Benedicto XVI es el que posee la Suprema Potestad en la Iglesia Universal
“Cuando
el peligro es grande no se puede escapar. Es, por eso, que éste
definitivamente no es el momento de renunciar. Es precisamente en
momentos como éste, que tenemos que resistir y superar la situación
difícil.
PRESIONE "MAS INFORMACION" A SU IZQUIERDA PARA LEER EL ARTICULO
Este es mi pensamiento. Uno puede renunciar en un momento de paz, o en las que simplemente no puede hacerlo más. Pero uno no puede huir en el momento del peligro y decir: “que se ocupe otro” [...] Cuando un Papa llega a la clara conciencia de no poder físicamente, mentalmente y espiritualmente para llevar a cabo la tarea que le ha confiado, entonces tiene el derecho, en determinadas circunstancias, y también el deber de dimitir”(Luz del Mundo, Libreria Editrice Vaticana, 2010, p. 53).
Las palabras del Papa Benedicto XVI son claras: no es el momento de renunciar (= «non è il momento di dimettersi»), sino que hay que resistir (= «che bisogna resistere»).
«Cuando
un Papa llega a la clara conciencia de no poder físicamente,
mentalmente y espiritualmente para llevar a cabo la tarea, entones tiene
el derecho de… dimitir». Este pensamiento del Romano Pontífice es distinto cuando da su renuncia:
«he llegado a la certeza que mis fuerzas, por la edad avanzada, ya no son aptas» … «para
gobernar el barco de San Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario
también el vigor sea del cuerpo, sea del ánimo, vigor que, en los
últimos meses, en mí ha disminuido en modo tal que debo reconocer mi
incapacidad de administrar el ministerio a mí confiado».
El
Papa, en su renuncia sólo da una razón: la disminución del vigor del
cuerpo, la edad avanzada, que hace que el ánimo se sienta turbado,
pesado, sin fuerzas. Pero el Papa no da una razón espiritual de su
renuncia. El cuerpo puede estar débil, sin fuerzas; la cabeza puede
estar no lúcida; pero no son razones para renunciar. Juan Pablo II se
mantuvo hasta el final, con sus enfermedades. Y podía haber dicho: ahí
os quedáis todos. Y, sin embargo, se mantuvo siendo un Papa católico
hasta el final: perseveró en la gracia de su Pontificado. Fue fiel a esa
gracia.
Benedicto XVI pone una excusa pobre y esconde la verdadera razón. No puede decirla. La razón espiritual debe callarla.
«No es el momento de renunciar»
y, sin embargo, me han obligado a renunciar. Esto lo calla el Papa
Benedicto XVI. Si el Papa hubiera sido fiel a su pensamiento: «uno no puede huir en el momento del peligro»,
entonces no hubiera renunciado. Quien conozca la mente de Benedicto XVI
sabe muy bien que él siempre ha sido fiel a su pensamiento. El Papa
Benedicto XVI tiene una cabeza bien montada: sabe lo que piensa y sabe
lo que dice. No es como muchos seudo-teólogos, llenos de ambigüedades,
que no saben ni lo que piensan ni lo que dicen. No es un Bergoglio que
es un veleta del pensamiento del hombre: es un hombre sin ideales, sin
rumbo, sin camino, sin una obra verdadera. Bergoglio es un pervertido en
su juicio: no tiene cabeza, es un loco, carece de toda inteligencia
espiritual y humana.
Al
Papa Benedicto XVI le pusieron el arma en la sien: es un modo de hablar
para decir que la Iglesia está gobernada por hombres que no pertenecen a
Ella, sino que han escalado los puestos claves para dar el asalto a la
Verdad.
La Verdad no puede ser vencida, pero sí ocultada de muchas maneras. Sí perseguida en muchos frentes.
El
Papa Benedicto XVI sabe lo que hay en la Iglesia: en su interior. Los
conoce a todos con los ojos cerrados. Pero debe callar. Si hubiera huido
de Roma, entonces habría hecho la Voluntad de Dios. Pero dejó a la
Iglesia en manos del lobo. Y esto es un pecado que hay que expiar.
Con
la muerte del Papa Benedicto XVI se acaba el tiempo del Papado: surge
el tiempo del Anticristo. Ya estamos en su inicio, pero debe morir el katejon. No sólo debe renunciar, sino morir, para que se cumplan las escrituras.
