POR EL DR. ANTONIO CAPONNETTO
III-
"LA OBLIGACION MORAL DE VOTAR Y DE PARTICIPAR EN EL SISTEMA ES EL REMEDIO PARA EVITAR EL ERROR DEL ABASTECIMIENTO POLITICO"
IV-
"LOS PARTIDOS POLITICOS SON IRREEMPLAZABLES Y CONSTITUYEN EL UNICO MEDIO QUE TENEMOS DE PARTICIPAR EN LA VIDA CIVICA"
V-
EL MAL MENOR
CAPITULO-3-
CUESTIONES DISPUTADAS
"¡El
sufragio universal es la mentira universal! "..."Del sufragio
universal se ha hecho arma de partido; bajo este punto de vista ni
nombrarlo nos dignaríamos. Pero el sufragio universal es hoy, más que
todo, base de un sistema filosófico en oposición a los sanos principios
de derecho y de Religión [...] y constituye la esencia de lo que se ha
querido llamar derecho nuevo, como si el derecho fuese tal si no es
eterno". Se trata, en suma, de una "sucia quisicosa", cuyo punto de
partida es "admitir como dogma filosófico la infalibilidad de las
turbas".
Félix Sarda y Salvany, La mentira universal, mayo, 1874.
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..."una democracia que llega al grado de perversidad que consiste en atribuir en la sociedad la soberanía al pueblo".
San Pió X, Notre charge apostolique.
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..."la vida de las naciones se halla disgregada por el culto ciego al valor numérico".
Pío XII,
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La organización política mundial, del 6 de abril de 1951,
"El Estado liberal, jacobino y democrático edificado sobre el hombre egoísta y el sufragio universal, han permitido que la riqueza del poder Soberano de la Nación haya sido reemplazado por el poder de la riqueza sin Dios y sin Patria. La plutocracia internacional a la sombra de la llamada soberanía popular, mediatiza a los poderes públicos y explota a las naciones". "La soberanía popular comporta una real subversión atea y materialista, por cuanto sustituye a la soberanía divina, y se postula como un principio absoluto e incondicionado"...
Jordán Bruno Genta
Félix Sarda y Salvany, La mentira universal, mayo, 1874.
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..."una democracia que llega al grado de perversidad que consiste en atribuir en la sociedad la soberanía al pueblo".
San Pió X, Notre charge apostolique.
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..."la vida de las naciones se halla disgregada por el culto ciego al valor numérico".
Pío XII,
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La organización política mundial, del 6 de abril de 1951,
"El Estado liberal, jacobino y democrático edificado sobre el hombre egoísta y el sufragio universal, han permitido que la riqueza del poder Soberano de la Nación haya sido reemplazado por el poder de la riqueza sin Dios y sin Patria. La plutocracia internacional a la sombra de la llamada soberanía popular, mediatiza a los poderes públicos y explota a las naciones". "La soberanía popular comporta una real subversión atea y materialista, por cuanto sustituye a la soberanía divina, y se postula como un principio absoluto e incondicionado"...
Jordán Bruno Genta
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SUBTITULOS DEL CAPITULO 3
CUESTIONES DIPUTADAS
I-
"LA
INEVITABILIDAD DEL SISTEMA Y DEL PRESENTE Y EL CARACTER DE MEDIO DE
ALGUNOS HECHOS POLITICOS, COMO LA FORMACION DE PARTIDOS OTORGAN
LEGITIMIDAD"
II-
"LOS
HECHOS POLITICOS COMO EL SUFRAGIO UNIVERSAL Y EL ORDENAMIENTO
CONSTITUCIONAL LIBERAL, IMPUESTOS POR EL TIEMPO HALLAN SU LEGITIMIDAD EN
TAL IMPOSICION Y EN SU PERDURABILIDAD CRONOLOGICA"III-
"LA OBLIGACION MORAL DE VOTAR Y DE PARTICIPAR EN EL SISTEMA ES EL REMEDIO PARA EVITAR EL ERROR DEL ABASTECIMIENTO POLITICO"
IV-
"LOS PARTIDOS POLITICOS SON IRREEMPLAZABLES Y CONSTITUYEN EL UNICO MEDIO QUE TENEMOS DE PARTICIPAR EN LA VIDA CIVICA"
V-
EL MAL MENOR
CAPITULO-3-
CUESTIONES DISPUTADAS
-IV
"Los partidos políticos son irreemplazables
y constituyen el único medio que tenemos
de participar en la vida cívica."
"Los partidos políticos son irreemplazables
y constituyen el único medio que tenemos
de participar en la vida cívica."
Capítulo 3
Cuestiones disputadas
Cuestiones disputadas
-IV-
"Los partidos políticos son irreemplazables
y constituyen el único medio que tenemos
de participar en la vida cívica."
Ya hemos visto que Mario Meneghini admite con fundadas razones "los errores teológicos y filosóficos de la democracia liberal", como admite que "la crítica al sistema contemporáneo de partidos políticos está, obviamente, justificada". "Por Estar basado en el mito de la soberanía popular y en una falsa teoría de la representación, el sistema actual de partidos políticos está afectado de invalidez científica y produce efectos negativos en la sociedad"58. Textualmente lo afirma. Pero no obstante, las alternativas que supone como las más comunes que se han presentado hasta hoy para reemplazar al sis-
Mario Meneghini, Actitud política de los católicos...etc. ibidem, p.88. Los subrayados son nuestros.
tema de partidos, no le resultan convincentes. Serían esas alternativas: "una participación activa en la vida socio-política de los cuerpos intermedios; y la Dictadura como forma de gobierno"59 .
Nuestro autor enuncia con probidad las ventajas que el Magisterio de la Iglesia ha señalado siempre a los cuerpos intermedios, aunque al final expresa sus reticencias. "No cabe duda" -dice- "de que este sistema, recomendado por el Magisterio Pontificio, permite un mejor funcionamiento de la socie-dad y a la vez impide los posibles abusos del Estado, pero no puede reemplazar a éste ni asumir la actividad específicamente política [...] 'Representan [los cuerpos intermedios] sólo intereses delimitados y parciales, no el bien universal del país. No tienen, por consiguiente, competencia para participar en aquellas decisiones superiores que son peculiares del supremo poder político, primer responsable del bien común'"60.
Rechazada por estas razones la posibilidad de constituir a los cuerpos intermedios como alternativa de los partidos, también descarta la posibilidad de una Dictadura, entre otros motivos, por ser "una fórmula de transición que no puede prolongarse indefinidamente". Salvedad hecha, Meneghini no niega "que pueda resultar inevitable y hasta conveniente establecer un gobierno de facto para producir un cambio integral en nuestro país". Pero como no alcanzaría -no una "duración de seis meses" como le imaginaron "los romanos" a la dictadura, sino de "seis años", para "producir los cambios necesarios"- esta posible alternativa sustituta del régimen de partidos, tampoco le parece una "solución útil y factible"61.
Insuficientes los cuerpos intermedios y la Dictadura, para Meneghini, no queda más remedio que aceptar los partidols políticos. Es cierto que ellos ofrecen un "primer aspecto negíativo", cual es el "monopolio de la representación de los ciudadanos"62 . Es cierto igualmente que la soberanía popular y el
59-Ibidem, p. 89.
60- Ibidem. El párrafo entrecomillado dentro del texto corresponde a, la Carta de la Secretaría de Estado del Vaticano a la XXVI Semana So-cial de España, 18-3-1967.
61-Ibidem, p. 90.
62-Ibidem, p. 91.
sufragio universal -que son connaturales a la partidocraria no poseen ninguna solvencia científica; y es cierto, al fin, que la democracia liberal contiene errores teológicos y filosóficos muy serios, causantes de un "país desquiciado [el nuestro] hasta extremos difíciles de revertir"63. Es cierto incluso que "las leyes electorales que obligan al voto directo para la mayoría de los cargos, son defectuosas y producen confusión en el electorado"64 . Pero ¿qué son estos detalles? "Cuando se consolida de hecho un régimen político determinado", hay que aceptarlo; y al fin de cuentas "la actuación de los partidos no es necesariamante mala"65.
