EL PENSAMIENTO DE HEREJIA DE BERGOGLIO
Bergoglio
es un hombre que ha usurpado el Papado; es decir, es un falso papa,
rodeado de una falsa jerarquía, con el fin de levantar una nueva
estructura de iglesia.
Y esto lo hace «a largo plazo, sin obsesionarse por resultados inmediatos» (EG – n.223), porque es necesario «preocuparse
por generar procesos que construyan pueblo, más que por obtener
resultados inmediatos que producen un rédito político, fácil, rápido y
efímero, pero que no construyen la plenitud humana» (EG – n. 224).
Este es el claro pensamiento herético de este hombre, que nace de su principio masónico: el tiempo es superior al espacio.
Su reforma es lanzar al pueblo sus ideas, sembrar su falsa doctrina de la misericordia, para que genere procesos,
es decir, ideas, vidas, obras, actitudes, con el fin de construir el
pueblo que ellos necesitan para su nueva iglesia. No les preocupa la
inmediatez, porque saben cómo es la Iglesia. Ellos van hacia la plenitud humana:
alcanzar la cima del pecado de humanismo. El culto al hombre, la idea
del hombre, la obra del hombre, la vida del hombre. Todo entorno al
hombre. Y necesitan gente para eso.
Con
Bergoglio, el concepto de pecado ha desaparecido y sólo se asoma el
concepto luterano de misericordia, que el Concilio de Trento ha
anatemizado:
- D-822 Can. 12. Si alguno dijere que la fe justificante no es otra cosa que la confianza de la divina misericordia que perdona los pecados por causa de Cristo, o que esa confianza es lo único con que nos justificamos, sea anatema [cf. 798 y 802].
Esto
es constante en las homilías de Bergoglio: Dios todo lo perdona, no se
cansa de perdonar. Sólo hay que confiar en Dios que perdona.
- D-831 Can. 21. Si alguno dijere que Cristo Jesús fue por Dios dado a los hombres como redentor en quien confíen, no también como legislador a quien obedezcan, sea anatema.
Jesús
es sólo el hombre que salva, no es el Dios al que hay que escuchar. No
vienen a poner una ley, una doctrina, un gobierno, sino que viene a
estar con los hombres, a caminar con ellos, a vivir su misma vida.
- D-837 Can. 27. Si alguno dijere que no hay más pecado mortal que el de la infidelidad, o que por ningún otro, por grave y enorme que sea, fuera del pecado de infidelidad, se pierde la gracia una vez recibida, sea anatema [cf. 808].
Si
eres infiel a la fe en Cristo, entonces no te puedes salvar. Eso es un
grave pecado. Los demás pecados no existen, no quitan la gracia. Por
eso, los sodomitas están en gracia. Los malcasados permanecen en la
gracia. Sólo los corruptos no están en gracia: son infieles a la fe.
Estas
tres cosas son la base de la falsa misericordia de Bergoglio.
Constantemente las predica, de una manera o de otra. Pero siempre él
enseña estos anatemas como una verdad que hay que seguir en su nueva
iglesia.
Ya
la homosexualidad no se considera un pecado, ni una tendencia
desordenada, no es un acto en contra de la ley natural, sino que se
reconoce en ellos una tensión hacia el bien, con derechos jurídicos y
con una acción de acogimiento pastoral. Después del Sínodo, se han
aplicado aperturas pastorales, que son totalmente contrarias a la
doctrina. Y han sido llevadas a cabo por la jerarquía modernista, que
apoya en todo a Bergoglio.
Bergoglio
desprecia la Tradición, la Roma Eterna de los Papas y toda la Liturgia.
Su pensamiento es claro en la entrevista concedida al P. Antonio
Spadaro, Director de La Civiltà Cattolica:
«El Vaticano II supuso una relectura del Evangelio a la luz de la cultura contemporánea.
Produjo un movimiento de renovación que viene sencillamente del mismo
Evangelio. Los frutos son enormes. Basta recordar la liturgia. El
trabajo de reforma litúrgica hizo un servicio al pueblo, releyendo el Evangelio a partir de una situación histórica completa.