Tiene que cumplirse la profecía de Fátima, en su segunda parte: «y vimos…a un obispo vestido de blanco» que «llegado a la cima del monte… fue muerto por un grupo de soldados». La primera parte del Tercer Secreto, ya se cumplió en estos 18 meses: Dos Papas en Roma; uno de ellos bajo la influencia del demonio, poseído por Satanás..
La
Iglesia vive de profecías, porque Jesús es un Profeta. Y todo sacerdote
es un profeta. Jesús es la Palabra del Pensamiento del Padre. Eso es
ser profeta: habla lo que el Padre le dice. Transmite íntegramente la
Mente del Padre. El profeta no pone nada de su intelecto humano. No
interpreta lo que recibe de Dios. Lo da sin más, aunque el mundo no lo
comprenda.
Por
eso, hoy los católicos se afanan por buscar falsos profetas que les
digan que lo que pasa en la Iglesia no es nada, que todo va de
maravilla, que continúen obedeciendo a Bergoglio, que tiene fama de
santidad. No quieren escuchar la voz de Dios, no quieren buscar la
verdad. No les interesa lo que piensa Dios de todo esto que pasa en la
Iglesia, porque es más fácil acomodarse a lo que los demás piensan y
deciden en la vida.
Siempre
el falso profeta habla para que el otro se sienta contento, a gusto. Y,
por eso, no es un profeta de calamidades, de desastres, de castigos, de
muertes… Sino que es falso profeta de misericordia, de amor, de paz, de
ternura, de fraternidad, que es siempre el lenguaje humano de los
tontos, de los tibios, de los pervertidos en sus juicios humanos.
La
Iglesia se llena de falsos profetas y de una falsa Jerarquía que limpia
las babas que se le caen a Bergoglio cuando habla. Esto es la Iglesia
actualmente: todos maquillando a un hereje, a un cismático y a un
apóstata de la fe. Y lo hacen cobrando. Es el negocio que ahora se han
montado en el Vaticano: gente que apoye las barbaridades de ese hombre,
gente que haga filosofía de la mentira de ese hombre; gente que viva
como ese hombre.
¿Renunció el Papa Benedicto XVI al misterio petrino o al ministerio episcopal?
El
Romano Pontífice es el Obispo legítimo de la diócesis de Roma, es
decir, que el Papa es también el Obispo de Roma. Primero es ser Papa,
después es ser Obispo de Roma.
«El
Obispo de la Iglesia de Roma, en quien perdura el ministerio concedido
singularmente por el Señor a la persona de Pedro, el primero de los
Apóstoles, y que debe transmitirse a sus sucesores, es la cabeza del
Colegio de Obispos, Vicario de Cristo y Pastor aquí en la tierra de la
Iglesia universal; él, por ello, en virtud de su ministerio, tiene
potestad ordinaria suprema, plena, inmediata y universal sobre la
Iglesia, potestad que puede siempre ejercer libremente» (canon 331).
En este canon se reconoce al Obispo de Roma como en quien está el ministerio del Sucesor de Pedro: «El Obispo de la Iglesia de Roma es… el Pastor aquí en la tierra de la Iglesia Universal».
Son dos poderes distintos: un poder que se vincula al gobierno de la
diócesis de Roma y otro poder que es relativo a la Iglesia Universal,
como Cabeza de Ella, como Papa. Son dos poderes en un mismo sujeto: el
Papa.
El
Papa es Obispo. Por lo tanto, tiene el primado de honor, es decir, la
potestad sobre todos los Obispos, y gobierna en la jurisdicción de Roma,
con ese poder. El poder del Papa es episcopal.
Pero
el Papa también es el Vicario de Cristo, que tiene el Primado de
Jurisdicción, es decir, la Suprema Potestad en toda la Iglesia, para
gobernar en todas las diócesis del mundo, no sólo en Roma.
Cuando
Jesús da a Pedro la Potestad Suprema lo hace de manera independiente
del cargo de Obispo de Roma. Este cargo lo asume San Pedro, después de
recibir la Potestad Suprema, el Primado de Jurisdicción. Por tanto, es
antes el Primado de Jurisdicción, el gobierno de toda la Iglesia
Universal, que el gobierno de la diócesis de Roma, el ser Obispo de la
Iglesia de Roma. Son, claramente, dos poderes distintos y que se pueden
separar. No son absolutamente indisolubles. No existe en la Iglesia una
ley canónica que imponga la indisolubilidad entre el Primado de
Jurisdicción y la potestad de gobernar la diócesis de Roma. Hay que
distinguir las dos potestades.
