EL ESTADO SERVIL
CONSERVANDO LOS RESTOS II
Primera entrega
Ya
en 1945 el Reverendo Padre Leonardo Castellani vio que solamente había
tres soluciones posibles del capitalismo, que eran: la socialista, la
tradicional y la estatista.
Vio
que, en términos históricos, el mundo no tenía más caminos que volver
al paganismo, volver al cristianismo o caer en una sociedad nueva.
Dicha nueva sociedad estaba en aquél entonces en ensayo.
El estado legal de esclavitud había comenzado en el mundo sin ser advertido, a no ser por las mentes más penetrantes; claro está que no con el nombre de esclavitud, que repugnaría a nuestros atavismos cristianos, pero sí con los nombres simpáticos de Reformas Sociales o Leyes Obreras.
Anteriormente lo había denunciado Hilaire Belloc, en su libro Estado Servil.
Radio Cristiandad irá publicando semanalmente este texto esclarecedor.
Sirva a modo de prólogo el artículo del Padre Leonardo Castellani, que lleva el mismo título.
EL ESTADO SERVIL
(Decíamos ayer, El Vigía, 30 de mayo de 1945)
El problema político y social más importante de nuestros tiempos es la existencia de un proletariado.
Proletario, es el hombre que depende para vivir de un salario apretado, el cual además le puede faltar en cualquier momento.
Este
estado de millones de hombres depende de una situación de la economía
que fomenta el amontone de los medios de producción en pocas manos, lo
cual se llama capitalismo.
Si será importante ese problema que la guerra más grande que han visto los siglos ha girado en torno de él — y seguirá girando—.
Las naciones que ostensiblemente provocaron la guerra, alegaron para ello el ser proletarias,
es decir, estar en el concierto internacional en un estado análogo al
del obrero de hoy día en el concierto (o desconcierto ) social;
pretendieron, pues, que la guerra no era más que una Huelga revolucionaria.
Las naciones que ostensiblemente rehusaban la guerra (aunque puede que en latencia la buscaran), pretendieron que ella era una Cruzada cristiana;
de modo que, para rebatir la justificatoria enemiga debieron echar mano
de la religión (del remanente de religión incluso subconsciente que
existe en el mundo occidental) y describir a sus enemigos como a una
especie de herejes o de demonios, atacados de una suerte de enfermedad
moral que los pone fuera de lo humano, llamada nazismo. (Quien quiera ver lo que es esta enfermedad, según los enfermos de ella, puede ver la cinta El mundo de mañana, que recomienda en su número 1.854 la revista porteña “El Lograr”).
De
manera que es imposible los beligerantes tengan razón a la vez en su
tesis (razón completa), pero puede ser que ninguno de los dos la tenga;
como dicen los lógicos ocurre con las proposiciones contrarias.
El capitalismo
es un orden inestable que va a desaparecer necesariamente, porque es
imposible que el hombre viva en las terribles condiciones actuales,
entre guerras mundiales, guerras civiles, luchas de clases y ensayos de
solución tan bravos como el fascismo y el comunismo.
Hay
solamente tres soluciones posibles del capitalismo, y se puede probar
con todo rigor que no puede haber más que esas tres, que son: la
socialista, la tradicional y la estatista.
La revolución socialista
considera la propiedad privada un mal en sí misma y propone convertirla
toda o casi toda en “Propiedad Pública”, es decir, poner los medios de
producción (tierra y capital) en manos de políticos que los administren
en bien de todos; o sea, hablando para la Argentina, crear un centenar o
dos de ypefes. (YPFs.) (Por supuesto que hablamos del socialismo real y
no de los cuitadillos que escriben en “La Vanguardia”, que no tienen
filosofía fija ninguna, y son una especie de liberales trasnochados
inexplicable y exageradamente anticlericales).
La solución tradicional
considera un bien la Propiedad Privada, y un mal su desmenuzamiento
infinitesimal (minifundio, ahorro postal) y su amontone en manos de una
minoría de millonarios y una minoría de monopolios irresponsables y
antisociales.
Esta
solución propende a romper la rueda infernal de la proletización por el
surgimiento de una nación de propietarios. Hubo un largo tiempo en que
eso existió y el mundo nunca fue más feliz. De ese tiempo desciende toda
nuestra civilización.
Existe
una tercera solución informulada e invisible, que sin embargo está en
curso de actuarse por sí sola o por la fuerza de las cosas, y que
consiste en ir proporcionando al proletario su seguridad a costa de su libertad, sin tocar la propiedad privada latifundaria; o sea, en ir aproximándose en forma latente al estado servil o esclavista en que estuvo el mundo durante miles de años antes del advenimiento del Cristianismo y bastante años después de advenido.
En suma, supuesto que el actual Capitalismo
será liquidado, cosa de que nadie puede dudar, el resultado será
necesariamente una de estas tres cosas: el Comunismo, la Propiedad o la
Esclavitud.
Quiere
decir, en términos históricos, que el mundo no tiene más caminos que
volver al paganismo, volver al cristianismo o caer en una sociedad nueva
actualmente en ensayo, basada sobre la abolición de la propiedad
privada, que para un creyente no puede ser otra que la Sociedad del Anticristo.
