sábado, 21 de febrero de 2015

AMIA-Embajada. Revelación: Mi libro “El Atentado” fue una obsesión para el juez Galeano y lo obligó a una actividad frenética


AMIA-Embajada. Revelación: Mi libro “El Atentado” fue una obsesión para el juez Galeano y lo obligó a una actividad frenética

Juan_Gabriel_Labake
Labaké: Al atacar, dio una maravillosa, reconfortante noticia.

Me pongo a leer “Amia-Embajada ¿Verdad o fraude?”, el libro del abogado Juan Gabriel Labaké sobre los atentados. Rápidamente llego a la página 24 donde, abajo, se refiere a mi y a mi libro “AMIA, El Atentado. Quienes son los autores y por qué no están presos”, producto de dos años y medio largos de investigaciones, contratado por la propia mutual judía, y aparecido poco antes de cumplirse los tres años del ataque.
Escribe Labaké:
“El primer juez de la causa, Juan José Galeano, dispuso numerosas medidas de investigación entre 1994 y 1997, que abarcan 3.000 fojas. En 1997 las reactivo (2.000 fojas más) sólo por la aparición de un libro (AMIA, El Atentado) del periodista Juan José Salinas…
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Es la primera vez que tengo una estimación numérica del impacto que produjo ese libro que está agotado y no pienso reeditar porque ahora, 18 años después, lo escribiría de otra manera, más sencilla, despojado de errores a los que me indujo la propia querella de la AMIA (como haber incluido el expediente llamado “Brigadas”, es decir la pista falsa que se le pagó a Telleldín para inculpar al comisario Ribelli y su banda). Sabía que había tenido gran impacto, pero no que había hecho que el juez Galeano se pusiera a trabajar frenéticamente para “cubrirse” por las revelaciones que contenía.
Recibi el primer ejemplar del libro en Washington, dónde Jorge Taiana (por entonces representante argentino ante la CIDH) me había dado alojamiento. Había viajado con el ánimo tanto de difundir mi investigación como de elevar el precio de mi vida ante algunas amenazas inquietantes que había recibido. A pesar de su bella tapa, tener el libro en mis manos me causó disgusto por el gran número de erratas y otras deficiencias. De inmediato, la editorial me urgió a regresar porque estaba pautada mi presencia en el programa de Mariano Grondona, Hora Clave, por entonces el espacio politico más visto en la televisión abierta. Fue un viaje accidentado porque el tren que me llevaba de Washington a Nueva York se detuvo a mitad de camino (era en pleno verano, y como las ventanas eran fijas y no se podían abrir y el aire acondicionado dejó de funcionar, los vagones se convirtieron rápidamente en un baño turco) por lo que perdí el avión y llegué con la lengua afuera a casa… dónde no funcionaba el ascensor. Subí los diez pisos con la maleta resoplando, y apenas me besó, mi mujer me mostró dos insólitos telegramas de la DAIA en las que con prosa arrevesada se me acusaba… ¡de antisemita! (días después, recibí un tercer telegrama del mismo tenor).
Esa misma noche, creí que el corazón se me paralizaba cuando percibí que Grondona, el anfitrión, y el presidente de la DAIA, Ruben Beraja, con quien compartía la entrevista, se habían puesto de acuerdo en responsabilizar del ataque al proteico “fundamentalismo islámico”, lo que en aquella época en la que aun gobernaba Irak Sadam Hussein y el Califato propuesto por los decapitadores del ISIS ni siquiera era una fantasmagoría, era para los medios sinónimo de Irán (en Argelia se estaba desarrollando una cruenta guerra civil entre el Ejército en el poder y los extremistas sunnitas, salafistas, pero era olímpicamente ignorada).
Hora Clave llegaba a su fin con la obscena explicitación de aquel acuerdo en medio de sonrisas de ambos. “Fue un ataque del extremismo religioso” (cito de memoria) dijo Grondona refregándose las manos como un mamboretá clerical. Sentí que se me paralizba el corazón y lo interrumpí para decir atropelladamente que “Dios no tuvo nada que ver” (título original de mi libro, que el editor había tenido el tino de cambiar).
Mi presencia en ese programa, aportó lo suyo (incuantificable) para que al día siguiente, al conmemorarse el tercer aniversario del atentado en la calle Pasteur, los dirigentes de la cole y en particular Beraja y el jefe de Gabinete Carlos Corach (que había ido en representación del presidente Menem) fueran estruendosamente chiflados (al día siguiente, en una actitud de obsecuente gratitud, Beraja y su séquito fueron a la Casa Rosada a pedir perdón por la silbatina al representante del gobierno nacional a quien tantísimos favores debían) y pronto recibí remezones por mi osadía.
El abogado de la AMIA me echó en cara que en la contratapa del libro se dijera que era producto de la labor “codo a codo” con él, puesto que la DAIA le reprochaba con amargura que hubiera sido mi valedor luego de que, a comienzos de 1995,el gobierno de Israel ordenara a la AMIA disolver el primer equipo de investigación del atentado bancado por la AMIA, que estaba dirigido por Pedro Brieger, a quien escribe secundaba.