Sí, hay líneas de continuidad y de discontinuidad, pero una cosa es
clara: la dinámica de lectura del Evangelio actualizada para hoy, propia
del Concilio, es absolutamente irreversible. Luego están algunas
cuestiones concretas, como la liturgia según el Vetus Ordo. Pienso que
la decisión del papa Benedicto estuvo dictada por la prudencia,
procurando ayudar a algunas personas que tienen esa sensibilidad
particular. Lo que considero preocupante es el peligro de ideologización, de instrumentalización del Vetus Ordo».
- La cultura contemporánea debe ser leída a la luz del Evangelio: con Bergoglio es al revés: el Evangelio se lee a la luz de la sabiduría del mundo, no ya del hombre. De lo que hay en cada cultura en el mundo. Las consecuencias de este pensamiento son claras: demos al mundo lo que pide. ¿Por qué no bendecir las hojas de coca?
- La crisis de la fe es por la crisis de la liturgia: para Bergoglio, la Iglesia no ha gozado de tanta salud espiritual. Grandes y enormes frutos. Ya la liturgia sirve al pueblo, no a Dios. Es para dar culto al hombre, no a Dios. Las consecuencias son manifiestas: bautizar a los hijos de los homosexuales, casar a los homosexuales, romper el vínculo matrimonial, permitir la comunión a todo hombre por más pecador que sea.
- El Evangelio es inmutable: para este hombre, la situación histórica ha cambiado el Evangelio. Por tanto, han evolucionado todos los dogmas. Los Misterios de Dios ya no son misterios, sino una forma de inteligencia humana, una función del lenguaje humano. La verdad es gradual, no objetiva.
- La doctrina auténtica ha desaparecido, de hecho y de derecho: es el peligro de ideologización del Vetus Ordo. En otras palabras, la represión de la Tradición se desarrolla por medios de medidas autoritarias, fuera del derecho establecido. Esos son los casos de los Franciscanos de la Inmaculada; la remoción del Cardenal Burke, y otros.
Con
Bergoglio la ruptura es innegable. No hay continuidad en su falso
papado. Muchos reconocen esta ruptura, pero siguen llamando a este
hombre como Papa.
El daño ya es abismal en toda la Iglesia: hay una clara división en la Jerarquía y en los fieles.
Bergoglio
está llevando a toda la Iglesia hacia su autodestrucción: Ella misma se
destruye porque no ataca la herejía que vive dentro de Ella, en su
propia Jerarquía, en su propia cabeza que la gobierna, de una forma
dictatorial.
Es
una dictadura lo que vemos en la Iglesia: el dictado de la mente de un
hombre. Su imposición como doctrina verdadera. Y, por lo tanto,
Bergoglio tiene que enfrentarse a todos los verdaderos católicos. Es lo
que hace todos los días en sus homilías desde Santa Marta. No hay una en
que no martillee a los defensores de la Tradición, del dogma, que son
los que cargan sobre los hombres pesos insoportables.
Bergoglio
odia a todos los católicos verdaderos: los pisotea constantemente. Para
ellos no hay ninguna misericordia. Y es lo normal en él y en todo su
clan: tiene que levantar su iglesia en donde los moralistas, los
tradicionalistas, todo lo que huela a doctrina eterna, inmutable, no
puede tener cabida.
La
doctrina de la Iglesia es inmutable. Y la práctica pastoral no puede
contradecir a la doctrina. De hecho, se la está contradiciendo
constantemente. Y eso conlleva la instalación, de una manera disfrazada,
de una nueva doctrina. Es así como se hace siempre cuando se quiere
destruir una verdad. Se le ataca, no frontalmente, sino de manera
oculta, disfrazada, velada. Es la obra del masón: el trabajo oculto.
La doctrina de Kasper, que es lo que sigue al pie de la letra Bergoglio, contradice totalmente la doctrina de la Iglesia. Y esa doctrina ya ha sido lanzada por Bergoglio para poner clara división en toda la Jerarquía.
Es
una batalla, que ha arrojado el demonio, a través de Bergoglio, para
imponer un gran mal a toda la Iglesia. Y la verdadera Jerarquía está
callada. No lucha como tiene que hacerlo. No batalla. Se conforma con lo
que tiene. Y eso va a ser el triunfo del mal en toda la Iglesia. Tienen
miedo de perder el plato de lentejas. Miedo. Y no hay otra razón. Las
almas se condenan y ellos callan. Esto es gravísimo para toda la
Iglesia. Esta es la tibieza, clara y manifiesta, en toda la Jerarquía
verdadera.
