Dra. COHEN AGREST:
"ODIO AL SISTEMA QUE DEJÓ MATAR A MI HIJO"
"¿Me prestás el auto, mami? Tengo un montón de cosas que hacer", le dijo
Ezequiel el 8 de julio de 2011, antes de empezar un día como cualquier
otro.
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El joven de 26 años, estudiante de cine, iba a la casa de una
compañera de la facultad en Caballito con la que estaba trabajando en la
filmación de un cortometraje. Cuando entraba, en plena tarde, un joven
que pasaba por la puerta aprovechó la situación, y con el arma que
llevaba en la mochila los amenazó y entró con ellos. En la planta alta
de la casa, los obligó a tirarse al piso, ató al hermano de la chica que
estaba durmiendo y mientras se disponía a atarla a ella, Ezequiel
reaccionó y empezó a forcejear con él. La joven y su hermano escaparon
hacia la planta baja. Y desde ahí escucharon un disparo. El juicio se
hizo ocho meses después, y en abril de 2012 el Tribunal Oral N° 28
condenó a cadena perpetua al asesino, Sebastián Pantano, hijo de un ex
policía con 11 causas judiciales previas. “Pedimos perpetua porque
perpetua es la ausencia de nuestro hijo”, declaró entonces Diana Cohen
Agrest. Doctora en Filosofía, magíster en Bioética, profesora de la UBA,
investigadora y ensayista, el crimen de su hijo la sumergió en la
lectura y el estudio de las leyes, la jurisprudencia, las estadísticas y
las historias humanas detrás de los homicidios en los casos de
inseguridad. “Necesitaba crear un horizonte de sentido donde inscribir
este dolor”, dice ahora. En febrero, justo cuando mandaba a imprenta su
libro "Ausencia perpetua" (debate), supo que la Cámara de Casación Penal
había hecho lugar a un pedido de la defensa y revocó la condena a
perpetua del asesino de Ezequiel, que ahora deberá ser recalculada.
¿Se esperaba este vuelco en la causa?
Esa Cámara de Casación, compuesta por (Alejandro) Slokar, (Ana María) Figueroa y (Ángela Ester) Ledesma, *
ya tiene antecedentes de haber actuado de esta manera, en este sentido y
de beneficiar a delincuentes. Con este fallo, la Justicia argentina
está haciendo apología del delito. Los argumentos son obscenos: termina
culpándose a mi hijo de su muerte por intentar defenderse, que el
homicida no tuvo el cuidado de poner el seguro al arma cuando en
realidad le disparó cuando ya estaba desmayado y que si hubiera tenido
intención de matar habría corrido a los otros dos chicos también.
¿Alguien que va con un arma en la mochila no tiene intención de matar?
Usted cuestiona lo que llama el ideario garantoabolicionista que opera detrás de las excarcelaciones y la reducción de penas.
Claro. El argumento es que la cárcel es una pena infamante porque las
prisiones, por sus condiciones, son escuelas del delito. Lo que pasa es
que la solución no es abolir las cárceles, como proponen ellos, sino
mejorarlas: garantizar que no haya ningún tipo de vejamen, que sean
limpias, que sean ordenadas, que los detenidos puedan trabajar. ¡Pero
que estén presos! Las bases de este ideario del derecho penal mínimo son
importadas de Noruega, cuando un sociólogo llamado Christie Nils en
1977 dijo que había demasiadas normas para demasiados pocos delitos.
¿Qué tiene que ver esto con Argentina? Nada. Se importó el ideario del
derecho penal mínimo pero no las condiciones socioeconómicas del país ni
las de las cárceles.
¿Pero se trata de un problema de la ley o de su aplicación? Porque las leyes argentinas justamente no son garantistas.
No, las leyes están bien. Es un problema de interpretación, del uso y
aplicación que le dan los abogados y los jueces. Muchos de ellos, sobre
todo los de las últimas generaciones, formados en este ideario. Como
también lo son quienes fueron convocados para la reforma del Código
Penal convocada por la Presidenta como una comisión multipartidaria; lo
cual es cierto, pero resulta que salvo (Federico) Pinedo, que no es un
penalista, los otros cuatro integrantes –María Elena Barbagelata,
Ricardo Gil Laveedra, León Arslanián y Raúl Zaffaroni-, responden a un
único ideario que es el de abolir la cárcel. Entonces usan argumentos
que ponen a la víctima y al victimario en igualdad de condiciones; y
hablan de penas duras y blandas: ¿30 años son penas duras para quien
mató? ¿Y la víctima que fue condenada a muerte y no tiene voz? Hace poco
alguien decía: ¿Qué quieren? ¿Qué los pongamos en una mazmorra y
tiremos la llave al río? Yo no quiero eso, pero entiendan que con mi
hijo hicieron eso. Con mi hijo y con decenas de miles de víctimas,
porque son 57 mil sólo las oficiales en menos de 20 años.
En uno de los capítulos de su libro usted reflexiona sobre: “el que mata ¿debe morir?”…
Aclaremos que no estoy de acuerdo para nada con la pena de muerte.
Porque nadie tiene derecho a sacarle la vida al otro. Lo que sí, que es
la otra respuesta, tiene que haber castigo. Hegel, y todos los teóricos
del derecho, dicen que en realidad cuando se castiga a un delincuente se
le está reconociendo su humanidad. Esto se cita en todos los tribunales
del mundo. De la misma manera que cuando se da derechos: entonces si se
permite votar, por ejemplo, se está en condiciones de cumplir la ley.
