RESEÑA.
NOTICIAS, de
ayer, de hoy y de mañana. Federico Miura Seeber. Ed samizdat.2016.
Por Dardo Juan Calderón.
Ya hemos referido nuestra impresión sobre el
autor del libro en el artículo que más abajo precede o… ¿está después? (cosas
raras de los blogs).
Dije – más abajo- que el autor no me es
conocido ni frecuentado en sus obras, tuve la mala experiencia de que me lo
recomendó un tipo poco recomendable y actuaron mis prejuicios defensivos. Pero
luego recibí buenos datos de Don Antonio Caponnetto, del editor de Vórtice y de
un consuegro medio loco que tengo, y me puse a leer este, su último libro, y como ya dije, me gustó más el autor que el
libro. O mejor dicho, me gustó mucho casi todo el libro y no tanto los anexos.
El libro es una recomendación de cuál es la
perspectiva desde la que se deben leer las noticias, entendiendo las noticias
como lo que “realmente” pasa hoy. Hoy la noticia es la noticia de hoy, que sale
en el encabezado y que es todo lo que se ve, digitada por una voluntad vicaria
que expresa un interés de hoy y que no tiene ningún compromiso con la
coherencia ni la inteligencia, sino con el interés. Para peor, varios intereses
se cruzan, compiten, se pelean y llenan el hoy de malos datos, convirtiendo
nuestra cabeza en un bodrio que no sabe lo que pasa en ningún lado a pesar de
que está enterado de lo que pasa en todos lados. Pero una noticia sólo se
entiende si se entiende qué pasaba ayer y qué pasará mañana. Así de simple y
así de complicado.
El
hombre moderno sólo tiene para su juicio esta noticia de hoy, sin pasado y sin
mañana, porque la noticia de hoy no continúa un “relato” ni va a continuar
mañana si no se la sostiene con plata , así que cada día inaugura un nuevo interés
que compra el “titular” o la pantalla. Sumado a esto hay que despertar el
interés del que compra el medio y medir el “rating” y llenar con algo los espacios
vacíos. De la misma manera el hombre moderno inaugura todos los días una forma
de pensar, de vestirse, de enfrentar la vida y de juzgar los sucesos que,
contra el mismo significado de la palabra, no se suceden sino que ocurren como
por magia. El hombre vive su vida por fragmentos cada vez más cortos de tiempo.
Los decenios se convierten en años, los años en meses y los meses en días.
Carpe diem, hasta que la noción misma del tiempo que nos toca vivir, se diluye.
Había tenido yo la peregrina idea de que
esta “atemporalidad” y esta descomposición de lo histórico en el hombre
moderno, fruto del embate publicitario para el que todo lo que importa es el
interés hodierno, era un signo de los tiempos finales. Los hombres ya no tienen
historia, no tienen padres, no tienen abuelos, no tienen familia, no tienen
apellido, no tienen patria y no tienen mujer. Si tienen un Dios, este no tiene
nada que ver con todo eso, es un Dios del hoy al que recurrimos en un apuro y
con el que no tenemos ninguna obligación adquirida ni futura.
En esto venía cavilando - cuando agarré el
libro - para intentar resolver una paradoja que se me presentaba: la verdadera
historia de hoy, ¿es que no hay más historia? ¿Caput, se finie? ¿Debemos
recomponer la historia? ¿Podemos recomponer la historia? ¿No somos más “seres
con historia”? Y si hay que recurrir a una historia ¿a cuál? Porque una
historia es historia si se comparte con un grupo humano, no puedo andar yo con
mi historia en medio de un montón de seres atemporales cuya historia comenzó
esta mañana y termina esta noche.
