Doñar Guiomar Juncadella Salisachs fue testigo directo de las
apariciones de garabandal y amiga de las niñas. Nos cuenta los hechos
tal y como sucedieron.
Breve Historia de Garabandal
Era una tarde de domingo, el 18 de junio de 1961, y cuatro niñas
—Conchita, Mari Loli, Mari Cruz y Jacinta— de la pequeña aldea de San
Sebastián de Garabandal (Cantabria, España), habían buscado una «pequeña
aventura» robando algunas manzanas en el árbol del señor maestro. El
árbol estaba a la salida del pueblo, al comienzo de un empinado y
pedregoso camino que todos conocen como La Calleja. La Calleja sube
hacia el monte, hacia las tierras donde sus padres y ellas mismas
trabajan bien duro para ganarse el pan en los quehaceres ganaderos. Poco
después, con las manzanas aún en las manos, suena un trueno que las
hace estremecer. Es extraño, porque en el cielo no hay nubes… La
conciencia comienza a reprocharlas y, arrepentidas de su travesura, se
lamentan de lo que han hecho.
De pronto, ocurre lo inesperado. Conchita cae de rodillas, inmóvil. Las
compañeras se asustan pensando que algo malo le está pasando. Quieren
correr a pedir ayuda, pero caen también junto a Conchita. Ante ellas se
ha aparecido un Ángel. Más tarde descubrirán que es el Arcángel San
Miguel. Él no les dice nada, y ellas nada se atreven a decir ni a
preguntar. Cuando vuelven en sí, se ven solas de nuevo en La Calleja
solitaria. La experiencia ha sido tan extraordinaria que se sienten
desbordadas por una mezcla de confusión, emoción y temor. Corren a
refugiarse detrás de la Iglesia parroquial para desahogarse en lágrimas.
Era el comienzo de unos acontecimientos que cambiaron radicalmente sus
vidas y marcaron las de otros muchos miles de personas.
Durante los días siguientes se repitieron las visitas del Ángel. De día
en día se iban multiplicando los visitantes, provenientes cada vez de
más lejos. Por fin, el 2 de julio, fiesta de la Visitación en aquel
entonces, vieron por primera vez a la Virgen, que se apareció con el
Niño Jesús y dos ángeles. A uno de los ángeles le reconocieron como el
que se les había estado apareciendo, S. Miguel Arcángel, y el otro
parecía idéntico. Las niñas comenzaron a hablar con la Virgen con toda
confianza, sin temor alguno. Esa será una de las grandes características
de Garabandal: el trato cercano —de verdadera Madre— de la Virgen con
las niñas. Cuando la Señora dijo que se tenía que marchar, las pequeñas
le insistían para que no se fuera. Ella, para consolarlas, les prometió
volver al día siguiente. Así lo hizo, y no solo al día siguiente, sino
en centenares de encuentros, en ocasiones varias veces a lo largo del
día y de la noche.
A lo largo de los cuatro años que duraron los hechos de Garabandal, la
Virgen dio a las niñas dos mensajes para que los hicieran públicos: el
primero, el 18 de octubre de 1961; y el segundo, el 18 de junio de 1965.
Este día, la Virgen se definió a sí misma como: «Yo, vuestra Madre».
Ese es su «título» en Garabandal: Nuestra Madre. El 18 de julio de 1962,
numerosos testigos contemplaron atónitos cómo, la hostia que Conchita
estaba comulgando de manos del Ángel, se hacía visible sobre la lengua
de la niña. Es lo que después se ha llamado el «Milagro de la Comunión
visible». Anunció también la Virgen, a través de las niñas, la
realización de una serie de acontecimientos —Aviso, Milagro y Castigo—
que, procedentes del amor de Dios para con nosotros, tienen como
objetivo movernos a una profunda conversión del corazón. Médicos, y
testigos en general, comprobaron una y otra vez los asombrosos fenómenos
físicos que acompañaban a los éxtasis.
Las apariciones terminaron el 13 de noviembre de 1965. Solo fue citada
Conchita, que subió a los Pinos bajo la lluvia, sin testigos. La Virgen
habló a Conchita con expresiones llenas de afecto maternal: «¡Háblame,
Conchita, háblame de mis hijos! A todos los llevo debajo de mi manto… Os
quiero mucho, y deseo vuestra salvación». Conchita se sentía tan feliz
que quería que la Virgen la llevara con Ella. Pero la Señora le explicó:
«Cuando te presentes delante de Dios, tienes que mostrarle tus manos
llenas de obras hechas por ti a favor de tus hermanos y para gloria de
Dios. En este momento tienes las manos vacías».
Así terminaron las manifestaciones visibles de Nuestra Madre en
Garabandal. Conchita explicó más tarde: «Me dejaron el alma llena de paz
y alegría, y de un gran deseo de vencer mis defectos y de amar al Señor
y a su Madre Santísima con todas mis fuerzas». Son los mismos efectos
que Nuestra Madre del Cielo quiere dejar en las almas de todos sus
hijos: la certeza de tener una Madre muy cercana que vela por nosotros;
el deseo de conversión que nace en el alma que medita la Pasión; el amor
y la veneración por el tesoro más precioso que posee la Iglesia: la
Eucaristía. Lo que La Virgen María, Nuestra Madre, prometió a Conchita
en esa última aparición, nos lo promete a nosotros: «Yo estaré siempre
contigo y con todos mis hijos».