El otro día leyendo un blog alguien decía que es elitista la visión de
los teóricos del derecho que sostienen este ideario garantoabolicionista
y proponen la idea del perdón. Porque está completamente alejada de
cómo se resuelven las cuestiones en los sectores menos ilustrados de la
sociedad, donde lo que se reclama es la ley taleónica del ojo por ojo y
diente por diente. Eso, que es aberrante, un retroceso al estado de
naturaleza en el que la justicia se hacía por mano propia, es sin
embargo una consecuencia de la injusticia. Y multiplica la cantidad de
homicidios.
En este análisis se está
focalizando en el castigo del delito ya cometido y no en la prevención
del delito, que sería lo único que podría evitar las muertes.
Esas son nociones sociológicas extrajurídicas que pueden explicar por
qué se llega al delito, pero que no pueden funcionar a la hora de juzgar
un delito. Porque tenemos un país que ha crecido mucho en los últimos
años pero no mejoró en igual medida la educación y el trabajo. El otro
día una jueza decía que a un chico que delinque le regalaría una
computadora, y que en dos o tres generaciones se van a ver los
resultados; que hoy se está apostando al futuro y que ese es el único
camino. Yo me pregunto: ¿No se va a castigar el delito hasta que pasen
esas generaciones? Si es así, ¿son los jueces que sacrifican sus propios
hijos en pos de ese futuro? Vivimos en una sociedad filicida. Es una
sociedad que mata a sus hijos. Y eso lo vemos desde la época del
Proceso, lo vemos con la AMIA, con Cromañón y el otro boliche Beara, con
la tragedia de Ecos, con Once y con el número creciente de las víctimas
de la inseguridad, que en su mayor parte tienen entre 16 y 25 años;
tanto víctimas como victimarios. Y la mayoría de esas víctimas están en
barrios de emergencia, son pobres trabajadores a los que matan por una
computadora, como pasó al diseñador gráfico boliviano o los chicos del
delivery por la moto. El delito no se va a poder erradicar, eso está
claro, pero una cosa es cuando está sancionado por un Estado que ejerce
su poder punitivo a través del castigo y otra es cuando se avala el
delito por la falta de sanción.
Se han hecho muchos estudios que dicen que el endurecimiento de las penas no sirve como efecto disuasorio.
Eso discusión ya se dio. En todos los sistemas de derecho existen dos
funciones de la pena: la retributiva, que es castigar por lo que se
hizo, y la disuasoria. Carlos Nino decía ya en los ‘90 que el valor
retributivo no existe porque no sirve para nada castigar cuando ya se
cometió el hecho, pero que sí tiene un valor disuasorio. Y Zaffaroni,
principal impulsor del garantoabolicionismo en nuestro país, decía que
ni siquiera tiene un valor disuasorio porque el delincuente no va con el
Código Penal bajo el brazo. Eso es mentira, porque si no, por qué en
todos los demás ámbitos del derecho subsiste la función retributiva: si
pasás un semáforo en rojo o si no pagás los impuestos. En cambio en el
fuero penal, justamente donde se juega el bien más sagrado, no funciona.
Esto no es caprichoso: hay una resistencia a modificar este estado de
cosas porque la gran familia judicial funciona como una mafia. Es una
familia: Con cada excarcelación, los delincuentes pagan por su libertad y
todos cobran. ¿Y cómo? Volviendo a delinquir. Una cifra importante: el
92% de los delitos que se cometen en la Argentina los cometen
reincidentes.
Los padres de Matías Berardi,
asesinado por sus secuestradores, decían que el dolor era tan grande
que no había lugar para el odio. ¿Le pasa algo similar?
Yo no tengo el odio dirigido al chico. Yo el odio lo tengo contra el
sistema penal. Porque cada uno hace lo que le dejan hacer y ellos son
los responsables. Los jueces que en 2010 dejaron libre a Sebastián
Pantano firmaron la sentencia de muerte de Ezequiel, porque si ese chico
hubiera estado preso, mi hijo estaría vivo. A mí nadie me lo trae nunca
más. Nosotros somos pedazos que todos los días intentamos no
desintegrarnos. El ser humano vive por el deseo, y construye un
horizonte de felicidad que lo sostiene y lo impulsa… Nosotros no
tendremos nunca más ese horizonte de felicidad. Yo estoy sobreviviendo
el día a día con un puñal clavado en el alma.
¿La filosofía la ayudó en esta supervivencia?
Sí, mucho. Yo soy una estudiosa de (Baruch) Spinoza. El dice que no
podemos elegir lo que nos pasa, pero sí lo que hacemos con lo que nos
pasa. Se los digo todo el tiempo a mis hijas y me lo repito a mí misma:
lo que se puede hacer es resignificar, esto es, darle un sentido que
proviene de uno. Lacan dice: “la palabra o la muerte”. Para mí la
palabra fue curativa, porque permite transformar un dolor en una acción:
ojalá el sinsentido de la muerte de Ezequiel pueda tener el sentido de
trascender este dolor para evitar que a otros les pase. A mí lo que más
me cambia hoy no es si le dan 20 o 25 años al asesino de mi hijo, aunque
seguro me cambiará el día que lo vea en la calle. Lo que me cambia
realmente es que, a partir de mi lucha, algún juez se abstenga de
excarcelar y así se salve la vida de alguna persona. No lo voy a saber
nunca. Pero ese es el horizonte de sentido que estoy construyendo.
NOTA NUESTRA
* Se
trata de la misma sala que permitió recientemente el consumo de drogas
dentro de las cárceles. El Dr Slokar es miembro del Centro de Estudios
Legales y sociales que dirigido por el ex terrorista Horacio Verbitzky,
es la asina del garanto-abolicionismo penal de la
escuela Holandesa cuyo mentor era Luks Hullman y aquí Eugenio Zaffaroni.
http://www.lmneuquen.com.ar/noticias/2013/5/26/odio-al-sistema-que-dejo-matar-a-mi-hijo_188516