La
Suprema Potestad que San Pedro transmite a sus sucesores es
independiente de la potestad de ser el Obispo de Roma. Esta Suprema
Potestad lleva aneja la jurisdicción sobre Roma. Jesús deja Su Vicario a
la Iglesia, pero no deja un Obispo de Roma: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré Mi Iglesia». Sobre la persona de Pedro está levantada la Iglesia, no sobre la ciudad de Roma, no sobre el gobierno de la Iglesia de Roma.
Esta Suprema Potestad es por derecho divino, iure divino: «El Romano Pontífice, legítimamente elegido,… obtiene, por derecho divino, la plena potestad de Jurisdicción»
(Canon 219 del Código de 1917). Pero el ser Obispo de la Iglesia de
Roma no es por derecho divino; sino que es o bien por derecho
humano-eclesiástico o bien por derecho eclesiástico-apostólico, según la
naturaleza del derecho por el cual San Pedro unió de hecho el Primado
con el Episcopado Romano.
¿Qué hizo el Papa Benedicto XVI?: «declaro me ministerio Episcopi Romae, Successoris Sancti Petri… renuntiare» («declaro que renuncio a mi ministerio de Obispo de Roma, Sucesor de San Pedro»).
Es
claro el pensamiento del Papa Benedicto XVI: renuncia a ser Obispo de
la Iglesia de Roma, que es también el Sucesor de Pedro; pero no renuncia
a ser el Vicario de Cristo, el Pastor de la Iglesia Universal. El Papa
nombra los dos poderes: Obispo de Roma y Sucesor de Pedro; pero sólo
renuncia al ministerio episcopal de la diócesis de Roma.
¿Qué tenía que haber dicho Benedicto XVI para renunciar al ministerio petrino?
Tenía
que haber empezado, precisamente, por ese poder: el Supremo Poder, el
ministerio petrino, el papado. Porque el Papa es antes Vicario de Cristo
que Obispo de Roma. Luego, para renunciar como Papa, como el que tiene
la Suprema Potestad en la Iglesia Universal, tenía que haber dicho, como
en la renuncia del Papa Celestino V:
«Ego
Caelestinus Papa Quintus motus ex legittimis causis, idest causa
humilitatis, et melioris vitae, et coscientiae illesae, debilitate
corporis, defectu scientiae, et malignitate Plebis, infirmitate
personae, et ut praeteritae consolationis possim reparare quietem;
sponte, ac libere cedo Papatui, et expresse renuncio loco, et Dignitati,
oneri, et honori, et do plenam, et liberam ex nunc sacro caetui
Cardinalium facultatem eligendi, et providendi duntaxat Canonice
universali Ecclesiae de Pastore»
«cedo Papatui, et expresse renuncio loco, et Dignitati, oneri, et honori»: «me retiro del Papado y, expresamente, renuncio al lugar y a la dignidad y al peso del deber y al cargo en el poder»
El
Papa Benedicto XVI, para dar la Voluntad de Dios clara sobre su
renuncia como Papa legítimo, tenía que haber manifestado que renunciaba
al ministerio petrino, no al ministerio episcopal. Como no manifestó
claramente esto, se sigue que el Papa Benedicto XVI sigue siendo el Papa
legítimo. Sólo renunció a ser el Obispo de Roma, poder que está anejo a
la Suprema Potestad que tiene como Vicario de Cristo, como Sucesor de
San Pedro.
Si no se hace esta distinción de poderes, entonces no se puede discernir qué cosa hizo el Papa Benedicto XVI en su renuncia.
Bergoglio
sólo está como Obispo de la Iglesia de Roma, pero sin el poder divino,
que le viene por el Papa legítimo, que es Benedicto XVI. Por haber
puesto un gobierno horizontal, automáticamente pierde ese poder divino y
rige la Iglesia de Roma con un poder humano: es decir, está haciendo un
cisma como Obispo de la Iglesia de Roma. Él no tiene ninguna potestad
sobre la Iglesia Universal: carece del Primado de Jurisdicción que sólo
permanece en el Papa Benedicto XVI.
Este Papa sólo renunció como Obispo de Roma, pero no como Vicario de Cristo.
Esta
es la Verdad que nadie cuenta, porque a nadie le interesa el dogma del
Papado, la ley de la Gracia, la Voluntad de Dios en Su Iglesia.