FICCIÓN. La muerte de un fiscal… en Kamchatka
21/02/2015AMIA, Embajada de Israel, Sin categoría
Nos
ha llegado una novela policial del género negro de autor anónimo,
ocurrido en un país imaginario llamado Kamchatka. Es desbordante la
imaginación del autor, que encadena una serie de hechos que sólo pueden
ocurrir en la ficción. Ese acercamiento al realismo mágico es poco
frecuente en las novelas del policial negro. Trataré de hacer una
síntesis del mismo, cuidando de no revelar el sorprendente final. En
Kamchatka fue volada la embajada de Judaiké mediante el uso de
explosivos; dos años más tarde una mutual de los kamchatqueños de origen
judío. La versión oficial aseguró que los dos atentados se hicieron
utilizando sendas camionetas ( una pick-up en el primer caso y una
camioneta en el segundo). Aunque no hay certeza en ninguno de los dos
casos, más bien todo lo contrario.
En el caso de la embajada, la
investigación quedó a cargo del Tribunal Supremo de Kamchatka por
tratarse de territorio extranjero. La integración del Tribunal Supremo
de aquél entonces era denominada “la mayoría automática” ya que sus
votaciones estaban alineadas sin fisuras a favor del gobierno de
entonces. El expediente judicial se llenó centenares de folios sin mayor
contenido y el caso está definitivamente cerrado sin que ni siquiera el
país afectado, que no actuó como querellante, se interese en
reactivarlo.
En los dos casos, ambos edificios estaban sujetos a refacciones. En
el caso de la mutual, el presidente de Kamchatka de ese momento le pasó
el pésame al presidente de Judaiké. Como se verá, el autor de la novela
tiene una imaginación difícil de creer bordeando el ridículo. Además que
la camioneta con la que supuestamente se perpetró el atentado sólo fue
vista por una sola persona que era muy corta de vista, pero eso no le
impidió describir con minuciosidad los aspectos fisonómicos del
conductor suicida que nunca fue encontrado. El juez encargado de la
investigación tenía como antecedente de su carácter riguroso el haberle
iniciado una causa a un preso que en un momento de distracción en una
audiencia le comió el sándwich que había encargado su Señoría.
En ayuda del juez de la causa y de los dos fiscales principales,
generosa y desinteresadamente actuaron y direccionaron la investigación
los servicios secretos del país más importante del mundo, los Estados
Imperiales del Norte (EEII) y de su aliado histórico, justamente
Judaiké, el país cuya embajada había sido violada. Ambos servicios
secretos con ligazón más que estrecha con los de Kamchatka.
A pesar del interés que despierta el argumento, la novela cae en
precisiones poco creíbles: en ambos atentados a los policías de custodia
de esos edificios, el autor de la novela los desplaza del escenario de
los hechos. A pesar que el presidente de Kamchatka de entonces prometió
que se investigaría hasta las últimas consecuencias, cuando el juez de
la causa fue a verlo a la residencia presidencial, observó que estaba
más interesado en saber quien reemplazaría al director técnico de la
selección de fútbol que había tenido un traspié en el reciente
campeonato mundial de fútbol, que en los avances de la investigación.
El
juez del sándwich no sólo procesó a un “truchador” de autos imputándolo
de haber armado la camioneta con la que sostuvo se habría perpetrado el
atentado a la mutual, sino que luego le pagó 400.000 dólares aportados
por la secretaría de inteligencia con la finalidad que señale a policías
de la principal provincia de Kamchatka, de pésima fama, como cómplices
en la ejecución del atentado. Como el autor de la novelesca trama no
quiere privarse de nada, la que cobra la cifra mencionada es la mujer
del “truchador” que declaró dedicarse al comercio, aunque los rumores al
respecto difieren en forma insidiosa.
