Entrevista a Antonio Caponnetto: “Sólo un regreso a la Tradición podría restaurar la Iglesia”
Entendemos por cristiandad cuando el cristianismo impregna todo el orden
temporal. Desgraciadamente hoy en día esto no sucede, pues el
catolicismo tiene una presencia marginal en la mayoría de Estados del
mundo y por lo tanto su influencia es muy escasa. En casi todos los
países occidentales son las propias legislaciones las que amparan el
aborto, la eutanasia, las uniones homosexuales…No se respetan los
derechos de Dios. La relajación de las costumbres es escandalosa. Está
bien vista y generalizada la inmoralidad en todas sus formas, en la
mayoría de ámbitos y niveles. Es una sociedad totalmente decrépita y
degradada.
La profunda crisis de la Iglesia, ha contribuido poderosamente a una
fuerte de laicización de la sociedad y su consiguiente degeneración
moral. Salvo honrosas excepciones no es fácil encontrar sacerdotes que
den la vida por sus ovejas, que prediquen con contundencia contra el
pecado, que denuncien con fuerza el mal y el error.
Antonio Caponnetto, Profesor de Historia y Doctor
en Filosofía, analiza el espíritu de la cristiandad frente al de la
modernidad, también presente desgraciadamente en el seno de la misma
Iglesia.
Antes de abordar de la situación actual de la Iglesia, sería bueno que precise que se entiende por cristiandad…
La Iglesia ha sido muy clara al respecto, por lo que no habría más
que recordar de modo sintético lo que ella dijo. La Cristiandad es un
concepto histórico-político, cuya naturaleza consiste en la comunidad o
comunión de las naciones bajo el propósito de Instaurar todo en Cristo. Es
el anhelo de la Reyecía Social o Principalía Social de Nuestro Señor.
Para lo cual se necesitan gobernantes o príncipes o monarcas que estén
dispuestos a asegurar -desde el poder temporal- que ese primado se
ejecute, se consolide y respete.
Es el ideal de León XIII expresado en la Inmortale Dei: que la filosofía del Evangelio gobierne los Estados o el de San Pío X: omnia instaurare in Christo. No se trata de cristianos individuales, cuya existencia siempre será buena, por cierto, sino de un Orden Social Cristiano.
Pero además, este concepto tiene en Jesús a su mismo garante y
propulsor. Pues fue Él quien les pidió a los apóstoles que fueran y
evangelizaran y bautizaran a todas las naciones, erga omnes. Y los apóstoles le hicieron caso, aún a costa de su vida.
Lo triste es constatar cómo, en las actuales circunstancias de la
Iglesia, todo este riquísimo e inamovible magisterio ha sido sustituido y
traicionado por los conceptos de sincretismo religioso,
aconfesionalidad de los Estados, separación de los poderes temporales y
espirituales y construcción de sociedades pluralistas e irenistas.
¿Por qué es necesario que el cristianismo impregne todo el orden temporal?
Fue Cristo -está en el capítulo 15 de San Juan- quien nos dijo “Sin mí nada podéis hacer”.
Y es San Pablo, en la Primera carta a los Corintios, el que reclama la
necesidad de que Cristo reine hasta poner a todos los enemigos bajo sus
pies. No es difícil deducir que ese “nada” podéis hacer incluye al orden
temporal. No dijo Nuestro Señor: Conmigo podéis hacer todo, menos fundar las sociedades.
Tampoco dijo que había que contemporizar con sus enemigos, convertirse
en ellos obrando como ellos, y terminar besando las manos,
genuflexamente, a los mismos deicidas. No. Pidió que, mediante un orden
temporal justo, que lo tuviera a Él por cabeza y columna, hasta los
mismos enemigos sintieran el peso benéfico y salvífico de su reyecía.
Todo lo contrario de lo que hoy se predica y se dice desde la misma
Iglesia. Cristo ha sido destronado, y está a los pies de sus peores
enemigos.
¿Cuáles son los principales enemigos de la cristiandad?
Todos aquellos que no quieren que ella exista, y que han luchado para
destruirla, sea con las armas físicas o ideológicas, o ambas
combinadas. Nombro al judaísmo y a la masonería, en primerísimo lugar. A
algunos de sus frutos nefastos como el socialismo, el liberalismo, el
marxismo. No me quedaré sin decir tampoco la responsabilidad que le cabe
al mahometanismo, siempre y cuando se conozcan bien sus raíces hebreas,
como lo ha probado Gabriel Théry.
Pero los principales enemigos de la Cristiandad están hoy, y desde
hace ya largo rato, enquistados en la Iglesia. Son los propulsores de la
herejía modernista, conglomerado de todas las herejías, al buen decir
de la Pascendi, que remozados o no, insisten una y
otra vez en destruir los cimientos de la Fe, y el concepto mismo de
Cristiandad. Vemos con inmenso dolor, perplejidad e indignación, que no
pocos de estos errores modernistas son predicados hoy, de manera
corriente e impune, desde la misma Cátedra de Pedro.
Vamos a centrarnos en la modernidad, ¿Cómo nace esta ideología y cómo socava los cimientos de la cristiandad?
Es un tema muy largo de hablar. Hace poco di una charlita a la que titulé: “Explicaciones de la Modernidad”.
Allí decía, en pocas palabras, que la modernidad admite, por lo menos,
cuatro explicaciones. Una antropológica, otra política, otra histórica y
otra teológica. No conviene escindir una explicación de la otra. La
mirada se angosta.