Entonces, comienzan los argumentos de nuestro amigo para solucionar esta contradicción evidente. Veámoslos:
-"La 'parte' no siempre constituye una 'facción', ni la discrepancia afecta al bien común, mientras se mantenga dentro de ciertos límites. Por eso la Iglesia reconoce como legítima 'la diversidad de pareceres en materia política... La Iglesia no condena en modo alguno las preferencias políticas, con tal que éstas no sean contrarias a la religión y a la justicia'"66.
-"Los grupos sociales intermedios [...] no pueden asumir la conducción del Estado ni ejercer la actividad específicamente política". Como dice Kelsen, "no hay más solución que atribuir la decisión definitiva de los conflictos de intereses entre los grupos profesionales, a una autoridad, creada con arreglo a una ley ajena al principio corporativo; o bien a un parlameno elegido por todo el pueblo". "Por otra parte, 'cada estructura intermedia no expresa al hombre en su totalidad. A través de ellas el hombre se expresa en tanto trabajador, como jefe de familia, como vecino de un municipio, como empresario, como profesional, como técnico. Pero para lograr el hombre falta algo, eso único e incomunicable que constituye la persona; el hombre es más que la suma de sus expresiones parciales y a veces contradictorias que expresan los grupos. Me parece imposible, cualquiera sea el lugar que le corresponda a
63-Ibidem 90
64-Ibidem 93
65-Ibidem 90-91
66-lbiuem, p. t»j-íji.
66 Ibdem, p. 91. El texto entrecomillado dentro del párrafo corresponde a León XIII, Cum multa.
los cuerpos intermedios en la determinación de la política, eliminar la voz del hombre'. Además, la eficacia de los representantes de los grupos sociales está dada por el conocimiento, la competencia que poseen en el manejo de la actividad que representan, pero la mayoría de ellos no poseen las cualidades requeridas por la actividad política, ni pueden dejar de defender los intereses del propio grupo o estamento sin perder la condición de dirigentes del mismo. Por ello, la conducción global de la sociedad, que compete al Estado, debe estar reservada a un tipo de personas con características especiales"67.
-"No se ha logrado articular todavía una forma de convivencia que pueda prescindir de los partidos en la actividad política. Por eso, el Concilio Vaticano II reconoció que: 'es perfectamente conforme con la naturaleza humana que se constituyan estructuras político-jurídicas' (Constitución Gaudium et Spes, 75) [...] El profesor argentino Félix Lamas, ha explicado con mucha claridad, que los partidos "pueden considerarse de existencia necesaria en la misma medida en que es inevitable una cierta dosis de discordia en toda comunidad', y por ello es que hay 'un margen funcional admisible en los partidos: pueden constituir vehículos de opinión o canales del querer sobre cuestiones opinables, cuando éstas no encuentran adecuada expresión a través de las comunidades naturales (Cabildo, septiembre de 1982) [...] Por su parte, Michel Creuzet añade: Acontece además que su existencia resulta el único medio de contrabalancear el poder tiránico de un Estado descarriado... En este caso, los partidos de la oposición se transforman en verdaderos cuerpos intermedios, apoyo de las personas, de las familias, de los otros cuerpos sociales, en su justa resistencia contra la tiranía' [...] Por ahora, no hay otra vía idónea que la que ofrecen los partidos, que se fudamentan en una cosmovisión global y elaboran programas con las soluciones que proponen para cada uno de los problemas que debe afrontar el Estado"68.
67Ibidem, p. 91-92. El texto entrecomillado dentro del párrafo corresponde a Rivero, De la politiqae des groapes a la politque de la nation.
Meneghini declara a su vez haber tomado la cita de Mariano Montemayor, Los Ideas democráticas y el orden corporativo, Buenos Aires, Kraft,
1967.
68Ibidem, p. 92-93.
"Así como alguien llamado a la vida religiosa no podría ignorar su vocación fundado en las imperfecciones de muchos de los pastores que conducen hoy a la Iglesia, tampoco quien posea vocación política puede reprimirla porque no le satisfagan las actuales circunstancias de la vida cívica. Y como la vo-cación política no tiene más remedio que manifestarse por los cauces existentes, la actitud correcta consiste, a nuestro juicio, en aceptar el sistema de partidos, procurando su perfeccionamiento de acuerdo a lo indicado"69.
Apuntemos ahora algunas observaciones críticas.
1.- Sobre la Dictadura como alternativa institucional, negada la partidocracia, coincidimos en líneas generales con Meneghini. No es forzosamente una mala palabra en política, sino una forma de gobierno posible y a veces necesaria; legítima y oportuna en ocasiones; y bajo ciertas circunstancias ex-cepcionales, el único medio temporario para la salvaguardia de las naciones. Concebida desde la antigüedad como una forma gubernamental de emergencia, en expectativas de situaciones graves, según dijera Tito Livio, su legitimidad estará asegurada o negada según se ordene al bien común o lo quebrante70. Prolongarla más de la cuenta, ni es garantía de bonanza, ni reaseguro de prudencia. Pero no existe una ley universal que establezca en forma obligatoria el tiempo exacto de su duración. San Martín, por ejemplo, aprobó la dictadura de Rosas desde su primera insinuación en 1829, hasta su muerte en 1850; y la Santa Sede -con algunas fisuras y sinuosidades comprensibles- no dio por aplazada la dictadura de Franco, en vida de su protagonista, con sus cuatro décadas de gobierno a cuestas. Por lo tanto, descartarla para nuestro país porque no alcanzaría a sanearlo ni en los "seis meses" ideales de los que hablaron los antiguos romanos, ni "en seis años", es un argumento baldío. Para "producir los cambios
69-Ibidem, p. 95.
70-Antonio Caponnetto, La Dictadura, en su Del 'Proceso' a De la Rúa. Una mirada nacionalista sobre 25 años de política argentina, Buenos Aires, Nueva Hispanidad, 2001, p. 587 y ss. Por supuesto que hay páginas clásicas sobre tan eminente tema, empezando por las de Donoso Cortés, Ramiro de Maeztu y Vázquez de Mella. O entre nosotros, las de Julio Irazusta.
necesarios" que anhelamos con Meneghini, sólo Dios sabe qué tiempo se necesitaría, con o sin dictadura.
De todos modos, y más allá de estas coincidencias matizadas, hablar hoy de un gobierno de esta índole en la Argentina, requeriría hacer un sinfín de aclaraciones y establecer un contundente contexto político-jurídico condicionante. Queremos decir, en dos palabras, que nos oponemos a columbrar como solución a lo que ha resultado parte substancial del problema; esto es, al golpismo militar. Nos oponemos a identificar la dictadura con las sucesivas dictablandas castrenses, que sólo han sido variantes del mismo sistema. Pero no nos oponemos, en plan de hipótesis, a considerar la validez de un gobierno fuerte, que inequívocamente orientado al Bien Común por su ejercicio, y cualquiera fuera su origen, consiguiera -en la paz o por la guerra justa- la demolición definitiva del Régimen y se abocara a la difícil pero irrenunciable tarea del omnia instaurare in Christo.
2.- Las limitaciones que se les ha marcado a los cuerpos intermedios para no confiar en ellos como alternativa a la partidocracia, ni necesariamente son tales si los cuerpos intermedios funcionan rectamente, ni son obstáculos que no se adviertan -y potenciados- en los mismos partidos políticos.
