Desde Alfonsín, al
menos, el Régimen liberal inició el
ataque postrero para aminorar y eliminar el auténtico sentimiento patriótico de
los argentinos, enraizado en la Fe católica, y desacreditar al
Ejército argentino, porque sabe que
ambos son indispensable para la restauración nacional, y para exigir
el ajusticiamiento a los traidores a la patria.
EL LIBERAL NO PUEDE SER AUTÉNTICO PATRIOTA EN LA ARGENTINA.
LA FILOSOFÍA POLÍTICA DEL NACIONALISMO
ARGENTINO ES CATÓLICA, Y NADA TIENE QUE VER CON LA
DE LOS NACIONALISMO DE
ORIGEN PROTESTANTE: INGLÉS, ALEMÁN, YANQUI..., PUES ESTOS SON RACISTAS E
IMPERIALISTAS.
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(A continuación un artículo publicado en la revista
‘VERBO’, de agosto de 1983).
LIBERALES Y
MARXISTAS ENEMIGOS DE LAS PATRIAS HISPÁNICAS
Frederic Wilhelmsen
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yo tratara de buscar el enemigo número uno del sentido clásico y cristiano de
la patria, lo encontraría en la figura de Carlos Marx. Ya que patria desde el
principio quiere decir un lugar donde el hombre nace, un espacio geográfico que
es suyo, una historia bastante íntima con la cual puede identificarse, un
idioma que expresa no solamente sus pensamientos sino también sus sentimientos
más profundos; un idioma cuyos giros dan
paso a los chistes y en un sentido de humor que es netamente suyo; una fe que
le une con sus compatriotas. Si la
palabra patria implica todo esto y mucho más, entonces podemos concluir que sin
ninguna duda que Carlos Marx es el
enemigo número uno del patriotismo. Marx es, quizás, el ejemplo más alto de lo
que solemos llamar hoy día en las ciencias políticas el gnosticismo. Aunque la palabra ‘gnosticismo’ tiene una historia muy
larga que empezó probablemente antes del nacimiento de Cristo, siguiendo la
pauta de las investigaciones contemporáneas podemos bosquejar un cuadro
genérico que encaja su esencia.
Ser
gnóstico genéricamente y ser marxista específicamente implica una serie de
movimientos que tienen lugar dentro de la psicología de un hombre. Este
movimiento va en contra de todo lo que quiere decir ‘patria’ y su respuesta
humana, el ‘patriotismo’. En primer lugar, el marxista –en una manera especial,
y todos los gnósticos en un manera más general-, digo el marxista
potencialmente, es un hombre que no se siente en casa, no está cómodo en el
lugar de su nacimiento, se siente un extranjero en su propio país. El mundo
mismo que lo rodea le produce un sentimiento de tristeza, de extrañeza. A veces
esta alienación llega hasta el campo y los lagos, hasta las flores y los
árboles, hasta la geografía que rodea a este hombre. Él experimenta, al
principio, nada más que un ligero odio
por todo lo que lo rodea.
Efectivamente no está en casa. ¡Pero no tiene otra casa! Siempre esta
alienación física y cósmica va unida con cierta distancia a los hombres que
están a su alrededor. No experimenta ninguna comunión con ellos. Aunque hablan el mismo idioma, aunque tengan
una historia en común, aunque participan en la misma sangre, aunque manan de la
misma estirpe, esos hombres que deben ser sus hermanos han llegado a ser
extranjeros. Primeramente se experimenta a sí mismo como un hombre distanciado
del espacio y del tiempo cósmico dentro
de los cuales vive; esta extrañeza va unida
(la prioridad temporal no tiene aquí tanta importancia) con una
alienación de los hombres con los cuales vive, con sus costumbres, su historia, su cultura. Este pobre hombre ha
dejado de tener una patria.
Pero
la alienación, el sentido de la extrañeza, casi nunca puede parar. Al
contrario, prepara el segundo paso en la psicología del marxista potencial..