La
historia es una “condición” del hombre, externa a él, no propia de su esencia,
como la misma geografía (y estamos viendo ya un hombre “sin geografía”), como
el piso en el que posa. Algo sobre lo que se asienta y sobre lo que se
“explica” en su circunstancialidad y que lo pone en una situación providencial
especial y única. Dios me pone en esta historia y desde esta historia espera mi
respuesta, única e individual, de salvación o condenación, pero… en estas concretas
circunstancias históricas, familiares y sociales. Es por lo mismo, una
condición “compartida”, plural. Si nadie en mi derredor tiene historia, lo que
hago es sólo literatura, ficción. Y a este efecto, yo comenzaba a llamarle “el
fin de la historia”, porque la historia ha cesado de ser la “condición del
hombre”, el medio en que se desenvuelve, y su condición nueva es la circunstancia
artificial y confusa que crean cada día los medios masivos de comunicación: la “opinión”
y la “moda”, la publicidad. El hombre de este mundo no está bajo una condición
histórica, sino bajo una condición publicitaria.
La salvación es individual, pero “no hay
salvación fuera de la Iglesia”, es decir, fuera de una sociedad (no menos de “dos
en Mi nombre”); y resulta por tanto imprescindible que esa Iglesia sea una
realidad visible y palpable, que yo debo reconocer y donde debo instalarme como
miembro activo, para obtener mi salvación. Así que en el contexto anterior, en
el mundo moderno, la única historia a la que podía asirme era la de la Iglesia,
y que en síntesis, es la Tradición. Pero los hombres de Iglesia hicieron el
mismo derrotero desde el Concilio Vaticano II, y comenzó lo que proféticamente Meinvielle
llamó la Iglesia de la Publicidad.
Mi reflexión sobre mis circunstancias,
históricas, familiares, sociales, tiene por objeto descubrir dónde está la Iglesia
en esa realidad, y “enrolarme” - tomar partido - en favor o en desmedro de las
circunstancias; quiere decir, para aceptar o repudiar mi tiempo. Para aceptar o
repudiar mi familia, mi patria o mí historia. Esta es la politicidad del hombre
y no otra: ser de la Iglesia y bregar porque toda mi realidad entornante, sea
de la Iglesia. Y esto lo tenían bien sabido aún los viejos paganos, donde la
polis era una realidad religiosa y no sólo eso que hoy llamamos “política” y
que se refiere a una técnica de gobierno para un bienestar material y agradable
o pacífica convivencia. Si entendemos el anterior concepto - el religioso -
pues muchas veces tendremos que ir contra el bienestar material y la agradable
convivencia. En suma, sabremos lo que “hay que hacer” y no solamente, un “cómo”
sin objetivos finales o con fines naturales.
Dado lo anteriormente dicho, y para mí (en
estado de perplejidad y con gran vergüenza de decirlo), al hombre sólo le queda
una historia posible, porque las “historias” ya no inciden y no son nuestras
circunstancias, mal que les pese a los que quieren reeditar la “civilización
cristiana” o la “hispanidad” o lo que cornos sea, porque estos intentos son
sólo bailes de disfraces de unos poquitos en un medio a-histórico. Le queda una
Teología de la Historia, que como veremos, es la historia de Cristo, es decir,
La Redención, y ya no hay otra “circunstancia”. Lo único que queda como
circunstancia posible de ubicación espacio temporal, es La Tradición. Algo de
esto nos dice el autor que tratamos y luego veo en un reportaje en “Adelante la
Fe” que mucho de esto dice Antonio Caponnetto (y me tranquilizo un poco por la
compañía).
Miura Seeber trata de ponernos en esta
circunstancia, avisándonos con una introducción de buena cuna filosófica, que
antes de hacer, hay que pensar, y que lo difícil en este vivir fragmentado, es pensar.
Que lo que es urgente recomponer es el “pensar”, y que es tal el daño que se ha
producido en ese campo, que es bueno dejar de hacer, hasta que podamos pensar
(resulta llamativo que hoy es genial lo que ayer era obvio, pero así lo es).