Todo esto con el apoyo entusiasta de las autoridades formales
representantes de los kamchatkeños de origen judío que incluso llegaron a
homenajear, según el novelista de tropical imaginación, a uno de los
policías encubridores El presidente de la representación política de los
kamchatkeños de origen judío, era a su vez el presidente de un conocido
banco crecientemente endeudado. Cuando los familiares de las víctimas
protestaron con un enérgico discurso en el tercer aniversario del
atentado, el banquero y otros dirigentes fueron acongojados a pedirle
disculpas al presidente deportista.
Cuando todas las falacias y falsedades de la investigación del juez y
los fiscales llegaron a juicio oral, cuenta el autor anónimo de la
novela, el reducidor de autos truchos y los policías, fueron absueltos.
El autor de la imaginaria trama ubica la absolución en el año 2004,
al tiempo que envía a juicio oral por encubrimiento al presidente del
país de ese momento, a su ministro del interior, al jefe de los
servicios de inteligencia, al presidente de la institución política de
los kamchatqueños de origen judío, al juez y a los fiscales. Cuando el
autor pone punto final a la novela, en el 2015, el juicio aún no se
concretó, lo que revela que el libretista, en su amarillismo, derrapa en
la racionalidad de la trama. Para agregarle un dato de color optimista,
imagina que los “malos”, seguramente autores de infinidad de otros
delitos como el “truchador” de autos y el policía de mayor
responsabilidad se recibieron de abogados en sus años de cárcel.
Como la investigación del atentado estaba a fojas cero con la
absolución de los acusados, un presidente del mismo partido que el que
fue procesado pero con orientación antagónica, crea una unidad dedicada
exclusivamente a la investigación del atentado, con recursos materiales y
humanos inéditos, a cargo de un fiscal que ya había participado en la
que terminó con su investigadores procesados. Habiendo contado, dice el
novelista truculento, con la colaboración del hombre fuerte del servicio
de inteligencia nacional.
Éste fiscal desechó cualquier otra pista que no fuera la que
consideraba a los iraníkos como culpables, en alineamiento incondicional
con la orientación del jefe operativo de la inteligencia de Kamchatka,
que a su vez tributaba a los servicios secretos de EEII y Judaike. El
fiscal era un habitué a la embajada EEII, que le indicaba
imperativamente que pista había que seguir- la iráníka- y cual había que
desechar: la complicidad local y la pista de los siriakos. El autor de
esta novela que desborda imaginación, para intentar darle verosimilitud a
esta trama truculenta, cita a los libros de un periodista que recogió
los cables secretos que la embajada de EEII de Kamchatka enviaba a su
gobierno, los que que demuestran en forma incontrastable la situación
subordinada a intereses foráneos de la investigación del fiscal. Uno de
los hechos curiosos de su investigación, que es la continuación de la
que llevó a sus autores anteriores a juicio, es que determina con una
precisión envidiable como se elucubró el atentado a 13778 kilómetros de
distancia, en un pueblo de Irániko, y no pudo encontrar un solo
responsable local del atentado. En la novela pasan 10 años en que éste
fiscal cuenta con recursos extraordinarios y una dotación personal
importante, sin mayores avances.
Ya por entonces había muerto el presidente que impulsó la unidad de
investigación a cargo de este curioso fiscal. Su esposa elegida dos
veces en elecciones democráticas, da un giro y firma un tratado de
entendimiento con el gobierno de los iránikos. El fiscal y el jefe de la
inteligencia se oponen. Sin entrar en los múltiples vericuetos en que
transita la novela, lo cierto que el fiscal presenta una denuncia
estruendosa con sostenes débiles que implica a la presidenta, a su
canciller y actores de reparto que los ubica como protagonistas
centrales. Dice de ellos que son parte de un plan criminal para
desincriminar a los imputados iránikos a cambio de oscuros intereses
económicos. El día anterior en que debía defender sus acusaciones en el
parlamento kamchatko, el fiscal aparece muerto. Previamente, su
principal sostén informativo, el jefe de la inteligencia había sido
desplazado. Sin embargo, el jefe de la policía internacional de ese
momento desmiente enfáticamente, a 48 horas de su denuncia, la viga
central de la misma que es el levantamiento de las alertas rojas. Se
desploman sus otras dos hipótesis: el incremento del comercio con el
país investigado a cambio de petróleo; y la de los fascistas locales se
demuestran equivocadas. El juez de la causa minimiza la denuncia y la
jueza de turno no levanta la feria para dar curso a la misma. El fiscal
pide a un colaborador del trabajo, con funciones poco claras y un sueldo
injustificadamente elevado, un arma que este le entrega ese mismo día
sábado y con la cual aparece muerto en su baño al día siguiente. El
autor de la novela, como se ve, no ahorra golpes bajos y ubica al
luctuoso hecho en el barrio presuntamente más seguro de la capital de
Kamchatka.