Dios hizo al hombre para que ame a los demás, a sus compañeros en la vida, y
hasta el espacio es suyo. Si un hombre se encuentra aislado y separado de todo
esto, la tendencia de amar da paso a su
contrario: el odio. ¡Debo estar en casa pero no lo estoy! ¡Estoy rodeado por un
mundo que me amenaza! ¡Un mundo de cosas extrañas y de extranjeros! ¡Tengo que
salir de esta casa de enemigos! ¡Ahora todo ha llegado a ser enemigo! Pero la
única manera de salir de este mundo extraño y odioso consiste en matarlo,
destrozarlo, a fin de edificar un mundo nuevo, lindo, bonito, dentro del cual
podré por fin lograr mi propia identidad. De este movimiento psicológico mana
el marxismo. El marxismo no mana del amor. Vamos, a veces hay amores muy
equivocados, pero siguen siendo amores. Pero el marxismo emerge del contrario
del amor, emerge del odio. Ningún marxista ama. Odia a todo. Su bandera, con el
puño en alto, es la bandera del odio mismo. Ya que el movimiento hacia el
marxismo siempre empieza con un rechazo del mundo concreto dentro del cual el
marxista nació, el marxista no puede aguantar ningún sentimiento cariñoso hacia
la patria. Él ha venido de una patria y la rechaza. Patria y comunismo son dos
términos contradictorios.
Esto
no quiere decir que el marxismo o el comunismo no tenga ninguna patria. En
absoluto. Estos hombres tan equivocados tienen una caricatura de una patria,
ese mundo tan perfecto sin clases que va a acabar con la historia tal como
todos nosotros la hemos conocido. Pero aún cuando esa sociedad más allá de las
fronteras de la historia tuviera cierta realidad no sería una patria de verdad.
Quedaría siendo, aún dentro de la teología secularizada del marxismo, un campo
de concentración, sin familias, sin historia, sin nada personalmente mío. Unos
pensadores dicen que el sueño marxista es un sueño bueno, pero incapaz de realizarse.
Yo voy más allá. Si la doctrina marxista pudiera realizarse, si su meta pudiera
encontrar una actualización, si fuera posible vivir en ese mundo sin clases y
sin historia y sin religión, nosotros –los hombres de occidente- pasaríamos por
la misma trayectoria que hizo posible el marxismo y nosotros seríamos los
‘revolucionarios’ en ese momento. Porque anhelaríamos volver a nuestras
patrias, las cuales no tienen nada que ver con la sociedad gris y aburrida del
paraíso marxista. Y la bandera de esta ‘revolución’ ya ha sido alzada –por lo
menos en Polonia.
Ya
que, según el marxismo, hay una ley que gobierna todo movimiento o cambio que
hay en el universo, una ley que gobierna la misma historia humana, la ley de la
dialéctica; ya que la historia va hacia esta meta, una meta más allá de la
misma historia, resulta que esta caricatura de la patria para un marxista
siempre es un futuro, una expectación. Nunca se palpa en un presente, y
naturalmente no goza de un pasado lleno de memorias o metas. Patria implica una
comunión no solamente en el tiempo y en el espacio, en una geografía destacada,
sino que también y sobre todo en una comunión entre hombres, hombres que tienen
algo en común, una reacción fraternal hacia todo lo que pasa. Pero para el
marxismo el hombre no ha llegado todavía a existir. Existirá en ese paraíso en
el futuro. De momento somos nada más que trabajadores, hombres definidos por
los oficios que ejercemos a fin de ganar la vida. Por ejemplo, dentro de la
teoría marxista yo no soy un hombre cuyo profesión consiste en ser profesor.
Soy nada más que profesor a secas. También con un carpintero o un marinero.
Pero para vivir en una patria hace falta un sentimiento vivo de todo lo humano.
Un patriota no se define por su profesión y por lo tanto el patriotismo es
capaz de unir a hombres cuyas vidas profesionales, cuyas situaciones
económicas, cuyos intereses personales reflejan una variedad y unas diferencias
grandes. Un pobre y un rico se unen en el amor a la patria. Donde este enlace
no existe, la misma humanidad del hombre se marchita, se empobrece y el hombre
se siente menos humano. Por eso el marxista, aunque es un hombre creado por
Dios, nunca puede desarrollar se propia humanidad. Hay algo gris, sin color,
aburrido en esas sociedades que produce una monotonía feroz. Hace falta
solamente pensar en Cuba, anteriormente un país enormemente alegre, con flores
en las calles y ahora convertido en un campo de concentración, en una cárcel.