Bergoglio no cree en la Divinidad de Jesús (“Jesús no es un Espíritu”) y, por lo tanto, tiene que construir su falsa espiritualidad y misticismo: la divinización del hombre:
«Mi
hermano Domenico me decía que aquí se realiza la Adoración. También
este pan necesita ser escuchado, porque Jesús está presente y oculto
detrás de la sencillez y mansedumbre de un pan. Aquí está Jesús oculto en estos muchachos, en estos niños, en estas personas. En el altar adoramos la Carne de Jesús; en ellos encontramos las llagas de Jesús. Jesús oculto en la Eucaristía y Jesús oculto en estas llagas. ¡Necesitan ser escuchadas! Tal vez no tanto en los periódicos, como noticias; esa es una escucha que dura uno, dos, tres días, luego viene otro, y otro… Deben ser escuchadas por quienes se dicen cristianos.
El cristiano adora a Jesús, el cristiano busca a Jesús, el cristiano
sabe reconocer las llagas de Jesús. Y hoy, todos nosotros, aquí,
necesitamos decir: «Estas llagas deben ser escuchadas». Pero hay otra cosa que nos da esperanza. Jesús está presente en la Eucaristía, aquí es la Carne de Jesús; Jesús está presente entre vosotros, es la Carne de Jesús: son las llagas de Jesús en estas personas» (4 de octubre 2013).
Bergoglio pone en el mismo plano la Eucaristía y la carne de los discapacitados. Esto sacraliza la carne de los hombres que sufren por muchos motivos. Sólo por analogía la carne de los pobres es la de Cristo, pero no de una manera unívoca.
En
la Eucaristía, Jesús está presente, vivo, es verdadero; pero en los
pobres, en las persona enfermas, Jesús no está presente. Su carne no es
la carne de Jesús. Sus llagas no son las llagas de Jesús. Esta forma de hablar tiene el sabor de la herejía y lleva a la herejía.
Todo lo que se hace «al más pequeño de mis hermanos, a mí me lo habéis hecho» (Mt
25, 40), pero la Iglesia siempre ha enseñado y practicado el sentido de
la pobreza evangélica, la de los pobres en espíritu. Quien viva esta
espiritualidad, obra en consecuencia: ayudando con sus obras de
misericordia a los pobres materiales por un sentido de expiación del
pecado, no por un sentido de un bien humanitario.
Quien
siga la doctrina de este hombre cae en dos pecados: antropocentrismo y
la idolatría del pauperismo. Es decir, se mete de lleno en la doctrina
comunista, del bien común, produciendo que la doctrina social de la
Iglesia se anule totalmente.
El
pobre no es Cristo. El Evangelio enseña la pobreza espiritual y a amar a
los pobres. Pero eso no significa que el Evangelio consista en el mismo
pobre o en la pobreza. Y, por lo tanto, no significa que el católico
tenga que escuchar a los pobres. Se escucha la voz de Cristo. Y por
mandato del Padre: «Este es Mi Hijo amado: escuchadlo». Ningún católico
escucha a los hombres en la Iglesia. Para ser Iglesia hay que escuchar
la Voz de Cristo en el corazón. Lo demás, es la falsa espiritualidad de
los pobres materiales, de los machacados, de los discapacitados; y el
falso misticismo de construir el cuerpo místico de los hombres, que es
la divinización de todo lo humano. Es la iglesia de los pobres y para
los pobres: de los hombres y para los hombres.
No
se puede equiparar, como lo hace Bergoglio, el amor a los pobres con la
adoración a Cristo. Cuidar a los pobres no es adorar a Cristo. Cada uno
tiene su lugar en la creación. Los pobres siempre los tendréis, para
hacer con ellos una obra de expiación del pecado. Pero no siempre a
Cristo se le tiene, se le posee. El alma que no está en gracia no posee a
Cristo. Lo tiene en el Altar, en el sagrario, pero no vive imitando a
Cristo, siendo otro Cristo por participación de la gracia.
Como Bergoglio anula la Persona Divina de Jesús (“Jesús es sólo un hombre, una persona humana, pero en la gloria”), la encarnación se realiza en todos los hombres: «estas personas y sus llagas son la carne de Jesús».
