23/02/2015 Por Mauricio Ortín
La carta abierta que, sobre la marcha del #18F publicó en Facebook la presidente argentina no sólo transmite
su visión antojadiza sobre el hecho en cuestión sino, también, revela
el grave desequilibrio psíquico que la agobia. Al respecto,
parafraseando a lord Acton,
para este caso vale aquello de que el poder enferma (la psique) y el
poder absoluto enferma absolutamente.
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Para muestra, el botón que sigue.
Básicamente, según Cristina, la multitudinaria marcha fue parte de la
ejecución del plan siniestro (Golpe Blando) que tiene por fin
destituirla de la presidencia de la Nación y en absoluto tenía que ver
–salvo en el caso de las hijas y la ex esposa- con un homenaje al fiscal Alberto Nisman.
Ahora bien, ¿cómo sabe, cabalmente, cuál o cuáles fueron los motivos
que movilizaron a cientos de miles de argentinos en todo el país y en el
mundo? ¿Acaso piensa que Alberto Nisman
–como la familia de condolencias- no era merecedor de un homenaje? o,
en su defecto, ¿cree que aquellos que asistieron son unos perfectos
farsantes que marcharon tras intereses espurios usando la tragedia del
fiscal cuya muerte les importa un bledo? Ambas consideraciones presentes
en la carta de la presidente, además de un insulto gratuito a los
marchantes y, fundamentalmente al fiscal, tienen todos los condimentos
para calificar a la carta como un perfecto delirio. Delirio que no es el
primero sino el último de una larga serie a la que lamentablemente nos
vamos acostumbrando pasivamente .
Delirios paranoicos que la psicología básica, en el caso de Cristina,
distingue como “delirio de grandeza” y “delirio de persecución”.
Síntomas inequívocos del primero son las sistemáticas alusiones autorreferenciales
de sus discursos, por ejemplo: “Nunca como en este gobierno se invirtió
tanto en...”, “Nadie como este gobierno hizo tanto por...”, "Amo construir, debo ser la reencarnación de un gran arquitecto egipcio", "Me siento un poco
la Sarmiento del Bicentenario”. Así también, en la conmemoración del 25
de Mayo de 2013 hizo una larga perorata hablando se sí misma con una
que otra frase dedicada a la Revolución de Mayo. Más grave e
inocultable, todavía, es el delirio o manía persecutoria que la afecta.
Así, por ejemplo, constituye un caso de escopeta la embestida contra los
jueces y fiscales que no se le someten (como los serviles jueces y
fiscales K) dando curso
a denuncias fundadas contra la presidente y otros funcionarios del
gobierno. A este ejemplo de paranoia persecutoria se debe también sumar
la que tiene con Clarín, el campo, la CIA, el juez Griesa, Stiuso, Magnetto, los fondos “buitre”, Jorge Lanata, la derecha, el Dr. Carlos Fait, o "Si me pasa algo no miren a Oriente, miren al Norte”.
Ahora
bien, en contra de la hipótesis de que es el trastorno psíquico de
Cristina lo que marca el rumbo de su acción política, se podría admitir
(y los mismos hechos que -en cierta forma- corroboran la primera sirven
también para afianzar la segunda hipótesis) la que sostiene que lo que
erróneamente suponemos como conductas psicopatológicas son en realidad
el resultado de un plan fríamente
concebido con el propósito específico conservar poder y/o la impunidad.
Al respecto, sin importar si cuál de las dos o la combinación de ambas,
lo real es que son absolutamente perjudiciales para la armonía social.
Es típico
de los totalitarios en el poder la necesidad de inventar enemigos
implacables que representan el mal; “enemigos” de que los que nos
defienden y a los que hay que exterminar para bien de todos. En ese
sentido Hitler echó mano a los judíos; Fidel Castro, a los “gusanos”
cubanos y a los EE.UU.; Stalin, a los “enemigos del pueblo” y el kirchnerismo, primero (con la complicidad de la oposición y la Corte Suprema de Justicia, con la digna excepción del juez Carlos Fait),
a las FF.AA., luego a la “oligarquía” sojera, después, al Grupo Clarín
y, por último, al partido judicial. Tanto el fascismo como el comunismo,
una vez en el gobierno, arrasan con la independencia del Poder
Judicial, la prensa libre y los partidos políticos.
Benito
Mussolini, Hugo Chávez, Nicolás Maduro, Evo Morales, Cristina Kirchner
y tantos otros son víctimas pero, fundamentalmente, victimarios de la
enfermedad de poder que los lleva a la política que va y viene,
inexorablemente, desde el culto a la propia personalidad hasta la
fabricación del enemigo ideal. Resulta imposible ni importa demasiado saber cuánto de perturbación mental y cuánto de cálculo cínico hay en este camino sin retorno que emprenden los pichones de totalitarios o totalitarios a secas. Algo es seguro, los gastos lo pagan otros.