¿FRANCO ERA FASCISTA?
Con
este articulo de Esparza, con mas aciertos que errores, algunos se
sentiran contentos y aliviados, otros diremos "peor para Franco".En fin,
sirve para recordar la fecha.
Franco no fue nunca fascista. Ni él ni su régimen,
ni siquiera en los momentos en que más se parecían al fascismo sus
formas externas. El fascismo, más allá de la retórica y de esa abusiva
tendencia –de origen comunista- a calificar como “fascista” a cualquier
régimen autoritario de derechas, es una etiqueta que corresponde a
realidades ideológicas y políticas muy concretas, y apenas ninguna de
ellas se da en el franquismo ni en la propia persona de Franco.
¿Qué quiere decir “fascismo”? Stanley Payne, en su Historia del fascismo
(Planeta, Barcelona, 1995, p.15), utiliza materiales de Ernst Nolte,
Giovanni Gentile y Juan José Linz para proponer una tabla muy completa
de rasgos fundamentales. Basta repasarlos para constatar hasta qué punto
el franquismo no fue un fascismo.
El fascismo,
de entrada, se caracteriza por su adhesión a una filosofía idealista,
vitalista y voluntarista, que implica normalmente la intención de crear
una cultura moderna, secular y autodeterminada. Esto quiere decir que el
fascismo bebe en las corrientes filosóficas de la segunda mitad del
siglo XIX y años sucesivos, es decir, la modernidad tardía. Frente al
mundo tradicional, que ponía a Dios en el centro de todas las cosas, la
modernidad reivindica al hombre como motor del mundo. A partir de este
esquema de pensamiento nacen formas de describir la realidad que pasarán
a las teorías políticas. El fascismo es una de ellas. Idealismo,
vitalismo, voluntarismo, dice Payne. ¿Qué quiere decir eso? Más o menos
esto: el mundo no está cerrado ni ordenado, sino trágicamente abierto al
caos; sólo se ordena con la fuerza de la idea, con la voluntad del
hombre que imprime su sello a las cosas; esa voluntad corresponde a
líderes superiores o a minorías egregias que encuentran en el ejercicio
de su poder, de su voluntad (de su voluntad de poder), la legitimidad de
su acción sobre la Historia. El fascismo en sentido estricto deriva de
este concepto de las cosas. Es un movimiento profundamente moderno,
arraigado en una visión del mundo sin causa divina ni orden natural.
¿Hay
algo de eso en el franquismo? Ni por asomo, ni siquiera en las
formulaciones teóricas de la Falange. Excluida la filosofía de Ramiro
Ledesma y algunas intuiciones de Giménez Caballero –quizá los únicos
nombres propiamente fascistas del entorno del régimen, anteriores en
todo caso a la guerra civil-, la doctrina que vertebró al franquismo
está en los antípodas del modernismo fascista. La visión del mundo
franquista es profundamente religiosa, cristiana, tradicional. Eso es
así incluso en los escritos más tempranos de teóricos falangistas como
Eugenio Montes. Si el estilo fascista reivindica la voluntad trágica
frente al mundo en caos, el estilo franquista prefiere la imagen del
hombre de fe que ordena el mundo en nombre de Dios y de la tradición. Su
bisabuelo no es Hegel, sino Menéndez Pelayo. No es moderno, sino
reaccionario en el sentido filosófico de ambos términos.
Pragmatismo contra ideología
El
segundo elemento específico del fascismo, según la tabla de Payne, es
la creación de un nuevo Estado nacionalista autoritario, ajeno a modelos
o principios tradicionales. Esto es transparente en los casos italiano o
alemán: son, efectivamente, nacionalistas y autoritarios, y en ambos
casos se proclama explícitamente la ruptura con el orden tradicional. La
Italia de Mussolini y la Alemania de Hitler son estados laicos,
secularizados, integralmente modernos. ¿Y el franquismo? Lejísimos de
eso. El Estado del 18 de julio es declaradamente confesional desde el
principio, se coloca bajo la advocación de la Iglesia y le entrega
parcelas no menores de poder político. El Estado de Franco fue moderno
en su centralismo autoritario, pero fue tradicional en la legitimación
del poder: el Caudillo lo era “por la gracia de Dios”.
¿Y
en lo económico? ¿Fue fascista el franquismo en lo económico? Sólo un
poco y sólo al principio; después, a partir de los años 50, en absoluto.