Hasta que podamos rearmar nuestras circunstancias dentro de este jaleo
desinformante y saber dónde estamos parados. Y a esta tarea se avoca. A rearmar
nuestras circunstancias, a repensarlas. Porque el medio moderno nos ha dejado
sin la apreciación de ellas por una urgencia en el interés del momento. No
tenemos historia, ni familia, ni sociedad, ni Iglesia. Sólo tenemos lo que
tenemos hoy, y eso que tenemos es sólo por hoy y no sabemos de dónde viene ni a
dónde va, así que es una “tenencia precaria”, en realidad un desamparo, una
perplejidad, un enajenamiento. Lo que tenemos de verdad, se asienta en la
historia y se proyecta en la historia. Los derechos humanos son un bulo para
conformar a los estafados, son derechos que tengo en la medida que el poder me
los reconoce hoy y de acuerdo a la interpretación que está de moda, porque los
verdaderos derechos son históricos, son familiares, son institucionales, y
todos ellos fueron hechos trapo desde la revolución francesa y con esta
cantinela.
Hago un paréntesis. La barbaridad de mi
postura, es la de un hombre que está ya casi dispuesto a “tirar por borda” su
historia para quedarse con ese hilito de historia casi invisible y que, sin
embargo, es la más fuerte de las historias. Miura Seeber no suelta del todo un
manojo de herencia humana que a mi ver, lo lastra en su derrotero, pero no se
puede por esto impugnar. Es un hombre de amores. (Es muy gráfica para esto la
película de Kurosawa “Madadayo”, Cristo mismo lloró su Patria antes de
despedirse de todo).
El autor nos pone en la tarea de reconformar
ese “estado de situación”, de ver dónde estamos, y para ello se sube a un
atalaya religioso, lo que no puede ser de otra manera. Aprendamos a conocer lo
que realmente pasa por medio de una recuperación de la inteligencia y
seguidamente (las mejores páginas del libro) se vuelca en segundo lugar a recomponer la
“sensibilidad”. La inteligencia emocional se diría ahora.
Cuando uno va apurado al banco a cobrar un
cheque, conversa al pasar con quien sea, le gana el puesto a un travesti con
guiño, charla en la cola con el divorciado tres veces, saluda a un cura
apóstata y no mira el negro de las uñas del cajero, y todo esto pasa mientras
ocurren dos mil abortos, matan diez monjas en Medio Oriente, una banda de
ladrones gobierna el país y las casas matrices del Banco en el que estas,
expolian tú misma Nación dejando a tus compatriotas al borde de la prostitución
y la mendicidad . Si al final del día repasamos esto, desde una perspectiva
cristiana (o mejor dicho evangélica) más nos hubiera valido no cobrar el cheque.
La sociedad moderna – o la disociación moderna- nos gana en el trajín del hoy, insensibilizándonos
para el mal. Ya no lo percibimos. Pero como decía Chesterton, esto no es nada
comparable con que nos insensibilizamos mucho más con el bien. No vemos la
pureza, no vemos la humildad, no vemos el sacrificio, no vemos la honestidad, no
vemos ni la fe, ni la caridad, ni la esperanza. No vemos ya nada. Nos ponemos a
“hacer” y en ello, con la urgencia de cobrar el cheque, no vemos ni con quién
nos asociamos, ni lo peor, con quién dejamos de asociarnos.
¿Somos perseguidos? Esto es también cuestión
de perspectiva ¿Estamos siendo violados o se trata de hacer el amor casual? Cuando
se logra esta sensibilidad del bien y del mal, no caben dudas sobre si somos o
no perseguidos. Siempre estará a mano de los partidarios del “amor casual” (que
se llama solidaridad, espíritu participativo, ganas de hacer y otros eslóganes
de súcubos) el argumento de que lo nuestro es exceso de sensibilidad. Y esa
sensibilidad, para el autor, surge de la “piedad”. Debemos ser santos, nos
dice. Otra genial obviedad. (El asunto Vetus Ordo vs Novus Ordo, surge de esta “sensibilidad
inteligente” y no necesita de mucho más).