Meneghini dice -arguyendo en pro de las ventajas de los partidos y comparándolos con los cuerpos intermedios- que el sistema de cuerpos intermedios "no puede reemplazar al Estado ni asumir la actividad específicamente política". Tampoco la partidocracia reemplaza al Estado, en el sentido de tomar su lugar. Lo ocupa, lo captura, lo ideologiza, lo aprovecha, lo convierte en el monstruoso Leviathan. Es un hecho que el partido vencedor partidocratiza al Estado y lo reduce a simple instrumento de su pedurabilidad. Ninguno de los tres componentes clásicamente aceptados como partes de un Estado -la población, el territorio y la soberanía- quedan garantizados por la maquinaria de los partidos o por el ascenso de uno de ellos al poder. Los partidos no "reemplazan" estos constitutivos del Estado. Excepcionalmente los conservan, si toca en suerte algún hombre discretamente capaz al frente del Gobierno, y ordinariamente los destruyen, como viene sucediendo en nuestro país. El Estado de la partidocracia, con los vicios del liberalismo -dejar hacer-y con los del colectivismo -hacer lodo el mismo- ha liquidado la verdadera y noble tarea de lo que podría ser un Estado Nacional, y ha extinguido toda posibililad de un Estado Confesional. Privatizado como coto de caza del partido victorioso en el azar numerolátrico de las urnas, el Estado ha sido entre nosotros sucesivamente peronista o radical; esto es, servil ante el Imperialismo Internacional del Dinero, tiránico puertas adentro para garantizar su lucrativa vigencia, y permisivista en materia moral. ¿Qué actividad específicamente política podría reconocérsele, aventajando a los cuerpos intermedios?
Es cierto que cuadra distinguir entre imperio y dominio, reservando el primero al Estado, en tanto poder político, y el segundo a los cuerpos intermedios, en tanto potestad acotada sobre un ámbito o una institución social. Pero se ha dado la paradoja de que los cuerpos intermedios han podido suplir y hasta subsidiar al Estado en una diversidad de actos propios del imperio, mientras que el Estado no ha sido capaz de apoyar o de conservar los diferentes dominios, como los familiares, los municipales o regionales. Paradoja de la que dedujo en su momento Elias de Tejada, la primacía en los hechos de esas sociedades infrapolíticas por sobre el Estado71. Es más fácil y más frecuente que la partidocracia haga del Estado su triste remedo sectario, y no que los cuerpos intermedios decli-nen la defensa de sus modestas parcelas de bien común. En tal sentido, es más probable que el Estado siga destruyendo los cuerpos intermedios, por incumplimiento -entre otros- del principio de subsidiariedad, y no que los cuerpos intermedios conspiren contra el Estado.
Recordaba Sacheri, a propósito del tema que nos ocupa, otra distinción proverbial entre gobernar y administrar, tocando al Estado lo primero y a las agrupaciones intermedias lo segundo. "El administrador unifica, centraliza y simplifica al máximo. El gobernante diversifica, descentraliza y respeta todas las diferencias legítimas que la diversidad de situaciones complejas impone al buen sentido. Ambas actividades son legítimas y necesarias en sus respectivas esferas. Lo
71-Cfr. Francisco Elias de Tejada, La familia y el municipio como bases de la organización política, en Verbo, n. 91-92, Madrid, 1971.
grave se da cuando el gobernante descuida sus tareas para transformarse progresivamente en administrador. En tal caso, el espíritu de administración se desvirtúa y, cual nuevo Rey Midas, esteriliza y ahoga cuanto toca"72.
Si el Estado hecho a imagen y semejanza de la partidocracia, no puede imperar ni gobernar sino, en el mejor de los casos, ejercer arbitrariamente dominios y administraciones múltiples, no vemos que pueda "asumir la actividad verdaderamente política" que le reclama Meneghini. Porque esa actividad verdaderamente política es el Bien Común.
En consecuencia, este primer argumento sobre la ventaja de los partidos respecto de los cuerpos intermedios, no resulta sustentable.
Otra desventaja que tendrían los cuerpos intermedios respecto de los partidos, es que aquellos "representan sólo intereses delimitados y parciales, no el bien universal del país". Pero salvo que estemos ante una humorada, no creemos que quede en toda la nación un sujeto cuyo candor le permita suscribir esta afirmación. Serafines y querubes, con sus cítaras en ristre, podrán sobrevolar el espacio aéreo argentino, pensando hallar un partido abocado al "bien universal del país". La idolatrada "realidad", el "poder de lo fáctico", el peso de "los hechos consumados en forma estable y pacífica", dicen lo contrario. Pero lo dicen y lo gritan además las mismas reglas de la lógica, ya que -según quedó de sobra aclarado en el capítulo precedente- lo propio de un partido es defender los intereses de una parte. De partido procede partisanismo, no universalismo. De partido se deriva partidismo, no nacionalismo.
Admitamos sin embargo que la diferencia teórica o funcional entre partido y cuerpo intermedio sea el universalismo del primero y el angostamiento del segundo. Y que "no tienen, por consiguiente [los cuerpos intermedios] competencia para participar en aquellas decisiones superiores que son peculiares del supremo poder político, primer responsable del bien común". Pero tampoco es así. Los partidos políticos sólo pueden tener injerencia en "las decisiones superiores" en la medida en que se alcen con el poder. Los derrotados, los perdedo-
72 Carlos A. Sacheri, El Orden Natural, Buenos Aires, IPSA, 1977, p. 166.
res, los minoritarios, así sean los mejores desde todo puntó de vista, quedan marginados y sin posibilidad inmediata alguna de participar del "supremo poder político". La conquista del poder los convierte en el arbitro despótico de "las decisiones superiores". La derrota sufragista apenas si los transforma en convidados de piedra. Mientras el destino permanente de un cuerpo intermedio es aportar al bien común desde su custodiado bien concreto, regional, profesional, educativo o económico, el destino de un partido político sin tómbola electoral ganada es la nulidad, el internismo disociador, las borocoteadas, el resquebrajamiento y, a veces incluso, la disolución.
A la par que escribimos estas líneas asoma en todos los medios la noticia de que "el Gobierno impulsa una reforma política cuyo propósito es evitar la proliferación de agrupaciones partidarias sin sustento electoral y de candidaturas ignotas [...] Se marcará un piso de votos para que los partidos mantengan la personería jurídica; si en determinada cantidad de elecciones consecutivas no lo alcanza, el partido perdería la personería"73. Como en el fútbol, los campeones alzan el trofeo, los subcampeones miran distantes y rencorosos, y el resto de los equipos, sin el puntaje suficiente, se va al descenso y se hace acreedor del oprobio popular. Los ídolos de la tribuna sentenciarán pedagógicamente sobre todo lo humano y lo divino -a veces incluso hasta de cuestiones futbolísticas- y los "candidatos ignotos" para la plebe ni siquiera podrán opinar sobre el talle de la camiseta que llevan puesta.
73-José Ignacio Liados, Quiere el Gobierno que haya menos partidos políticos, en La Nación, Buenos Aires, 10 de febrero de 2008, p. 1 y 10.
74-Carlos A. Sacheri, El Orden...etc, ob. cit, p. 160.
En rigor -y a esto queremos llegar- aunque sea evidente, que por su propia naturaleza y finalidad, los cuerpos intermedios no tienen "competencia para participar en aquellas decisiones superiores que son peculiares del supremo poder político"; su responsabilidad en el bien común es directa y concreta. "La contribución de los grupos intermedios al bien común" -dice Sacheri- es inestimable, pues es a través de ellos que se canalizan las grandes decisiones políticas de un país. Al mismo tiempo, los responsables sociales de los diferentes grupos brindan a la nación las élites dirigentes que, con competencia y una experiencia decantada, aseguran Son sociedades de la sociedad, al plástico decir de Mirabella que, por eso mismo, "ingresan, según sus fines, en el haber social del bien común". "Mantienen una relación horizontal, fundada en el principio de la solidaridad que asegura la continuidad y el acrecentamiento del bien común. Esta relación horizontal se completa con el principio de la jerarquía funcional de los cuerpos intermedios, principio vertical que asegura la eficacia del orden social"75. No podríamos decir lo mismo de los partidos políticos, aunque funcionaran a la perfección, o por lo mismo. Porque su naturaleza y su fin les pide el asalto del poder antes que esta doble dirección horizontal y vertical de alcances claramente benéficos para el plexo social.
En consecuencia, este segundo argumento sobre la ventaja de los partidos respecto de los cuerpos intermedios, no resulta sustentable.
La tercera desventaja que, en comparación con los partidos políticos, le señala Meneghini a los cuerpos intermedios, es que "cada estructura intermedia no expresa al hombre en su totalidad". Lo expresa como "trabajador, como jefe de familia, como vecino de un municipio, como empresario, como profesional, como técnico, pero el hombre es más que la suma de sus expresiones parciales y a veces contradictorias que expresan los grupos".
