sábado, 30 de noviembre de 2019

ACLARACIONES

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aclaración

No tenía previsto escribir este ensayo. Como no tenia ni tengo previsto probar la autenticidad de los Evangelios o la luminosidad del Medioevo.

Quiero decir que hay temas que inhiben a priori, legítimamente, no sólo por su entidad sino por su obviedad; por haber sido aborda­dos de tantos modos y por tantos autores, en tantas épocas y en tan­tísimas geografías, que todo lo que pudiera decirse de ellos ya habría sido dicho y mejor predicado.

Son los así llamados grandes temas, frente a los cuales el inte­resado -si goza de veteranía- no tendrá más que repasar el largo re­pertorio de las fuentes, y si es bisoño, acaso preguntar por las más importantes de ellas.

Ante tales cuestiones, en síntesis, parecería que el escritor queda eximido de incursionar, limitándose a sugerir con sencillez el camino seguro ya recorrido por autores consagrados.

Por eso, nunca creí necesario probar la perversión democrática, ni la incongruencia de ser católico y liberal, ni la imposibilidad de con­ciliar la Revolución con la recta doctrina y la conducta consecuente. Nunca creí necesario probar la malicia teórico-práctica del sistema que nos rige, recordando paralelamente la concepción cristiana y tra­dicional de la política, y el deber inclaudicable en todo bautizado fiel, de conocer y servir la Realeza Social de Nuestro Señor Jesucristo. Con algo de candor -lo confieso- supuse que en tamaños temas la proverbial referencia escriturística a no tocarl 'ni una jota ni una tilde", tenía plena cabida. Parecía sencillo; todo era cuestión de volver a los maestros.

Sin embargo, cuando en el año 2003, y para mi absoluta sor­presa, recibí el primer agravio de un desventurado personaje -a cau­sa, entre otras, de sus enajenaciones democráticas- la respuesta que me vi obligado a propinarle me hizo tomar abrupta conciencia de que el tema no gozaba de la obviedad que yo suponía. Los más jóvenes, principalmente, carecían de la perspectiva de la Tradición, y notaba en su bagaje intelectual una orfandad comprensible, que no sabría reprochar. El entusiasmo y la generosa gratitud con que un puñado de ellos me requerían mayores abundamientos y honduras, obró como motivación suficiente. Fue entonces que me pareció adecuado escri­bir este sencillo libro.



Tengo que agradecerle de un modo muy especial al Dr. Bernardino Montejano, no sólo el impulso que le dio a la iniciativa, sino el 'apoyo intelectual, espiritual y material que pródigamente me ofreció.

Tengo que agradecerle al Dr. Juan Carlos Monedero, las múl­tiples conversaciones con las que fue cubriendo estas páginas de su­gerencias, enmiendas y acotaciones.

Tengo que agradecerle a los Editores, sin cuya disposición y constante acompañamiento, vano hubiera sido el esfuerzo.

Tengo que agradecerle, asimismo, a un haz de amigos magná­nimos, que dentro y fuera de la patria, estuvieron prontos a ser fecun­dos interlocutores válidos, sobre un tema tan capital cuanto álgido.

Y deseo dedicar este ensayo al inolvidable camarada Víctor Eduardo Ordóñez, con quien compartimos durante largos años co­munes vigilias y anhelados sueños. Todo me lleva a pensar que hubie­ra estado conteste con su contenido esencial, y que hubiera podido escribirlo con más sesudas apreciaciones.

Advierto, epilogando estas líneas introductorias, que en el de­bate con quienes se mencionan en la obra, no me mueve ninguna cuestión personal; y que si en algún caso así lo pareciera, ello se debe exclusivamente a la hostilidad injuriosa del ofensor. Ni he arrojado la primera piedra, ni me interesa arrojar la última. La Verdad es lo único que me interesa.

Cuenta Plutarco, en la Vida de Tcmístocles, que cierto día, este general ateniense discutió con Euribíades, almirante espartano. Agitándose la reyerta más allá de los límites prudenciales, el de Esparta alzó su bastón dispuesto a dejarlo caer con ruria sobre su oponente. Mas éste, conservando la calma, le respondió lacónicamente: "pega, pero escucha". Ante gesto tan temperado y humilde, Euribíades se doblegó a las razones de su impugnador.
Salvando las distancias, diré a unos y a otros, con Temístocles, que primero traten de escuchar.
Antonio Caponnetto Buenos Aires, 2 de abril de 2008