¿Qué ocurre cuando practicamos esta gimnasia
de querer ver dónde estamos parados hoy? Desde una perspectiva evangélica. Pues
Sodoma queda chica y no entendemos por qué no está lloviendo fuego sobre
nuestras cabezas. Pero- se pregunta el autor- ¿esta sensación no la han tenido
todos en todas las épocas? ¿No es un exceso de sensibilidad? Y aquí viene el
“apocalíptico”. No, esta es una situación inédita, estamos instalados en un
mundo “anticristiano”, del “anticristo” y “el fiel debe vivir instalado en este
mundo del Anticristo, consciente de que lo es”. Salud.
¿Las razones que lo llevan a decir tal cosa?
Lean el libro, pero les resumo, entiendan y sientan como cristianos, lo que
está pasando como lo vería Cristo, y si
no sienten lo mismo comiencen a preocuparse porque les han efectuado una
lobotomía en la cola del banco. Todos los autores serios de los últimos ciento
y pico años, creyentes o no, han coincidido en esto. ¿En que tocamos fondo? No,
mucho peor - nos dice el autor- “en que no hay fondo”. El hombre “evoluciona”
hasta dios, evolución en sí infinita por naturaleza, y que implica caída
infinita (por lo menos en su propuesta, nos avisa el autor, ya que el mal tiene
su fin decretado). Y ha entrado en el vórtice del huracán - ¿histórico o
a-histórico? - que allí lo lleva. Es
vertiginoso. No hay límite alguno. Pero – soy yo el que pregunta- ¿es histórico? Muchos entienden que no, que ya
ha pasado la etapa “histórica”, que el cuete ha dejado su cola que hace de
timón y lo que viene es imprevisible. Es el fin de la historia, ya se soltaron
las amarras, y en esto coincido con los malos, el “Signo” del fin de la
historia más palpable, es que el hombre no tiene más historia.
Nuestra pobre Argentina tiene pocas
glorias, y una de ellas es el libro de Castellani sobre el Apocalipsis. No
conozco ninguno mejor hasta ahora. Sin duda esto debía dejar secuelas y Miura
Seeber es una de ellas. Claro que es una “maldición”. Para la gente “normal”,
de eso no se habla, ni se lo debe leer. Ni qué decir escribir. Es comprar el
boleto para el loquero. Retomar el tema es sólo para aquellos que se han
declarado más allá del bien y del mal en términos de figuración social y estima
académica. Se sisca el autor en este asunto y acomete, con más suerte y menos
suerte; pero… quieran que no, si queremos saber qué pasa, resulta impensable
prescindir de él. Fue revelado para leerlo, mascarlo y escudriñarlo, y su dato
principal, es que la historia tiene un final, y un final que en lo histórico es
catastrófico, y en lo religioso victorioso. Y prescindiendo de este dato no
podemos entender la historia.
Ahora bien, hay que tener un gran cuidado con
hacer historia, y a la misma vez hacer teología de la historia, porque la
teología exige un “total despojo”. Y aquí el autor suele cometer algunas… “amorosas
alteraciones”, su puño se crispa todavía sobre algunas “cosas” que ya no son “historia”,
sino “su” historia (o podríamos decir, su literatura).
La
historia es la historia del hombre, de los hombres y de sus hechos y
motivaciones, de sus sueños y sus concreciones;
y la teología de la historia es el paso de Dios en la historia. Es muy
raro verlos andar juntos. Es la historia de Cristo que termina en soledad un
día terrible en el monte calvario mientras millones de personas comerciaban,
emprendían aventuras, amaban u odiaban, todos desapercibidos de que o que
pasaba, era la verdadera Historia.
En la teología de la historia tenemos tres
puntos ciertos donde Dios actúa: creación y pena por el Pecado Original,
promesa y cumplimiento de la Redención con Cristo Jesús, y Parusía o segunda
vuelta; con ello cierre del curso redentor, y digo “curso redentor”, porque es
la Redención en realidad el Hecho que resume todo y sobre el que todo gira.
Podríamos agregar que estamos seguros que Cristo obra en la historia en la Misa
y por vía de la Liturgia (Opus Dei), y después de ello, de todos estos hechos,
nada podemos asegurar de su paso en este mundo. Dios se oculta.