Una vez más la perplejidad nos sobrecoge ante el hilo argümental que despliega nuestro amigo. Supongamos que tamañas limitaciones signen fatalmente a los cuerpos intermedios, y no es ésta precisamente la enseñanza de la Doctrina Social de la Iglesia, ¿quién puede creer que en los partidos políticos halle expresión "la voz del hombre", en el sentido antropológico y ontológico que aquí se le está adjudicando a la misma? ¿Quién puede creer que un partido es hoy la manifestación del ser creatural completo, la contención de la persona, la expresión de toda su riqueza metafísica, la garantía de su integridad hilemórfica, la seguridad de su unidad substancial? ¿En qué país un partido político vive desvelado por darle a sus afiliados "ese algo único e incomunicable que constituye la persona"? ¿Acaso tamaño obsequio viene adosado a la papeleta
75 Miguel A. Mirabella, Fundamentos de Ciencia Social y Política, Buenos Aires, Scholastica, 1994, p. 63.
que deberá introducir disciplinariamente en la urna modesta, o a la modesta regalía del "pancho" y de la Coca para que asista a las turbamultas de campaña, o al estrepito.de los bombos y al hedor de los camiones cuando arrean a los masificados prosélitos a las concentraciones partidarias? Al partido nada le importa la voz del hombre, la dignidad de la persona, la unidad de sus formalidades ontológicas o la riquísima plurivalencia de su totalidad. Sólo cuenta el elector, como decía Pío XII. El afiliado, el sufragante, el aportante de la cuota, el carnet actualizado, el número, la cifra en el escrutinio, el bulto en la manifestación callejera, el porcentaje en boca de urna.
En un sano ordenamiento corporativo -ni más ni menos que el pregonado por el Magisterio de la Iglesia desde mucho antes de la Rerum Novarum- el hombre, al contar como "trabajador, jefe de familia, empresario, profesional, técnico o vecino", está contando como todo el hombre, respetándosele las expresiones naturales de su sociabilidad, a partir del hogar, y no situándolo postizamente en un artificio ideológico como el partido, en el cual sólo cuenta como sufragante. Aquella cita tan mentada de cuño joseantoniano, según la cual, nadie nace afiliado a un partido, pero todos nacen filiados y arraigados a una casa, una aldea, una comarca, o una tierra carnal, permite por arte de metáfora establecer una comparación atinada. En el partido el hombre es desfüiado y reducido a contribuyente; desenraizado y masificado. En un cuerpo intermedio, importan sus filiaciones naturales, sus vínculos, su encepamiento; y a partir de allí se lo proyecta entero hacia la sociedad en su conjunto. Por eso, aún en esta perspectiva fascistizante del corporativismo, afirmó con acierto Mussolini, en su famoso Discurso contra ía Neutralidad del 13 de diciembre de 1914, que "el hombre económico puro no existe, porque la historia del mundo no es una partida de contabilidad". Existe el hombre entero, que es religioso, político, asceta, héroe o santo. De este hombre entero se ocupó la tradición corporativa de pura cepa católica. Los reduccionismos que vinieron con la Modernidad, en cambio, se ocuparon de fragmentar y de atomizar a la creatura y a la sociedad.
Meneghini se equivoca con Kelsen al creer que "no hay más solución que atribuir la decisión definitiva de los conflictos de intereses entre los grupos profesionales, a una autoridad, creada con arreglo a una ley ajena al principio corporativo; o bien a un parlamento elegido por el pueblo". Volvemos a caer en el mito tomemístico de la soberanía del pueblo y en la, mentira del sufragio universal. Por supuesto que -sea que estallen conflictos entre cuerpos intermedios o entre partidos-siempre habrá que resolverlos apelando a una autoridad superior. Pero lo que se espera y se necesita de la misma es que sea legítima y justa, ecuánime y firme; no viciada por su irremisible ilegitimidad de origen, al brotar del voto popular.
Precisamente si algo se necesita, y si algo está en condiciones de asegurar el institucionalismo natural y orgánico de los cuerpos intermedios, es una autoridad que no sea "ajena al principio corporativo", sino que pueda surgir del mismo por el recurso alprimus ínter pares y primas ínter primas. De este modo, no solamente podría rescatarse al hombre entero del hombre reducido y masificado de la partidocracia, sino que podría sustituirse con cordura al infame delirio del sufragio universal. Lo ha explicado con autoridad Vallet de Goytisolo: "Las democracias políticas modernas fían en la virtud del sufragio universal, según la fórmula: un hombre, un voto [...] El punto de vista realmente opuesto, tanto al régimen de sufragio universal como al de la designación a dedo desde arriba, es el sitema foral o tradicional. En él no existe esa tajante separación entre la Administración y el pueblo, porque éste tiene estructura social -los cuerpos intermedios- y vida propia encarnada en usos y costumbres, dirigida por sus élites naturales, destacadas por su propio prestigio, con una autoridad obtenida por sus cualidades y sus desvelos en el servicio común, que hace superfina su elección y que los antepone a cualquier designación a dedo [... ] Su antítesis con la democracia del sufragio universal había sido ya puesta de relieve, hace cerca de un siglo, por un hombre singular a quien su visión de foralista le permitía distinguir la realidad del artificio, Joaquín Costa, que exclamaba: 'pensáis que el pueblo es ya rey soberano, porque han puesto en sus manos la papeleta electoral; no lo creáis: mientras no se reconozca al individuo y a la familia la libertad civil y al conjunto de individuos y de familias el derecho complementario de esa libertad, el derecho de estatuir en forma de costumbres, aquella soberanía es un sarcasmo; representa el derecho de darse periódicamente un amo que le dicte la ley, que le imponga su voluntad: la papeleta electoral es un harapo de púrpura y el cetro de caña con que se disfrazó a Cristo de rey en el pretorio de Pilatos'"76.
En consecuencia, este tercer argumento sobre la ventaja de los partidos respecto de los cuerpos intermedios, tampoco resulta sustentable.
La cuarta desventaja que, en comparación con los partidos políticos, le señala Meneghini a los cuerpos intermedios, es que en estos últimos, la mayoría de sus representantes "no poseen las cualidades requeridas por la actividad política, ni pueden dejar de defender los intereses del propio grupo o estamento sin perder la condición de dirigentes del mismo. Por ello, la conducción global de la sociedad, que compete al Estado, debe estar reservada a un tipo de personas con características especiales". Personas con "muchos años de estudio y experiencia", con "auténtica vocación política, que se preparen seriamente para gobernar", con "aptitudes naturales", amén de la "honestidad y patriotismo" que se le suponen, aunque "no basta para gobernar con eficacia"77.
Una vez más, la fundamentación cae por su propio peso. Porque, insistimos, aún suponiendo -contra la doctrina tradicional de la Iglesia- que los cuerpos intermedios no sean alta escuela para la formación de dirigentes y de líderes naturales; y aún aceptando de buen grado que la "conducción global de la sociedad" reclama "personas con características especiales", ¿adonde está la partidocracia cuyos dirigentes sean estadistas prudentes, sabios, austeros y adornados de esas características especiales para regir los destinos de la polis? ¿Adonde están, en la teoría y en la praxis, en la contemplación y en la acción, en los conceptos intelectuales y en la experiencia concreta, esos dirigentes partidarios?; ¿adonde están esos proceres que se olvidan de la condición de candidatos del partido y sólo se desvelan por el bien común?; ¿adonde esos maravillosos seres que desde la estructura partidaria están abo-
76-Juan Vallet de Goytisolo. Lo floral y la moderna doctrina de los cuerpos intermedios, en su Algo sobre temas de hoy, Madrid, Speiro, 1972, p. 83-84.
