LOS SILENCIOS DEL “PAPA” FRANCISCO EN AUSCHWITZ
Los silencios del papa Francisco en Auschwitch
Por A. Robles
De
nuevo el ritual, el tono circunspecto al que obligaba la ocasión, un
aire cansino en el andar, la mirada perdida, el silencio. Auschwitch. El
papa Francisco. Como sus predecesores, el papa argentino cumplió con
las exigencias en el legendario campo donde los historiadores oficiales
cifran la muerte, a manos de los nazis, de cientos de miles de personas,
durante la segunda contienda mundial.
Se sabe que el papa argentino tiene una gran debilidad por sus “hermanos mayores” y lo demuestra cada vez que tiene ocasión. La jerarquía católica teatraliza muy bien esas filias. Sólo hay que observar la repercusión planetaria que ha tenido la visita del sumo pontífice al campo polaco. El papa avanza lentamente. A su retaguardia, un enjambre de servidores y signatarios. Todos en silencio. Surca el camino asfaltado, que orillan las mimosas y los lirios que brotan en este “símbolo del horror nazi”. O al menos eso dicen.
En silencio, teatralmente en silencio, el papa argentino se detiene y se lleva la mano al pecho con un aire involuntariamente dramático. Dicen que hay en el lugar centenares de miles de dramas que aún exigen justicia; dramas que pese a transcurrir 80 años siguen acechando, como extraños mensajeros, a diferencia de otros dramas de la historia, que han sido infamemente ignorados y olvidados. Por lo demás, todo marcha según el preparado ritual. Sabe Francisco que los amos del mundo observan complacidos su andar quedo, repuesto ya de la embarazosa caída en una celebración eucarística, sólo unas horas antes. Se le ve en forma, con la túnica ceñida y un decadente gesto cuando parece que entra en oración: “¿Por qué, Señor, tanta crueldad?”. Las cámaras le acompañan a cada paso y no sabemos si una mano le palparía o no el corazón, recobrada o no la conciencia, después de tanta parafernalia. Éstas deberían haber sido entonces sus palabras. Las palabras del vicario de Dios:
“Por
qué, Señor, por qué hemos ignorado las trágicas muertes de esos 45
millones de civiles que no dispusieron de ningún rol en el conflicto que
hoy exaltamos? ¿Por qué los halagos y elogios que alcanza esta visita a
Auschwitz no habrían sido tales si mis oraciones alcanzaran también a
las víctimas inocentes de Dresde, a las millones de niñas, mujeres y
ancianas alemanas que fueron violadas y atormentadas por soldados del
ejército rojo? ¿Por qué muchos historiadores y pensadores, incluídos no
pocos pastores de mi grey, han sido y son perseguidos, encarcelados y
denigrados públicamente por oponer resistencia a la verdad que nos fue
dada sobre este campo que hoy recorro? ¿Por qué se solemnizan
determinados hechos y en cambio se relativizan todos los demás? ¿Por qué
los historiadores revisionistas son perseguidos en la medida que no lo
son los que niegan la divinidad de tu hijo Jesús? ¿Por qué no encuentro
palabras, que no sean fútiles, para recordar a tantos y tantos
cristianos como son torturados y asesinados cada año allí donde impera
la religión que las circunstancias políticas me obligan a calificar de
pacífica? ¿Por qué la Iglesia ha perdido su instinto y su sustancia
nutriente en nombre de esa modernidad que alabamos y bendecimos? ¿Por
qué no me sería nunca admitida ninguna frase conmiserativa para esa
población blanca sin la que esta religión que represento estaría
reducida a sólo unas miles de personas? ¿Por qué abjuro del recuerdo de
mis antepasados con idéntica lenidad a la de Pedro cuando te negó tres
veces? ¿Por qué carezco del valor necesario para proclamar que la
solidaridad no puede ser un cheque en blanco en manos de quienes
pretenden aniquilar a los nuestros? ¿Por qué la Iglesia que yo
represento está siendo cómplice de los proyectos eugenésicos contra la
raza de nuestros evangelizadores y santos? ¿Por qué la sujeción a la
corrección política me impide amonestar, en los términos igual de
severos que utilicé contra Donald Trump, a la candidata que pretende
alcanzar la más alta magistratura de Estados Unidos a lomos de la
industria de armamentos y de los multimillonarios fondos de Planned
Parenthood? ¿Por qué no soy capaz de escenificar gestos como el de hoy
en los centros de poder y de decisión donde se proyectan conflictos,
destrucciones y muertes, para solaz económico y control de unos pocos?
¿Por qué no condeno con el mismo énfasis a los promotores del mayor
genocidio moral y demográfico que haya conocido Occidente? ¿Por qué me
siento obligado a abrazar al tirano que, en países muy cercanos al mío,
ha allanado el camino al hambre y la desesperación? ¿Por qué no tengo el
valor de reconvenir a los que esclavizan a sus mujeres, mutilan a sus
hijas, rebañan el cuello a mis amados sodomitas y pueblan de mezquitas
radicales nuestros paisajes europeos? ¿Por qué permití que se profanara
la catedral de Buenos Aires y se humillara a los católicos que rezaban
dentro? ¿Por qué permitimos que las leyes que son impuestas por la élite
mundial encuentren muy poca o casi nula oposición concertada de los
obispos y de los fieles católicos, conmigo a la cabeza? ¿Por qué yo y
mis predecesores hemos dejado que lo políticamente correcto haya
infectado las filas de la jerarquía y de todos los bautizados? ¿Y por
qué si alguien se destaca por ser categórico, se le tilda de ser un
fariseo que sigue la letra de la ley, o de un proselitista que no
respeta las opiniones de los otros, o de un intolerante que levanta
muros y dinamita puentes? ¿Por qué permito que el rebaño que pastoreo
esté siendo conducido a las fauces del lobo? ¿Por qué mi vanidad me
lleva a sentirme complacido por la lluvia de incienso, proveniente de
los enemigos de nuestra fe, en vez de desconfiar de tales halagos? ¿De
qué nos ha servido la muerte de tantos mártires cuando los pocos
vocacionales que hoy nos quedan están siendo engullidos por el león que
nosotros mismos hemos alimentado? ¿Por qué, Señor, por qué?”.
Entre
tanto, Francisco sigue caminando, pausadamente y en silencio, entre
barracones pulcramente conservados, escoltado por un grupo de gente
estremecida, que ve cumplido el deber que el sentido católico de la
liberalidad impone. Todos marcan el paso al unísono.
En
uno de los puntos, Francisco reza mientras un rabino canta en el idioma
hebreo original el Salmo 130, un grito desgarrador a Dios conocido en
latín como «De profundis». En Birkenau, Francisco recorre en silencio
todo el memorial, parándose a rezar ante cada una de las 23 lápidas que,
en cada uno de los idiomas de las víctimas, honran la memoria de “un
millón y medio de hombres, mujeres y niños, en su mayoría judíos,
asesinados” en ese lugar, según se nos recuerda a diario.
Al final del recorrido, muchos aplauden al papa. Éste los observa, igual de silencioso y circunspecto. En el aire volaban las voces: “Yo tenía un camarada”. Bergoglio no se inmuta. Tanto el rabino jefe de Polonia como muchos otros en varios países han aplaudido el silencio de Francisco. Bergoglio puede dormir tranquilo. En silencio.
De Alerta Digital