La presidente desorientada comete varios errores políticos
consecutivos, entre lo que el novelista destaca dos cartas por facebook
inclinándose primero por el suicidio y luego en la segunda por el
asesinato. Otra vez el autor se va a la banquina: resulta impensable a
una presidenta, considerada una política inteligente y avezada, incurrir
en errores de principiante. Ni siquiera se digna a dar el pésame a los
familiares del fiscal. Insólitamente, para hacer más inverosímil la
trama, imagina a un grupo de prestigiosos intelectuales que apoyan al
gobierno, pero que afirma se fueron transformando en meros
justificadores de las decisiones presidenciales a los que el novelista
le atribuye un texto en forma de carta en que escribieron: “Con razón a
muchos les gusta la cortesía y el ritual; se entusiasman con la crítica
sobre un pésame, cuando en verdad todo el discurso de la Presidente fue
un pésame bajo la forma de un reconocible lamento…..”
Los medios dominantes, visceralmente opositores, derraman un discurso
republicano con editorialistas que se atribuyen la propiedad de la
moral y la ética pública. Es llamativo porque como cuenta el novelista,
el diario más antiguo fue fundado por el que escribió la historia
oficial de Kamchatka, a posteriori de haber exterminado dos tercios de
la población de un país vecino al frente de los ejércitos de tres
países, y con la inocultable inspiración inglesa. Es el diario
dispensador de prestigios y que apoyó todos los golpes militares,
expresión permanente del establishment y socio del terrorismo de Estado.
El otro, fue fundado en la segunda mitad del siglo XX, por un abogado
de simpatía fascista y también socio y beneficiario de la dictadura
criminal más dura que padeció Kamchatka. Justamente uno de los
editorialistas del diario más que centenario, un buen escritor y más que
mediocre analista político, que siempre realiza sus notas con un puñal
en la mano escribió al respecto: “Los opositores más enconados siguen
apostando a su lento y progresivo desgaste, a que los oficialistas se
vayan convirtiendo en verdaderos cadáveres políticos, y para eso faltan
meses de gestiones fallidas……el fantasma del fiscal es el catalizador de
los indignados”
Todo se acelera. Uno pocos fiscales convocan a una marcha de silencio
en homenaje del fiscal muerto, entre los cuales se encuentran dos que
contribuyeron al encubrimiento de la verdad en la causa de la mutual.
Primero habían agregado a los motivos de la marcha el exigir justicia,
cuando cayeron en la cuenta en que solicitaban lo que ello debían
garantizar dejaron de mencionarla.
Detrás de la manifestación, escribe el autor, se alinean ciudadanos
sinceramente interesados en que se encuentre la verdad, junto a
viscerales opositores, a caceroleros que han llenado sus utensilios de
odio, la fracción de la corporación judicial muy vinculada al poder
económico y enardecido por reformas del gobierno que la tocan. Junto a
dos fiscales convocantes y denunciados por obstaculizar las
investigaciones de la mutual, caminan, en otra manifiesta demostración
de inverosimilitud, autoridades representativas formales de los judíos
kamchatkeños que manifiestan sus deseos de justicia y exhortan a llegar a
la verdad de lo ocurrido. Ninguna de las tres agrupaciones principales
que reúnen a los familiares de las víctimas, manifiesta su adhesión.