Mario Meneghini, Actitud política de los católicos...etc, ibidem, p. 92-93.
cados al estudio, con auténtica vocación de servicio, honesta y patrióticamente preparados para gobernar? ¿"Do están agora"?, diría Garcilaso, en una desesperada eclosión del ubi suní. ¿Pero es que -a la vista de este mar inmenso de atrocidades morales y aberraciones mentales que dominan hoy el universo de la partidocracia y de la política- acaso es otra chanza -y ésta de humor negro- suponer que en el moderno mundo partidocrático, los partidos contienen o engendran esas personas que "se preparan seriamente para gobernar"? ¿Hay acaso algún emergente de los partidos políticos en la Argentina, que haya probado con frutos el haber adquirido en esos partidos las "características especiales" que, sin duda, se requieren para
gobernar?78.
Desde ya que un dirigente de un cuerpo intermedio, se debe al mismo y a la custodia de sus intereses; si son buenos, para su ennoblecimiento; si malos, para su condena. Pero ¿qué dirigente de un partido, aquí y ahora, antepone con hechos el cuidado íntegro del Bien Común al provecho ideológico de la facción que representa? ¿No hemos visto acaso lo suficiente
78-Para un retrato acabado de los requisitos que se necesitan para ser un buen gobernante, sugerimos la lectura de Francisco J, Vocos, El Gobernante, Buenos Aires, Cruz y Fierro, 1982. Llega literalmente a nuestra mesa de trabajo, coincidiendo con la redacción de este ensayo, una noticia periodística de último momento, según la cual, en nuestro país, "resulta m,ás sencillo crear un partido político que una empresa", porque "un partido, si cumple con la ley, tiene garantía de flnanciamiento aún cuando no obtenga resultados; léase votos. No requiere créditos, pues siempre estará el Estado para asegurar su supervivencia [... ] Es el llamado costo de la democracia" [Cfr. Laura Serra, El negocio de tener un partido político, La Nación, Buenos Aires, 25 de febrero de 2008, p. 6] Las cifras aportadas por la periodista a continuación de esta frase, así como los reportajes a algunos de los beneficiados, no dejan margen para la duda, pues el ingreso democrático más bajo no es inferior al medio millón de pesos. "Estas facilidades, sumado a que nunca falta el sostén del Estado para sobrevivir, hace que un partido político sea un emprendimiento sin demasiados riesgos" [Ibidem] ¿Cómo puede un sistema que naturalmente se presta para el lucro, la regalía y la prebenda, ser el generador de esas personas con capacidades especiales para el estudio, el servicio, la capacitación y el gobierno? El contraste con las virtudes del político exaltadas por los clásicos (pensamos en Horacio, elogiando la austeridad y la pobreza de los antiguos senadores) es evidente y desgarrador.
En materia de feroces internismos partidocráticos, de ultrajes a la patria en aras de la disciplina partidaria, de mezquinos intereses sectoriales en desmedro del interés nacional, de nepotismos familiares, de ajustes de cuentas, de arreglos de comités, de míseras transacciones entre punteros, de acomodos y enroques de favores, de todas las porquedades y naderías de los que son capaces los partidos con tal de asegurar la supervivencia política y el enriquecimiento personal de sus capataces? ¿Qué más tiene que sucedemos para que quede definitivamente al descubierto la responsabilidad y la culpa de un sistema connaturalmente estulto? ¿Cuándo se advertirá que el fondo de la crisis, como gustaba decir Francisco Javier Vocos, es que aquí está faltando Dios; y que al decirlo no estamos cayendo en beaterías sino en contundentes reclamos de orden, de Autoridad y de Ley79.
Creemos con sencillez que aún no se ha valorado con justicia toda la riqueza política que encierran los cuerpos intermedios. Que se ignoran por completo, como bien lo sostiene Vallet, tanto sus fundamentos como las soluciones que aportan. Fundamentos que son teológicos, metafísicos, antropológicos, ideológicos, axiológícos, deontológicos y existenciales. Soluciones que son políticas, económicas y jurídicas; y que abarcan ámbitos tan disímiles y complementarios como los de la seguridad social, la agricultura, la organización urbanística y la educación80.
Lo que viene a recordarnos Vallet, en epítome, es que si se cumplen los requisitos intrínsecos y extrínsecos del sistema corporativo tradicional, como la autonomía funcional de los cuerpos intermedios, la descentralización, lajerarquización social, la organicidad, la representatividad y la colegialidad, no hay mejor y mayor reaseguro para sanear institucionalmente a una comunidad y para acabar con los males de la democracia; recordando con Tocqueville que "la anarquía no es
79 Cfr. Francisco Javier Vocos, ¿Cuál es el fondo de la crisis?, Buenos Aires, Centro de Formación San Roberto Bellarmino, 1993, p. 117. 50 Cfr. Juan Vallet de Goytisolo, Fundamentos y soluciones de la organización de cuerpos intermedios, en su Datos y notas sobre el cambio de estructuras, Madrid, Speiro, s/m/a, p. 211 y ss. Cfr. asimismo Juan Vallet de Goytisolo, Diversas perspectivas a favor de los cuerpos intermedios, en su Tires Ensayos, Madrid, Speiro, 1981, p. 3-60.
el principal mal que los pueblos democráticos deben temer, sino el menor"81. Los partidos políticos sólo atienden al país elector, según gráfica expresión de Joaquín Costa. Pero "el país elector es el servurn pecas, sin personalidad propia, que recibe credo y consigna de lo alto, que obedece sin derecho en ningún caso a mandar". Los cuerpos intermedios, por el contrario, atienden al país real, a sus hombres de carne y hueso y a sus libertades concretas82. Conclusiones estas últimas muy similares a las que llegó en nuestro país un calificado grupo de especialistas, reunidos al sólo objeto de analizar y evaluar, técnica y científicamente, la vigencia de los cuerpos intermedios, así como su aporte específico a la necesaria reestructuración política83.
Se dirá -y podríamos admitirlo condicionalmente- que los cuerpos intermedios están hoy venidos a menos, y que no han podido escapar a la regla general de la decadencia colectiva. Se dirá incluso que esas características especiales que se necesitan para gobernar en nuestros días, por su complejidad en aumento, no necesariamente se adquieren en estas sociedades infrapolíticas. Pero un par de cosas tenemos por evidentes. La primera, que no es lo mismo la enfermedad del estar que la del ser, y dada por probable la enfermedad de los cuerpos intermedios, ella pertenece al orden del estar sin salud, no al del ser enfermo. Es legítimo y es posible recuperar la salud de un organismo llamado naturalmente a tenerla, abocándonos a ello con todas nuestras fuerzas. Es imposible y contraproducente restituirle la lozanía a una cosa inherentemente mórbida y alterada, cuya mejoría, en algún caso, sólo serviría para provocar mayores y sucesivos males. Dicho ya sin eufemismos: hay que salvar y revitalizar los cuerpos intermedios porque están en el Orden Natural de la concepción política.
81-Juan Vallet de Goytisolo, Diversas perspectivas...etc, ibidem, p. 52-56 y 6. 09
82-Juan Vallet de Goytisolo, Fundamentos y soluciones...etc, ibidem, p. 227 y ss.
83-Cfr. CÍES, Centro de Investigación de Etica Social, Organizaciones sociales intermedias. Propuestas para una eficiente gestión del desarrollo. Cuartas Jornadas Nacionales sobre Etica y Economía, San Francisco, Córdoba, 18 y 19 de septiembre de 1996, Buenos Aires, Aletheia, 1996.
Sin cuerpos intermedios, lo que queda en el terreno político no es una dificultad de poca monta sino la destrucción .Lo ha dicho el mismísimo Monseñor Franceschi, que no habría violado nunca la Ley de Defensa de la Democracia, supuesto que la misma existiera en su tiempo. Porque lo que con sentido común vio el prelado, y supo advertirlo a tiempo, es que sin cuerpos intermedios adviene el individualismo y el atomismo social, la centralización estatal, la injusticia social y el aislamiento. "A primera vista, el individualismo parece ser el régimen de la máxima libertad; en realidad lo es de la más completa tiranía [... ] Ello es natural, desaparecidos los organismos intermedios, quedan solos la suma fuerza: el Estado, y la suma debilidad: el individuo". "La destrucción de los organismos e instituciones intermedias: municipios, parlamentos y asambles regionales, legislaciones federales, agrupaciones representantes de la profesión", es un mal enorme que se "deja sentir en todo su vigor" con anterioridad "al estallido de la Revolución Francesa". Pero que una vez expandido sólo ha llevado a "la tiranía en nombre de la ley". Las consecuencias están a la vista, agrega Franceschi. Para estos modernos Estados revolucionarios, supresores de los cuerpos intermedios, e idólatras de la democracia liberal, el hombre real y completo no interesa. Únicamente se avizora "al individuo, y sobre todo al homo electoralis"84.