Un amigo mía, un cubano, que vive ahora en los Estados Unidos, me dijo una vez:
“No quiero volver a Cuba a no ser con un ejército de liberación. Si volviera
ahora solo, yo sería nada más que un turista porque Cuba hoy día ha dejado de
ser mi patria. No sé donde está mi patria, probablemente en las memorias que
guardo en mi corazón”.
Algo
parecido pasa con la religiosidad del hombre. La alienación sentida por un
marxista potencial siempre da paso a un odio hacia Dios, hacia el Creador de
este mundo. Ya el proceso psicológico que termina en el marxismo implica, como
dije, una cierta alienación de todo lo que me rodea, resulta que de allí emerge
un odio hacia el Dios que ha creado este
mundo donde me siento como extranjero. Si el Dios efectivamente es el Dios
cristiano (el marxismo es una herejía occidental, no oriental) resulta que
tengo que matar a ese Dios. Tengo que
crucificarlo otra vez y lo hago crucificando a su Iglesia y persiguiendo a sus
fieles. Este deseo de matar a Dios va unido
con el deseo de alcanzar una humanidad hasta ahora no conseguida.
Todavía ni el hombre ni Dios existen (ya le he matado a Él a través de su
llamada Iglesia).
Pero
la dialéctica histórica producirá a un Dios nuevo, un Dios surgido de la misma historia
y su nombre será ¡Hombre! El viejo Dios ha desaparecido. El hombre nunca ha
existido. Un nuevo Dios existirá y se identificará con la aparición en la
historia del hombre por primera vez. No habrá trabajadores, seres definidos por
el trabajo, sino hombres libres.
Todo
esto necesita que el marxista mate el sentido religioso en el hombre. Vale la
pena sopesar brevemente lo que quiere decir ‘religión’. Viene de dos palabras
en latín que indican ‘religar’ o ligar o atar dos veces. Todas las cosas en el
cosmos están atadas o ‘religadas’ a un suelo en el ser. Hasta los pájaros que vuelan
obedecen a las leyes fundamentales de la naturaleza. Pero solamente el hombre
puede darse cuenta de su ‘religión’, de su ‘status’ de ser un ser que ha manado
del suelo. Sin un sentido de ésta índole, por lo menos primitivo, el
patriotismo nunca habría existido, ya que un patriota se siente religado,
relacionado, atado a un suelo en el ser, un suelo geográfico y psíquico. Por lo
tanto el patriotismo está unido con lo religioso. Todos sentimos lo divino, a
veces en el campo, a veces en el mar, mirando la vastedad del océano sin fin, a
veces mirando el cielo y las estrellas, y a veces simplemente de cómo nosotros
no somos como las cosas del universo ya que sabemos que somos, y el cosmos es
un gran mudo. Mejor aún, somos nosotros la voz del cosmos. No hay en la
historia del mundo una nación, ni siquiera una tribu, que no haya reconocido a
Dios de una u otra forma. El ateísmo, al
contrario, es una postura negativa, no positiva; niega una divinidad afirmada por la comunidad dentro de
cuyo seno nació. El acto de sentirse religado
a un ancla en el ser va unido con el acto de sentirse unido con una patria, también un ancla en el
ser. El patriota generalmente es un
hombre que cree en Dios.
Debido
a la secularización de occidente, un proceso que comenzó ya hace cuatro o más siglos,
el patriotismo poco a poco ser ha desvinculado de la religión. Este proceso ha
tratado de crear una especie de patriota que no sea creyente. Mejor dicho aún, un patriota cuyo
patriotismo no tiene nada esencial que
ver con su religión. En parte este efecto se debe a la multiplicación de las
religiones producida por la Reforma Protestante. Donde hay un enjambre de
religiones pululando por un país, el mismo orden político tiene que buscar un
enlace entre los ciudadanos que no sea la religión. Este enlace se hace por una
historia más o menos inventada, una mitología envuelta en la bandera nacional, y esa base geográfica y
psicológica de la cual hablé antes.
Esta
situación reina en los Estados Unidos donde existe un patriotismo que vagamente
afirma la existencia de Dios, pero que no se identifica con ninguna religión
destacada. En Inglaterra existe la ficción de una religión establecida, la Anglicana, pero ni la
décima parte de la población le hace caso.
