18 DE JULIO GLORIOSA CRUZADA ESPAÑOLA
Un
dia como hoy 18 de Julio pero de 1936, fue el Alzamiento Nacional de
Francisco Franco en España, para iniciar la gloriosa Cruzada por Dios y
por la Patria Española.
Recordemos este dia glorioso con dignidad de cristianos hispanicos…Arriba España!
EL ALZAMIENTO
Los ochenta
años del alzamiento del General Franco traen a la memoria aquel que
resultó hasta la fecha -circunscrito a una sola nación para ejemplo de
muchas- el último gran capítulo del aplazamiento temporal del triunfo
del Anticristo. Sin omitir (como cabría decir también de Lepanto) la
eficacia del auxilio sobrenatural en una contienda que, nomás al
empezar, podía decirse ampliamente favorable al enemigo (que poseía el
control casi total de las armas y los recursos materiales), cabe
observar una circunstancia que debió hacer terciar entonces la adhesión
del común a la causa del Generalísimo, que era la de España: la inhumana
implacable crueldad de los marxistas, dispuestos a triturar e
incinerar, a masacrar sin remilgos, ciegamente, lo que se les pusiera
delante -nota ésta común, desde la francesa de 1789, a la «Revolución» a
secas que, ávida de sangre, suele prolongarse en matanzas entre las
mismas facciones revolucionarias.
Hoy la Revolución triunfa mucho más incontrastablemente sin carnicerías, atacando con la propaganda más insidiosa los fundamentos del orden civil. Patrimonio y matrimonio, en concreto: el primero, por la cíclica -y a menudo endémica- crisis económica; el segundo, por la introducción de la «guerra de los sexos» y la sugestión del feminismo, cuyas falaces premisas terminaron siendo más o menos acatadas por la totalidad de la población. Porque si bien sabemos que la guerra, consecuencia del pecado, es inextirpable del cuerpo de la historia (y devino en los tiempos modernos “institución permanente de la humanidad”, en recordadas palabras del papa Benedicto XV al término de la Granguerra), hoy se ha llegado a cultivarla en laboratorio, como un bacilo, haciéndola incluso un producto de exportación e introduciéndola en lo más menudo y medular de la comunidad humana. Se trata de un descuaje paciente y controlado del amor, de la amistad en cualquiera de sus formas, y del consiguiente emplazamiento del odio, esa pasión que no es menester atizar demasiado para que cunda el caos. «Theofobia» llamó De Maistre al nervio más íntimo de la Revolución, que cuando cunde -como hoy- en su modalidad incruenta, se contenta con atacar a Dios en sus obras, en el ser de las cosas, en el meollo de la sociedad humana.
El que
sentenció que «el hombre es lobo del hombre», más que expresar la amarga
constatación de las costumbres de época o de la vigencia inalterable
del fomes peccatibajo la frecuente especie del egoísmo, entendía
ofrecer una definición antropológica, una síntesis condensatoria de ese
pesimismo ontológico de cuño protestante que hace radicalmente incapaz
de cualquier bien a la naturaleza humana herida por el pecado original.
Esta concepción sombría del hombre, que sostiene la corrupción total
de la naturaleza, fue la que motivó primero el absolutismo y, andando
los siglos, la colmena socialista como salvaguarda -dicen- de la equidad
que el hombre no puede sino ofender cuando no se le aten las manos. Lo
que nunca aclaró la Revolución es cómo, ateniéndonos a esta premisa, un
Estado constituido por hombres podía evadir esta fatalidad de la
injusticia -injusticia que la Revolución, de hecho, allí donde triunfó,
no hizo sino multiplicar. Porque donde se proclama la primacía
insuperable del pecado, donde se le otorga omnipotencia al mal, se sigue
ineludiblemente la glorificación de este mismo mal.
Éste es el
humo infernal (Ap. 9, 2ss.) que, ascendiendo desde el abismo como de un
horno, oscurece el sol y el aire y amenaza opacar las mentes, incluyendo
las de los eclesiásticos dados hoy a la tarea de cohonestar las culpas
que han ingresado a título de costumbres colectivas en la depravada
sociedad occidental. La gran página histórica del 18 de julio de 1936
nos recuerda los derechos del honor contra la villanía desbocada, la
impelente reacción de la parte sana de la comunidad contra la gangrena
que amenaza extenderse hasta aniquilar toda huella de cultura y
tradición, la oposición entre vitalidad y purulencia. En estos tiempos
de parlamentarismo inane y de banal apelación a síntesis imposibles
haremos bien en recordar la condición dramática de la existencia, que no
está en nuestras manos aligerar. Hablamos, al fin de cuentas, de dos
estirpes inconciliables, como se desprende del cotejo entre Antonio
Rivera Martínez, «el Ángel del Alcázar», que arengaba a los suyos con el
célebre «camaradas, tirad, pero tirad sin odio», y el Che Guevara, que
propugnaba un demoníaco «odio como factor de lucha, […] odio
intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones
naturales del ser humano y lo convierte en una eficaz, violenta,
selectiva y fría máquina de matar».
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