Esta historia teológica no consiste
propiamente en una “batalla” entre Dios y el Demonio, el caco perdió del vamos,
pero lo dejan andar suelto por razones que no comprendemos bien. Nadie nos
llama a dos bandos en pugna, Dios nos propone asociarnos a su Victoria y el
diablo a su derrota (¡¿?!), sí, es así de estúpido. Dios nos llama desde al amor, y en su ejemplo,
desde el “sacrificio” de imitación de Cristo; y el Demonio desde la confortabilidad de estar
derrotado. El diablo desde el engaño - el padre de la mentira – inventa que
Dios nos quiere ante todo libres para que nos vayamos al cuerno. Y así, según
San Agustín, hay dos ciudades, los que eligieron seguir a Cristo en su vía
sacrificial, y los que están conservando y acrecentando su supuesta y
confortable libertad, inspirados por el engaño del demonio, a los que se los ha hecho creer – últimamente-
que justamente ese es el mandato de Dios: ser libres para dar en esa libertad
la “ofrenda máxima y perfecta”, que es la libertad. Esa es la “hostia” que
adoran.
Esta “historia” se produce en el mundo y
podemos asegurar, que su momento clave, es cuando el Diablo – gran cabrón-
enchufa la más enorme de las mentiras, que no es el paganismo, no es el ateísmo
ni son las herejías, que sólo eran preparatorias del camino para esa final
mentira. Sino que es el hombre creyendo que cumple la voluntad de Dios al ser
libre, en especial, libre de Dios, y que allí se hace verdaderamente hombre,
toma conciencia de sí mismo y culmina el proceso histórico que lo llevó a esta
toma de conciencia por un medio dialéctico de oposiciones y síntesis
progresivas, para finalmente tener una ofrenda propia que dar a Dios, igual a
Él en valía. De allí en más, el hombre no tiene límites, no hay fondo. Pero
comprendamos, no hay “dialéctica” ni puja entre estos dos bandos. Dios, Cristo
Victorioso, ya ganó la batalla en la Cruz, ya la tenía ganada desde el
Principio, y el demonio nos quiere asociar con engaños a su derrota.
Por otro lado está la historia de los
hombres, los de carne y hueso, que libran esta batalla en sus corazones, en sus
almas, dentro de cada uno, con momentos de pérdida y de ganancia. Y que en ese
transcurso “hacen cosas”, y esas cosas que hacen tienen el sentido que ellos
les dan y con el impulso que ellos pueden darles. Son cosas “humanas”. Quieren
hacer una estancia, o la vacuna de la polio, o instaurar tal o cual poder en
tales o cuales regiones, etc. Esto quiere decir que la historia, no tiene
“sentido” en sí misma (la del hombre) sino que tiene tantos sentidos como
empresas encaró el hombre y que finalmente todas son bastante estúpidas.
Desde lo teológico, la historia tiene un
sentido, mi salvación o mi condenación. Esta es la única historia de
“suspenso”, lo demás está andado en la Redención, hecho de los hechos, que
resume toda la historia y que se efectuó y punto.
Tratar de explicar la historia humana en sus
grandes movimientos como bloques de pertenencia a un “bando” – Crístico o
demoníaco – es una derivación imposible. Las pugnas de los intereses humanos,
casi siempre carecen de la pureza o de la vileza que los haga representar el
bien o el mal “completo”. Y la más de las veces, son bastante anodinas en este
plano, no siendo anodina la “actitud” en que llevan sus empresas esos hombres,
ya sea para salvarse o para condenarse. Lo normal es que en ambos bandos – y
salvo raras excepciones- haya salvos y condenados.
Aquí criticamos una tendencia del autor –
contra la que se nota que combate por ciertas prevenciones que hace – de querer
descifrar en los hechos humanos estos dos bandos que pujan en el alma. Y más
aún, establecer – tácita o involuntariamente - un “sentido” de la historia
humana. Esa historia está contenida en un libro con siete sellos que sólo puede
abrir Cristo, cuando el tiempo se termine.
