La negación del escándalo y los Últimos Tiempos - Augusto TorchSon
Maranthá
Maranthá
Mons.
Straubinger, en la exégesis de las cartas a las siete Iglesias del
libro del Apocalipsis, nos dice que el número 7, como se consideró desde
la antigüedad, al ser un símbolo de lo perfecto, representaría una
totalidad. Así, correspondiendo a la historia misma de la Iglesia, San
Alberto Magno decía que las Iglesias a las que se destinaban la cartas
podrían corresponder: la
de Efeso al período de los Apóstoles y la persecución de los judíos; la
de Esmirna al período de los mártires y la persecución por los paganos;
la de Pérgamo al período de los herejes; la de Tiatira al período de
los confesores y doctores y las herejías ocultas; la de Sardes a la de
los santos sencillos y al escándalo de los malos cristianos que
aparentan piedad; la de Filadelfia a la abierta maldad de cristianos; y
la de Laodicea al período del Anticristo.
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El padre Castellani se oponía a quienes rechazan el carácter profético
de las Siete Epístolas y señalaba que las profecías se aclaran al llegar
a su cumplimiento, siendo antes oscuras.
Con respecto a la carta a la Iglesia de Filadelfia, dice la misma: “Mira que vengo pronto. Mantén lo que tienes…”(Ap.3, 11). A este respecto señala Castellani, en primer lugar, que el “vengo pronto” se refiere a la inminencia de la Parusía, y el “mantén lo que tienes” se refiere a conservar la doctrina tradicional de la Iglesia, a no caer en progresismos o evolucionismos en esta materia.
Hoy comprobamos de una forma innegable el intento descarado desde las
más altas jerarquías eclesiásticas de deformar la doctrina para
adecuarlas a los tiempos, negando las expresas palabras de Nuestro
Señor: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”
(Mat.24, 35). Los conservadores (del status quo y no de la ortodoxia)
vienen repitiendo desde siempre que estos cambios no se llevarán a cabo y
que es la prensa la que exagera estas situaciones. Pero en su ceguera
consentida, a medida que efectivamente se dan estos perniciosos cambios,
aceptan los mismos diciendo que no pasarán de eso, y así sucesivamente
hasta el infinito. Así con toda razón decía San Agustín:
A fuerza de ver todo, se termina por soportarlo todo.
A fuerza de soportar todo, se termina por tolerar todo.
A fuerza de tolerar todo, se termina por aceptar todo.
A fuerza de aceptar todo, ¡se termina por aprobar todo!.
Y ya nadie se escandaliza porque sea el mismo obispo de Roma el que
promueva el cambio radical en la doctrina divinamente revelada. Y si
bien lo hace desde el inicio de su gestión, se puede comprobar más
patentemente en el nefasto Sínodo (en contra) de la Familia, en donde son los cardenales a los que eligió como colaboradores más cercanos los que proponen estos cambios.
Y ante el silencio de los que deberían ser nuestros pastores, cuando
tratamos de advertir sobre estos ataques a las verdades divinamente
reveladas, se nos acusa de generar escándalo; cuando el verdadero escándalo es tapar “El Escándalo”, el tratar de ocultar la gran apostasía. En vez de advertir a los fieles sobre el peligro para sus almas que implica el seguir erróneas doctrinas, se nos acusa de “generar miedo”
y así se pretende ignorar la gravedad de los tiempos que nos tocan
vivir. Entonces estos que se dicen “prudentes”, promueven el creer en
Dios pero “sin creerle a Dios”, por lo menos en las verdades incómodas.
Así difícilmente podrá mantenerse la observancia de la sana doctrina que
nos exige Nuestro Señor en la carta a la Iglesia de Sardes al sostener:
“Ten pues, en la memoria lo que has recibido y aprendido, y
obsérvalo, y arrepiéntete. Porque si no velares, vendré a ti como
ladrón, y no sabrás a qué hora vendré a ti.” (Ap.3, 2-3).
Y en este verdadero escándalo que implica la oficialidad eclesiástica
actuando en contra del Magisterio de la Iglesia misma, los culpables de
esos “silencios que se autodenominan prudencia”están perfectamente caracterizados en la carta a la última de las Iglesias, la de Laodicea, cuando Nuestro Señor nos dice: “Conozco bien tus obras, que ni eres frío ni caliente, estoy para vomitarte de mi boca” (Ap. 3, 16). Y dice Castellani al respecto que: “la
tibieza irá invadiendo esa Iglesia próspera, que realmente se creerá
“rica”; y llegará un tiempo en que no tendrá ni la frialdad del
paganismo -que es susceptible de ser calentado- ni el calor prístino de
la caridad cristiana que la inauguró; y eso es una cosa que da náuseas”.