Jesucristo no se ha encarnado en la humanidad. Ha asumido una
naturaleza humana, pero ésta no es la de todos los hombres, sino la del
hombre Jesús. Su Persona Divina, el Verbo, que Bergoglio niega
absolutamente, asume un alma humana y una carne humana, unidas entre sí
de manera sustancial. Y producen un ser divino, que no es un hombre
solamente: es Dios y Hombre verdadero, sin persona humana. Y se adora al
Verbo Encarnado. No se adora a los pobres ni a ningún hombre en la
tierra. Porque Jesús sólo está en la Eucaristía, no en los pobres. En
los pobres está de manera mística, pero no espiritual. Está por sus
pecados. Los pecados de los pobres, como los pecados de los ricos, como
los pecados de todo hombre, ofenden al Verbo Encarnado de una manera
mística. Y son por estos pecados la causa de la muerte de Cristo. Jesús
no murió por los pobres, ni por los ricos, ni por ningún hombre. Murió
por los pecados de todos los hombres.
Poniendo
a Jesús presente en todos los hombres, se está diciendo que el Verbo se
une con la naturaleza pecaminosa de cada hombre. De esa manera, hay que
anular el dogma de la Inmaculada Concepción, el dogma del pecado
original y el dogma de la Redención.
Si
Jesús se encarna en cada hombre, todos los hombres tienen una huella
divina perenne en su naturaleza. No se borra por más que pequen,
haciendo del bautismo una gracia por naturaleza, no por adopción:
«El hijo de Dios se ha encarnado para infundir en el alma de los hombres el sentimiento de la fraternidad. Todos hermanos y todos hijos de Dios.
Abba, de esta manera él llamaba al Padre. Yo os trazo el camino, decía.
Seguidme y encontraréis al Padre y seréis todos hijos suyos y él se
complacerá en vosotros. El ágape, el amor de cada uno de nosotros hacia todos los demás, desde los más cercanos hasta los más lejanos, es precisamente el único modo que Dios nos ha indicado para encontrar la vía de la salvación y de las Bienaventuranzas» (1 de octubre 2013).
- El Verbo se ha encarnado para redimir al hombre de su pecado: no se ha encarnado para dar al hombre un sentimiento de la hermandad. La auténtica hermandad nace de la Cruz, no del amor humano. En el alma del hombre no está la hermandad.
- El amor de Cristo a los hombres, que es el ágape, es el punto de partida para poder amar a los hombres: no es el amor de cada uno de nosotros para los demás el camino de la salvación.
- Todos somos criaturas. El Hijo de Dios es uno solo: El Verbo, el cual no ha sido creado sino generado por el Padre y se ha hecho hombre en el seno virginal de María. No se ha hecho hombre en toda la humanidad. Por lo tanto, no todos los hombres son hijos de Dios. Jesús, al encarnarse, cambia la naturaleza humana, la transforma con su gracia, la cual nos hace ser hijos de Dios por participación de la vida divina, que se da en los Sacramentos.
- El hombre es hijo de Dios por adopción, no por naturaleza: somos hijos en el Hijo, si lo acogemos por fe. El hombre es hijo de Dios por adopción si cree en el Nombre de Jesús (Jn 1, 12). No es por el sacramento del Bautismo, sino por la fe en Cristo. Sin esa fe, el Bautismo y todo sacramento se vuelve inútil porque hay un obstáculo que impide que la vida divina pueda ser obrada por el hombre viador.
- Dios da la gracia al hombre, pero no sustituye su naturaleza humana: sólo la transforma: «Todos nosotros, a cara descubierta, contemplamos la Gloria del Señor como en un espejo y nos transformamos en la misma Imagen, de gloria en gloria, a medida que obra en nosotros el Espíritu del Señor» (2 Cor 3, 18).
- La salvación no es automática, sino que hay que acogerla. Y, por eso, el sentido de la Iglesia, del Cuerpo Místico de Cristo: es la que enseña a salvarse. Es la que anuncia y proporciona la salvación que Cristo ha dado a todos los hombres. Es la Iglesia la que salva, no es el amor de los hombres para con los demás.
Constantemente, Bergoglio cae en esta idolatría del hombre. Cojan cualquier discurso, homilía y ahí tienen su clara herejía.
Bergoglio
no cree en el Dios católico. Por lo tanto, levanta su falso ecumenismo.
Y lo hace de su principio masónico: la realidad es superior a la idea.