La historia no tiene una “finalidad”, no es
un ente con vida propia, todo intento de darle un “sentido” como si fuera un
organismo o un espíritu, es un cuento alemán. Sí tiene un “final”, y en gran
medida este final se nos anuncia y se nos revela en el Apocalipsis, para que no
creamos que la historia acarrea un designio y promueve un destino. No sabemos
si Constantino trabajó para el diablo o para Dios, pues si murió hereje todo
fue al cuete en él. Podemos estudiar los efectos de la obra política de
Constantino y ver que líneas del pensamiento humano y qué corrientes
civilizadoras salieron beneficiadas, aun cuando creamos o no que en Ponte
Milvio hubo un milagro. Pero de ninguna manera podemos asegurar que Cristo
estaba con él y que él encarnaba la voluntad de Cristo, porque desde allí le
vamos a hacer responsable a Cristo de cada cosa que Dios nos libre. Cristo hizo
la Redención mediante su Pasión, y la renueva en la Misa. Ese es su bando. Con
lo demás, no tenemos mucha idea.
Y aquí vamos al “derivativo amoroso” más palmario del autor. Es tan caprichoso
poner a Hitler del bando del demonio, como del bando de Cristo. A Hitler o al
nazismo. Asuntos humanos, a los que podemos juzgar en términos nuestros, pero
no en términos de la participación en aquella lucha por el bien y el mal que en
la historia, rara vez, repito, se cuaja con evidencia en los bandos que pugnan.
¿Juana de Arco, quizás? Quizá. Pero ojo, porque si Dios quiso que esa historia
se diera en Francia, podemos entender que su bando era Francia, y resulta que Francia
a los dos minutos traicionaría a Juana y a Dios. ¿Por qué hizo Dios a Juana? Y
no queda otra que por su Iglesia, que es Su único bando. Alguna vez lo
entenderemos bien.
Entonces, ¿dónde está el bando de Cristo
en la historia? Pues en la Iglesia. Y de lo que se trata de entender cuando
entendemos lo que está pasando, es: ¿dónde está la Iglesia? Para tomar bando.
Una dura dualidad que se traspola desde lo
teológico, recorre la obra de este gran hombre, dualidad que vale en un plano,
el de nuestra alma individual que lucha entre el bien y el mal, pero que no
existe en el plano sobrenatural donde Cristo ya venció, y dualidad que en el
plano meramente histórico humano, rompe
con estrépito toda la tarea de olfato del historiador que debe husmear en los
intrincados intereses humanos, que son múltiples, caprichosos y donde todos los
gatos, suelen ser pardos.
Miura Seeber pretende salvar al
nacionalismo y en especial al nacionalismo alemán por el sólo efecto de saberse
buen hombre y estar inclinado en sus simpatías. A él le gustaría que estos
hombres hayan sido un momento de esa lucha entre bien y mal. Pero los argumentos
se meten a martillazos y en especial, se contradice con sus principios. Es el
pensar el que guía el hacer, y una enorme construcción ideológica perversa
salió de ese norte, de donde vinieron todos los grandes males de hoy, y fue la
que también acunó aquellos movimientos. Si, fueron finalmente un momentáneo
dique contrarevolucionario, y nadie quita el mérito ¿pero qué fueron? ¿Qué
hubieran sido? No lo sé. No eran Iglesia. Eso sí lo sé. Fue un asunto de
hombres y como todos los asuntos de hombres, pudieron servir a uno u otro
bando. El demonio es bien amplio, y si se sirvió de los vencedores no es porque
ellos eran “su” bando, tenía sobradas puntas tiradas para servirse de los
vencidos si las cosas hubieran salido al revés. No es la primera vez que el
vencido impone su pensamiento, y el pensamiento moderno nació en aquellos
pagos.
Desde La Vendée en adelante, nos ha tocado
estar entre los perdedores y el asunto se nos hace simpático, normalmente los
que pierden son los nuestros. Pero no es así. Eso también es una trampa. Lo que
pasa es que los que pierden en esta historia, como los pobres frente a los
ricos, tienen más posibilidades de entender a Cristo.
