en
este blog (y advierto que no publicaré ningún comentario en ese
sentido), lo cierto es que, frente a los hechos, lo prudente hubiese
sido mantener un perfil bajísimo y no asomar la cabeza porque, seguro,
lo iban a cascotear. Larvatus prodeo, diríamos en latín, o Hacete el muerto para que no te maten, en criollo.
2. Mons. Rogelio Livieres cometió
también, a mi modesto entender, errores garrafales. Si se jugó aceptando
a Fr. U. en su diócesis, sabiendo cómo venía la mano, jamás debió
ubicarlo en un puesto de alta exposición como el de Vicario General. No
tengo dudas de la gran capacidad del P. Carlos, pero bien podría haber
puesto un cura fantoche y presta-nombre en ese cargo, y que la diócesis
la manejara el cura mendocino desde las sombras, astucias básicas de
cualquier gobernante mínimamente avezado.
Por otro lado, sus declaraciones a la
prensa sobre el carácter retozón del arzobispo de Asunción fue una
imprudencia mayúscula por mucho motivos, pero señalo uno de ellos: le
dio a Francisco el motivo que necesitaba para echarlo.
Pero vayamos ahora a lo que me parece
más significativo en orden a los temas que venimos tratando últimamente
en el blog. No es inusual que obispos sean removidos de sus diócesis:
así ocurrió con Maccarone y Bargalló, que renunciaron voluntariamente, y
con Mons. Rey, cuya renuncia le fue "sugerida" antes de que estallara
un escándalo mayúsculo. Pero el caso de Mons. Livieres es distinto: él
se negó a renunciar más allá de las presiones que ejercieron los
curiales romanos, lo cual obligó al Santo Padre a declarar a Ciudad del
Este "sede vacante" y nombrar un nuevo obispo. Esto me parece sumamente
revelador y una señal que manda el Papa a todos los obispos: "No se
hagan los locos, porque los corro". Y pienso:
1. Me dirán los historiadores y
canonistas si es acertado, pero me parece muy inusual la declaración por
parte de Roma de una "sede episcopal vacante". ¿Es algo propio de las
misericordias y diálogos francisquistas?
2. Más allá de que se hayan vulnerado
canónicamente todos los derechos y garantías que podría aducir el
obispo, lo cierto es que en la Iglesia latina el Papa tiene poder
absoluto sobre cada uno de los bautizados que caminan sobre el planeta y
puede hacer con ellos lo que quiera. Y las consecuencias de este
disparate de absolutismo pontificio, que con tanto ahínco defiende los
lefes y otros tradicionalistas, están a la vista. Una cosa es tener de
Papa a San Pío X o a Benedicto XVI, y otra es tener a un chimpancé con
navaja.
3. Una situación de este tipo jamás
podría ocurrir en las iglesias orientales, sean católicas u ortodoxas.
Me animaría a decir, y corríjame algún canonista, que si a Bergoglio se
le ocurriera declarar la vacancia de una sede de, supongamos, Ucrania,
el sínodo de obispos lo sacaría a los escobazos, como sacó a escobazos
Hincmaro, arzobispo de Reims, al papa Juan VIII a fines del siglo IX
cuando éste pretendió meterse en la jurisdicción de los metropolitanos.
Insisto entonces sobre lo que hemos discutido varias veces en este foro:
el absolutismo papal es un peligroso disparate y no tiene tradición
apostólica, sino que surge en los primeros siglos del segundo milenio
por cuestiones meramente políticas. Ha traídos sus beneficios, no hay
duda de ello, pero los riesgos están a la vista.
4. Llama la atención lo expeditivo y la
voluntad ejecutiva de la Santa Sede para resolver el caso. En un mes, se
limpió al obispo y comenzó la destrucción de todo lo que se había hecho
en la diócesis paraguaya. Y llama la atención, digo, porque en casos
muchos más graves, se procedió mucho más lentamente o, directamente, no
se precedió. O peor aún: si la acusación a Mons. Livieres, obispo
conservador, es que protegió a un sacerdote sospechado de pederastia,
¿por qué no se actuó del mismo modo con el cardenal Godfriend Daneels,
obispo progresista? Recordemos que hace poco tiempo el escándalo de
Daneels en su sede flamenca involucró el allanamiento de la catedral y
del palacio episcopal por parte de la policía belga y el secuestro de
las computadores del purpurado donde se encontraron pruebas irrefutables
de su protección de curas y obispos pervertidos, entre ellos Mons.
Vangheluwe, obispo de Brujas, que abusó durante años de su propio
sobrino cuando éste era menor de edad. ¿Y dónde está ahora Daneels?
¿Penitente en algún monasterio por orden del severo papa Francisco que
no deja pasar una? Pues no. El cardenal Daneels acaba de ser nombrado
por el papa Bergoglio, personalmente, miembro del próximo sínodo sobre
la familia. Así como para la presidente argentina, Cristina Kirchner,
hay buitres malos (como el Fondo Elliot) y buitres buenos (como George
Soros), para el papa argentino hay encubridores malos (como Mons.
Livieres) y encubridores buenos (como el card. Daneels).
5. Finalmente, llama también la atención
que la razón que aduce el documento de la Curia Vaticana para la
remoción de Mons. Livieres de su sede sea la "falta de comunión" con el
resto de los obispos del Paraguay. ¿Es necesario, acaso, que un obispo,
para ocupar legítimamente su sede, esté en comunión con sus "hermanos"
obispos (con tales hermanos, mejor ser unigénito...)? Siempre pensé que
la comunión debía darse con el sucesor de Pedro. Pero todo cambia en
épocas bergoglianas.
Y una perlita final: el papa Francisco
nombró hace poco al cardenal australiano George Pell como Prefecto de la
nueva Secretaría de Asuntos Económicos de la Santa Sede. Este
purpurado, egresado de Oxford y de índole conservadora, se expresó
públicamente la semana pasada en contra de la posibilidad de que los
divorciados y vueltos a casar puedan comulgar, al unísono de muchos
otros obispos. Y, oh casualidad!, han comenzado a aparecer en varios
medios de prensa noticias acerca de que, mientras era arzobispo de
Sydney, protegió a un cura pederasta, acusación de la que fue
sobreseído, aunque eso no se dice. No me extrañaría que, en las próximas
semanas, el papa Francisco, en su cruzada anti-encubrimiento, descabece
al cardenal Pell de su puesto curial y lo mande de Patronus de la Orden Equestre del Santo Sepulcro.
By the way, ¿qué pasaría si aquí
contamos los casos de encubrimiento a sacerdotes sodomitas que pesan
sobre el ex-cardenal Bergoglio durante su desempeño en la sede porteña?