Si cualquier preocupación es poca por el descuido o el mal funcionamiento de los cuerpos intermedios, no hay que sobresaltarse por el hundimiento o el descrédito de los partidos políticos, ni apostar a su irreemplazabilidad, porque son la contranatura de toda auténtica saluspopuli. Parafraseando a Dalmacio Negro -cuando habla de la confusión entre Gobierno y Estado85- podríamos decir, que la existencia de los cuerpos intermedios es una de las regularidades de la política; mientras que la existencia de los partidos es una de las regularidades de los políticos.
En consecuencia, este cuarto argumento de Meneghini sobre la ventaja de los partidos respecto de los cuerpos intermedios, tampoco resulta sustentable.
84-M Gustavo Franceschi, La Democracia y la Iglesia...etc, ibidem, p. 22-26.
85-Dalmacio Negro, Gobierno y Estado, Madrid-Barcelona, Marcial Pons, 2002.
3.- Paralelamente a estas "ventajas" de los partidos sobre los cuerpos intermedios, nuestro autor procura justificar _ a aquellos con otros rodeos. Uno es de carácter general y podríamos bautizarlo con un neologismo, que no pretendemos haga escuela en la ciencia política: el no-hay-más-remedismo. En efecto, Meneghini conoce la doctrina verdadera, pero antes que proponer su plena restauración, se conforma cada vez con menos, pues no hay mas remedio qué...
Mala es la soberanía popular, pero no hay más remedio que aplicarla; malo el sufragio universal y mala la partidocracia, mala la filosofía del liberalismo y los presupuestos teológicos de la democracia moderna. Pero no hay más remedio que acudir a todos estos males. Y una vez cedida la premisa mayor, el resto del silogismo se vuelca a justificarla. De modo que el no hay más remedio acaba siendo: ésto es el mejor remedio.
Si se analiza un ejemplo concreto del procedimiento de marras, se verán los resultados negativos a los que conduce. Meneghini ha señalado algunos de los riesgos de los partidos y el apoyo que la Iglesia ha dado tradicionalmente a los cuerpos intermedios; ha constatado el mito tomemístico del popu-lismo y el voto a ciegas de las muchedumbres masificadas; ha verificado empírica y teóricamente las insuficiencias del sistema que nos rige; pero al instante de corroborar que tamaño conjunto de dislates goza de estabilidad y de perdurabilidad, concluye en que no hay más remedio que aceptarlo. Más grave resulta aún -y lo hemos dicho- el paso siguiente de este peculiar procedimiento. Sí no hay más remedio que admitir estos males; luego, estos males deben ser bienes. Y es allí cuando la debilidad de la voluntad termina tergiversando el juicio de la inteligencia.
Es el viejo problema de La tolerancia en la vida pública o civil. Lo que excepcionalmente se tolera, porque por determinados motivos sería imprudente prohibir o castigar, acaba convirtiéndose en norma ordinaria. La concesión o el derecho temporario y eventual otorgado a un error, se transforma en la obligación que ese error tiene de imponerse libremente; la hipótesis precaria se hace tesis permanente. La paciencia del que tolera cede el terreno a la impunidad y a la lenidad del daño tolerado. Lo que empieza siendo una gracia reconocida ante una súplica, para evitar discordias mayores, acaba siendo una prerogativa inviolable86.
El antídoto "contra el no hay mas remedismo", es la batalla dura y ardiente por la Verdad entera; tanto más empecinada puunto mayor sea el destierro y la soledad a que haya sido «metida. "La calamidad del mundo" -decía el insigne Veuillot-l'es la disminución de la verdad. De eso está muriendo la
verdad. La verdad no comunica sus fuerzas a quien la disminuye. Cuando uno quiere recoger cosecha es menester sembrar el grano entero"87.
La consecuencia final del no hay más remedio, en el junto concreto que estamos considerando, es la afirmación de que los partidos no son tan malos. Ya que vamos a participar en ellos o a fundar uno propio, mejor hablemos a favor de su potabilidad. Por lo pronto, dice Meneghini, porque "la parte no constituye siempre una facción, ni la discrepancia afecta al bien común, mientras se mantenga dentro de ciertos límites. Por eso la Iglesia reconoce como legítima la diversidad de pareceres en materia política", y "no condena en modo alguno las preferencias políticas, con tal que éstas no sean contrarias a la religión y a la justicia".
Estamos propiamente ante un galimatías, del que sólo se saldrá con la verdad. Porque la Iglesia condena al liberalismo, y los partidos políticos -ya quedó probado en el capítulo pasado- necesitan para poder desplegar su acción, adoptar y convalidar principios y actos de pura cepa liberal, reñidos con la concepción católica de la política. La Iglesia además, condena al marxismo, y le ha marcado serias reservas a otras ideologías contemporáneas; y para no acotar el campo de sus reprobaciones, extiende la condena a aquellas preferencias que, genéricamente hablando, pudieran pecar contra la Religión y la Justicia. Ahora bien, si la totalidad de los partidos aceptan los principios y los actos del liberalismo; y cada uno de ellos, después, se especifica por una ideología que, en muchísimos casos, es tributaria del materialismo dialéctico, o peca contra
86-Cfr. Arturo Vermeersch, La tolerancia, Buenos Aires, Plantin, 1950, p. 16-17, 41 ysss. 87-Cfr. por Juan R Ramos, Louis Veuülot, Buenos Aires, Adsum, 1938, p. 29.
la Religión y la Justicia, ¿qué sentido tiene poner a la Iglesia como garante de una "no condenación en modo alguno de las preferencias políticas"? Más bien parece ser al revés. La Iglesia es la garantía de la enérgica condenación del liberalismo y del marxismo, del liberalismo católico y de aquellas ideologías que han tenido en jaque al desgarrado siglo XX.
Damos por seguro que no toda parte de un todo es facción, como no es facciosa la mano, naturalmente parte del brazo y del cuerpo. Pero si la mano se amotinara, y tomara partido violento contra el todo; o si, sencillamente, se negara a servir a la unidad para servirse a sí misma, estaríamos ante una grave anomalía. Anomalía que, en el ejemplo propuesto, sólo podría darse en un caso de enfermedad extrema, física o psíquica; pero que en el orden social es más frecuente de lo que se cree. Los partidos facciosos son la regla, no la excepción de la partidocracia.
Damos por seguro asimismo, que "no toda discrepancia afecta al bien común, mientras se mantenga dentro de ciertos límites". Pero el pluralismo exigido y practicado por los partidos va mucho más allá de esos "ciertos límites". En realidad, este traspasar los límites es una petición de principios, porque la sociedad que se quiere construir es la ciudad pluralista, en la que el único principio perpetuo y estable sea el de mantenerse relativista y discorde, condenando cualquier pretensión de verdad inconcusa que no sea la del pluralismo.
Donoso Cortés, en su afamado Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo, explicó con belleza el origen teológico de la unidad y la diversidad, aplicando por analogía el misterio de la Santísima Trinidad a todas las cosas creadas. Todo ha sido hecho a imagen y semejanza de Dios, que es Uno y Trino, "por eso la creación es una y varia". No hay otra variedad y multiplicidad legítima que aquella que de Dios procede y en El se funda y a El se ordena. Multiplicidades, diversidades, variedades, complementariedades; sí, por supuesto, pero respetando el Principio Inmóvil de la Unidad.