Hasta entonces, la AMIA era una institución que tenía un importante margen de autonomía respecto a Israel. La contratación de Brieger por el presidente de la AMIA, Alberto Crupnicoff -un fabricante de lápidas para los cementerios judíos- así lo demostraba.
Dos años y medio después, cuando apareció mi libro, con la AMIA ya doblegada ante los embates de la DAIA (que actuaba y actúa en representación de la Embajada de Israel), de inmediata ambas contrataron a un equipo de juristas de nota (León Arslanian, Andrés D’alessio, Ricardo Gil Lavedra) para que en tiempo récord leyeran la causa e hicieran un diagnóstico del encubrimiento. Mientras, arreglaban con quien dirigía la editorial, para que el libro resultante reemplazara al mio a todos los efectos.
Así, la misma editorial que publicó mi libro, publicó un mes después y en la misma colección “AMIA-DAIA. La denuncia. El documento completo presentado al juez Galeano con los hechos y los nombres de quienes obstaculizaron la investigación. Incluye el dictamen de los juristas… “.
De modo que cuando algún librero pedía la reposición de “el libro de la AMIA”, en lugar de mandarle el mío, le mandaban el otro.
Por cierto, los juristas de nota instaron unánime y enfáticamente al juez Galeano que se investigara como posibles instigadores (“autores intelectuales” dicen muchos periodistas) del ataque a la AMIA al banquero Gaith Pharaon y a Monzer al Kassar, por lo que la DAIA y la AMIA no tuvieron más remedio que refrendar el pedido.
Fue la primera, última y única vez que los dirigentes de “la cole” los mencionaron.
Por entonces la editorial tenía un lujoso “house organ” mensual. Vinieron a casa a entrevistarme para él la fotógrafa Alejandra López (fuimos compañeros en “El Porteño” y me sacó hermosas fotos, en una de ellas, la única conocida, estoy con Pol-Pot, mi gato siamés y catalán) y la periodista Gabriela Esquivada. Sin embargo la entrevista nunca salió, y cuando apareció la revista, mi libro incluso había sido expurgado de la lista de novedades.
Gabriela Esquivada era entonces también la mano derecha de Tomas Eloy Martínez (que pronto pasaría de jefe a marido) en el suplemento cultural de Página/12, que se llamaba “Primer Plano”. Me dijo Gaby contenta que lo había hablado con T.E.M. (que también había sido cooperativista de El Porteño) y que publicaría una entrevista conmigo (no recuerdo bien si fue la misma entrevista, me parece que me hizo una segunda, con otras preguntas), pero la entrevista nunca fue publicada.
Gabriela me explicó que la dirección del diario le había prohibido publicarla y que T.E.M. se había agarrado tal disgusto y cabreo que les había dicho que si no publicaba la noticia de la aparición de “AMIA. El Atentado…” no publicaría reseñas de ningún libro político.
Acababa de salir “El Jefe”, de Gabriela Cerruti, que era periodista del diario y efectivamente pasó bastante tiempo, meses, antes de que “Primer Plano” se diera por enterado.
Todas estas cosas no tiene por qué saberlas el Dr. Labaké, al que conozco desde que era democristiano y pobre y vivía, vaya casualidad, en el Palacio de los Patos. Antes de que se convirtiera en diputado, acérrimo partidario de la presidenta María Estela “Isabel” Martínez de Perón, luego en su abogado, y más tarde en embajador y asesor de Carlos Menem.
No tiene por qué saberlas, digo, pero podría preguntar, averiguar un poco mas y no comportarse como los familiares de su cliente Albertito Kanoore Edul, quienes casi me linchan en ocasión de velarse los restos de Envar “Cacho” El Kadri en el Centro Islámico de Buenos Aires, acusándome de “agente de Israel” por el mero hecho de haber escrito “AMIA, El Atentado”.
O como los periodistas que hoy sostienen una cosa y mañana la contraria sin que se les mueva un pelo y sin dignarse a dar explicaciones de sus giros copernicanos.
Porque a continuación de aquella frase que es la más elogiosa que me dijeron nunca acerca de aquel libro: esto es que había obligado al inicuo juez Galeano a casi duplicar su producción a un ritmo de vértigo para “cubrirse” ante sus revelaciones, Labaké dijo una tontería, que
“la DAIA, entidad querellante en esta causa le pagó (se refiere a mi) para que lo escribiera y acusara a Edul”. Y agregó, ya hundiéndose en el summun del ridículo: “Además, la DAIA financió y difundió (!) este calumnioso libro”.
Doy por descontado que no siempre las cosas que escribe Labaké son tan carentes de la menor investigación. Y es que no es fácil errarle tan fiero. Por lo demás, y respecto a su cliente Edul, a esta altura de la soireé no puede descartarse que haya sido escogido como “cabeza de turco” al igual que Lee Harvey Oswald y el ya mencionado Telleldín, pero mi libro no fue calumnioso de ninguna manera, y la prueba flagrante es que Edul jamás me demandó a pesar de tener a Labaké como abogado.
En cambio, Labaké me calumnia a mi, al decir falsamente que la DAIA financió mi libro e incluso que lo difundió, cuando está a la vista que hizo lo imposible por impedir su difusión.
No importa: no es hora de rencillas subalternas sino de pujar porque las causas de la Embajada de Israel y la de la AMIA se unifiquen y se sometan a completa revisión. Y en eso estamos.