El fascismo se caracteriza por crear una nueva estructura económica de
ámbito nacional altamente reglamentada, multiclasista e integrada. Es el
modelo del corporativismo nacional en Italia y del nacionalsocialismo
en Alemania. El modelo teórico del nacionalsindicalismo, aportación de
la Falange al régimen de Franco, pretendía seguir similares patrones; a
ellos responde el Fuero del Trabajo, que convertía a los sindicatos
verticales en pilar económico del Estado. Pero es un hecho que el
nacionalsindicalismo sólo funcionó durante un cierto tiempo y, además,
de manera incompleta. En 1941 es cesado como jefe de la organización
sindical el falangista Gerardo Salvador Merino y su destierro a las
Baleares pone punto final a la experiencia. A partir de ese momento, el
sindicalismo vertical se transforma en un instrumento de pacificación de
las relaciones laborales en beneficio de las empresas y, eso sí, bajo
el control del Estado. Es verdad que el Fuero garantizará derechos
importantes para los trabajadores, pero éstos quedarán lejos de
conformar aquella base popular del régimen con la que soñaban los
teóricos del nacionalsindicalismo. De manera que, en lo económico, el
franquismo tampoco fue un fascismo. Las medidas de liberalización
introducidas a partir de los años cincuenta terminarán de alejarlo del
modelo, en provecho de un criterio estrictamente pragmático.
El
fascismo se señala también por una evaluación positiva de la violencia y
la guerra, que implica la disposición a recurrir efectivamente a ellas.
No hay demostración más evidente que la realidad: todos los fascismos
murieron en la guerra. ¿Y el franquismo? El franquismo, aun apoyado
explícitamente en su origen por Hitler y Mussolini, funcionó al revés:
nació de una guerra (civil) y permaneció alejado de los campos de
batalla, sin más sobresaltos que los de Ifni y el Sáhara, donde tampoco
se planteó una guerra. La intervención bélica en la segunda guerra
mundial, la División Azul, no se enfocó como una guerra de Estado, sino
de partido, es decir, de voluntarios. La retórica belicista de la
posguerra civil evolucionó rápidamente hacia la imagen de Franco como
pacificador y desembocó en la campaña de los “Veinticinco años de paz”
en 1964. De manera que los ardores bélicos se templaron muy pronto, por
más que la liturgia militar se mantuviera en determinadas
manifestaciones públicas. Tampoco en esto el franquismo fue un fascismo.
Ni lo fue en política exterior, donde el fascismo tiende al
expansionismo, pero Franco, por el contrario, se limitó a contemporizar
de la manera más pragmática posible con unos y con otros, tanto antes
como después de la segunda guerra mundial. En materia territorial, el
régimen de Franco se plegó a las condiciones generales de la
descolonización en Marruecos y en Guinea. Y en materia diplomática,
apostó por criterios geopolíticos completamente objetivos: alineamiento
con la órbita de poder norteamericana y paciente espera en la puerta de
Europa. Pragmatismo, una vez más.
Contra liberales y comunistas
Dentro
del estilo filosófico e ideológico sobre el que se asienta el
fascismo, juegan un papel muy importante sus negaciones:
antiliberalismo, anticomunismo, anticonservadurismo. El franquismo tuvo
en común con los fascismos sus enemigos: el comunismo y el liberalismo,
sin duda. Pero no todos sus enemigos, porque tanto el facismo
italiano como el nacionalsocialismo alemán declararon igualmente
enemigos a los conservadores –de hecho, conservadores serán los que
intenten matar varias veces a Hitler-, mientras que Franco siempre tuvo
en los sectores conservadores su apoyo principal. Y ello precisamente
porque el franquismo no se inspiró en principios fascistas, sino
tradicionales.
El
franquismo fue, sí, un anticomunismo desde su mismo nacimiento, el 18
de julio de 1936 (cuando aún no había tal franquismo), hasta el
testamento político del dictador, y en el comunismo halló el régimen una
suerte de enemigo perpetuo. ¿Fue también un antiliberalismo? Lo fue,
sin duda, en el aspecto filosófico, moral, pero no tanto por emulación
fascista como por inspiración cristiana: los argumentos del régimen
contra el liberalismo son los mismos que llevaron a Pío IX a condenarlo
en el Syllabus de 1867. El franquismo fue también antiliberal
en el aspecto político, pero con matices: siendo radicalmente ajeno a
las formas del liberalismo democrático tal y como se impusieron en los
regímenes parlamentarios, mantuvo sin embargo una estructura de división
de poderes razonablemente moderna, en especial en lo que concierne al
poder judicial. El franquismo no fue en nada, ciertamente, un
liberalismo, pero se atuvo a determinados usos habituales en el espacio
político de occidente, cosa que no ocurrió, por ejemplo, en la Alemania
nazi. Y aún más ambiguas son las relaciones del franquismo con el
liberalismo en el plano económico: siendo un régimen doctrinalmente
a-liberal, partidario de la economía centralizada y dirigida, sin
embargo su práctica de gobierno fue más bien la de un “capitalismo de
Estado” cada vez más liberalizado a partir de los años cincuenta.
