aclaración
No tenía previsto
escribir este ensayo. Como no tenia ni tengo previsto probar la autenticidad
de los Evangelios o la luminosidad del Medioevo.
Quiero decir que
hay temas que inhiben a priori, legítimamente, no sólo por su entidad sino
por su obviedad; por haber sido abordados de tantos modos y por
tantos autores, en tantas épocas y en tantísimas geografías, que todo
lo que pudiera decirse de ellos ya habría sido dicho y mejor predicado.
Son los así llamados grandes
temas, frente a los cuales el interesado -si goza de veteranía-
no tendrá más que repasar el largo repertorio de las fuentes, y si
es bisoño, acaso preguntar por las más importantes de ellas.
Ante tales
cuestiones, en síntesis,
parecería que el escritor queda eximido de incursionar, limitándose a sugerir
con sencillez el camino seguro ya recorrido por autores consagrados.
Por eso, nunca creí necesario probar la
perversión democrática, ni la incongruencia de ser católico y liberal, ni la
imposibilidad de conciliar la Revolución con la recta doctrina y la
conducta consecuente. Nunca creí necesario probar la malicia
teórico-práctica del sistema que nos rige, recordando paralelamente la concepción
cristiana y tradicional
de la política, y el deber inclaudicable en todo bautizado fiel, de conocer y servir
la Realeza Social de Nuestro Señor Jesucristo. Con algo de candor -lo
confieso- supuse que en tamaños temas la proverbial referencia
escriturística a no tocarl 'ni una jota ni una tilde", tenía plena
cabida. Parecía sencillo; todo era cuestión de volver a los maestros.
Sin embargo,
cuando en el año
2003, y para mi absoluta sorpresa, recibí el primer agravio de un desventurado
personaje -a causa,
entre otras, de sus enajenaciones democráticas- la respuesta que me vi obligado a
propinarle me hizo tomar abrupta conciencia de que el tema no gozaba de la
obviedad que yo suponía. Los más jóvenes, principalmente, carecían de la
perspectiva de la Tradición, y notaba en su bagaje intelectual una orfandad
comprensible, que no sabría reprochar. El entusiasmo y la generosa gratitud con
que un puñado de ellos me requerían mayores abundamientos y
honduras, obró como motivación suficiente. Fue entonces que me pareció
adecuado escribir este sencillo libro.
Tengo que
agradecerle de un modo muy especial al Dr. Bernardino Montejano, no sólo el impulso que le dio a la iniciativa,
sino el 'apoyo
intelectual, espiritual y material que pródigamente me ofreció.
Tengo que agradecerle al Dr.
Juan Carlos Monedero, las múltiples conversaciones con las que fue cubriendo
estas páginas de sugerencias, enmiendas y acotaciones.
Tengo que agradecerle a los Editores, sin cuya
disposición
y constante
acompañamiento, vano hubiera sido el esfuerzo.
Tengo que agradecerle, asimismo,
a un haz de amigos magnánimos, que dentro y fuera de la patria, estuvieron
prontos a ser fecundos interlocutores válidos, sobre un tema tan
capital cuanto álgido.
Y deseo dedicar
este ensayo al inolvidable camarada Víctor Eduardo Ordóñez,
con quien compartimos durante largos años comunes vigilias y anhelados
sueños. Todo me lleva a pensar que hubiera estado conteste con su
contenido esencial, y que hubiera podido escribirlo con más sesudas
apreciaciones.
Advierto, epilogando estas líneas
introductorias, que en el debate con quienes se mencionan en la obra, no me
mueve ninguna cuestión
personal; y que si en algún caso así lo pareciera, ello se debe exclusivamente
a la hostilidad injuriosa del ofensor. Ni he arrojado la primera piedra, ni me
interesa arrojar la última. La Verdad es lo único que me interesa.
Cuenta Plutarco, en la Vida de Tcmístocles, que cierto día, este general
ateniense discutió con Euribíades, almirante espartano. Agitándose la
reyerta más allá de los límites prudenciales, el de Esparta alzó su bastón
dispuesto a dejarlo caer con ruria sobre su oponente. Mas éste,
conservando la calma, le respondió lacónicamente: "pega, pero escucha".
Ante
gesto tan temperado y humilde, Euribíades se doblegó a las razones de su
impugnador.
Salvando las distancias, diré a unos y a otros,
con Temístocles, que
primero traten de escuchar.