En
la mitología inglesa de su propio patriotismo, es probable que la monarquía sea
la pieza más firme. Pero todo esto es mitología, ya que la misma monarquía no
tiene ningún papel político. Se mantiene para mantener el patriotismo inglés.
Un amigo mío en los Estados Unidos, un católico muy antibritánico, me dijo una
vez que los ingleses son tan malos que no merecen la monarquía, ya que es la
única cosa decente en todo el país.
¡Cómo castigo haría falta abolir la monarquía, y dejando así a los ingleses en
un patriotismo sin contenido, en un nacionalismo y racismo desnudos!
En
el mundo hispánico, al contrario, la Fe
Católica siempre a sido la base, el suelo del patriotismo. Si
pensamos en el Imperio enorme edificado por los Reyes Católicos, y más tarde y
más brillantemente por los primeros Austrias, Carlos I y su hijo Felipe II,
encontramos un espectáculo político casi milagroso. El Imperio no se estableció
sobre la base de la raza ya que los españoles no forman una sola raza. Había
íberos, romanos, fenicios, godos y visigodos, celtas, griegos, árabes… y más.
Todos se mezclaban y por fin emergió la nación española a través de los siete
siglos de la reconquista. Su base no era racial sino religiosa. Extendiéndose
hasta las Américas y hasta las islas Filipinas, los españoles se mezclaban con
los indígenas y así formaban razas nuevas. Y aquí en la Argentina el último
siglo y medio ha visto una emigración enorme de italianos –y en menor
grado- de alemanes, y otras
nacionalidades. Cuando el Imperio dejó de existir, la Hispanidad seguía
existiendo porque la Hispanidad
tiene como base la evangelización del mundo en el nombre de la Cruz de Cristo. No tiene otro
sentido ni tiene otra base para su patriotismo. Aquí catolicismo quiere decir
patriotismo y patriotismo quiere decir catolicismo. Esto no ocurre en otras civilizaciones
pero las vicisitudes de la historia quizá manejada por la mano de Dios, ha
producido un matrimonio entre lo religioso y lo patriótico. Me han dicho que en
las Malvinas los soldados argentinos llevaban rosarios al lado de sus fusiles.
Un liberalismo sofisticado y cosmopolita puede tratar de ocultar esos hechos en
nombre de otra meta pero cuando llega el momento de la verdad, cuando la Patria está amenazada, el
fervor religioso vuelve con una fuerza imponente. Carlos I no era un español de
raza. Era un flamenco, pero unos pocos años después de llegar a España, se
hispanizó, y se hispanizó porque él “ponía
todos sus reinos (en sus propias palabras) al servicio de la Cruz y al servicio de la Iglesia”.
La
catolicidad de lo hispánico hizo que su propio rey, el emperador, llegara a ser
un español. Y la catolicidad hispánica
hizo que la mitad del mundo se convirtiera a la Fe de Cristo. Cuando el mundo
hispánico olvida su religión, olvida su propio patriotismo. No estoy hablando en términos legales, de la
cuestión de la confesionalidad del Estado. Al contrario estoy hablando de algo
mucho más profundo, algo que tiene que ver con
las entrañas de una Hispanidad que de verdad no es raza sino comunión
delante del mismo altar.
Por
eso la comunicación entre los países hispánicos es fácil. A pesar de una serie
de gobiernos diferentes, en gran parte todos malos, las personas se encuentran
en casa dondequiera que estén. Todos hablan el mismo idioma, pero todos lo
hablan con sus propias matizaciones y esto añade riqueza a la hispanidad. Y la
Fe Católica ha penetrado hasta la misma
lengua. El mismo Carlos I dijo un discurso delante del Papa hablando en
español, y con su acento fuertemente flamenco dijo: “El castellano es un idioma
digno de cualquier cristiano”. ¿Una exageración? Seguramente, porque el
patriotismo siempre tiene que exagerar. Lo hace por amor y amor es exageración
por esencia.