Pero,
entonces, ¿y las camisas azules y los himnos y el partido único? ¿No es
eso estilo fascista? Si. Y el fascismo, además de una ideología o una
doctrina, es precisamente un estilo, como explicó ampliamente Armin
Mohler. Ahora bien, toda esa liturgia es inseparable de una tentativa de
movilización de las masas, con la militarización de las relaciones
políticas y con el objetivo de crear una milicia de partido. Pero el
franquismo, por el contrario, muy rara vez trató de movilizar a nadie,
más bien al revés. En vano buscaremos en el franquismo ese aire de
movilización permanente en magnas concentraciones uniformadas, al estilo
italiano o alemán. Ni siquiera en las liturgias masivas de "coros y
danzas". En cuanto a las relaciones políticas, al margen de la retórica
falangista (confinada por otra parte a la estructura del Movimiento
Nacional), nunca se militarizaron; más bien siguieron un patrón
jerárquico de tipo ancien régime, lejos del tono directo de
“camaradería vertical” que caracteriza a las formas militares. Y, por
supuesto, de milicia del partido, nada de nada: cuando acabó la guerra,
la Falange mantuvo milicias, pero bajo el mando de militares como Muñoz
Grandes. Por otra parte, aquellas milicias, prontamente desaparecidas,
nunca tuvieron una función semejante, ni de lejos, a las otorgadas a las
SA o a las SS bajo el nacionalsocialismo. Y respecto a la liturgia de
Estado, no fue una liturgia de partido, sino, con frecuencia, una
liturgia eclesiástica, sobre todo en los años del
“nacional-catolicismo”.
Caudillo
Hay
un rasgo académico del fascismo donde el parentesco con el franquismo
es más claro: la tendencia específica a un tipo de mando autoritario,
carismático, personal. El fascismo es inseparable de la figura del
líder, Duce, Führer, Caudillo o como se le quiera llamar. También el
franquismo es inseparable de la figura de Franco. Ahora bien, los
fascismos estaban concebidos de tal modo que el movimiento podría
sobrevivir al líder, no se extinguiría con él, mientras que en el caso
del Caudillo español, por el contrario, nadie pensó en un “franquismo
después de Franco”: desde fecha tan temprana como 1947 el propio
dictador arregló las cosas para un cambio de sistema que implicaría la
coronación de un Rey. Y otra cuestión crucial: todos los líderes
fascistas son dictadores, pero no todos los dictadores son fascistas ni
su estilo de mando se corresponde con las características del fascismo.
Aquí intervienen innumerables elementos, desde el origen de la
investidura dictatorial hasta el sistema de controles efectivos del
poder que sirvan de contrapeso al dictador. Franco, que fue
evidentemente un dictador, en líneas generales carece de los elementos
de carisma personal que caracterizan a los grandes líderes fascistas. En
cuanto a su forma de ejercer el poder, resultó formalmente limitada por
la progresiva institucionalización de consejos con funciones ejecutivas
o consultivas específicas. Franco fue un dictador, sí, pero no un
dictador fascista.
¿Hay
que decir más? El fascismo implica una deificación del Estado, pero
Franco nunca quiso hacer del Estado una religión. El fascismo se basa en
la existencia de un partido único que actúa como vanguardia política y
encarnación del pueblo-nación, pero el Movimiento resultante de la
fusión de la Falange y el Requeté jamás gozó, ni siquiera en la primera
época, de atribuciones de ese carácter. El fascismo es un totalitarismo
que pretende encauzar por una sola vía todas las manifestaciones de la
vida social, pero en la España de Franco siempre existió una pluralidad
(ciertamente, controlada) de “vías”, desde las asociaciones católicas
hasta el Ejército y el Movimiento, pasando por la burocracia del Estado o
por las corporaciones económicas, por no hablar del poder fáctico de la
Iglesia. El fascismo, en fin, como movimiento moderno que es, se
asienta sobre una cultura de la movilización absoluta y permanente de
las masas, pero el Movimiento rara vez buscó “movilizar” a masa alguna
e, incluso al contrario, se le ha reprochado apoyarse sobre lo que
Dionisio Ridruejo -falangista que acabó en el socialismo cristiano-
llamó “el macizo inconmovible de la raza”.
En la
retórica de la política cotidiana seguiremos escuchando, sin duda, que
Franco fue “un nazi y un fascista”, como recientemente dijo la simpar
Celia Villalobos, que, por cierto, antes de “progresista del PP” fue
funcionaria de la Organización Sindical franquista. Pero si hablamos en
serio, dando a cada cosa su apropiado concepto, la realidad es la que
es. Franco no fue fascista jamás. Y su régimen –dictatorial,
autoritario, sí- no fue un régimen fascista. Fue otra cosa. Por eso no
es impropio hablar de "franquismo".
José Javier Esparza
http://gaceta.es/jose-javier-esparza/5-franco-fascista-07112015-1951