«Existe también una tensión bipolar entre la idea y la realidad. La realidad simplemente es, la idea se elabora. Entre las dos se debe instaurar un diálogo constante,
evitando que la idea termine separándose de la realidad. Es peligroso
vivir en el reino de la sola palabra, de la imagen, del sofisma. De ahí
que haya que postular un tercer principio: la realidad es superior a la idea» (EG – n. 231)
El
diálogo, para Bergoglio, no tiene que separar idea y realidad. La idea
de un Dios católico no es objetiva, sino gradual: hay una tensión
bipolar entre la idea y la realidad. En el tiempo histórico, la idea de
un Dios católico servía para esa realidad de la vida. En los tiempos
modernos, esta idea está desfasada. Ha crecido tanto los purismos
angélicos, los totalitarismos de lo relativo, los nominalismos
declaracionistas, los fundamentalismos ahistóricos, los eticismos sin
bondad, los intelectualismos sin sabiduría, que la idea de un Dios católico ha alejado de la realidad de la vida.
La
idea tiene que elaborarse, es decir, el dogma tiene que evolucionar,
cambiar, buscando el bien común. No hay que buscar la verdad Absoluta.
El bien común es superior a cualquier verdad. La vida de los hombres,
sea ésta la que sea, vivan en pecado o vivan en santidad, es lo que
vale, es lo superior, está por encima de la idea de un Dios católico.
Por
lo tanto, Bergoglio tiene que ir a su falso ecumenismo, que es el
camino del diálogo entre todas las religiones, para buscar la realidad
de una iglesia universal, para todos, en la que la idea esté por debajo
del bien común, del bien globalizante:
«el ecumenismo es un aporte a la unidad de la familia humana… No se trata sólo de recibir información sobre los demás para conocerlos mejor, sino de recoger lo que el Espíritu ha sembrado en ellos como un don
también para nosotros… Una mirada muy especial se dirige al pueblo
judío, cuya Alianza con Dios jamás ha sido revocada… Una actitud de
apertura en la verdad y en el amor debe caracterizar el diálogo con los
creyentes de las religiones no cristianas… Así aprendemos a aceptar a los otros en su modo diferente de ser, de pensar y de expresarse… Un diálogo en el que se busquen la paz social y la justicia es en sí mismo, más allá de lo meramente pragmático, un compromiso ético que crea nuevas condiciones sociales… La evangelización y el diálogo interreligioso, lejos de oponerse, se sostienen y se alimentan recíprocamente…
Para sostener el diálogo con el Islam es indispensable la adecuada
formación de los interlocutores, no sólo para que estén sólida y
gozosamente radicados en su propia identidad, sino para
que sean capaces de reconocer los valores de los demás, de comprender
las inquietudes que subyacen a sus reclamos y de sacar a luz las
convicciones comunes… el verdadero Islam y una adecuada interpretación
del Corán se oponen a toda violencia… Los no cristianos, por la gratuita iniciativa divina, y fieles a su conciencia, pueden vivir justificados mediante la gracia de Dios, y así asociados al misterio pascual de Jesucristo… debido a la dimensión sacramental de la gracia santificante, la
acción divina en ellos tiende a producir signos, ritos, expresiones
sagradas que a su vez acercan a otros a una experiencia comunitaria
de camino hacia Dios…. El mismo Espíritu suscita en todas partes
diversas formas de sabiduría práctica que ayudan a sobrellevar las
penurias de la existencia y a vivir con más paz y armonía…» (EG – n.
244-254).
- El verdadero ecumenismo es el que salva a las almas del pecado: no es para producir la unidad de la familia humana. No existe esa unidad. Decir esto es buscar la unión entre las mentes y las obras de los hombres, una unión en la mentira, en el error. Es buscar una filosofía, un lenguaje humano, en la que la realidad de la familia humana está por encima de cualquier idea, de la verdad absoluta, del mismo Dios.
- El Espíritu Santo no puede sembrar en los corazones que viven en el pecado. Al sembrar, una parte cae junto al camino, otra las aves se la comieron, otra cae en terreno pedregoso, otra entre cardos, otra en tierra buena (cf. Mc 4, 4- 8): no se puede recoger, en el diálogo, lo que no se ha sembrado. Hacer esto es anular la verdad para sólo fijarse en las obras, en las vidas de esos hombres que viven en sus pecados. Es la realidad por encima de la idea.