Como para que no quedaran dudas del sentido traslaticio de este presupuesto teológico a la vida social y política, el mismo Donoso Cortés se ha ocupado de aclarar que "en la sociedad la unidad se manifiesta por medio del poder y la variedad por medio de las jerarquías", señalando por contraste una vez más, el daño inmenso que hizo la Revolución al revelar deliberadamente lo múltiple contra lo Uno, el pluralismo contra lo legítimamente plural.
La partidocracia es el instrumento apto de la Revolución para provocar esta disgregación del Orden Social. El laisser-faire su consigna siniestra. Entonces, se convierte en tres lo que es uno -dirá Donoso- en alusión a la división de poderes. Y en meramente contractual y revocable, lo que estaba llamado a ser duradero; y en ajerárquico, individualista, disgregador y caótico lo que merecía ser diverso. El pluralismo partidocrático es por ende política de Estado, porque es polílica de Estado -del Estado liberal y masónico- destronar a Cristo Rey, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, en la cual -sólo en la cual- lo diverso encuentra su significado y su quicio.88
Si no se quisiera ver lo teológico detrás de esta cuestión política del pluralismo partidocrático; si molestara esta antigua y noble enseñanza del Marqués de Valdegamas, sépase al menos que en la Argentina-según los datos oficiales de la Juslicia Electoral- hay más de 700 partidos; 716 para ser exac-tos89 . No creemos que nadie en su sano juicio pueda creer que esta discrepancia "no afecta al bien común", o que se mantiene dentro de "ciertos límites" razonables. Por el contrario, es el resultado intencional de convertir al pluralismo ilimitado de opiniones en un valor preeminente, que ocupe el lugar que en las sociedades tradicionales ocupaba la Ley Divina. No vendrá mal recordar al respecto que, cuando se nos exige a los católicos buscar primero el Reino de Dios y su justicia, en ese prius o primero o ante todo, está incluida la justicia temporal que la sociedad necesita. Y si esa justicia no se logra, por causa, por ejemplo, de este pluralismo insensato y disforme, el ofendido es, en última instancia, el mismo Dios90.
88- Para un redondo análisis de estas enseñanzas donosianas, cfr. Miguel Ayuso, Pluralidad y Unidad, en su La cabeza de la Gorgona, Buenos Aires, Nueva Hispanidad, 2001, p. 15-35.
89-Laura Serra, Récord histórico: en la Argentina ya hay más de 700 partidos políticos, La Nación, Buenos Aires, 18 de febrero de 2008, p. 1y 4.
90- Cfr. Monseñor José Guerra Campos, Buscad primero el Reino de Dios.
Meneghini sostiene además, como hemos visto, que "no se ha logrado articular todavía una forma de convivencia que pueda prescindir de los partidos en la actividad política. Por eso, el Concilio Vaticano II reconoció que es pefectamente conforme con la naturaleza humana que se constituyan estructuras políticojurídicas".
Otra es la correcta hermenéutica de lo sucedido. Lo sucedido es, para nuestra desgracia, que -efectivamente- a partir de la Revolución, no se ha logrado articular otra forma de convivencia que desplace a la omnipresente partidocracia. Pero el aserto tiene el alcance de un diagnóstico de enfermedad crónica a la que se le debería encontrar una terapia adecuada. No puede ser el reconocimiento complaciente a un mal instalado. Es como si dijéramos que no se ha logrado articular todavía una forma de convivencia que pueda prescindir de los delincuentes o de los homicidas. Bien estará como lamento y como desafío a la búsqueda de mejores métodos sanantes de la tranquilidad social y moral, pero no como conformismo y resignada adaptación al crimen.
El argumento de Meneghini nos recuerda el planteo que nos hacían algunos docentes cuando criticábamos el pensamiento piagetiano. ¿Con qué reemplazar tamaña cosmovisión ya instalada?, se nos decía; ¿cómo articular la educación toda, la convivencia de los alumnos, si se nos quita este puntal ineludible? La zozobra era antes hija de la ignorancia que de la malicia. Lo que se ignoraba era que Piaget -por encarnar en él un pesonaje representativo de la modernidad pedagógica- había venido a desplazar violentamente el orden natural en la educación. Era él quien había sustituido las normas clásicas, la sabiduría antigua, la antropología cristiana, la tradición cultural. Cabía, pues, como diagnóstico de una pesadilla, el que no se hubiera podido articular nada distinto a lo que él había subvertido; y como necesidad imperiosa de revertir el desorden, pero no como aquiescencia ante el error.
El Concilio, claro, admitió la formación de "estructuras politico-jurídicas", y menciona expresamente a los partidos, señalando el necesario respeto al bien común al que están
Dios y su justicia, Separata del Boletín Oficial del Obispado de Cuenca, n. 5-7, agosto-octubre de 1987.
obligados como conditio sine qua non de sujunclonamlento. Quedará para otra ocasión dilucidar si estamos ante una condecendencia del Vaticano II a la Revolución, o si en la línea de muchos pontífices previos al Concilio, se trata de hacer lo posible para "bautizar" las realidades sociales ineludibles. Porque ya hemos dicho que el rechazo por los partidos no es dogma de Fe, ni hay un Artículo Trece del Credo que prohiba creer en los mismos. Hay sí un orden de las preferencias, una escala de las predilecciones, una clara señalización de las prioridades, una prudencia aplicada a lo más conveniente y justo; y en este sentido, es más que notorio el énfasis puesto por la Tradición de la Iglesia en la organización corporativa del Orden Social, y la desconfianza enorme hacia los partidos políticos, aún de la Iglesia en los últimos pontificados.
Lo cierto es que el mismo párrafo 75 de la Gaudium et Spes, invocado por nuestro autor, no deja de recordar la importancia de los cuerpos intermedios. "Cuiden los gobernantes de no entorpecer las asociaciones familiares, sociales o culturales, los cuerpos o las instituciones intermedias, y de no privarlos de su legítima y constructiva acción, que más bien deben promover con libertad y de manera ordenada". Como también es cierto que en todos estos años no han faltado amonestaciones y críticas, condicionamientos y límites a la existencia y a las manifestaciones de los partidos en la sociedad contemporánea.
Siempre nos ha llamado la atención al respecto que en un documento eclesial como el de Puebla, con notorias concesiones al espíritu modernista, se mencione un texto de Pío XI, del año 1937 -La Acción Católica y la Política- en el que se advierte a los fieles que "las ideologías elaboradas por esos grupos" que conforman la "política de partido", aunque digan inspirarse "en la doctrina cristiana", "no pueden arrogarse la representación de todos los fieles, ya que su programa concreto no podrá tener nunca valor absoluto para todos"91. Nos llama la atención asimismo, las razones invocadas para negarles a los obispos y a los sacerdotes que presten su concurso a un partido. Caerían en un Evangelio partidista e ideologizado -se dice- que condicionaría sus criterios y actitudes.
91 Puebla, 523.
Si militaran en política partidista, correrían el riesgo de absolutizarla y radicalizarla"; situación más que reprobable pues están llamados a ser "los hombres de lo absoluto [... ]Militar activamente en un partido político es algo que debe excluir cualquier Presbítero, a no ser que en circunstancias concretas y excepcionales lo exija realmentre el bien de la comunidad [... ] Los laicos dirigentes de la acción pastoral no deben usar su autoridad en función de partidos e ideologías"92.
Bien miradas las cosas -esto no se afirma en Puebla sino que es conclusión propia- los motivos aducidos para que un religioso no tenga militancia en un partido político, también podrían aplicarse por extensión a cualquier laico católico coherente. No es que queramos nivelar los ministerios, pues bien sabemos las diferencias jerárquicas que hay entre ellos. Pero es evidente que los peligros de ideologización y sectorización del Evangelio corren parejos para todos; como es evidente que todos los bautizados fieles estamos llamados a ser "hombres de lo Absoluto", vocación a la que nada ayuda, ciertamente, el vuelto hacia lo relativo y mudable que la partidocracia supone.
Otro texto eclesial que no podrá ser sospechado de integrista, sigue engrosando la nómina de reparos ante los partidos políticos. Hay un "distanciamiento de los liderazgos partidistas" -se afirma en la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano- "con relación a las reales necesidades de la comunidad"; hay "vacíos programáticos y desatención de lo social y ético-cultural de parte de las organizaciones partidistas; gobiernos elegidos por el pueblo, pero no orientados eficazmente al bien común, mucho clientelismo político y populismo, pero poca participación"93.