Santo
Tomas de Aquino dijo que el patriotismo es una virtud y un hombre que no sea
patriota o es un pobre diablo –hay muchos en este mundo tan tecnificado y
móvil- o es un pecador. Y aquí encontramos uno de los muchos pecados del
liberalismo. ¿Cómo puedo yo, un hombre de afuera, enseñarles a ustedes algo
sobre el liberalismo cuando tienen a su alcance las obras del gran padre Leonardo
Castellani, y principalmente su Esencia
del Liberalismo? Pero ya que ustedes me han invitado a dar esta conferencia
trataré de decir algo por mi cuenta. El liberalismo clásico, nacido en los
primeros años del siglo pasado, aunque teniendo raíces en una historia muy
vieja, trata de dividir el sentir patriótico del sentir religioso, así relegaba
la religión a una esfera privada y limitada. Por eso los liberales siempre se
quejan de las procesiones de Corpus Christi. No quieren ver al Señor en la calle
¡que se quede en el Tabernáculo! Como
dije antes, el liberalismo –hasta cierto punto- puede conseguir su meta en los
países donde la unidad religiosa no existe. Se puede ser liberal y patriota en
Inglaterra o en los Estados Unidos, pero no se puede ser liberal y patriota en la Argentina, ni en
cualquier otro país de la estirpe hispánica. Ser liberal es negar quince siglos
de historia. Ya que el liberalismo se basa en un capitalismo sin patria, en una
red de organismos que cubre todo el mundo –hasta el mundo comunista-, un buen
liberal, aunque puede llorar como un niño cuando toca una banda el himno
nacional, no puede sentirse unido al suelo en el ser. San Agustín nos dice
que una patria se forma cuando muchos
hombres se unen en un amor común: populus
est coetus multitudinis rationalis, rerum quas diligit concordi communione societas
(Civitas Dei, 19-24), es decir:”la congregación de seres racionales,
asociados por la concorde comunión de cosas que aman” Y el mismo San Agustín
nos dice que un hombre puede amar muchas cosas y personas pero esto no cuenta;
lo que cuenta es el orden de estos
amores. El liberalismo clásico tiene como primer amor, el amor por el dinero.
Bueno ¡No vamos a engañarnos a nosotros mismos! Todos queremos tener más
dinero, hasta el abad de un monasterio trapense. El famoso escritor inglés
Hilaire Belloc solía preguntar sobre todo a los hombres que conocía: “¿Y cuanto dinero gana él y cuanto dinero
tiene detrás?” El dinero es un motivo
enormemente importante en la vida
de la mayoría de la gente. Pero el liberalismo pone el dinero en la
primera fila. La posesión del dinero y
el anhelo de ganar más y aún más es la primera meta en su vida. Si el dinero es la primera finalidad
de un hombre, su patriotismo –en el caso de tenerlo- tiene que ocupar un lugar
muy inferior en su escala de valores. Porque muy a menudo el dinero va en
contra de los intereses de la patria. No tengo que enseñar a los argentinos
esta verdad, una verdad que hace inteligible un siglo y medio de historia aquí,
en este país tan bonito y tan maltratado
por dentro y por fuera.
El
antiguo Aristóteles puede enseñarnos algo sobre este aspecto. Aristóteles, en
contra de Platón, defendía la propiedad privada. Su doctrina es genial. Todo lo
racional, lo espiritual, debe compartirse en una comunidad política, ya que lo
espiritual no tiene fronteras. Pero la propiedad es una extensión del cuerpo
humano. Ahora, si esta extensión va más allá de los límites racionales del
cuerpo humano encontramos un abuso en la posesión de la propiedad privada. Como
dijo el viejo Aristóteles, “puedo dormir solamente en una cama a la vez; puedo
tener solamente un techo sobre mi cabeza cuando estoy durmiendo”. Bueno,
podemos añadir que no hay nada malo en tener una casa en el campo y un
apartamento en la ciudad o quizás dos, pero ¿ciento cincuenta casas y ciento
cincuenta apartamentos? ¿Cómo podría yo disfrutar de ciento cincuenta
casas de una manera personal? ¡Es
imposible físicamente! La propiedad privada tiene que ser limitada. Santo Tomas
dice que aunque la posesión de la
propiedad sigue siendo privada,
su uso pertenece al bien común.