Antonio Caponnetto Buenos Aires, 2 de abril de 2008
Capítulo I
Reflexiones doctrinales sobre la
perversión
democrática
Explicación Previa
Como saben nuestros
lectores habituales -o como podrán saber quienes se
acerquen por primera vez a estas líneas- en junio de 2007 (y continuando un rapto
demencia! contra
mí que le brotó de modo súbito y unilateral en el 2003) fui agredido insólita
e inopinadamente por Cosme Beccar Várela, bajo la especie de un brulote titulado Un error que paraliza a los buenos patriotas. Sobrevino mi respuesta (cfr. Antonio
Caponnetto, La confusión de Beccar Vareía), luego una vociferación de injurias por un empleado del
agresor, que éste patrocinó y
recomendó (Cfr. Martín Rodríguez, Dos pesos y dos medidas), y un intento del mismo Beccar Vareía por dar nueva respuesta a mis declaraciones (Cfr. Cosme
Beccar Vareía, Respondo al
Profesor Caponnetto aunque me ignore). Contesté las calumnias, ratifiqué mi decisión de no considerar
interlocutor válido a ningún orate, y
manifesté que me comprometía -cuando
lo juzgase pertinente- a aclarar algunas cuestiones doctrinales a quienes pudieran ser víctimas de las heterodoxias de estos liberales católicos y
ególatras obtusos (Cfr. Antonio
Caponnetto, El botellero Rodríguez y el mar de Cosme). Aquellos que estén interesados en estas confrontaciones, y aún no las conozcan, pueden visitar la
web de Cabildo: http://www.revistacabildo.com,ar o el blog de la misma publicación, http://elblogdecabildo.blogspot.com
Mi réplica a las graves calumnias no fueron publicadas entonces por el ofensor en el medio desde el cual
las propaló (La botella al mar: http://www.labotellaalmar.com);
no hubo tampoco respuesta a
mis refutaciones doctrinales, ni mucho menos
pedido alguno do caballerescas disculpas, después de
haber puesto en evidencia que había incurrido en gruesas mentiras para
dcsralitirannc, amparándose además para tal
cometido en las villanías de un dócil hortera.
Sucedió en cambio que desdo
otra publicación digital (http://chettertoonspace.blogBpot.com/),
Germán Flores -un compatriota ;i quien no cnno/eo.
pcio que ha dado pruebas de
desinteresada y valiente amistad «pío mucho agradezco-esbo/ó sobie la controversia
algunas rápidas opiniones, de tono
juvenil, inmejorables intenciones, hondura de miras, cierta desprolijidad de formas y sul >sanal >los
errores. Y sucedió después
que otro compatriota, al qnr igualmente desconozco, Enrique Broussain, me hizo
llegar un notable aporte al debate titulado ¿Controversias en Satanla? ¿O uocación
por héroes vendeanos? (cfr. Anexo de este ensayo).
Se trata de una importante y erudita
antología de textos católicos, prudentemente
comentada, que en su conjunto resulta una sólida descalificación de la hipótesis de Beccar Várela.
Más allá de la opción
por el sedevacantismo, que no comparto, e
independientemente del generoso apoyo hacia mi persona y mis enseñanzas, que mucho agradezco, creí oportuno celebrar la aparición de este estudio del
señor Enrique Broussain, difundirlo y elaborar a partir de él un manojo
de reflexiones doctrinales. Me ratificaron en esta decisión, la diversidad de sabrosos comentarios, de felices interrogantes y aún de adhesiones que fui
recibiendo en todo este tiempo. Cumplo así con el cometido de no dialogar con los
mentecatos, pero de contrarrestar el efecto de sus desvarios y procurar hacer docencia entre los cuerdos.
Matices más o menos en el debate
planteado, quiero en-fatizar
mi gratitud al señor Enrique Broussain por el generoso apoyo espiritual e intelectual
que libremente ha decidido aportarme. Lo valoro y
justiprecio, tanto más cuanto ahora, para la
Verdad, el páramo se acrecienta, la soledad arrecia y el desierto se ensancha.
Lo valoro, repito, pues sé que su posición eclesiológica podría haberlo vuelto reticente u hostil a tenderme la mano, estando yo en una posición diferente.
Vayan entonces -libre ya de cualquier cuestión personal- estas breves y esquemáticas reflexiones
doctrinales. Pero que nadie se
confunda. No son sus destinatarios los necios. Para ellos sige vigente
la regla de no responderles, o de responderles
con el arma del ridículo, "para que no se estimen sabios en su propia opinión", como enseñaba
el Padre Castañeda conforme a la regla escriturística (Prou.26,5 y ss).
Están dirigidas estas líneas principalmente
a mis alumnos, jóvenes aún o ya maduros, que tienen la obligación y el derecho
de sostener la Verdad y conocerla en profundidad.