El atalaya al que nos llama el autor es
seguro, pero lo que vemos no es lo mismo en los detalles, aunque si en el
paisaje general. Por ejemplo, resulta maravillosa su visión de la batalla
final, del Armagedón, y es enorme su acierto de que se trata de una batalla
“rei-vincatoria” y no “re-vindicatoria”. Me sumo a la charla y aporto algo.
Decía un teólogo que tengo cerca, que al final, Cristo vendrá desde su “sitio”
en la otra punta del espacio (tiene Cuerpo y ocupa un espacio), develando la
forma en que veladamente viene a la Hostia en cada consagración. En este “movimiento”
por el espacio, a su paso, todo el universo se irá des-velando y mostrando en
todas las cosas la evidencia de Dios que permanecía oculta en ellas. Esto se
verá como un fuego, a medida que todos los cuerpos se hagan gloriosos y vayan
dando testimonio perfecto del Creador (Miura
Seeber lo ve en las realidades morales, en el matrimonio, en el sacerdocio, en
el perfecto orden de las cosas, y ve bien). Pues, toda esa “luz” de verdad,
belleza y bondad inefable que se hace “patente” a los hombres del final,
resulta una inmensa alegría para los suyos que estaban esperando con
impaciencia que Dios hiciera patente a los hombres esa Verdad oculta por la que
ellos testimoniaron, perseguidos y burlados,
desde la Fe. Pero a la misma vez, será fuego para los réprobos, un fuego
destructor que te hace añicos ante la evidencia de tu error y de tu malicia, un
fuego insoportable, en que la espada que se blande – que sale de Su boca Sagrada
– no es otra cosa que la Verdad, y que corta en dos al negador impenitente. Una
enorme rabia satánica los destruirá con la evidencia de su Verdad y de su
Victoria. (Piensen, que si no fuéramos buenos, las ganas que tendríamos de
decir ¡te lo dije pelandrún! ¡Y vos me hacías pito catalán y yo estaba viendo
visiones! ¡Tomá pa vos!). Rei-vindicación, exactamente.
Son muchos y enormes los aciertos de este
libro, psicológicos, teológicos, espirituales, morales. Pero en historia…
Pasemos al hoy. ¿Qué pasa hoy? El autor ve
pasar unas cosas y hace una apuesta que hace encajar con el Apocalipsis. Está
en todo su derecho. A mí no me cuadra. La futura alianza judeo-musulmana (que es
verdad que siempre fue una alianza en el origen de sus ideas, y que algo
parecido – aunque me rete- pasaba con las facciones que se enfrentaron en la
Segunda Guerra) y la invasión a al mundo occidental, la Gran Prostituta. No me
dan los números, y yo tengo otra, pero tan válida como la de él.
Por fin, llegamos a Francisco, el apóstata
anti-papa, usurpador, que deja por propia y tácita renuncia vacante la sede
papal, que no está vacante porque está Benedicto (eso entendí) y que inicia la
Gran Apostasía. Loas a Ratzinger, que no hizo una renuncia tácita, sino expresa.
Pero sin embargo la que vale es la tácita. Lo cierto es que esto no me cuadra
por ningún lado. Las razones que se dan para fundar la apostasía de Francisco,
están presentes en todos los Papas conciliares, Benedicto se salva por ser
alemán (me estoy pasando) y porque para Miura Seeber es más difícil ver el mal
que se produce en una ordenada universidad alemana, y más fácil el que se
produce en un quilombo de Flores. ¡Es mucho más quilombo la ordenada
universidad alemana! Ratzinger fue el gestor – en sana compañía- de todo este
desastre; fue ideólogo del Concilio; fue vigilante de su aplicación; el
promotor de la excomunión de la reacción tradicional; el que cuando vio que no
moría la quiso seducir, y por fin, renunció expresamente para manejar los
tiempos que amañaban la elección de este sochantre. Está bien que el chancho es
asqueroso, pero ¡y el que le da de comer! En Panorama andaban a los gritos de
¡horror! en la elección… ¡pero si el mayor horror era la renuncia anterior!,
¡caracho! Esto es viejo como el mundo, hay cien mil antecedentes históricos.