Ante el aborto promovido y practicado en todo el mundo, genocidio más
grande de la historia cometido por los propios padres contra sus hijos
en el mayor estado de indefensión; ante la propuesta de la sodomía como
opción válida inclusive hasta el punto de llegar a considerar que
quienes así viven “tienen dones y cualidades para ofrecer a la comunidad cristiana” como dirían nuestros cardenales que también sostuvieron que en las convivencias fuera del matrimonio “se pueden encontrar valores positivos”(Relatio post disceptationem);
ante la persecución y decapitación masiva de cristianos en manos de
musulmanes, inclusive crucificando y enterrando vivos a niños; ante la
desacralización absoluta del culto debido a Dios; y ante un mundo
envuelto en guerras y terribles convulsiones internas; la respuesta de
la neo-iglesia no es volver a Dios, no es “tener en la memoria lo que hemos recibido y aprendido, observarlo y arrepentirnos” ; sino es concentrarnos dar respuesta a los problemas sociales. Entonces la jerarquía eclesiástica muestra sólo
interés por la desocupación, por la inseguridad, por la corrupción
(según Bergoglio peor que el pecado), por quitar el hambre y educar
(según el mismo Bergoglio sin importar que no sea educación en la fe), y por la paz como bien absoluto por encima de la justicia (aquí).
Como repetía nuestro querido padre Parrado, hoy se busca "el señor de los milagros"
más no el Milagro del Señor. Y en esa búsqueda casi absoluta de las
añadiduras antes que el Reino y su Justicia, es que se pretende
justificar el escándalo, se trata de contemporizarlo y hasta de negarlo
rotundamente. La fe de los falsos prudentes, de los sedicentes evitadores de escándalos; hoy
está condicionada a la no perdida de las porciones democráticas de
confort que les toca. Por eso consideran que si las masas están felices
con la neo-iglesia, representada en su máxima expresión por Bergoglio;
miles de millones de personas no pueden equivocarse. El pueblo soberano,
el que decide lo que está bien y lo que está mal por consenso, tiene
que tener razón. Así se suprimió en los hechos la necesidad de los
preceptos de ir a misa y confesarse, ya que a pesar de la idolatría
mundial hacia el obispo de Roma, las parroquias y confesionarios siguen
vacíos. Y ante el inmenso peligro de la perdida de almas, la mayoría de
los sacerdotes siguen recomendando “esa prudencia” a la hora de
evangelizar contrariando la exhortación de San Pablo: “…predica la Palabra, insiste con ocasión y sin ella; reprende, ruega y exhorta con toda paciencia y doctrina” (II Tim.4, 2), y proféticamente continúa el apóstol con los que parecen ser éstos tiempos: “Porque
vendrá el tiempo en que no podrán sufrir sana doctrina, sino que,
teniendo una comezón extrema de oír, recurrirán a una caterva de
maestros siguiendo a sus propias concupiscencias” (II Tim.4, 3).
Para señalar la proximidad del Su regreso, Nuestro Señor nos dejó signos. Como diría Castellani, como pre-signo, las guerras y rumores de guerra,
pero esto sólo como el principio. Y como signos propiamente dichos el
1° sería que el Evangelio se haya predicado en todo el mundo; el 2° la
aparición de falsos profetas y falsos cristos (herejes) que engañarán a
muchos; y 3° y último, la gran persecución a los que permanezcan fieles.
Hoy se puede considerar que éste último presupuesto está empezando.
Y estas cosas necesariamente tienen que suceder, porque así dijo Nuestro Señor. “Cuando comiencen a suceder estas cosas, abrid los ojos y alzad la cabeza, porque vuestra redención se acerca” (Lc.21, 28).Y
es por eso que el libro del Apocalipsis es un libro de esperanza,
anuncia la redención de los que permanezcan fieles. Y dice Castellani: “…aquí Cristo nos manda que nos alegremos; y para que lo podamos, dice una sola cosa, pero que tiene una gran fuerza: “Serán abreviados aquellos días; porque si duraran, los mismos fieles perecerían – si fuese posible”. Esa condicional “si fuera posible” es sumamente consoladora: supone que NO ES POSIBLE que perezcan los fieles. Dios no lo permitirá”.
Termina la carta a la Iglesia de Laodicea diciendo: “He
aquí que estoy a la puerta y llamo. Si alguno escucha mi voz, y abre la
puerta entraré a él, y con él cenaré, y él conmigo. Al que venciere, le
haré sentar conmigo en mi trono; así como yo fui vencedor, y me senté
con mi Padre en su trono”.
Si cabe la aclaración, no se pretende aquí poner fecha a ningún
acontecimiento futuro y mucho menos a la Parusía, más si pretende ser
una observación de los hechos actuales a la luz de los signos y
profecías de la Sagrada Escritura que pueden coincidir con los
postrimeros tiempos de la Iglesia y el mundo.
Creyendo que para evitar el escándalo hay que seguir callando la
apostasía, seguir consintiendo la tergiversación de la verdadera fe,
seguir tolerando los más terribles vicios; aquellos a los que se
pretende “proteger”, al no exhortarlos a velar, ¿tendrán tiempo?
¡Ven, Señor Jesús! (Ap.22, 20)
Augusto
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