Para darle mayor dramatismo a la marcha, el autor imagina una lluvia torrencial y un mar de paraguas.
En la trama del relato ficcional queda claro que la muerte
del fiscal lleva a sectores interesados a catapultarlo a la categoría de
héroe, cuando toda su historia demuestra que formó parte del problema y
no de la solución.
Y que más allá de una confluencia de intenciones, la marcha del
silencio es un estruendo opositor, deja entrever el autor anónimo.
Ambos habían concebido dos hijas, una adolescente de 15 años y otra
de seis. La mayor junto a su madre y a la madre del fiscal el autor la
coloca encabezando la marcha
La presidente de Kamchatka, concreta actos transmitidos por Cadena
Nacional donde sobreactúa su alegría y se manifiesta feliz. Otra muestra
de lo poco creíble que resulta el entramado del autor de la “La muerte
de un Fiscal”.
A esta altura del relato se pueden sacar algunas deducciones de muy
dudosa racionalidad, a pesar que el autor afirma que lo narrado no está
basado en hechos reales: los fiscales, desconocidos para la inmensa
mayoría de los manifestantes, y varios de ellos obstaculizadores de la
posibilidad de llegar a la verdad sobre lo ocurrido en la mutual, se
dieron un baño de popularidad inédito e inimaginado. Los concurrentes
los saludaban como vestales de la justicia. El fiscal muerto obtuvo una
popularidad que deseaba, según su propia ex mujer, a costa de su vida,
sin importar lo oscuro de su investigación, lo endeble de su denuncia, y
siendo un ilustre desconocido para la inmensa mayoría de los que
llevaban su foto en la pancartas hasta apenas treinta y cinco días antes
en el que el novelista fija la fecha de su denuncia.
La presidente de Kamchatka y sus más inmediatos colaboradores, con
sus errores groseros, sus epítetos desafortunados y las omisiones
irritantes, actuaron involuntariamente como jefes de prensa de la marcha
legítima, a la que trataron de desalentar, más allá de la
intencionalidad última, poco confesable de sus convocantes.
La novela concluye dejando un final abierto. Con un presidente
procesado por encubrir la pista siriaka y una presidente denunciada por
encubrir la pista iránika, a pesar que fue una de las pocas políticas
que siempre siguió de cerca el caso como diputada o senadora y mantuvo
una posición muy crítica con la investigación del juez procesado. Y con
la denuncia aceptada por un nuevo fiscal, reemplazante del muerto, que
en la opinión de un periodista: “…Significa dar por aceptado hechos que
nunca se llegaron a configurar una Comisión de la Verdad que nunca
existió, que era parte de un texto aprobado por el Congreso pero que
nunca entró en vigencia, iba a presentar una pista falsa que nunca
presentó y que de esa manera se iba a desvincular a iraníkes que nunca
fueron desvinculados ni se les suprimieron las órdenes de captura con
alertas rojas”
El escritor deja claro en el epílogo, que la determinación de cómo
murió el fiscal es imprescindible para la salud política de Kamchatka y
amenaza con una segunda parte de este libro.
A diferencia que las novelas del género donde se determina el
autor del hecho y luego se busca al inspirador intelectual, en la causa
de la mutual se determinó desde el inicio el autor intelectual y se
desconoce a los ejecutores. A partir de ahí todo se vuelve inverosímil
hasta culminar con la muerte del fiscal.
En esta trama, el fiscal muerto fue enterrado en un cementerio de la
colectividad muy próximo al monumento de recordación a los caídos por la
defensa de Judaiké.
“La muerte de un fiscal” es finalmente una novela que carece de
coherencia, es fantasiosa y no puede aspirar a ningún premio literario,
pero si a un notable nivel de ventas. Todos los trucos de los libros muy
vendidos están incorporados, aunque haya que hacer un notable esfuerzo
para considerarlo mínimamente creíble.
Su autor anónimo, es altamente probable que no llegue nunca a salir del anonimato.