Realmente no me enojo por asuntos de antes o
de después, hoy estamos en la misma y bienvenidos sean. Pero esta NOTICIA de la
“apostasía” era vieja. Y no me hago el vivo porque la vi a los veinte años del
Concilio, y Lefebvre la vio en el mismo momento, y Calmel veinte años antes. Lo
que me asusta es que con este Papa, caigan en el sedevacantismo, cuando la
situación es la misma.
Cuando una noticia llega tarde, el peso de
toda esa “sensibilidad” del mal y del bien, que tan bien nos reclama el autor,
y que se venía demorando por razones varias, llega más de golpe, con el
acumulado de los años en que estuviste sin ver, y el porrazo es tremendo. Y
esto le está ocurriendo a muchos hoy día. Repito, compartimos el atalaya, y yo
un peldaño abajo, pero varios años antes. No pretendo que la antigüedad me dé
la punta (ya me han reclamado por esto, y soy el primero en reconocer que no es
por mis méritos, aunque lo que se hereda no se hurta), eso es cuestión de
capacidades y Miura Seeber demuestra tenerlas. Cuando se ve, hay que rebobinar
desde lo más lejos posible, como lo hace Caponnetto, y verla desde el principio
de nuevo.
Y me dejo de embromar no sin antes reiterar
mis dos quejas. La historia es engañosa, es cosa de hombres, Tomás Molnar decía
que pasado un tiempo, recién nos percibimos que era más gravoso e incidente
como mero hecho histórico humano, el abandono del latín en la liturgia y en los
estudios, que la segunda guerra mundial. Y segundo, el mal fue el Concilio,
donde permanecieron los dogmas vaciados una vez que la filosofía alemana
estableció que un dogma es un cuento chino; filosofía alemana que Ratzinger
convirtió en la filosofía oficial de la Iglesia en reemplazo del tomismo.
Francisco es un peldaño grosero en la bajada que impulsa esa filosofía. Los
homosexuales que hoy salen del placar, se fabricaron y ordenaron hace veinte
años. Los matrimonios nulos que hoy se declaran, fueron celebrados con
nulidades hace veinte años. Hay más orden en un quilombo de Flores y son más
coherentes y piadosas sus regentas, que un profesor de teología de Tubinga.
Salgan del encierro sedevacantista al que están yendo sólo por asco; es falta
de sensibilidad, hay que asquearse más por los universitarios.
Vale la pena Miura Seeber. Ahora agarro otro
de sus libros. Pero finalmente nos deja en ascuas sobre la pregunta esencial
¿Dónde está hoy la Iglesia? Que para eso leíamos las noticias. Y eso se
responde mirando dónde viene Cristo hoy a la historia: en la Misa y por la
Liturgia. Es la Consagración un Armagedón que ya veremos resplandecer glorioso
en su hora pero que ven cada domingo los que saben ver. El día final es una
Misa, y ya que estamos atrevidos y profetizando, ocurrirá un Junio (así dice
Santo Tomás), por el llamado de un Sacerdote con las palabras de la
Consagración (digo yo). Me imagino un curita viejo, perseguido, achacoso, en el
último lugar del mundo, que al decir lentamente - en el tiempo que Cristo
recorre y glorifica todo el espacio creado - “Hoc est enim corpus meum”, un día de Junio… ¡¡¡¡Ppfffffiuuuu Cataplum!!!!
Y se encontrará a Cristo Glorioso sobre
el Altar y sus dedos agarrando la túnica (¿le dará risa?).(No sé dónde poner el
caballo, pero que lindo que me lo preste una vuelta. Por la alzada, grueso de
cañas y orejas que muestra la tapa del libro, es un criollo argentino, y eso es verdad
de fe. Que no vengan los carlistas maturrangos a objetar, que aquello “ya fue”
irremediablemente, y el flete criollo argentino, entró en la historia sagrada).