Capítulo I

Reflexiones doctrinales sobre la perversión democrática
Explicación Previa
Como saben nuestros lectores habituales -o como po­drán saber quienes se acerquen por primera vez a estas lí­neas- en junio de 2007 (y continuando un rapto demencia! contra mí que le brotó de modo súbito y unilateral en el 2003) fui agredido insólita e inopinadamente por Cosme Beccar Várela, bajo la especie de un brulote titulado Un error que paraliza a los buenos patriotas. Sobrevino mi respuesta (cfr. Antonio Caponnetto, La confusión de Beccar Vareía), luego una vociferación de injurias por un empleado del agresor, que éste patrocinó y recomendó (Cfr. Martín Rodríguez, Dos pesos y dos medidas), y un intento del mismo Beccar Vareía por dar nueva respuesta a mis declaraciones (Cfr. Cosme Beccar Vareía, Respondo al Profesor Caponnetto aunque me ignore). Con­testé las calumnias, ratifiqué mi decisión de no considerar in­terlocutor válido a ningún orate, y manifesté que me compro­metía -cuando lo juzgase pertinente- a aclarar algunas cues­tiones doctrinales a quienes pudieran ser víctimas de las heterodoxias de estos liberales católicos y ególatras obtusos (Cfr. Antonio Caponnetto, El botellero Rodríguez y el mar de Cosme). Aquellos que estén interesados en estas confronta­ciones, y aún no las conozcan, pueden visitar la web de Cabil­do: http://www.revistacabildo.com,ar o el blog de la misma publicación, http://elblogdecabildo.blogspot.com
Mi réplica a las graves calumnias no fueron publicadas entonces por el ofensor en el medio desde el cual las propaló (La botella al mar: http://www.labotellaalmar.com); no hubo tampoco respuesta a mis refutaciones doctrinales, ni mucho menos pedido alguno do caballerescas disculpas, después de haber puesto en evidencia que había incurrido en grue­sas mentiras para dcsralitirannc, amparándose además para tal cometido en las villanías de un dócil hortera.
Sucedió en cambio que desdo otra publicación digital (http://chettertoonspace.blogBpot.com/), Germán Flores -un compatriota ;i quien no cnno/eo. pcio que ha dado pruebas de desinteresada y valiente amistad «pío mucho agradezco-esbo/ó sobie la controversia algunas rápidas opiniones, de tono juvenil, inmejorables intenciones, hondura de miras, cierta desprolijidad de formas y sul >sanal >los errores. Y suce­dió después que otro compatriota, al qnr igualmente desco­nozco, Enrique Broussain, me hizo llegar un notable aporte al debate titulado ¿Controversias en Satanla? ¿O uocación por héroes vendeanos? (cfr. Anexo de este ensayo). Se trata de una importante y erudita antología de textos católicos, prudentemente comentada, que en su conjunto resulta una sólida descalificación de la hipótesis de Beccar Várela.
Más allá de la opción por el sedevacantismo, que no comparto, e independientemente del generoso apoyo hacia mi persona y mis enseñanzas, que mucho agradezco, creí oportuno celebrar la aparición de este estudio del señor En­rique Broussain, difundirlo y elaborar a partir de él un ma­nojo de reflexiones doctrinales. Me ratificaron en esta deci­sión, la diversidad de sabrosos comentarios, de felices interrogantes y aún de adhesiones que fui recibiendo en todo este tiempo. Cumplo así con el cometido de no dialogar con los mentecatos, pero de contrarrestar el efecto de sus desva­rios y procurar hacer docencia entre los cuerdos.
Matices más o menos en el debate planteado, quiero en-fatizar mi gratitud al señor Enrique Broussain por el generoso apoyo espiritual e intelectual que libremente ha decidido apor­tarme. Lo valoro y justiprecio, tanto más cuanto ahora, para la Verdad, el páramo se acrecienta, la soledad arrecia y el de­sierto se ensancha. Lo valoro, repito, pues sé que su posición eclesiológica podría haberlo vuelto reticente u hostil a tenderme la mano, estando yo en una posición diferente.

Vayan entonces -libre ya de cualquier cuestión perso­nal- estas breves y esquemáticas reflexiones doctrinales. Pero que nadie se confunda. No son sus destinatarios los necios. Para ellos sige vigente la regla de no responderles, o de res­ponderles con el arma del ridículo, "para que no se estimen sabios en su propia opinión", como enseñaba el Padre Casta­ñeda conforme a la regla escriturística (Prou.26,5 y ss). Están dirigidas estas líneas principalmente a mis alumnos, jóvenes aún o ya maduros, que tienen la obligación y el derecho de sostener la Verdad y conocerla en profundidad.