- En el verdadero ecumenismo se enseña al otro la verdad absoluta, la verdad sin error, la verdad sin un lenguaje ambiguo. No se va al ecumenismo para aprender del otro, para aceptar al otro en su manera de pensar, de vivir, de obrar. Lo que una vez se condenó como herejía, como error, como maldad, no puede cambiar en el diálogo con los hombres. No se puede leer los escritos de Lutero para aceptar su mente herética. Lutero nunca estuvo en la verdad y nunca lo estará. Hay que leer los escritos de Lutero para criticarlos, juzgarlos, anatematizarlos con el Poder que Dios ha dado a Su Iglesia. No hacer esto es meterse en el juego del demonio, que quiere una iglesia sólo de herejes que se creen santos por lo que piensan, por lo que viven en la realidad de sus vidas. Nadie puede poner la mente de los hombres por encima de la Mente de Dios. La única realidad que existe es la divina. Quien acepta esa realidad, comprende su realidad humana, que siempre es limitada, relativa, condicionada, cambiante.
- El verdadero ecumenismo es para hacer proselitismo: no es para dejar al otro radicado en su propia identidad. Nadie habla con el otro porque sea una buena persona, por su cara bonita. No se dialoga con los hombres, sino que se escucha a Dios y se da a los hombres lo que se ha escuchado de Dios. Y Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Dios no quiere que los hombres se queden en sus pecados, en sus vidas llenas de errores, de mentiras, de dudas, mirando sólo su identidad religiosa, humana, natural, carnal. Dios no busca cerdos que sigan mirando lo que comen: su bazofia humana en su mente pervertida. Dios busca almas humildes, que sepan dejar sus ideas maravillosas sobre la creación y sobre Dios y se pongan en la escucha silenciosa de la Palabra de Dios, que es la única que los puede salvar de su negra vida de pecado.
- El verdadero ecumenismo es para ofrecer la gracia, la vida divina a las almas. Se enseña la Verdad Absoluta para obrarla en la vida, con la fuerza del Espíritu. Los no cristianos no tienen la gracia ni pueden tenerla. Su conciencia no les lleva a la gracia. Sólo el arrepentimiento de sus pecados, les lleva a conocer la verdad. Y una vez que la aceptan, que acogen por fe el Nombre de Dios, comienza la gracia en sus corazones. En el verdadero ecumenismo, se ofrece el perdón de los pecados. Y, por tanto, se enseña el verdadero arrepentimiento y la verdadera penitencia por el pecado.
Desde
aquella amarga primavera del 2013, en la que a los fieles se les ha
impuesto la visión rosa de la Iglesia, la alegría de ser del mundo, el
alejamiento de la Cruz de Cristo, la idea de que todo va viento en popa,
cuando la realidad de la vida de la Iglesia es totalmente contraria,
sólo se ven en los católicos un conformismo con lo que ese hombre habla y
obra. Sólo se capta la tibieza en todas partes. Y Dios vomita a los
tibios. Dios tiene que aborrecer lo que en el Vaticano se está
levantando y vendiendo como bueno, como verdad.
Para muchos católicos –que ya no son tales- el signo de estar en comunión con esta falsa iglesia es hacerse un selfie
con Bergoglio, falso papa de los pervertidos. Es el sentimentalismo
perdido de muchos católicos. Ya no saben pensar la verdad. No saben ver
ni al hereje ni a la herejía. No saben llamar a los hombres por sus
nombres, por su vida de pecado, por sus obras de maldad. Todos se suben a
la carroza del humanismo que Bergoglio les ofrece cada día.
Bergoglio es el hombre del año, el papa
del mundo. Quien está con él, tiene la vida arreglada. Quien no está
con él, lo pisotean hasta hacerle callar. Quien se opone a este hombre,
lo crucifican como peste dentro de la Iglesia.
Los
verdaderos católicos nos quedamos solos, en la Iglesia y en el mundo.
Todo apunta hacia una iglesia universal y un orden mundial donde no
pueden entrar los verdaderos católicos. Al final, tendrán que aniquilar a
los dos testigos del Apocalipsis. Uno de ellos: los verdaderos
católicos
La
Jerarquía sigue callando miserablemente las herejías de Bergoglio y de
todos los matones de este hombre. Lo siguen teniendo como Papa
verdadero. El daño va a ser irreversible en toda la Iglesia.