Además, tampoco conviene establecer periodizaciones rígidas o
lineales o sucesivas. Pues si bien es cierto que esta periodización es
real, posible y necesaria, en historia suele darse aquello de los corsi e recorsi de los que hablaba Giambattista Vico.
De todos modos, y yendo a su pregunta, creo que en el origen de la Modernidad hay que buscar al Nominalismo.
El siglo XIV es el primero y trágico siglo moderno que existe. Al menos
en la era cristiana. Así como antes de Cristo, el siglo V de la
sofística. Claro que en ambas circunstancias, aparecieron en un caso
Sócrates y en el otro, robustos herederos de Santo Tomás, como Diego de
Deza, que echó a los nominalistas de la Universidad de Sevilla o Juan
Estanyol. Hoy los nominalistas, no sólo no son combatidos sino que son
poder. Y poder aún en importantes estructuras y jerarquías eclesiales.
Es el drama de la cizaña que parece prevalecer sobre el trigo, según
terrible diagnóstico de Benedicto XVI, en su último Vía Crucis como
Papa.
Hasta que punto es grave que el espíritu de la modernidad se infiltrase en la misma Iglesia, en los Seminarios….
Tan grave como puede ser, dentro de un rebaño, un lobo disfrazado de
cordero, en una casa un ladrón que entre subrepticiamente, un caballlo
de Troya en la Ciudad de Dios, según conocida imagen de Dietrich von
Hildebrand. La gravedad de esa infiltración es mucho mayor si se piensa
que la Iglesia ha bajado el puente levadizo para que ingrese. El humo de
Satán entró en el templo de Dios, al decir de Paulo VI, pero porque
alguien le abrió la puerta, o se olvidó de cerrar las ventanas adrede.
La infiltración ya no es sólo “foquismo” sino “entrismo”, según la
terminología trotskista de la IV Internacional. Ha entrado en la Iglesia
y se ha convertido al principio en focos, pero gradualmente lo ha ido
invadiendo y corroyendo todo, sin que se le pusiera el freno adecuado.
Hoy los “infiltrados” somos nosotros: los católicos que tratamos de
mantenernos leales y fieles a la Verdad.
¿Cómo se puede combatir eficazmente la modernidad cuando es la ideología dominante?
Recetas no conozco, ni las recomendaría. Pero el Padre Castellani
decía que era mejor dar los ingredientes de una receta que la receta
misma. Algunos de esos ingredientes para combatir la ideología
dominante, o mejor dicho, los mejores, son los que recomendó el mismo
Cristo: hablar sí, si; no, no; gritar desde los tejados; dar testimonio
de la Verdad a tiempo y a destiempo; no estar tristes sino alegrarse y
confortarse. Y le digo mi ingrediente favorito. Está en Lucas 21,28: “Cuando estas cosas comenzaren a suceder, cobrad ánimo y levantad vuestras cabezas, porque se acerca vuestra redención”. Hay toda una pedagogía, una criteriología y una metodología en esta perícopa evangelica.
También puede ayudar, ¡ y mucho!, releer el Sermón 340 de San Agustín. No falta nada en el curso de acción que nos propone: «Corregir
a los indisciplinados, confortar a los pusilánimes, sostener a los
débiles, refutar a los adversarios, guardarse de los insidiosos,
instruir a los ignorantes, estimular a los indolentes, aplacar a los
pendencieros, moderar a los ambiciosos, animar a los desalentados,
apaciguar a los contendientes, ayudar a los pobres, liberar a los
oprimidos, mostrar aprobación a los buenos, tolerar a los malos y ¡pobre
de mí! amar a todos »
¿Qué circunstancias tendrían que darse que se diese un resurgir de la cristiandad?
Estimado amigo la futurología no es lo mío. Pero como no quiero que
piense que le rechazo la pregunta, le daré una respuesta vinculada a
estos días que vivimos. El 18 de Julio se cumplen 80 años de la Cruzada
Española. Allí tiene usted una buena ocasión para saber qué
circunstancias tendrían que darse para que pudiera resurgir la
Cristiandad.
Acépteme una respuesta encuadrada en la poesía promisoria
joseantoniana; la que compuso Hernando de Acuña, después de la victoria
de las armas imperiales, contra los protestantes, junto al río Albis:
“Ya se acerca, Señor, o ya es llegada,
la edad gloriosa que promete el cielo,
una grey y un pastor solo en el suelo
por suerte a vuestros tiempos reservada
Ya tan alto principio, en tal jornada
os muestra el fin de nuestro santo celo
y anuncia al mundo para más consuelo
un Monarca, un Imperio y una espada”
Esto haría falta, cual circunstancia propicia para un
resurgir de la Cristiandad. En lugar de eso, le piden perdón a Lutero y
se hacen amigotes y socios de los que fusilaron al Corazón de Jesús.
¿Sería necesaria una restauración en la Iglesia para volver a la Tradición?
Creo que es un poco al revés. Sólo un regreso a la Tradición podría
restaurar la Iglesia. Lo único que deseo aclarar al respecto, es que esa
Tradición a la que es necesario volver, no empieza en Trento. No
cometamos el mismo error de los progresistas, que parten al mundo en un
antes y después del Vaticano II. Volver a la tradición o parádosis, como
decían los Padres griegos, es volver a anclarse en el misterio
trinitario y teándrico. Y arrancando desde allí, claro, recorrer los
grandes jalones tradicionales de la vida temporal y doctrinal de la
Iglesia, entre los cuales está Trento, no lo dudo.
Javier Navascués