Por
eso el liberalismo capitalista siempre se hace más y más abstracto, buscando
más y más dinero que en último término
no representa nada concreto. Un liberal vive en un mundo de cifras y talones
bancarios y oficinas, y deja de gozar la vida concreta. Por aislarse de la vida
concreta tiene que aislarse de la
patria. La patria siempre implica límites y G. K. Chesterton hablaba
frecuentemente de “la poesía de los límites” Encontrándome dentro de una
geografía, dentro de un país con fronteras (frontera en un latín antiguo quiere
decir “trinchera”, de donde viene la misma palabra “límite”, limes), un patriota siempre goza de esa
poesía. Pero ya el liberal ha dado su corazón a un dinamismo que no tiene
límites –la búsqueda del dinero-, en caso de un conflicto entre el dinero
y los intereses de la nación siempre
tiene que escoger el dinero y dejar a la pobre nación en un apuro. Y si no lo
hace no es buen liberal. Gracias a Dios hay liberales malos, que quiere decir
que hasta cierto punto son hombres buenos.
Un
sentido fuerte de lo que es la
Patria siempre va unido con la afectividad. Un nacionalismo
falso puede exaltar esta afectividad hasta que deje de ser afectividad para
convertirse en un odio por todo lo demás. Esto es lo que pasó en Europa en el
siglo pasado y en este. Al principio unido con el liberalismo capitalista como en Francia, el nacionalismo
se separó del liberalismo a fin de llegar a ser una especie de frenesí racista
que más tarde degeneró en el nazismo. El nazismo no es una forma de
patriotismo. Es más bien una caricatura del patriotismo verdadero. Basándose en
una religión de la raza u en una superstición sobre el idioma, aquel tipo de
nacionalismo vuelve a la cueva de la prehistoria. Un buen patriota no odia lo
que está más allá de sus límites. Lo respeta, pero siempre se da cuenta de que
aunque ‘ellos’ tienen algo bueno propio no es lo suyo. Un nacionalismo
primitivo es tan absurdo como un marido
que odia a todas las mujeres del mundo, porque ama a una, la suya. La actitud
es ridícula. Pero podemos engañarnos por las palabras que usamos. Si por
“nacionalismo” un hombre quiere decir “patriotismo” en el sentido usado en esta
conferencia , no puedo quejarme.
Una
patria suele implicar una nación, y todo está bien. Pero si por nación queremos
decir una unión meramente lingüística o geográfica, entonces una patria puede
incluir varias naciones. Solamente tenemos que pensar en el Imperio
Austro-Húngaro, heredero del Sacro Imperio Romano, y último imperio católico en
el mundo. Un nacionalismo racista lo destrozó, y lo que era una patria
magnífica unida bajo el escudo del águila bicéfala de la Casa de los Austrias llegó a
ser un puñado de países que simplemente no tienen sentido histórica o
geopolíticamente. Y el liberalismo del presidente Wilson, el liberalismo de
Clemenceau y el liberalismo de Orlando, mató a este último baluarte de una
política católica y tolerante a la vez.
[Es interesante notar que el caso del último Emperador de Austria y Rey
de Hungría, Carlos, ha llegado al Vaticano. Existe la posibilidad de que la Iglesia lo declare santo.
Los trámites eclesiásticos ya están en marcha. Sería un fin muy bello para una
tragedia llevada a cabo por un liberalismo anti-católico que exigió que el
joven emperador-rey muriera de una tuberculosis encontrada en una isla absurda
en el centro del Atlántico, donde el liberalismo lo había desterrado. Sus
últimas palabras en oración, las pronunció en alemán, el idioma de su familia,
de su patria austríaca, y en latín, el idioma de su patria más allá de este
mundo].
Si
el liberalismo y el comunismo tienen algo en común, podemos encontrar esta
comunidad en su odio a todo lo católico.
Y ya que la hispanidad –y todos los patriotismos diversos pero unidos del mundo
hispánico-tienen como base y centro una adhesión corporativa a la Fe Católica, el
liberalismo y el comunismo encuentran su enemigo número uno –en un plan
político- en el mundo hispánico. ¡Argentinos, queridos amigos, cuidado! Los
enemigos, en verdad un enemigo con dos caras- están por encima de vosotros y en
los años que vendrán, los últimos años de este siglo tan trágico, tendréis que
luchar hasta con los dientes a favor de vuestra propia existencia. Pero la lucha
vale la pena, ya que la victoria corresponde a Dios y sólo a Él, pero la lucha,
eso sí, nos pertenece a nosotros mismos.+