Ya Paulo VI le había advertido al cristiano que "no puede encontrar un partido político que responda plenamente a las
92-Ibidem, 526-527, 530.
93-Santo Domingo, 192. Se hace difícil, por no decir imposible, esta ardua tarea de espigar fragmentos rescatables, aún de documentos transidos de modernismo, cuando los mismos son factura de nuestra Conferencia Episcopal. En tal sentido, quienes recorran los comunicados, las declaraciones y los mensajes, desde el llamado "advenimiento de la democracia" hasta la fecha, quedarán desolados. Cfr. Conferencia Espicopal Argentina, Iglesia y Democracia en la Argentina, Buenos Conferencia Episcopal Argentina, 2006.
exigencias éticas que nacen de la fe y de la pertenecía a la Iglesia"; por lo que sugería que "la adhesión a un partido o formación política, sea considerada una decisión a título personal", y no como institucional, eclesiológicamente hablando"
Años después, Juan Pablo II le pedía a los sindicatos, como expresión genuina de los cuerpos intermedios, que no se dejaran contaminar por los partidos políticos, que no estuvieran "sometidos a las decisiones de los partidos políticos", ni tuvieran "vínculos demasiado estrechos con ellos"95. Para terminar afirmando, el 5 de febrero de 2000, en el Jubileo de los Políticos, que existe una "crisis de las formaciones partidistas, que constituye un desafío a comprender de modo nuevo la representación política y el papel de las instituciones. Es necesario redescubrir el sentido de la participación, implicando en mayor medida a los ciudadanos en la búsqueda de vías oportunas para avanzar hacia una realización siempre más satisfactoria del bien común".
La Iglesia Universal, en síntesis, toma clara distancia de la partidocracia, reprueba sus miserias, advierte sobre sus extravíos, señala su crisis profunda. Pide volver a pensar la gran cuestión de la representación política; y más que repensarla, redescubrirla, preocupada siempre por el bien común. No; de ningún modo estos consejos apuntan a fortalecer el no hay más remedio que fundar un partido o afiliarse a los ya fundados. Otro es el desafío. Y el término, como acabamos de ver, pertenece a la Cátedra de Pedro.
Sorprende, por otro lado, la interpretación que hace Meneghini del texto de Félix Lamas ya glosado en el capítulo precedente (VI, 6). Porque es verdad que este autor sostiene que "es inevitable una cierta dosis de discordia en toda comunidad", pero después de haber hecho el análisis y la ponderación de la concordia política. Es inevitable, dice; no recomendable. Porque los partidos son, en pincipio, causa deficiente del orden social. Mientras que la concordia hace las veces de causa formal. Por eso el Cardenal Mercier, que no se oponía como hipótesis a la existencia de partidos, pedía que no se los facultara para que "se ocupen de toda clase de problemas, in-
94-Cfr.Paulo VI, Octogésima advenies, 46-50
95-Juan Paulo II, Laborem exercens. 20
cluso de aquellos para cuya solución carecen de competencia y de vocación". Y para subrayar el papel de la concordia social, por encima de "ese afán de oponer partido a partido", recurría a un texto conmoveor de San Francisco de Sales: "si llegarais a arrancarme un ojo, no habríais de impedirme miraros amorosamente con el otro"96.
También es claro que Lamas habla del "margen funcional admisible en los partidos", pero después de haber pormnorizado lo inadmisible de ellos. Y concede la posibilidad condicionada de que puedan constituirse en "vehículos de opinión o canales del querer sobre cuestiones opinables", pero siempre y cuando nada de esto "encuentre adecuada expresión a través de las comunidades naturales". Los acepta, pues, condicionalmente, y fijando una norma muy clara: "lo malo no debe convertirse en regla". En la perspectiva de Meneghini en cambio, pareciera que es al revés. Se utiliza lo excepcional para justificar un comportamiento que se desea ordinario.
Lo mismo se diga de la apelación a la autoridad de Michel Creuzet. No niega tampoco este pensador francés la posibilidad condicionada de un partido político. Por ejemplo, cuando pudiera servir como "medio de contrabalancear el poder tiránico de un Estado descarriado". Pero es el mismo Creuzet quien aclara que, en un caso así, ese partido "se transformaría en un verdadero cuerpo intermedio". De lo que se sigue, sin forzar la argumentación, que el grado de legitimidad de un partido está dado por el grado de su transformación en un cuerpo intermedio; y que potenciaría esa legitimación, el hecho forzoso de tener que actuar dicho partido opositor "en su justa resistencia a la tiranía". "Mientras defiendan los intereses reales de las regiones, de los oficios, de las empresas, de las familias [...] serían menos criticables". Pero en tales casos excepcionales, es a los hombres "ansiosos del bien común a quienes se debe recurrir para que un partido sirva a los intereses verdaderos de los cuerpos intermedios. Pero no se puede tener una confianza ilimitada en los partidos como tales [...] Aígunos son perfectamente ilegítimos, y la Iglesia prohibe que se les conceda confianza cuando mantienen posiciones contrarias
96-Cfr. Juan Zaragüeta Bengoechea, Eí concepto católico de la vida según el Cardenal Mercier, Madrid, Espasa Calpe, 194, p. 516-517.
al orden natural y cristiano"97 Tal el pensamiento completo de Crwuzet, que conviene recordar para que no quede desdibujado en el apuro por justificar a los partidos políticos.
En conclusión entonces. No es como dice Meneghini que "por ahora no hay otra vía idónea que la que ofrecen los partidos", o que "no hay más remedio que manifestarse por los ranees existentes", ni mucho menos que los partidos "elaboran programas con las soluciones que proponen para cada uno de los problemas que debe afrontar el Estado" (¡¿?!). El Magisterio, y el sentido común, a secas, nos piden otra cosa. Nos piden darnos cuenta de que los partidos son, justamente, la vía menos idónea. De que sólo saliendo de "los cauces existentes" podremos trabajar por el bien común. De que el desafío, en palabras de Juan Pablo II, es salirse de esos cauces y recuperar un modo de participación y de representatividad que nos fue escamoteado por la Revolución. De que las soluciones no suelen proceder de la partidocracia sino los conflictos. Porque aún no se nos ha olvidado la existencia de un célebre y desdichado partidócrata vernáculo que, estando la patria en llamas, entre otras causas por la acción de sus mismos prosélitos, salió a decir en público, con su verba fatigada de idiotismos, que él "no tenía soluciones". Representante típico de la perversión democrática, otros muchos con él, a costa del drama argentino, debieron confesar expresa o tácitamente que no tienen solución alguna en las manos. Tampoco se nos ha olvidado que hace muy pocos años, el idolatrado demos, ganó las calles todas del país, gritándole a voz en cuello a la partidocracia: "¡que e vayan todos!". ¿De qué soluciones procedentes de los partidos políticos somos testigos los argentinos?
No le estamos pidiendo al que tenga "vocación política" que la "reprima" porque "no le satisfacen las actuales circunstancias de la vida cívica". Como no le estamos pidiendo (y la comparanza es de Meneghini) que otro tanto haga quien tenga vocación religiosa, porque son evidentes "las imperfecciones de muchos pastores". Pero así como al hombre de vocación religiosa no le aconsejaríamos que fuera "imperfecto" para ser Obispo, porque "no hay más remedio", porque hoy "no
97 Michel Creuzet, Los cuerpos intermedios, Buenos Aires, Cruzamante, 1979, p. 107-108.
hay otra vía idónea", o porque es "el cauce existente", tampoco le pedimos al hombre con vocación política que se haga democrático.
Le pedimos exactamente lo contrario. Porque sólo "los ingenuos se conmueven y se engañan cuando se basan en el grito universal de ¡viva la democracia!". Pero de entre esos innúmeros ingenuos, se cuentan por millares los que pegan tan disfónico y horripilante grito porque "conciben la anarquía como la fómula democrática por excelencia"98.