Gallofas peperas
Por Juan Manuel de Prada
¡Ay, los sacrificios que los
peperos tienen que hacer por esos ultracatólicos casposos!
GALLOFA se llamaba en la
literatura clásica al hueso roído o mendrugo de pan mohoso o troncho de berza
podrida que se entregaba al mendigo a modo de desmayada limosna. Y, más que
entregarse, se arrojaba desde cierta distancia, pues no convenía acercarse en
demasía al mendigo, que tal vez escondiera entre los harapos alguna buba o
escrófula purulenta. De este modo, a la vez que acallaba su mala conciencia, el
reticente benefactor evitaba el contagio.
A modo de gallofa, el Gobierno
pepero ha arrojado a su electorado más zombi el hueso roído de una grotesca
restricción que impediría a las menores de edad abortar sin el consentimiento
de sus papaítos. Lo ha hecho, además, de la forma más desganada posible,
disimulando a duras penas el tedio y la repugnancia que le provoca ese
electorado zombi (¡ultracatólicos casposos!) al que, de buena gana, mandaría a
tomar por retambufa; pero al que tiene que seguir camelando y dando pomada,
para evitar desgarros. Además, esta vez el Gobierno no se ha conformado con
arrojar la gallofa guardando una distancia prudencial por temor al contagio,
sino que ha mandado como recaderos a sus diputados, pues la gallofa estaba tan
podre que temía que su fetidez se le quedase prendida indeleblemente de las
ropas, impidiéndole luego desenvolverse en sociedad y pavonearse ante su
electorado más molón y moderno. ¡Ay, los sacrificios que los peperos tienen que
hacer por esos ultracatólicos casposos! Y encima, los muy ingratos, no se los
agradecen; y hasta hay algunos que, hartos de gallofas tan podres, ni siquiera
doblan el espinazo para recogerlas. ¿Dónde se ha visto tamaña desfachatez?
Pero, aunque esos ingratos no
recojan los huesos roídos y mendrugos mohosos que les arrojan, los peperos
podrán caminar con la cabeza bien alta. Pues nadie podrá acusarlos de no haber
cumplido con su papel, que no era otro sino engañar a su electorado más zombi,
haciéndole creer que iban a derogar la ley del Aborto, cuando de lo que se
trataba era de consolidarla, según la misión que Balmes dixit la dinámica revolucionaria
ha asignado a los partidos conservadores, que no es otra sino «conservar» los
intereses creados de la revolución. A la revolución del mundialismo le
interesaba mucho que los peperos arrojasen esta última gallofa podre a su
electorado más zombi, por una razón bien sencilla: una ley que permite abortar
alegremente a las menores puede resultar demasiado brutal para las conciencias
farisaicas; en cambio, una ley que exige a las menores consentimiento de los
papaítos, además de tranquilizar las conciencias farisaicas, refuerza la
consideración del aborto como acto de disposición de la voluntad, que sólo
exige para poder realizarse plena capacidad legal o, en su defecto, una
autorización de los papaítos que la supla, como comprarse un piso o abrir una cuenta
bancaria. Mediante esta gallofa, se contribuye a la normalización del aborto
como «derecho civil» y al eclipse de la conciencia, que ya no es capaz de
enjuiciar la naturaleza criminal del aborto, sino que se conforma con imponer
grotescos requisitos de capacidad legal a la mujer que lo perpetra;
consecuencia inevitable de considerar el aborto una «tragedia para la mujer»
(como tanto gustan de repetir los zombis), en lugar de un crimen contra la vida
más inerme. La revolución mundialista no podrá decir que los peperos no han
cumplido con ardor la misión que les ha sido asignada.
Quejarse ahora de que la gallofa
está podre es como llorar ante la leche derramada. ¡Conque a doblar el espinazo
y a recogerla agradecidamente, leñe, que las elecciones están a la vuelta de la
esquina y vienen los podemonios!