El estado legal de esclavitud ha comenzado ya en el mundo sin ser advertido, a no ser por las mentes más penetrantes; claro está que no con el nombre de esclavitud, que repugnaría a nuestros atavismos cristianos, pero sí con los nombres simpáticos de Reformas Sociales o Leyes Obreras.
Charles Maurras lo denunció en un brillante dialogo de su Anthinéa,
que desenvolvió lo que todos creyeron una picante paradoja y después
apareció entre las manos de Hilaire Belloc una tesis solidísima, a
saber: “El estado del obrero actual camina a ser peor que el del esclavo
antiguo (hablando de los países industrializados a fondo como
Inglaterra); por lo tanto, para estar así, más valdría volver de nuevo a
la esclavitud legal”.
El
esclavo antiguo trabajaba toda la vida en provecho de otro a cambio de
la seguridad de la subsistencia y la posibilidad de la manumisión.
El
obrero moderno carece de hecho de estas dos últimas ventajas. La
libertad política que se pretende haberle dado modernamente es
enteramente ilusoria: no hay verdadera libertad política, ni tampoco
dignidad humana sin alguna manera de propiedad. (Si no lo quiren creer,
pregunten a los colectiveros y a los que viajamos en colectivos, de qué
nos ha servido el voto universal, obligatorio y gratuito, sino de
embromarnos más cada vuelta).
El casado casa quiere.
Tengo casita,
tengo mujer,
soy dueño y libre,
puedo querer …
… responde desde el fondo de los siglos y de la sangre nuestra vieja tradición española democrática y cristiana.
Estos
principios permiten juzgar con seguridad las reformas sociales sacadas a
luz como grandes novedades por los hombres prácticos especializados en
previsión social.
No
es muy difícil: si encaminan hacia la redistribución de la propiedad y
la multiplicación de los propietarios, son buenas; si no encaminan a
eso, no lo son.
Aumentos
de salarios, seguros sociales, cajas de jubilaciones, arbitraje
obligatorio, salario mínimo, sanatorios obligatorios, dentistas gratis,
bolsas de trabajo, etc., de suyo ni siquiera tocan el problema del
proletario; y si lo tocan a expensas de su libertad, entonces son
dañinas y no benéficas, pues lo enderezan a la peor solución de todas,
que es el restablecimiento legal y larvado de la antigua esclavitud.
Hay
que decir, pues, a los obreros lo que ellos ya sienten instintivamente,
a saber: la jubilación es una estafa, los seguros sociales son una
patraña, los aumentos de salarios son una paparrucha.
Los
verdaderos progresos sociales se verifican en la línea de la libertad
de contrato, derecho de huelga y libertad de asociación gremial, junto
con una educación moral que capacite a las masas a gozar de la libertad
sin abusar de ella.
La solución tradicional
es dificilísima de actuar en el mundo moderno descarriado, por la
sencilla razón de que las otras dos están en la línea de menor
resistencia y son más fáciles, por lo mismo que son falsas: para
enderezar a uno que está en la cuneta, hay que cinchar; para hundirlo
del todo, basta empujar un poco.
Probablemente
tal solución es imposible sin un previo o simultáneo resucitamiento de
la Fe, entendiendo por Fe no otra cosa sino la Iglesia; dado que la
pérdida de la Fe ha sido lo que posibilitó en Europa el advenimiento del
Capitalismo y después su enderecera al inminente Estado Servil.
Para el teólogo todas estas cuestiones sociológicas tan complicadas son muy sencillas, él las arregla con un texto: “Nadie puede servir a dos señores. Así pues no podéis servir a Dios y a las Riquezas.”
La alternativa que puso Cristo al servicio de Dios fue la esclavitud a las Riquezas.
Mediten un poco en eso: no dijo la lujuria, la ambición, la pereza; es Plutón el otro Amo, fatal y necesario.
Así,
pues, la Cristiandad dejó de servir a Dios y cayó bajo el yugo de la
avaricia, de la usura, del dividendo, del Mal Rico del Evangelio.
Algunas naciones hoy día han liquidado simplemente a Dios y han aceptado tranquilamente como amo al Dinero, es decir, la sangre del pobre, la sangre del Pobre de los Pobres, vendida por 30 siclos de plata; y lo terrible es que hasta ahora les ha ido muy bien el negocio…
Otras
naciones en cambio, como nuestra desdichada patria, están todavía
fluctuantes entre los dos señores, lo cual no vayan a creer que es mucho
mejor que lo otro. Porque tenía razón en cierto modo Monseñor Claudio,
cuando repetía antes de morir, hablando de los católicos liberales: “El
que le enciende una vela al diablo, le enciende una vela al diablo;
pero el que le enciende una vela a Dios y otra al diablo, le enciende
tres velas al diablo.”
El cual sea sordo, y sea reprimido en este país por San Miguel y la Virgen de Luján, antes de que sea demasiado tarde.
Amén. Buen viaje, buen pasaje.